TARDE DE WATERLOO : DOSCIENTOS AÑOS

Waterloo- buun- W Heath- puzzle de trescientas cincuenta piezas- Ebay

 

18 de junio de 1815:

» Cuatrocientos cañones truenan por ambas partes desde la mañana – escribe Stefan Zweig en sus «Momentos estelares de la humanidad» –. La planicie se estremece al choque de la caballería con las tropas adversarias, que lanzan torrentes de fuego al redoble enardecedor de los tambores. Pero arriba, en lo alto de ambas colinas, los dos caudillos permanecen impasibles ante el ruido de aquella terrible tempestad humana. Están pendientes de otro sonido más apagado: el tictac de los relojes, que late como el corazón de un pájaro en sus respectivas

 

guerras-nhy la batalla de Waterloo- por William Sadler- wikipedia

 

manos, marcando el tiempo, indiferentes a los hombres que combaten. Napoleón y Wellington no separan los ojos de sus cronómetros: cuentan las horas, los minutos que han de traerles los esperados refuerzos decisivos. Wellington sabe que Blücher está cerca. Napoleón espera a Grouchy. Ninguno de los dos cuenta con más fuerzas de reserva. Las que lleguen antes decidirán la victoria. Junto al bosque empieza a distinguirse la polvorienta nube de la vanguardia prusiana. Napoleón y Wellington están pendientes de aquel enigma. ¿Se trata sólo de

 

Napoleón- buui- abdicación de Napoleón en Fontainebleau- por Paul Delaroche- mil ochocientos cuarenta y cinco

 

algunos destacamentos? ¿Es el grueso del ejército que ha escapado de Grouchy? Los ingleses resisten con sus últimas fuerzas, pero también los franceses están exhaustos. Los dos ejércitos, jadeantes, permanecen frente a frente; como dos luchadores dejan caer ya los debilitados brazos y contienen la respiración antes de acometerse por última vez. Por fin retumban los cañones por el flanco de los prusianos, se vislumbran destacamentos, se oye el ruido de la fusilería. «¡Por fin llega Grouchy! », suspira Napoleón. Confiando en que tiene el flanco asegurado,

 

guerras-bbnu- el duque de Wellington- Goya- mil ochocientos catorce

 

reúne a sus hombres y se lanza otra vez contra el centro de Wellington, para romper el anillo inglés que guarda Bruselas y hacer volar la puerta de Europa. Pero aquel fuego de fusilería no ha sido más que una desorientadora escaramuza. Desconcertados los prusianos por unos uniformes desconocidos, centran el fuego sobre los de Hannóver, pero inmediatamente se dan cuenta de su lamentable confusión y en poderoso alud salen de la espesura del bosque. No, no es Grouchy quien se acerca con sus tropas, sino Blücher, y con él la fatalidad. La noticia se difunde rápidamente entre las tropas imperiales, y empiezan a replegarse, pero conservando el orden todavía. Wellington, que comprende en seguida la crítica situación del adversario, galopa hasta la falda de la colina tan eficazmente defendida y agita el sombrero sobre su cabeza, señalando al enemigo que

 

Waterloo- bbut- bhu- E Croft- la noche de la vatalla de Waterloo

 

retrocede. Aquel gesto de triunfo es comprendido por sus hombres y, en un supremo esfuerzo, se lanzan contra la desmoralizada masa. Simultáneamente, la caballería prusiana ataca por el flanco al destrozado ejército, y se oye el grito demoledor de « ¡Sálvese quien pueda! » En pocos minutos, el gran ejército, como un incontenible torrente, impelido por el terror, arrastra incluso a Napoleón. La caballería enemiga penetra en aquel torrente convertido ya en agua mansa e inofensiva para ella, donde pesca fácilmente el coche del caudillo francés, los valores del ejército, toda la artillería abandonada en aquella espuma de angustia y desesperación. El Emperador puede salvar la vida y la libertad sólo al amparo de la noche. Pero aquel hombre que, sucio, desconcertado, medio muerto de fatiga, se deja caer del caballo a la puerta de una miserable posada, ya no es un emperador. Su imperio, su dinastía, su suerte, se han desvanecido. La falta de decisión de un hombre mediocre ha derrumbado el magnífico edificio que construyera en veinte años el más audaz y genial de los mortales».

