EL TERCER HOMBRE

 

 

El tercer hombre” tuvo que arrancar como relato y no como libro cinematográfico, antes de ponerme a trabajar en lo que pareció una interminable serie de transformaciones de un guión a otro – recordaba Graham Greene -. Carol Reed y yo trabajamos en estrecha colaboración sobre la continuidad y la línea argumental cuando volví a Viena con él para escribir el guion. Recorrimos kilómetros de alfombra y representamos escenas el uno para el otro. Nadie participó de aquellas reuniones , ni siquiera el propio Korda : tan válidos son los ataques mutuos  y el ímpetu de la discusión entre dos. Para el novelista, desde luego, su novela es lo mejor que él puede hacer con un determinado tema; no puede sino exasperarse ante muchos de los cambios necesarios para convertir su texto en una obra cinematográfica. A decir verdad, la película es mejor que el relato, porque en este caso es la versión final del relato.

 

 

Algunos de estos cambios responden a motivos obvios, superficiales. La elección de  una estrella norteamericana en lugar de una inglesa suponía una serie de modificaciones : la más importante era que también Harry debía ser norteamericano. Joseph Cotten hizo una objección muy razonable al nombre que yo había dado al personaje de la historia : Rollo. Una de las pocas grandes discusiones que tuvimos Carol Reed y yo giró en torno al final, y él demostró de una manera muy brillante que tenía razón. Yo sostenía que un pasatiempo de esa índole  era demasiado endeble para soportar  el peso de un final triste. Por su parte, Reed pensaba que mi final – impreciso, sin palabras, con Holly y la muchacha alejándose juntos en silencio del cementerio donde entierran a Harry – impresionaría al público que acababa de ver la muerte y el entierro de Harry como una muestra de desagradable cinismo.

 

 

(…)  Cuando Carol Reed  fue conmigo a Viena para ver las escenas que yo había descrito en el guión, quedé perplejo al comprobar que, entre el invierno y la primavera, Viena había cambiado por completo. Los restaurantes del mercado negro, donde sólo con mucha suerte podían encontrarse en febrero unos cuantos huesos que se hacían pasar por cola de buey, ahora servían frugales comidas legales. Habían retirado las ruinas fronteras al “Café Mozart”, que yo había bautizado “Vieja Viena”. Una y otra vez me oía  a mí mismo decir a Carol Reed: “Te aseguro que Viena era de veras así… hace tres meses.”

 


 

(Imágenes -1- Graham Greene/  2, 3 y 4 , escenas de la película “El tercer hombre”)

CIUDADES LITERARIAS

 

ciudades-yngg-Praga- tranvía- Jakub Schikaneder- mil novecientos diez

 

Cuando releo el delicioso libro de Nuria Amat «Viajar es muy difícil» (Anaya & Mario Muchnik) sus páginas me llevan otra vez hasta ciudades literarias de sombras, farolas y adoquines por donde transitan, al costado de Borges o de Kafka, señores con bastón y sombrero, parejas de viudas empobrecidas, empleados de banca, oficiales retirados, funcionarios esquilmados, periodistas hambrientos, oficinistas humillados, y tantos y tantos hombres y mujeres que recorren el mundo. Se cruzan con nosotros gentes que viajan para leer, como Henry James, o que viajan para escribir como Joseph Conrad. «Huidizos, expatriados y perseguidos -comenta Amat-, los escritores no tienen casa propia. Tánger, por ejemplo, es una ciudad literaria debido a los muchos escritores que la visitaron y la hicieron suya. Praga expulsa a sus escritores (Rilke, Kafka, Kundera…) ; Trieste, sin embargo, los cobija (Svevo, Joyce) y mantiene (Magris..) Y lo mismo, o parecido, puede decirse de San Petersburgo, Buenos Aires, Venecia…» En el caso de Viena, y refiriéndose más que a los escritores a los músicos, Allan Janik y Stephen Toulmin en «La Viena de Wittgenstein» recuerdan igualmente que pocas ciudades han sido menos generosas que ésta para reconocer en vida a aquellos hombres a los que proclamaría héroes culturales después de su muerte. Franz Schubert, Arnold Schönberg y Gustav Mahler – al que se celebraba como el más grande de los directores pero se le denunciaba a la vez como compositor corrompido –  vivieron con la ciudad un romance sorprendente e insólito.

