«El labrador, el campesino de cualquier país de vieja civilización habla bien, le gusta hablar bien, admira al que habla bien. – recordaba Pedro Salinas en su «Defensa del lenguaje»- Cuando conversa con un hombre de la ciudad, se nota que habla despacio, con cuidado, pensando en las palabras que va a decir, para que el cortesano no le haga de menos por su torpeza. Hay en el hombre de pueblo y de campo una sensibilidad para la calidad del lenguaje muy superior a la del obrero fabril de la ciudad. El pueblo percibe que el lenguaje del hombre tiene destinos más altos: dar forma a su pensar y a su sentir frente a las realidades mayores, el bien, el mal, la vida, la muerte, el amor. Y se ha creado su poesía, su refranero y su cancionero. Porque necesita sentir y saber, y ya que no tiene acceso a Sócrates o a Petrarca, se crea él su lírica en los cantares, su filosofía en los refranes.
El pueblo mismo es el que así nos apunta, a través de los siglos, a la necesidad en que está el hombre de sacar la lengua en su labor servicial, humilde, de cada día, y lanzarla a otras aventuras en busca de supremos valores del pensamiento y del corazón. De suerte que aceptar normas y jerarquías de valor en el uso de la lengua no es más que obedecer a una tendencia vital visible en cualquier ser humano que no sea un inconsciente o un cínico: aspirar a lo mejor. Por eso la base de toda acción sobre el lenguaje ha de asentarse en esa convicción de que en la lengua, como en todo, hay valores preferibles, es menester elegir y no vale escudarse en la pasiva postura de que todo da lo mismo».
(Imágenes.- 1- Bruno Barbey– Portugal/ 2 Gianni Pistará/ 3- Josef Koudelka)