 

Napoleón-nuii- Napoleón en Santa Elena- Francois- Joseph Sandmann

 

(Imágenes.- 1.-batalla de Waterloo- puzzle de 350 piezas- Ebay/ 2.-batalla de Waterloo-William Sadler- Wikipedia/ 3.- Napoleón en Fontaineblau- Paul Delaroche- 1845/4.- el duque de Wellington- Goya.- 1814/ 5.-la noche de la batalla de Waterloo/ 6.-Napoleón en Santa Elena.-Francois Joseph Sandmann)

OJOS Y OÍDOS DE LA HISTORIA

batalla de París -nnbby- batalla de París en mil ochocientos catorce- Horace Vernet- wikipedia

 

«Al entrar Luis XVlll en París el 3 de mayo de 1814 fue a apearse en Notre-Dameasí lo cuenta Chateaubriand en sus «Memorias de ultratumba» -: habiendo querido ahorrar la vista de las tropas extranjeras, un regimiento de la guardia de infantería fue el que formó las filas desde el Pont-Neuf hasta Notre-Dame, a lo largo del muelle de los Orfevres. No creo que jamás rostros humanos pudieran tener una expresión tan terrible como aquellos. Eran granaderos, cubiertos de cicatrices, vencedores de Europa, que habían oído silbar sobre sus cabezas  tantos millares de balas y que conservaban aún el olor del  fuego y de la pólvora ;  estos mismos hombres, privados de su capitán, se veían obligados a saludar a un rey

 

batalla-bbhy- el ejército ruso entra en París- wikipedia

 

viejo, inválido por la edad y no por la guerra, vigilados como estaban por un ejército de rusos, de austriacos y de prusianos en la capital invadida de Napoleón. Unos, arrugando el entrecejo, hacían bajar hasta los ojos sus gorras de pelo como para no ver;  otros fruncían la boca con el desprecio de la rabia, y otros, a través de sus bigotes, dejaban ver sus dientes como tigres. Al presentar las armas lo hacían con un movimiento de furor, y el ruido que producían hacía temblar. Preciso es convenir en que jamás los hombres han sido puestos a semejante prueba ni han sufrido semejante suplicio. Si en este momento  hubiesen sido llamados a la venganza, hubiera sido preciso exterminarlos a todos, o  se habrían comido la tierra.

 

Chautebiand-bbgt-A L Girodet- retrato de Chateaubriand- mil ochocientos nueve- Museo de Historia- foto Michel Dupuis- Saint Malo

 

 

En el extremo de la línea estaba un húsar joven, a caballo y con el sable desnudo, al que hacía girar con un movimiento convulsivo y colérico. Estaba pálido; sus ojos giraban en sus órbitas, y abría y cerraba la boca haciendo rechinar los dientes, y ahogando exclamaciones, de las que sólo se oía el primer sonido. Al ver a un oficial ruso le lanzó una mirada que no puede describirse. Cuando pasó delante de él el carruaje del rey, hizo dar botes a su caballo, con ánimo sin duda de precipitarse sobre el monarca.»

 

Luis XVlll-bbhy-llegada de Luis XVlll a Francia- Edward Bird-wahoart com

 

La musculatura de la prosa de Chateubriand, el peso de la variedad de su vida, su pupila dilatada sobre la Historia y a la vez concentrada sobre rasgos nimios, hacen que su ojo retrate los acontecimientos y veamos desfilar rostros sobre el tiempo. También su oído se tensa y asombra ante rumores lejanos que apenas revelan lo que son: momentos históricos que se guardarán para siempre en los libros.

(…) «El 18 de junio de 1815 , a mediodía- sigue contando Chateaubriand -, salí de Gante, por la puerta de Bruselas, para terminar mi paseo por el camino real. Llevaba conmigo los «Comentarios de César» y caminaba lentamente, absorto en mi lectura, cuando a una legua más allá de la ciudad creí percibir un ruido sordo; me detuve y miré al cielo; como lo vi bastante encapotado de nubes, deliberé si continuaría adelante o si volvería a Gante, por temor a la tempestad. Apliqué el oído; mas como ya sólo distinguí el ruido del agua entre los juncos y el sonido de un reloj de aldea, proseguí mi camino; no habría dado treinta pasos, cuando

 

batalla-uutbb- Waterlo- wikipedia

 

 

comenzó de nuevo el rumor, unas veces breve, otras largo y a intervalos desiguales, y otras sólo sensible por una trepidación del aire que se comunicaba a la tierra en aquellas inmensas llanuras. Aquellas detonaciones menos intensas, menos ondulantes y unidas que las de una tempestad, hicieron nacer en mi ánimo la idea de un combate. Crucé el camino, me apoyé de pie contra el tronco de un árbol, volviendo el rostro hacia Bruselas. Un viento del sur, que se levantó de pronto, me trajo más distintamente el ruido de la artillería. ¡ Aquella gran batalla, todavía sin nombre, cuyos ecos escuchaba yo al pie de un pino, era la batalla de Waterloo!».

 

batalla- vrre- Waterloo- William Sadler- wikipedia

 

Ojos y oídos en la Historia. Oidos y ojos que todo lo conservan.