 

ciudades.-55g.-Brujas.-cacmalaga org

 

Y es en varias de esas ciudades literarias extendidas en las calles del tiempo – entre cafés y personajes inesperados – donde podremos  oír al fondo el ruido de los tranvías. Nuria Amat habla de ellos. No sólo nuestra imaginación nos lleva con rapidez hasta Lisboa, sino también a otros puntos del mundo. En Buenos Aires, Borges iba y volvía en tranvía desde su casa  a la biblioteca pública de Boedo. Pero la parsimonia del tranvía hará decir a la autora que «el tranvía tiene una apariencia estética alada, celebrada por el poeta: «los suavemente tensos hacia atrás cables del tranvía», escribió Kavafis. » El tranvía también, dice Amat, es un anacronismo en sí mismo, una especie de fantasma del mundo industrial. Tan anacrónico, en fin, como la escritura».

 

ciudades.-8uuhnu.-Viena.-1960-Elfriede Mejchar

 

(Imágenes-1-Praga- Jakob Schikaneder– 1910/ 2.-Brujas -Cacmalaga -eu/ 3.- Viena –  Elfriede Mejchar– 1960)

KLIMT Y VIENA

Klimt-tttfb-Klimt y Viena-Gianfranco Lannuzzi- Carrières de Lumières. com

«Las pinturas de Klimt– así lo recordaban Janik y Toulmin en su «Viena de Wittgenstein« (Taurus) – eran creaciones altamente personales, y fueron muy admiradas tanto por sus colegas como por el público, mas no evocaban imitación alguna (…) El uso a gran escala que hizo Klimt del oro y la plata en sus obras contribuye a que nos parezcan iconos modernos, a lo cual contribuye también su estilización de la figura y su empleo de ornamentación no figurativa. El arte de Klimt pretendía reflejar la transformación de lo cotidiano por obra de la imaginación del artista».

Klimt-ruhh-Klimt y Viena- Gianfranco Lannuzzi - Carrieres de Lumière dos mil catorce

Ahora, Viena y Klimt se unen de nuevo y la exposición «Klimt y Viena: un siglo de oro y de colores» se presenta como un espectáculo multimedia, en el que se utilizan un centenar de proyectores para ofrecer obras de Klimt sobre las paredes de las Canteras de Les Beaux-de-Provence, en Francia. Todo un singular acontecimiento.

Klimt-eeftt-Klimt y Viena- Gianfranco Lannuzzi- Carrières de Lumières. com

«Los retratos de Klimt -añadían también en su libro Toulmin y Janik -acentúan siempre la naturaleza estática del sujeto, y el logro de Klimt descansa en su completo dominio de la técnica y en el sumo encanto de su imaginación, que «vendió» al público una forma de arte que no era ni mitológica, ni histórica, ni naturalista (…)»

Pero Viena no habla sólo de Klimt sino – entre muchos otros de Oskar Kokoschka, o de Otto Wagner, Josef Hoffmann, Joseph Maria Olbrich o Adolf Loos en la arquitectura, o de Johann Strauss, Gustav Mahler o Arnold Schöenberg en la música.

Robert Musil en «El hombre sin atributos» había cantado a la ciudad: «¡Ah, Viena, Ciudad de Ensueños! ¡ No hay lugar como Viena!», pero los autores de este libro sobre Viena y su época no dudaban en matizar que «en la

Klimt.-iiuubb- olo.art-com

imaginación popular el nombre de Viena, es sinónimo de valses de Strauss, cafés encantadores, pastelerías que hacen la boca agua y un cierto hedonismo despreocupado y omnicomprensivo. Pero tan pronto como rascamos siquiera levemente esta superficie, emerge un cuadro muy diferente. Pues todas aquellas cosas que han venido a componer el mito de Viena, la Ciudad de Ensueños, eran simultáneamente facetas de otra cara, más sombría, de la vida vienesa.»

