«Con sus ojos oscuros centelleantes – escribe Ole Wivel, el poeta y amigo de Karen Blixen – y el cabello largo recogido, abajo, en la nuca, con un lazo de terciopelo negro, la escritora tenía una apariencia joven y espléndida. Era alegre y reía fácilmente, como si fuera de por sí la prueba de que algo bueno fuera a ocurrir, como si, en efecto, hubiera sido establecido con anterioridad (…) Hablaba sin interrupción alguna, con ese extraño acento suyo cargado de cultura y solemnidad, que se tornaba más cálido por su variedad de timbres (…) Había algún que otro hilo gris entre sus cabellos, pero Karen parecía joven cuando se levantó para abrir la puerta que da al porche y habló del amor que su padre y su madre alimentaban por esta casa. Era uno de los inviernos más templados que yo recuerde; era enero y parecía principios de primavera y el Estrecho, libre de hielos, resplandecía azul al sol.»
Esta casa era la casa de Rungstedlund, la casa de la niñez de Karen Blixen, que Sandra Petrignani visita en «La escritora vive aquí» (Siruela), y cuyos muros nos van atrayendo no sólo por sus muebles y objetos singulares, arcones y jarrones de cristal («vieja casa sin comodidades modernas – anota Wivel – en la que los inviernos debían de ser durísimos) , sino por las conversaciones matizadas con silencios. Hablan de Karen Blixen – a través de Petrignani – los poetas Ole Wivel y Thorkild Bjornvig y lo hacen cada uno desde un ángulo distinto. Como lo hace igualmente Tore Dinesen, sobrino de la escritora, que al hablar de la otra casa – la casa en África – comenta que aquella no fue mas que el centro de un largo paréntesis muy duro. Pero a la vez, un periodo de extraordinaria inspiración.
Ahora, al recordarse los cien años de aquel principio en África, las dos casas de la autora de «Cuentos de invierno» adquieren un mayor contraste. A la singular casa de África – con sus caballos Aimable, Rouge y PoorBox, con su perro Dusk, y el pastor alemán Pasop, llamado también Rommy – se unen en la evocación estas otras habitaciones cerca de Elsinor, la casa-museo con sus cuadernos de escuela, la libreta que siempre llevaba en el bolsillo para anotar lo que la sorprendía, su última pluma estilográfica, negra, » con el extremo opaco porque evidentemente tenía la costumbre de llevársela a la boca…»
Desde su casa de Dinamarca la escritora solía recordar su otra casa de África. En 1956 confesó : » cuando era niña estaba muy lejos de mi mente la idea de ir a África, ni tampoco soñaba con que una granja africana era el lugar donde yo sería perfectamente feliz. Esto sirve para probar que Dios tiene una capacidad de imaginación más grande y refinada que nosotros (…) Desde el primer día que estuve en África amé el país y me sentí en casa. El este de África, en ese entonces, era un verdadero paraíso, «el feliz territorio de caza» de los indios pieles rojas (…) Eran gente bella, noble, valiente y sabia.»
Y repetía continuamente que allí fue muy feliz.
(Imágenes.- 1.-Karen Blixen- hidtoriefaget. dk/ 2.-Rungstedlund- wikipedia/ 3.-Karen Blixen/ 4.-Blixenmuseum- elgaard larsen/ 5.-Karen Blixen en 1957- gleie erik)




