LOS SENTIDOS Y LA POESÍA

 

 

“La vista da la señal de alerta. A través del ojo no sólo llega el yo a la belleza , sino que se produce el salto a la visión – así quiere recordarlo Clara Janés en “Cuerpo secreto” -. El ojo, dice Leonardo en el Tratado de pintura, es “ el señor de la astrología; él crea la cosmología; él todas las humanas artes guía y endereza, y empuja al hombre hacia las distintas partes del mundo; él es príncipe de las matemáticas y sus ciencias acertadísimas; ha medido las distancias y magnitudes de las posiciones; ha predicho cosas futuras por el curso de las estrellas; ha engendrado la arquitecta, la perspectiva y la divina pintura”.

 

 

Por el oído llega la exaltación y la mansedumbre, el canto de la nana, la marcha que impulsa al guerrero, la canción que estimula al trabajo, que ayuda a levantar una piedra, que marca el ritmo de la colección. Por el oído, la petición de auxilio, la exclamación de gozo, el hechizo melódico de las sirenas, las fórmulas incomprensibles que repite el mago, el exorcismo que obliga al diablo, con una orden, a abandonar el cuerpo poseído; por el oído el estruendo de la tormenta, el estallido de una mina, la oración, la letanía, la hipnosis, el descubrimiento de la noche con sus mil puntos sonoros, los grillos, el gruñido de los jabalíes, el deslizarse de los animales sigilosos que a esta hora  se lanzan a la caza. Por el oído, salir de sí siguiendo el hechizo de la música, en pos del infinito, por el hilo de plata de la voz o la lira de Orfeo

 

 

 

Un saber análogo se filtra por el olfato. Llegar a un vergel cuando están los naranjos en flor o pasear al anochecer cuando lo están las acacias, sentarse junto a unos bancales de alhelíes, de jacintos o de narcisos, pisar un suelo alfombrado de espliego y romero, recibir una lluvia de jazmines o de pétalos de rosa y así sumirse en la envoltura de un recuerdo, una nostalgia que en el interior abre una ventana de ensueño y lanza a una aspiración. Quemar maderas y resinas aromáticas, incienso, sándalo, mirra o aloe, y levantar una columna de humo, y por el humo, de perfume, que se eleva como oración, que envuelve y purifica…

 

 

 

”Manzanas llenas, plátanos y peras,/grosellas… Eso todo dice vida/ y muerte a nuestra boca…” – canta Rilke  en los Sonetos a Orfeo -. “Ese dulzor, que al principio se espesa, / suave, para erigiéndose en el gusto,/ quedar despierto, claro y transparente,/ simbólico, solar, terrestre y nuestro”. El sabor de la miel, la amargura de la hiel, la esponja empapada en vinagre, el pan como pureza inicial, la leche materna, el vino de la ebriedad mismo, el filtro amoroso, el bebedizo, el veneno… y la sal.

 

 

Otra es la enseñanza del tacto: cruza la salamandra el fuego y no se quema. Tampoco se quema el libre de culpa sometido a la prueba del fuego candente, lo que probaba su inocencia. El tacto comunica la abrigada proximidad de algunos animales, la amorosa calidez de la lana, el fresco juego del agua, el pasmo de la nieve, la bala de granizo, la aridez de la lija, la rugosidad de la grava,  el ahogo del pez, el ardor del fuego, la desgarradura de la zarpa, el clavo de la flecha, la grieta de la herida por la espada, la hendedura del látigo o el tajo definitivo de la guillotina”.

 

 

(Imágenes – 1- Olle Hjortzberg/ 2- Georgia O Keeffe/ 3- Anna Atkins/ 4- Emil Nolde – 1935/ 5- Chen Jian Uo – 2008/ 6-  The Christian Sciencie monitor)

UNA CARA

 

 

“No soy falsa, insensible, celosa, supersticiosa,

arrogante, maligna, ni fea del todo”:

a fuerza de estudiarme la expresión,

de crispada desesperación

aun sin estar en un verdadero atolladero,

rompería de buena gana el espejo;

¡si amor al orden, entusiasmo y directa sencillez

con una expresión curiosa, es lo único que hay que tener!

