VIEJO MADRID (25) : FIGURAS EN BRONCE

De vez en cuando permanecen en las ciudades figuras en bronce que están ahí, clavadas en el tiempo, hieráticos recortes separados de los viandantes, perfiles escultóricos como recordatorios o preguntas. Desde hace varios años, en Madrid, en la calle de la Almudena, no lejos del Palacio Real, aparece un hombre apoyado sobre una barandilla. Algunas gentes dicen que está mirando las ruinas invisibles de una antigua iglesia , pero otras creeen que está asomado al vacío del paro, contemplando donde existió trabajo, escoltado por la soledad. Espera y espera que pasen las ruedas del vacío pero sólo pasa el sol y la lluvia sobre sus espaldas.

En otro lugar de Madrid, en el barrio de Malasaña, al costado de la Corredera Baja de San Pablo,en la plaza de San Ildefonso, el bronce de la figura de una niña lleva desde hace más de diez años la carpeta con todos sus apuntes de ilusiones. Sus pies no se despegan de un suelo de realidad. Anda y anda sin moverse del sitio, cruzan los comercios a su lado, bajan las aceras, vocean los gritos de patio a patio y de casa a casa. La niña sigue imperturbable creyendo avanzar siempre, y avanzará, sí, sin duda avanzará.

El hombre agarrado a la barandilla en la calle de la Almudena no puede imaginar que en esa esquina de la pequeña calle estaba – hace ya casi cinco siglos – el palacio de la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza, la hermosa tuerta de quien tan apasionado se hallaba Felipe ll. Aquí también mataron de una estocada a Juan Escobedo, secretario de don Juan de Austria.

La niña que camina sin moverse por el bronce en esta Plaza de San Ildefonso tampoco puede imaginar que a pocos pasos, tras unos árboles, tenía su vivienda Rafael Mengs, pintor del Rey.

La Historia y la Pintura les contemplan.

(Imágenes:-1 y 3.-calle de la Almudena/ 2, 4 y 5.- Plaza de San Ildefonso.-2010 y enero 2011.-fotos JJP)

RASTRO DE LOS OBJETOS

Estos objetos amontonados, las lámparas, los espejos, el reflejo de las lámparas en los espejos, el misterio de las sillas sin dueño, los libros, candelabros, estanterías, fetichismos del pasado, realidades y falsificaciones, imitaciones, el caprichoso circuito de los objetos que van y vienen embalados, atados con cuerdas, embozados en mantas, viajeros nocturnos en camiones de mudanzas, herencias, despojos, conversaciones que escucharon y mantuvieron, cansancio de sus vidas, todo esto lo cubre la mirada cuando se pasea por el Rastro de las oportunidades en tantas existencias,

y luego están las mesas, aquellas mesas donde se escribió, las mesas que fueron soporte de célebres firmas, sostenes de tazas, vasos y vajillas, mesas en las que se sirvieron frutas y manjares, mesas adornadas de flores, vitrinas, relojes, péndulos, escaleras que subieron al cielo de la imaginación, peldaños de cuentos buscando buhardillas encantadas, lomos, lomos de libros encuadernados, sombreros, sombreros olvidados de memoria, sombreros amados, retocados ante espejos que ahora se reflejan en lámparas, lámparas que iluminan respaldos de sillas donde se curvaron espaldas, espaldas que se irguieron para mirar medallas, medallas envejecidas, medallas conquistadas, medallas emotivas, medallas de íntimo valor y medallas como corazones fulgurantes, cuajadas de victorias que uno consiguió, victorias íntimas que nadie celebró,

y luego están las sombras, las luces, las penumbras, los sillones, rincones de sillones y de conversaciones, aquellas confidencias pactadas, los amores sellados, el tiempo en tic-tac, aquellos muebles guardando secretos, pequeñas llaves y diminutos cerrojos de silencios, aquello que nunca se dijo, lo que nunca se admitió, viejos papeles amarillos que descubren los herederos, cuentas, propósitos, decisiones, proyectos, una fotografía desvaída y una penumbra en un  rostro que el espejo refleja, el rastro de los objetos que este Rastro dejó, muebles amontonados y recolocados en un escenario, el teatro de las últimas cosas, la representación de lo que fue…

Y de pronto, la realidad que abre la puerta y el primer comprador que entra buscando trastos viejos.