(Imágenes.-1, 2 y 3.- obras de Klimt- Gianfranco Lannuzzi.-Carrières de Lumières 2014/ 4.-Klimt- olo-art-com)

GUSTAV MAHLER


En varias ocasiones he hablado de Gustav Mahler en Mi Siglo. Especialmente del golpe de tambor escuchado en Nueva York  y aplicado a su Décima Sinfonía. Pero sobre sus días finales el musicólogo Marc Vignal recuerda en su interesante estudio sobre Mahler  que el 12 de mayo de 1911, hacia las cinco de la tarde, el compositor, muy enfermo ya, era trasladado por  París en un coche que le iba llevando desde Neuilly hasta la Gare de L´Est. Aquel automóvil se cruzó en los Grandes Bulevares con el cortejo del Presidente Fallières, que regresaba de Bruselas. «Nueva casualidad, ironía del destino -comenta Vignal -, que quizá arrancara al enfermo una amarga sonrisa. La última música oída por Mahler habrá sido, por tanto, música militar…»

En cuanto a sus últimas horas en Viena – tras un viaje largo, durante el cual los periodistas asediaban literalmente en cada etapa el compartimento donde viajaba el compositor – Alma María  Schindler cuenta en sus Recuerdos cómo Mahler, en la cama del sanatorio Löw de Viena, «tuvo dificultades para respirar y le dieron oxígeno. (…) Mahler miró con ojos asombrados y pasó un dedo por la colcha. Sonrió y dijo dos veces: «¡Mozart!». Sus ojos estaban muy grandes. (…) Su agonía cesó repentinamente a la medianoche del 18 de mayo, durante una tremenda tempestad. En ese último suspiro había huido su amada y bella alma, y el silencio fue más mortal que otra cosa«.

en memoria de Gustav Mahler: 18 de mayo 1911- 18 de mayo 2011

(Imágenes:- 1.- cabaña de composiciòn de Mahler- Steinbach-a orillas del lago Attersee- Austria.-wikipedia/ 2.-Gustav Mahler.-rpmedia. ask)

EN BUSCA DE UN PERSONAJE

En busca de un personaje fue muchas veces Graham Greene a lo largo de su vida. En enero de 1959, viajando por el Congo belga, de donde nacerían «Un caso acabado» y «El revés de la trama«. En Viena, «la Viena de 1948– contaba el escritor -, que aún estaba dividida en zonas bajo control norteamericano, ruso, francés y británico. (…) » Había dado mi último adiós a Harry hacía una semana cuando depositaban su ataúd en la helada tierra de febrero – escribí en la solapa de un sobre como párrafo inicial, decía Graham Greene -, de manera que no me lo creí cuando le vi pasar por el Strand, sin un gesto de reconocimiento, entre una muchedumbre de desconocidos».

Esta sería la primera frase concebida de «El tercer hombre«, «que no fue escrito para ser leído, sino para ser visto. El relato, como muchos asuntos amorosos, comenzó en una cena y continuó con dolores de cabeza en varios lugares: Viena, Venecia, Ravello, Londres, Santa Mónica«.

«Veo «El tercer hombre» cada dos o tres años – declaraba Orson Welles -; es la única película en que aparezco que veo en televisión porque me gusta mucho; y me quedo mirando a Alida Valli«.

«Cuando se terminó – concluyen las páginas de donde se tomó el guión -, la muchacha se marchó sin decirnos ni una palabra por la larga avenida flanqueada por árboles que conducía a la entrada principal y la parada del tranvía, chapoteando por la nieve fundida».

(Pequeña evocación de Alida Valli entre los árboles, cuando se anuncia una nueva edición de «El tercer hombre«)

(Imagen: Orson Welles.-elmundo.es)

MAHLER, 150 AÑOS

Gustav Mahler confesó una vez a Bruno Walter que tenía miedo de que alguien se suicidara tras escuchar el finale de La canción de la tierra. Su viuda recordaba también que el compositor y director de orquesta se lamentaba así: » soy un desarraigado por triplicado; por ser bohemio, en Austria; por ser austriaco, en Alemania; por ser judío, en el mundo entero. Intruso en todas partes: en ninguna bienvenido«. Fue Mahler el primer director, en un siglo de existencia del Teatro de la Ópera, que permanecía en pie en vez de sentarse mientras dirigía. Usaba las dos manos para separar cada frase. Como director musical de ópera -lo recuerda William Johnston al analizar «El genio austrohúngaro» (Krk) -, Mahler aterrorizaba a los intérpretes con su perfeccionismo y sus ansias de reforma, que llevaba a cabo guiado por el lema que se le atribuye: «la tradición es desidia«.

