23 de octubre de 1963. — Escribo en una trattoria romana, al aire libre, en via Margutta. Profusión de recién casados que acuden aquí. Día radiante, agradabilísimo. Un fondo musical, inesperado, acompaña a quienes comemos bajo el sol: dos hombrecillos, uno dedicado a su acordeón y un trompetero nos ofrecen una melodía sencilla. Roma, otoño. Sonrisas de niños jugando alrededor de las estatuas. Son como animales revoltosos que se pelean. Juegos en orden y desorden que tienen pendientes a los comensales de la trattoria...
1 de junio de 2013.– Georg Simmel me va diciendo en su «Roma, Florencia, Venecia» (Casimiro), desde el fondo de la lectura: «En ningún otro lugar la abundancia de cosas permite a esta actividad específicamente humana desplegar su dominio como en Roma. En ningún otro lugar un alma recibe tanto y debe acometer tanto para dar forma a la imagen. Ésta es la razón que
explica en última instancia la incomparable y duradera relación que se establece entre la riqueza de las impresiones romanas y nuestra alma: es como si todos los contenidos de nuestra alma alcanzaran, al mismo tiempo, su máxima expresión.»
Extiendo la mirada para seguir viendo jugar a los niños en via Margutta...
Bajo de nuevo la mirada para seguir leyendo a Simmel.
(Imágenes.- 1, 2 y 3.-via Margutta.-fotos Chris Warde Jones.– The New York Times/ 4.- Roma 1959.-foto Henri Cartier- Bresson)