(Imágenes: 1,2 y 3.-Rastro de Madrid.-Objetos Alba Longe.-15-1-2011.-fotos JJP)

VIEJO MADRID (24) : JARDINES ROMÁNTICOS

Me he sentado en este banco, invisible, abstraído de la polución y de los ruidos: pasan los automóviles detrás de estos jardines, fachadas, portales, ojos de semáforos, se oyen gritos cruzados a lo lejos de los repartidores de civilización, proveedores de básicos utensilios y de inservibles complementos, la infancia camina de la mano rumbo a su escuela, se escuchan pasos precipitados hacia el trabajo, pero aquí, en el silencio de los jardines, apenas hay rumor mientras paso las hojas del libro, «El arte de los jardines modernos«, de Horace Walpole. que, como siempre, me habla entre líneas, y me va explicando » que el roble  venerable, el haya romántica, el provechoso olmo, incluso el perímetro pretencioso del tilo, el contorno regular del castaño, y el casi moldeado naranjo, tuvieron su historia y se vieron rectificados por esos fantasiosos admiradores de la simetría».


Me está hablando así el autor de “El castillo de Otranto”, siempre en voz baja, sentado en este banco solitario, y cuando  él deja de hablar – cuando dejan de pasarse las hojas – el Madrid tumultuoso baja en estrépito de las nubes y ensordece los tejados. En cambio, cuando el libro habla de nuevo conmigo, son las palabras las que conversan entre Plinio y Milton y la ciudad enmudece al escucharnos, los silencios van y vienen por calles desiertas, automóviles quedan detenidos, diálogos diluidos. Es una ciudad enmudecida y límpida cuando el libro se cierra y es un jardín enmudecido y límpido  cuando la ciudad reabre sus ruidos.

Todo esto sucede a media mañana. Es el misterio de la palabra, el conversar de las urbes y los jardines. Y sobre todo, el silencio.

(Imágenes: jardín del Museo del Romanticismo de Madrid, calle de San Mateo.–enero 2011.- fotos JJP)

VIEJO MADRID (23) : LA COMPRA DEL PAVO

«-¡ A ver quién quiere el pavito!…

¡Quién lo quiere… que lo vendo!

– ¿Cuánto vale?

– Seis pesetas.

– ¡Anda Dios, por ese precio

dicen papa!

– Y dicen tata,

y le arrullan a uste el sueño

con el valche de las olas!

– ¿Hacen cuatro?

– Ni una menos.

– ¿Es precio fijo?

– ¡ Pus claro!

– Pus ni que fuera su nieto

u algo así de la familia,

pa no rebajarle el precio!

¿Hacen cinco?

¡No hace nada!

¡Canario como está el tiempo!

– ¡ Hijo, por Dios, si este pavo

cuasi, cuasi, está en los huesos!

– Pues dele ustez el aceite

del bacalao!

– ¡ Y un torrezno!

– ¡U llévele a Panticosa!

¡ A que tome agua de hierro!».

escribe Antonio Casero: «En la Plaza Mayor«, a principios del siglo XX.

«Así como todos los caminos llevan a Roma – había sentenciado ya RAMÓN en su «Elucidario de Madrid» -, todas las calles llevan a la Plaza Mayor, brasero de Madrid los días de frío y sol. (…) Los escaparates de relojes llenan de ojos del tiempo los soportales (…)».

Por ahí, por la acera del tiempo, de mano en mano y bajo los soportales, iban hace más de medio siglo los pavos en su alboroto y su plumaje, enderezando las luces de sus colas, estampas de un Madrid olvidado…

(Imagen: venta de pavos en la Plaza Mayor de Madrid, 1953.- archivo fotográfico de Santos Yubero.-Historias de Madrid.com)