De Mahler dijo igualmente Thomas Mann que este músico era «el hombre en el que se encarna la voluntad artística más profunda y sentida de nuestro tiempo«. En mayo de 1911 Mann leía impresionado los comunicados que informaban hora a hora sobre la agonía del compositor. Pasión y técnica en Mahler, como evoca Bruno Walter en sus Memorias. Concretamente del  «golpe de tambor» ocurrido en 1907 en el Hotel Majestic de Nueva York hablé ya en Mi Siglo: fue aquel tremendo golpe de tambor escuchado en la calle, desde lo alto de un balcón, el que él usaría en la Décima Sinfonía. Mahler puso extremada atención con su oído ante ese golpe de tambor; lo mismo ante el canto de los pájaros y el estremecimiento de las hojas; lo mismo para escuchar a Freud el 26 de agosto de 1910, cuando acudió a su consulta con ocasión de un viaje a Leiden. Mahler no  tenía tiempo de componer mas que en las épocas del verano que siempre pasaba en Austria. Y durante esos meses, lejos de las manifestaciones públicas de la vida musical, se refugiaba en su universo espiritual.

«Jamás, en ningún momento se detenía el motor gigante  que era su espíritu – decía Alma Mahler en sus Memorias -. De nada se aprovechaba, no reposaba nunca. Por el poder absoluto que ejerció durante años, y a causa de cuanto alrededor le sometía en cuerpo y alma, acabó por acceder, solitario, a un camino que le aisló completamente de sus contemporáneos«.

Y quizá deberían existir por alguna parte unos apuntes puntualmente anotados por Stefan Zweig si hubiera contemplado uno de aquellos «pequeños momentos estelares de la humanidad«, cuando en el verano de 1896 Brahms y Mahler salen a dar un paseo cerca de Ischl. Llegan a un puente y permanecen silenciosos contemplando una espumosa corriente de montaña. Un momento antes han estado discutiendo acaloradamente sobre el futuro de la música y Brahms ha dicho cosas verdaderamente duras sobre la joven generación de músicos. Pero ahora están fascinados ante la vista de los remolinos golpeando las piedras y haciendo espuma. Mahler mira corriente arriba y señala la interminable procesión de remolinos. ¿Cuál es el último?», le pregunta a Brahms con una sonrisa. Más que en el futuro de la música piensa en el futuro del agua.

Pequeña evocación de Gustav Mahler a los ciento cincuenta años de su nacimiento: Bohemia, 7 de julio de 1860- 7 de julio 2010

(Imagen.-Gustav Mahler.-wikipedia)

UNA CASA, UN LIBRO, LA SOLEDAD

«Carpinteros, cerrajeros, estucadores, albañiles: a veces les oigo discutir de su trabajo, en el bar. Comentan las dificultades con las que tropiezan, se cuentan unos a otros cómo las resuelven. Al tiempo, levantan paredes, ponen puertas, instalan grifos, colocan barandillas. En lo que hace sólo unos meses era un descampado, si pasas ahora descubres que se levanta una casa en la que alguien se asoma a la ventana. y desde cuyo interior llegan voces, o música. Ellos siguen hablando en el bar sobre si han hecho una buena obra o les han obligado a hacer una chapuza. Les envidio esa posibilidad de trabajar juntos, de poder poner a prueba sus habilidades. Lo que dura, lo que no se agrieta, lo que soporta la acción del agua, lo que encaja, la puerta que no cede».

Confiesa todo esto el novelista Rafael Chirbes en Por cuenta propia. Leer y escribir (Anagrama) y añade: «Entre tanto, me veo a mí mismo braceando entre sombras, incapaz de nada, vacío un día tras otro. Echo de menos esas certezas artesanas: tener los avatares del tiempo por testigos.(…) Ya sé que un libro no tiene la solidez de una casa, pero en Moscú quedan pocas casas de las que se construyeron cuando Tolstoi vivía, y de la vieja Alexanderplatz berlinesa qué quedaría de no ser por el libro de Döblin. Me digo que puedo discutir sobre la resistencia de los materiales con los obreros del bar, porque una casa y un libro son expresiones de la sorprendente dureza interior que guarda ese frágil animal humano al que cualquier accidente tumba».

