«-¡ A ver quién quiere el pavito!…
¡Quién lo quiere… que lo vendo!
– ¿Cuánto vale?
– Seis pesetas.
– ¡Anda Dios, por ese precio
dicen papa!
– Y dicen tata,
y le arrullan a uste el sueño
con el valche de las olas!
– ¿Hacen cuatro?
– Ni una menos.
– ¿Es precio fijo?
– ¡ Pus claro!
– Pus ni que fuera su nieto
u algo así de la familia,
pa no rebajarle el precio!
¿Hacen cinco?
¡No hace nada!
¡Canario como está el tiempo!
– ¡ Hijo, por Dios, si este pavo
cuasi, cuasi, está en los huesos!
– Pues dele ustez el aceite
del bacalao!
– ¡ Y un torrezno!
– ¡U llévele a Panticosa!
¡ A que tome agua de hierro!».
escribe Antonio Casero: «En la Plaza Mayor«, a principios del siglo XX.
«Así como todos los caminos llevan a Roma – había sentenciado ya RAMÓN en su «Elucidario de Madrid» -, todas las calles llevan a la Plaza Mayor, brasero de Madrid los días de frío y sol. (…) Los escaparates de relojes llenan de ojos del tiempo los soportales (…)».
Por ahí, por la acera del tiempo, de mano en mano y bajo los soportales, iban hace más de medio siglo los pavos en su alboroto y su plumaje, enderezando las luces de sus colas, estampas de un Madrid olvidado…
(Imagen: venta de pavos en la Plaza Mayor de Madrid, 1953.- archivo fotográfico de Santos Yubero.-Historias de Madrid.com)