VIEJO MADRID (22) : TERTULIAS, CAFÉS Y POZOS DE LA NIEVE

Cuando pasa uno ante el Café Comercial, en la madrileña Glorieta de Bilbao, llegan aún los ecos de tan variados cafés y tertulias hoy desaparecidos y que tantos rumores y verbales sentencias provocaron. Célebre tertulia, naturalmente, la de «Pombo», con RAMÓN al fondo  ( » el único café donde podían entrar mujeres de cera», decía Gómez de la Serna) – horchatería de Condela, Nuevo Café de Levante, Café de Madrid, Café de la Montaña y Cervecería Inglesa de la Carrera de San Jerónimo donde acudían, entre otros, Manuel Bueno o Ricardo Baroja.  El mismo Ricardo Baroja en «Gente del 98» cuenta las dos tendencias existentes en el Café de Madrid:  el grupo capitaneado por Jacinto Benavente y el otro más abigarrado, indisciplinado y revoltoso que iría luego a la Cervería Inglesa reuniendo allí a caricaturistas, pintores, algún cómico, literatos y estudiantes. Acudían a la Cervecería a las diez de la noche y la tertulia andante paseaba después, desde la esquina de Recoletos hasta la Plaza de Isabel ll, por la calle de Alcalá, Puerta del Sol y calle del Arenal. Eran palabras cruzadas, pasos de palabras a veces muy bohemias, desgarradas confesiones, por ejemplo, de Manuel Sawa, hermano de Alejandro Sawa.

Pero hubo tertulias aquí mismo, en esta Glorieta de Bilbao, en el Café Europeo, esquina al bulevar de Carranza : divanes de peluche a los que acudían Manuel y Antonio Machado y años después, entre 1923 y 1925, de once a una de la tarde y en torno a la figura de Jardiel Poncela, Manuel Gargallo, César González Ruano o Carlos Fernández Cuenca. De vez en cuando la tertulia cruzaba esta Glorieta y venía hasta el Café Comercial para, pasados unos meses, retornar a sus orígenes. Tras proclamarse la República, las tertulias en en el Café Europeo duraban hasta la madrugada y aquí intercambiaban sus encendidas opiniones Eugenio Montes, Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez Mazas o Víctor de la Serna.


Casi enfrente de este Café Comercial, tras lo que hoy son bloques de casas  y trazos de calles, se encontraban hace algunos siglos ciertos «pozos de la nieve» que en Madrid existían. «En la calle de Fuencarral con vuelta a Barceló, Mejía Lequerica, Sagasta y glorieta de Bilbaocuenta María Isabel Gea comentando el «Plano de Teixeira» de 1656 – se situaban los pozos de la nieve. En el siglo XVll el catalán Pablo Xarquíes consiguió el monopolio de la distribución de la nieve, cuya Casa estaba encargada de abastecer al rey y a los ciudadanos a través de varios puestos distribuidos por Madrid. El origen de los pozos de la nieve se debe a la utilización de la nieve para la conservación de alimentos y medicinas, así como para enfriar las bebidas, costumbre que se mantuvo en la Edad Media gracias a las comunidades árabe y judía. La nieve la traían los neveros desde la sierrra del Guadarrama. Los edificios solían ser alargados con tejados a dos aguas, una puerta y una ventana, y en su interior se hallaban los pozos separados y aislados por tabiques, sin ventilación ni comunicación para que se mantuviera el frío»

Nieve que venía de otros siglos, antepasada de los copos que descienden a veces sobre inviernos de tejados madrileños, palabras en Glorietas, palabras en torno a veladores, revueltas con brillantes cucharillas, tomadas a sorbos en tacitas blancas, palabras como naipes, arrojadas entre el desdén y la polémica, todas intentando arreglar el mundo.

(Imágenes:-Café Comercial y Glorieta de Bilbao.-foto JJP.-junio-noviembre 2010)

VIEJO MADRID (21) : IMÁGENES Y RECUERDOS

«Vámonos al mercado – nos dice Azorín -. Observémoslo todo con detención y orden. Lo primero son las alcamonias, es decir, el azafrán, la pimienta, el clavo, el tomillo salsero, los vivaces cominos, los ajos. Sin las alcamonias no se puede hacer nada. Tendremos tiernas carnes y frescas verduras. Pero no nos servirán de nada. Escribe prosa el literato, prosa correcta, prosa castiza, y no vale nada esa prosa sin las alcamonias de la gracia, la intuición feliz, la ironía, el desdén o el sarcasmo. Anexos a las especies aliñadoras están los elementales adminículos de la cocina. Puestecillos de tales artes hay también en los mercados. Tenemos aquí las trébedes, las espumaderas, las alcuzas, los aventadores, los fuelles.»