Sobre la artesanía del escritor al construir y trabajar he hablado varias veces en Mi Siglo. Es la soledad del quehacer personal, la obligada incomunicación y concentracion imprescindibles para crear. Patricia Highsmith, hablando de ese trabajo, anota que para el escritor «la gente puede ser estimulante, desde luego, y una frase dicha al azar, una anécdota o algo parecido puede poner en marcha la imaginación del escritor. Pero en la mayoría de los casos, el plano de las relaciones sociales no es el plano sobre el que vuelan las ideas creativas. Es difícil ser receptivo hacia el propio inconsciente cuando se está en grupo, o incluso con una sola persona, aunque esto último resulta más fácil. Es curioso, pero a veces las personas que nos atraen o de las que estamos enamorados son como una especie de caucho que nos aisla de la chispa de la inspiración (…) Hay algunas personas, a menudo las más inesperadas -sosas, perezosas, mediocres en todos los sentidos -, que por alguna razón inexplicable estimulan la imaginación».

Bendita soledad, permanente compañera del escritor, donde se fragua todo: el cuaderno en el que se escribe, el libro donde vivirá el lector.

En el fondo, su casa.

(Imágenes.-1. Drago Persic– 2007-.-Engholm Galerie– Viena/ 2.-«X NaNa Subroutine».-Constanze Ruhm.-Engholm Galerie.-Viena)

LUIS DE PABLO : MÚSICA EN EL TIEMPO

piano.-88SW.-por David Claerbout.-Galleri K.-Oslo.-photographiue.-artnet

Hace ya más de treinta años que estuve charlando con el compositor español Luis de Pablo en su casa, en las afueras de Madrid,  y ahora, que en los próximos días va a recibir el Premio Tomás Luis de Victoria, me llegan aún los ecos de aquella grata conversación.

«Un creador – me dijo entonces Luis de Pablo – es una persona que ante todo aquello que contempla lo puede traducir fácilmente en su especialidad: sabiéndolo o sin saberlo, porque el ser humano va almacenando cosas, y un buen día, cosas por las que aparentemente has pasado sin percibir, salen; esto quiere decir que, en realidad, no hay casi experiencias desaprovechables, como no sean espantosamente negativas.

Creo que la naturaleza a mí me estimula más que la creación de otras cosas, lo cual no quiere decir que yo no disfrute con la creación de otros; por ejemplo, puedo citar concretamente obras que han venido directamente de experiencias naturales (…) Igualmente, para mí, una aportación ha sido las «pinturas negras» de Goya, y, como las conozco desde muy crío, porque están en el Prado, es fácil ir; eso es una cosa que me marcó, como me marcó mi primer descubrimiento de las primeras pinturas del periodo cubista, no solamente las de Picasso, sino las de Gris y de Braque; como una exposición itinerante de pintura americana en 1958. Tampoco olvidaré la primera vez que oí música de Bartok, cuando yo tendría 16 o 17 años; la primera audición de la escuela de Viena, o cuando me dediqué a frecuentar las músicas no europeas, como el increíble descubrimiento a los 16 años del último Falla, del «Retablo» «concreto». Estos grandes descubrimientos son definitivos en la formación de una persona y te marcan de por vida».

música.-98960.-foto por Robert Doisneau- 1957.-Staley Wise Gallery

Estábamos sentados, recuerdo – era mayo de 1977 – en la casa de Luis de Pablo probando los dos, mientras charlábamos, varias clases de té. Conversábamos sobre la relación entre el tiempo y la música, la relación entre el tiempo y la vida.

«Éste es un tema muy fascinante – me dijo el compositor – porque va a depender del concepto que del tiempo se tenga, para que la música sea de una u otra manera. El tiempo en Occidente siempre intenta ser causal; al ser causal se produce un fenómeno muy curioso: estamos viviendo en un tiempo que es habitable racionalmente, puesto que lo que está sucediendo ahora es un momento conocible, por lo que se había oído antes: basta con que el material a modificar sea claro al principio; después no hay problema ninguno: estamos en terreno conocido.