Ciertas caras, unas pocas, una o dos – o una

cara impresa en el recuerdo -,

para mi mente y mi vista

permanecen como una delicia”.

Marianne Mooore – “Una cara”- “Otros Poemas” (1951) (traducción de Olivia de Miguel)

(Imagen  -Desiree Dolron- Michel hoppen contemporay)

CONVERSACIONES CON UN HIJO

 

“Ayer por la tarde, mi hijo me dijo:

– Me gustaría leer ese libro cuando lo hayas terminado, si no te importa.

Yo contesté ( así  lo anota William Saroyan enLo importante es no morir”) :

– Desde luego, no me importa, pero creo que sería mejor que yo lo leyese antes, después de haberlo dejado reposar un mes o dos, o un año o dos,  porque hasta que un escritor no lee lo que ha escrito y no lo corrige, lo recorta, le saca un mucho y le mete un poco no puede decirse que el libro está escrito. La primera vez que se escribe un libro no se hace más que reunir el material de trabajo que después habrá que moldear y pulir. Lo que estoy escribiendo es un ensayo, un intento dirigido a descubrir si se puede escribir sin un programa especial. Y en este libro, que tiene aún una identidad desconocida, he puesto toda la libertad que hay en mí, pero, al mismo tiempo, he tratado de darle cierta forma. Hasta ahora, no lo he conseguido, y antes de decidir hasta qué punto he fracasado o si importa mucho que haya fracasado, tengo que arrinconarlo, olvidarlo, recobrarme de la lucha y, luego, un día, cuando esté restablecido, volver a él, estudiarlo, trabajar en él, y entonces darme perfecta cuenta de lo que tengo, en primer lugar para mí y, después para ti y para cualquiera que pueda sentir interés. Cuando esté dispuesto a volver a ello, ya no seré sólo el escritor, que es lo que soy mientras lo escribo; seré también el lector, seré tú y seré yo, seré el otro lector y seré cualquiera.  Cuando erais pequeños, tenía que pensar dos veces antes de escribir algo, porque era padre y no os conocía muy bien y no quería escribir algo que resultara embarazoso, sobre vosotros o sobre mí, pero ahora que sois mayores y os conozco mejor, y ahora que sé que no os sentiréis violentos por el esfueerzo que alguien pueda  hacer para llegar a un significado, me siento libre y puedo creer que no os enfadaréis conmigo por lo que escriba.

 

 

(…) Un escritor habla a sus hijos y empieza a escribir para ellos mucho antes de conocer a la madre, mucho antes de verlos por primera vez y de volver a verlos una y otra vez en su primera infancia y hasta que alcanzan una identidad, si no del todo completa, por lo menos, bastante desarrollada. Por lo menos, yo hablo a los míos, y después de hablar por espacio de cinco o seis minutos me paro un momento, preguntándome qué diablos les habré dicho, y les doy una oportunidad para que tanbién ellos digan algo.

– Y después – digo a mi hijo – están también todos los demás escritores, y me refiero únicamente a los mejores, los que escribieron realmente, los que sabían escribir. Bueno, pues ellos no se apartaron de las formas de escribir en las que todo escritor encuentra mayor seguridad, fuerza y equilibrio, no se aventuraron hacia un lenguaje libre, no salieron a la zona en la que las formas no cuentan, sino que estorban. No nos contaron de la peripecia humana las cosas que nosotros sabemos que sabían, y esto me hace sentirme estafado. No quiero seguir con la estafa. Por ello escribo lo que escribo, una  cosa sin forma. Quiero ver si puedo decir cómo vivo y cómo trabajo, cómo he vivido y trabajado y cómo voy permaneciendo sin morir, eso es todo.”

 

 

(Imágenes – 1-Mary Cassatt/ 2-Margorie Mostyn/ 3-Abigail Halpin)