(Imágenes.-1-Horace Vernet- París 1814/ 2.-el ejército ruso entra en París- wikipedia/ 3.-Girodet- retrato de Chautebriand- 1809 -Museo de Historia.-Saint Malo- foto Michel Dupuis/ 4.-llegada de Luis XVlll a rancia- Edward Bird/ 5.-Waterloo- wikipedia/ 6.-William Sader- Waterloo- wikipedia)

EL DETALLE EN EL PERIODISMO

«Cuando Gabriel García Márquez sale de de su casa de Bogotá, se desplaza en un Lancia Thema Turbo de 1992, un sedán personalizado, de tamaño medio, de color gris metalizado, con ventanillas a prueba de balas y chasis a prueba de bombas -contaba Jon Lee Anderson en The New Yorker en 1999 -. Lo conduce Don Chepe, un  fornido ex guerrillero que trabaja para García Márquez desde hace más de veinte años. Tras ellos, en otro vehículo, van algunos agentes del servicio secreto, a veces hasta seis. Un sedán de aspecto normal, a prueba de bombas y con un motor potente es un  coche seguro en un país en que todos los meses se secuestra a casi doscientas personas y se mata a más de dos mil». Esto que cuenta Anderson es el «toque humano» en el periodismo, la precisión en el dibujo de los detalles, aquello que el periodista confirma al comentar cómo va componiendo sus reportajes y perfiles: «Si algo se vuelve cotidiano, nos olvidamos de los detalles – dice -; mis anotaciones de los primeros días son las mejores; mi ojo es subjetivo; sin escenas no hay artículo; las escenas iluminan la pieza; si logras encontrar algo de humor para incluir en el perfil, eleva la pieza…».

Gracias a hacerse muy subjetivo el ojo del periodista y a observar siempre con gran atención, Anderson nos continúa relatando cómo en todas las casas donde García Márquez ha pasado largas temporadasCiudad de México, Cuernavaca, Barcelona, París, La Habana, Cartagena de Indias o Barranquilla -, el novelista colombiano posee el mismo modelo de ordenador Macintosh, que le permite trabajar donde quiera que esté: «por lo general – añade Anderson – se despierta a las cinco de la madrugada, lee un libro hasta las siete, se viste, lee la prensa, responde al correo electrónico y a eso de las diez, «pase lo que pase», está sentado a la mesa, escribiendo, donde permanece hasta las dos y media».

Narra todo ello Jon Lee Anderson en «El dictador, los demonios y otras crónicas» (Anagrama) y a través de ese libro  también conocemos – con motivo de la visita del periodista a la residencia del Rey de España en Madrid – que un poco más abajo del edificio, «discretamente empotrado en un monte de poca altura, hay un anexo para el personal, unido al Palacio por un  pasillo subterráneo, bordeado de vitrinas en las que se exponen maquetas de barcos, exquisitamente construidas, de la colección privada del rey». Como igualmente Anderson da noticia de que en el cesped de ese Palacio, delante de una de las salas de protocolo, hay una escultura en piedra marrón del artista Eduardo Chillida que parece un trono.

Es siempre el detalle, la observación del ojo subjetivo que todo periodista debe tener en el centro de su atención para intentar luego ser lo más objetivo posible en el conjunto. Siempre es el detalle el que capta el interés del lector. Sobre el detalle y su importancia he hablado alguna vez en Mi Siglo. En el campo de la literatura aparece también el detalle en el singular ejemplo de Marcel Schwob con sus «Vidas imaginarias» (Barral) en las que – como recuerda Borges al prologarlas «(Biblioteca personal«) (Alianza)  -«los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén», comenta BorgesY aSchwob, en esas «Vidas imaginarias» nos dice que «el día de Waterloo Napoleón estaba enfermo (…), que Alejandro andaba ebrio cuando mató a Klitos, que la fístula de Luis XlV pudo influir en alguna de sus decisiones (…), que Diógenes Laercio nos enseña que Aristóteles llevaba sobre el estómago un odre de aceite caliente (…), que Aubrey, en las «Vidas de las personas eminentes«, nos confiesa que Milton «pronunciaba la r muy dura», que a Erasmo «no le gustaba el pescado, aunque había nacido en una ciudad de pescadores», y que en cuanto a Bacon, «ninguno de sus servidores habría osado presentarse ante él con botas que no fueran de cuero de España, pues sentía al instante el olor del cuero de becerro y le resultaba muy desagradable».

El detalle. Siempre la atención al detalle en la fabulación o en la realidad. El detalle nos revela la atmósfera o nos retrata al individuo.

 Hoy.  O – como en el caso de Schwob – hace más de un siglo.