A partir de cierto punto de la música de Occidente este concepto hace crisis: vivimos en un mundo situado en el universo de lo impredecible. Esto ya empieza en Debussy; por eso fue tan atacado, diciendo que esa música no nos llevaba a ninguna parte y que no estaba construida. Ha sido la generación posterior la que ha aceptado el terrible hecho de preguntarse: «¿es posible una forma de tiempo irrepetible?»; es decir, una forma en un tiempo que no transcurre como un ciclo cerrado, sino como un agua que se derrama sobre una superficie lisa. Entonces descubrimos que hay gran cantidad de músicas, no occidentales, que han partido de que la música es un entorno sonoro, que dura lo que tiene que durar, dura una noche entera a lo mejor, o dos horas, un minuto o unos segundos; y que, en el fondo, esa música está hecha para que uno se pierda en su tiempo (y que no es un tiempo que se posee, sino que es el tiempo el que le posee a uno)».

música.-772266.-por Arman.-2004.-Le Vilolon Bleu.-Sidi Bou Said.-Tunez.-Vorderer Orient.-artnet

«Es un pedazo de tu vida – siguió diciéndome Luis de Pablo – al que rodeas de un acontecimiento sonoro: esto es clarísimo en las músicas rituales tibetanas, por ejemplo, o en ciertas músicas ambientales africanas, en las que la música es estrictamente una improvisación muy medida, porque todo el mundo conoce la base de aquello, y que dura lo que la gente quiere que dure. No hay un canon establecido, entonces, en ese momento; el tiempo transcurre de otra forma, no para medirlo o dominarlo, sino para dialogar con él; con esto llegamos a un punto muy similar en Occidente. Son fenómenos que se producen por las distintas maneras de habitar el tiempo; ya hay atisbos de ello en Parsifal; allí hay momentos de un total estatismo de la música; ¿de dónde sacó esto Wagner? Me inclino a pensar que lo intuyó de la extraña idea de hacer al mismo tiempo una música profana y sagrada, una música que pudiera producir en el oyente una sensación de eternidad». («Diálogos con la cultura«.-páginas 181-194)

Y así seguimos charlando Luis De Pablo y yo, música y tiempo sobre el té de aquella tarde, música y  té en aquel mayo de 1977.

 Han pasado ya más de treinta años.

(Imágenes:-1.-«The Piano Player» (Movie Still 1).- 2002 -por David Claerbout.–Galleri K. -artnet/2.- Robert Doisneau.- Staley Wisse Gallery-/3.-«Embedded Red Violins» (Empreintes Rouges).-2004.-por Arman.–Le Violon Bleu.-Sidi Bou Said.-Tunez.-artnet)

COCINEROS Y PALABRAS

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«En 1814, cuando el príncipe de Talleyrand invita al zar Alejandro de todas las Rusias a Viena y le enseña la casa que ha alquilado – una noble mansión del que fuera ministro de la emperatriz María Teresa, el príncipe Wenceslao de Kaunitz   -, el zar, fascinado por la calidad de los platos que le acaban de servir en el banquete, quiere visitar la cocina. Entra en ella e inmediatamente todos se descubren. Únicamente Antonin Carême, que se toca con un gran gorro de raso blanco con pequeñas flores de oro, permanece orgullosamente cubierto. “¿Quién es este insolente?”, pregunta el zar sorprendido. “La cocina, Majestad”, responde Tayllerand. El zar aprende la lección. Y la aprende tan bien que se lleva a Carême como cocinero suyo a San Petersburgo».

(Esto escribía yo hace unos meses – en mayo de 2008 – en la Revista Alenarte y aquí lo evoco de nuevo ahora cuando, en medio de la crisis, intentan que vayamos aspirando ya un mes antes el olor gastronómico de la Navidad.