«En Madrid trabajan dos fábricas de viento, quiero decir de fuelles: una en la calle de Cuchilleros y otra en la Cava Baja. (…) Los pimientos y los tomates nos dan lo rojo. Los rábanos, el carmín. La col, lo blanco. La brecolera y las berenjenas, lo morado. La calabaza, lo amarillo. – sigue diciendo en su libro «Madrid» – (…)»

» ¿Y los gritos y arrebatos de los vendedores? El mercado francés es una congregación de silentes cartujos. Nadie chista. Las vociferaciones del mercado español nos llenan de confusión. Se apela con vehemencia al comprador. Se encarece exaltadamente la bondad de lo que se ofrece; pimientos, tomates o coles. Se defiende a gritos el precio, regateado por el comprador. La gritería llena la calle».

«La Plaza Mayor es austríaca – nos dice a su vez Corpus Barga en «El Sol» , en 1926 ( «Paseos por Madrid«) -. La de Oriente, borbónica. (…) Puerta Cerrada es de Galdós. La Puerta de Atocha es de Blasco Ibánez. La de Isabel ll es de Valle-Inclán. La de Cuatro Caminos, de Pío Baroja. Las Vistillas son de Azorín. Las plazas de las Descalzas y de los Carros son castellanas. La cabecera del Rastro es modernista. (…) Las plazas de Recoletos y el Prado son europeas. Las de los bulevares son provincianas».

«La población se va empobreciendo a medida que se aproxima al Rastro.- nos dice por su parte el gran RAMÓN – (…) Por medio de la calle van más carros que coches y pasan algunos burros ingenuos. Se encuentran más perros en libertad, perros de pieles apolilladas que rebuscan en el suelo, gachos y mohínos como colilleros. Van y vienen mozos de cuerda cargados, con miradas nubladas de bueyes cargados de piedras insoportables- nos sigue diciendo Ramón en «El Rastro«-. Algunos buhoneros de objetos nuevos, de espejos de luna confusa y mareada, de muñecas, de boquillas, de mil otras cosas insignificantes, venden en estas calles próximas, cuatro raras calles que de pronto se reunen en un trecho, medio calle, medio plaza, medio esquinazo, y brota el Rastro en larga vertiente, en desfiladero, con un frontis acerado y violento de luz y cielo, un cielo bajo, acostado,  concentrado, desgarrado, que se abisma en el fondo, allá abajo, como detrás de una empalizada sobre el abismo«.

Vienen y van así las plumas de los escritores sobre Madrid. Es un gozo escuchar sus voces tan distintas, sus prosas pisando las calzadas, subidas a las aceras, asomadas a tantos balcones para descubrir cada una de ellas por vez primera los secretos que encierra la ciudad, paisaje que siempre estará ahí, dejándose mirar por tan variadas pupilas.

(Imágenes:- 1.-mercado en la madrileña Plaza de San Miguel.-dibujante: Francisco Padilla Ortíz.-La Ilustración Española y Americana.-1881.-saber.es/2.- la calle de la caza.-dibujante Francisco Padilla Ortíz.-La Ilustración Española y Americana.-1881.-saber.es -/3.-El mercado de la Plaza de los Mostenses -dibujante Diaque.-grabador Arturo Carretero.-La Ilustración Española y Americana.-1880.-saber. es/ -4.-Plaza Mayor de Madrid.- venta de pavos el 2 de diciembre de 1906.-La Ilustración Española y Americana.-cervantesvirtual/ 5.-El Rastro.-dibujante Domingo Muñoz.-grabador Andrés Ovejero.-La Ilustración Española y Aemricana.-1898.-saber.es)

RESIDENCIA DE ESTUDIANTES (y 2) : LA VISITA NOCTURNA

«Ahora sí, ahora desciendo ya de esta colina y lo hago en la noche. Madrid como polvo de luces. Ahora sí, ahora voy tanteando, del brazo de Juan Ramón –la barba negra, la barba blanca, las sensibilidades enfermizas, las depresiones que al final de su vida rozaron la locura, o como diría Zenobia antes de morir de silencioso cáncer, rozaron el corazón.

Vamos los dos –Juan Ramón y yo– serpenteando el tiempo: la oscuridad nos impide ver si el suelo es de 1913 o de 2010. Marchamos del brazo, ambos invisibles, ambos sin conocernos. La colina de los recuerdos entre asfalto y arbustos. El me habla desde su prosa de hace muchos años, con voz pausada y lenta, recreándose en su propia voz.