(Imágenes:- 1. Kikmet Karabulut.-Lebriz.com.-Estambul.- Turquía.-artnet/ 2.-Othman Moussa.- 2008.-Ayyman Gallery.-Damasco.-Dubai.-United Arab Emirates.-Beirut.-artnet)

MOMENTOS ESTELARES

A veces en Mi Siglo no es necesario escribir sino transcribir. Hoy en «El Mundo» Arcadi Espada transcribe a su vez unos párrafos de «Decisiones instintivas«, el libro de Gerd Gigerenzer que narra con detalle el día de la caída del Muro. Espada evoca la tarde del 9 de noviembre de 1989 en que, en el lado soviético de Berlín, el portavoz del Partido Comunista convocaba una rueda de prensa, con preguntas. Ese portavoz se llamaba Schabowski y en la rueda de prensa un periodista de la agencia Ansa, Riccardo Ehrman, que había llegado corriendo y tarde, y ante la falta se sillas, ocupó un lugar en el suelo de la tarima, enfrente del funcionario soviético, le preguntó a Schabowski cuándo entraría en vigor la nueva ley de viaje. El portavoz dio a entender que iba a entrar en vigor de inmediato. Otro corresponsal de la NBC– sigue contando Arcadi Espada – le preguntó al funcionario comunista si la medida afectaba a todas las fronteras, y éste asintió. Riccardo Ehrman escribió en ese momento en su cuaderno: «La promulgación de la ley de viaje es el equivalente a la caída del Muro«. Su despacho de agencia lo tituló la agencia Ansa: «El Muro de Berlín ha caído«. Eran las 19,31, y así se extendió por todo el mundo.

Y ahora viene todo el relato de Gigerenzer sobre lo que ocurrió esa noche:

«A las ocho de la tarde, los noticiarios de Alemania Occidental resumieron apremiados la conferencia de prensa con sus propias palabras y apareció Schabowski, diciendo: «Ahora mismo, de inmediato». Las agencias de noticias entraron en esta competición de ilusiones e informaron erróneamente de que la frontera ya estaba abierta. El rumor llegó al Parlamento de Bonn, que casualmente estaba reunido. Profundamente conmovidos, algunos con lágrimas en los ojos, los diputados se levantaron y empezaron a cantar el himno nacional alemán. Los alemanes orientales que estaban viendo la televisión de la otra Alemania se sentían más que dispuestos a sumarse a las ilusiones sembradas por las noticias. Un sueño infinitamente lejano parecía haberse hecho realidad. Miles y luego decenas de miles de berlineses orientales subieron a sus coches o fueron andando hasta los pasos fronterizos. Pero naturalmente los guardias no tenían órdenes de abrir la frontera. Los airados ciudadanos exigían lo que creían que era su nuevo derecho de paso, y al principio los vigilantes se negaban a franqueárselo. Sin embargo, ante la avalancha de personas que los empujaban físicamente el oficial de uno de los pasos, temeroso de que sus hombres murieran pisoteados, levantó finalmente las barreras. Pronto se abrieron los demás pasos. No se disparó un solo tiro ni se vertió una sola gota de sangre. ¿Cómo pudo producirse este milagro? La causa inmediata de la caída del Muro de Berlín resultó ser una combinación de ilusiones y de un posterior rumor no fundamentado que se extendió como un reguero de pólvora. El Gobierno se sorprendió tanto como sus ciudadanos. Mientras que un levantamiento bien planificado podía haber sido aplastado fácilmente con tanques y soldados, como sucediera en 1953″.
Por tanto, ante crónicas detalladas y menudas como ésta, no es necesario escribir sino transcribir. He pensado inmediatamente qué haría ante este acontecimiento un nuevo Stefan Zweig con sus «Momentos estelares de la humanidad». Sin duda, para el siglo XX, éste – con otros muchos, porque hubo varios – fue un «momento estelar«. Algo que transforma las vidas de los hombres y el caminar de la Historia. No llega a ser, naturalmente, la conquista de Bizancio (el 29 de mayo de 1453); tampoco alcanza al descubrimento del océano Pacífico (aquel 25 de septiembre de 1513); no es en absoluto el minuto de Waterloo, el 18 de junio de 1815; tampoco las primeras palabras a través del océano, el 28 de julio de 1858. No es nada de todo eso y lo es todo. A las 19, 31 del 9 de noviembre de 1989 – no se han cumplido los veinte años – se transmite casi sin querer un momento estelar y los periódicos, las emisoras y las pantallas se quedan asombradas e incrédulas. El viento de la Historia acaba de cambiar.
(Imágenes: El Muro de Berlín.-ppc.uc.ac-cr/ El Muro.- foro. medotiempo.com/
Rachmáninov interpretando junto al Muro.-elpais.es)