«Ahora veo que surge de las sombras una figura que se va agigantando conforme avanza. Debe emerger de algún foso del mar porque escucho al fondo y tenuemente, densas aguas que descienden mientras la figura se yergue. Es una roca, un macizo enorme, seco, verde-azulado. Podría ser de granito mezclado con sustancias líquidas que, al ir creciendo, se transforman en gaseosas. Su consolidación es lenta y progresiva, y viento y mar suenan en él rozándole, rayando y devorando esta imponente roca que adquiere un cuerpo multiforme. Sólo veo su mitad superior. Distingo su tronco y especialmente su cabeza. La oscuridad se aleja de repente y una extraña luz ilumina esta masa de roca que poco a poco cobra rasgos de hombre. La materia inerte se convierte en materia viviente. A la gran roca le ha brotado un torreón como nariz; dos casas de techos inclinados, semejan sus párpados semicerrados; un puente se curva como en rictus de labios; y el pelo es un bosque enmarañado entre piedras de cráneo. En el centro del bosque y en la altura, en el techo de esta roca-humana, parece adivinarse un convento colgado del granito, o quizás una singular ermita diminuta, entretejida por cabellos de árboles.
Miré toda aquella faz que estaba frente a mí, y recordé que hacía años, había sentido otra voz en sueños, que me había dicho: «Pasará el tiempo, y tendrás a un hombre frente a ti, que te interrogará, y tú no podrás impedir contestarle.»
J.J. Perlado: «Contramuerte»
(Imagen: Joss De Momper.-Anthropomorphic Landscape.-1600.-colección R. Lebel.-París)