¿Ve usted? –me dice– como aquí me acuesto tan temprano, a las seis ya estoy en pie. Cojo en el negro de mis ojos la rica luz intacta, verde, sombrío y cárdeno, y en mi pecho la pureza fría y sensual de la mañana de invierno que se acaba, y, aún con la luna útil –una luna menguante, como mal partida con las manos, ruborizada un poco de aurora–, contesto sonriendo una bella carta de ayer.

¿Ve usted? –vuelve a decirme muy lentamente apoyándose en el humo de mi brazo vacío, descansando su fatiga de ojos hundidos en mi propia fatiga– algunos niños, azules ya las tersas mejillas, con bufandas, boinas, polainas y guantes, la cartera a la espalda, van trotando –eses y ángulos por bancos y árboles– al colegio. Un vendedor de molinillos de papel anda manchando la tranquila vaguedad de plata de la tarde primera con su violento abanico rojo, amarillo, verde y morado.

Bajamos. Parecemos dos sombras huecas, sin espacio. A veces, Juan Ramón desde 1915 me ayuda a soslayar una piedra; a veces yo mismo tiemblo de que Juan Ramón caiga en las profundidades de este 2010. Ha paseado, lenta y virgen, la mirada del poeta por miles de ciudades fundidas en Madrid, por Rosales, por la bruma y el oro del Retiro, por entre las violetas y los mirlos, apoyando el oído en el agua, escuchando la densidad del viento…

¿Ve usted? –me dice al fin, casi al pie de la Castellana, atrás la altura del Hipódromo–, este cerro del viento, está, hoy, Colina de los Chopos –que paran el viento con su nutrido oasis y nos lo entretienen humanamente ya–, ¡cómo acerca el cenit!. Están fijamente confundidas, noche de primer abril, en su meseta, las luces de arriba y las de abajo; las descolgadas, grandes estrellas blancas y encandiladoras y las farolas verdes del agudo gas, las redomas malvas eléctricas y la enorme luna amarilla; como si salieran unidos al campo raso vecino, en plebeya y aristocrática confusión, arrabales del cielo y de la tierra.

Soledad, silencio por todas las aristas, planos y rincones del promontorio. ¡Y qué grato todo –en su variación, en su avance, en su incorporación– en esta subida mía nocturna, después de tantos días! ¡Cuánto presentido verdor nuevo en la misma sombra azul, realización profusa, saludable, sensual, de aquellos dibujados, pintados, cantados, anhelantes sueños por lo yermo con nieve sola, con sol solo, con solísimo huracán corrido!. Cómo, ahora, sobre el entrevisto canalillo, el canto del pájaro frecuente y el croído de la rana amistosa se corresponden, en guirnaldas dulces y frescas, por el laberinto de troncos, hojas y flores! ¡Qué parecido, de pronto, después de su enfrentamiento, el viento de hoy entre los rectos chopos de redonda pierna plata, al viento de entonces por la descampada ilusión!.

Sí –respondo–.

Me da su mano de 1915, le doy mi mano en el siglo XXI. No nos tocamos. Ni nos vemos siquiera. Somos dos sombras invisibles, dos columnas de humo que rozan, al pasar, velozmente la locura del tráfico».

José Julio Perlado: «El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«.- páginas 148-149

(Breve evocación a los cien años de la Residencia de Estudiantes: 1910-2010)

(Imagen: Juan Ramón Jiménez.-foto EFE)

RESIDENCIA DE ESTUDIANTES (1) : COLINA DE LOS CHOPOS

«Hay noticias en Madrid, por la España desconocida, que aparecen de pronto, apartando las telarañas del tiempo y haciendo luz –la puerta entreabierta– en la penumbra de una celda olvidada ante la cual quizá pasamos todos los días. España está llena de enterradas noticias, tiempos de tierra pisándolas, campos de novedad dormidos en el tiempo. Un día, la bocanada de aire en la página de un libro, el soplo de una conversación desempolva esa arena acumulada y nos muestra vivo, el hueso descarnado. He ahí, en las revueltas del Madrid gigantesco, el hueso de la Colina de los Chopos, patio de las adelfas bautizado por un gran poeta muerto.