Y allí continuaba):

 

«Esta es, pues, LA COCINA. No solamente un espacio físico sino toda una representación. Debajo de ese gorro blanco – cuyo origen se remonta para unos a las grandes cocinas del siglo XlV en Avignon, para otros al siglo XVll, cuando el abate Croyer pinta al cocinero como hombre que viste ricamente, luce diamantes en los dedos, saca de vez en cuando una caja de plata o de oro de rapé y “se distingue del duque de Orleans por el gorro que usa, y no más”, e incluso para otros, ya en el XlX, en grabados en los que los cocineros se presentan con blancos gorros puntiagudos según el modelo frigio -, aparecen los ojos, el paladar, las manos y los cuidados de grandes cocineros célebres que a su vez se hiceron famosos escribiendo importantes libros, como así lo hizo el citado Antonin Carême, nacido en 1784 en la rue Du Bac en París y fallecido cincuenta años después, “quemado, a la vez por la llama de su genio y el fuego de sus hornos” y  dictándole aún recetas a su hija».cocina-antigua-1

En estos días, «Le Magazine Littéraire» dedica un número especial a  la literatura y a la gastronomía. Siempre ha atraído el tema. Los escritores se han asomado a los banquetes y a las cocinas y  con la cocina de su literatura – entre lápices, plumas, ordenadores y pantallas – han ido elaborando platos exquisitos. Y como sigo diciendo en mi artículo, «si  un novelista quisiera asomarse a uno de esos espacios históricos para hacer realidad su fantasía no tendría más que acercarse el 13 de septiembre de 1513 al banquete que tuvo lugar en Roma, en la Plaza del Capitolio, celebración organizada en honor a Julio de  Médicis, a quien acababan de nombrar patricio romano. La mesa, que reunió a unas veinte personas, se levantó sobre una especie de estrado y todo alrededor quedaron dispuestos graderíos en los que se admitió a cuanta muchedumbre  quiso contemplar el festín. El novelista no tendría más que observar el espectáculo. Cada invitado encontró nada más sentarse una fina servilleta donde aparecían envueltos pajaritos vivos. Presentada el agua a los comensales para que se lavaran las manos, liberaron, al desplegar sus servilletas, a los pajaritos que comenzaron a revolotear sobre la mesa. Los entremeses consistieron en pasteles de piñones, mazapanes, bizcochos con vino de malvasía, cremas azucaradas en tazas, higos y vino moscatel. Con el primer servicio aparecieron enormes bandejas llenas de codornices y tórtolas asadas, tortas, perdices a la catalana, gallos cocidos y revestidos de su piel y sus plumas, que  sostenían  sus patas sobre capones hervidos recubiertos de salsa blanca, hogazas de mazapán, patés de codornices y un cordero con cuatro cuernos, igualmente escalfado y revestido de su piel y colocado sobre un centro de mesa dorado, y de pie, como si estuviera vivo».

(Sorprenden estas imágenes, que unas veces hemos leído en los libros y otras hemos contemplado en históricos escenarios de películas)

(Imágenes: dibujos de cocineros/ cocina antigua.)

EN UNA TAZA DE CAFÉ

Antesdeayer, que Claudio Magris presentó en Barcelona su nuevo libro, «Así que usted comprenderá», me acordaba del Café San Marcos de Trieste, ese café que aparece en «Microcosmos», la pequeña mesa de mármol con el pie de hierro colado, y encima de ella, entre Magris y yo, esa presión de la cerveza, o bien la taza de café, el aroma que asciende de la conversación. Tabucchi va a un viejo café de Forte dei Marmi, una ciudad costera cercana a Pisa, y allí escribe, como escribe Magris en Trieste, como escribían y corregían los franceses en el parisino «Les Deux-Magots». En todos los sitios, como en el de Lisboa que visitaba Pessoa o como en los de la Viena imperial de entreguerras, el café parece que está esperando el azúcar y la cucharilla pero únicamente espera que revuelvan un poco a las palabras, que las palabras se escriban en el cuaderno y que el cuaderno se lea o bien que las palabras dialoguen en voz alta con otras palabras que están en la mesa de al lado, y éstas a su vez dialoguen con otras y salgan todas paseando a la calle y a veces se exciten en la esquina, en alguna ocasión choquen sus nudillos y presenten las palmas de sus manos como si se retaran. El café llama a la conversación y a la confidencia y la taza es el pretexto para consumir el tiempo y arreglar el mundo, para vaciar la vida de uno en ese platillo que hay a veces con un cigarrillo y otras veces sólo sostiene al aire.
Pero de pronto viene el camarero a quitarnos todos esos pensamientos. No hay más remedio que levantarse.
-Así que usted comprenderá.-me dice Magris ya en la puerta.