¿Quién no ha subido la calle del Pinar, en la Castellana, alcanzando los altos del Hipódromo, y no ha entrado en el aire –hoy ahogado de casas– allí donde las fronteras lindaban con Levante en una gran parcela de terreno propiedad del conde de Maudes; al norte, solares de distintos propietarios, y a poniente, quedando cortada la línea de un canalillo para bajar en rápido desmonte, los jardines del entonces Palacio de Industria y descender de nuevo a la Castellana?

Pocos. Acaso muchos. Posiblemente, nuestros abuelos o nuestros padres. Ahora hemos ido nosotros. Como a un cementerio de recuerdos, el patio de las adelfas que Juan Ramón Jiménez plantara allí está, con sus tres grandes adelfas rojas y con su adelfa blanca, desierto, rumoroso de pájaros; esos cuatro anchos marcos de bojes traídos desde El Escorial, esos cuatro arbustos de hojas lanceoladas, coriáceas, persistentes, a veces venenosas: flores grandes de varios colores y fruto en folículo. Flores que crecen a orillas de los ríos y que pueden alcanzar cinco metros de altura. Aquí están. A orillas de ventanas, a la ribera de pisos bajos: en el claustro de arenas y de hojas, silenciosa y retirada meditación para crear versos.

Juan Ramón, García Lorca, Antonio Machado, Claudel, Paul Valéry, Max Jacob, Alfonso Reyes, Valle‑Inclán, Alberti, Pedro Salinas. Estos y muchos nombres más han paseado por aquí. Hoy no queda sino sentarme y escuchar. Es Alberti quien habla: Casi una celda, alegre, clara. Cuatro paredes blancas, desprovistas. A lo más, un dibujillo a línea de Dalí, recién fijado sobre la cama del residente de aquel cuarto. Porque estamos en la Residencia de Estudiantes, sobre los altos del Hipódromo madrileño. ¿Una celda?. Quizá más bien una pequeña jaula suspensa de dos adelfos rosados, abrazada de madreselvas piadoras, vigiladas por largos chopos tembladores, hundido el ancho pie en el Canalillo de Lozoya. Y todo al alcance de la mano: flor, árbol, cielo, agua, la serranía sola, azul, el Guadarrama ya sin nieve.

Todas con el cabello desparcido

lloraban una ninfa delicada…

Pausa. Dislocadora interrupción admirativa, la mil y una del que lee en voz alta las octavas reales del poema. (Y mientras, desde la ventana: dos gorriones estridentes atacándose, ocultos, sacudiendo el olor a enredadera que gatea por el muro; el jardinero espolvoreando de plata, hasta doblarlos, los rosales, y el “manso viento” siempre..)

cuya vida mostraba que había sido

antes de tiempo y casi flor cortada.

Silencio. Nuevo silencio apasionado, casi ahogada la voz de quien recita ahora, fuera los ojos de la página, más verde aún su baja morenez contra el blanco extendido de las almohadas.

Muy pocos años tendría entonces Federico García Lorca. Apenas veinticinco. Y, desde aquella tarde, la égloga del poeta de Toledo, oída al de Granada, se me fija por vez primera, estampada sobre aquel paisaje de Madrid, ya para toda la vida.

Ha terminado de escribir Rafael Alberti su paisaje. A mí no me queda sino levantarme de esta piedra donde estoy sentado y caminar. Que marche mi mirada hacia las lejanías del Guadarrama. Pero Madrid lo impide. Y la puerta que ha abierto la noticia parece entrecerrarse».

(José Julio Perlado .-«El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«.-páginas 156-157)

(Breve evocación a los cien años de la Residencia de Estudiantes: 1910-2010)

(Imagen:.-La Residencia de Estudiantes.-wikipedia)

VIEJO MADRID (20) : CIUDAD A VISTA DE PÁJARO

«Qué magnífico sería abarcar en un solo momento toda la perspectiva de las calles de Madridescribe Galdós desde la torre del periódico, desde la torre de la iglesia más alta de Madrid, la iglesia de Santa Cruz -; ver el que entra, el que sale, el que ronda, el que aguarda, el que acecha; ver el camino de éste, el encuentro, la sorpresa del otro; seguir el simón que es bruscamente alquilado para dar cabida a una amable pareja; verle divagar como quien no va a ninguna parte; verle parar depositando sus tórtolos allí donde un ojo celoso no se oculta entre el gentío; ver el carruaje del ministro, pedestal ambulante de dos escarapelas rojas, dirigirse a la oficina o a Palacio, procurando llegar antes que el coche del nuncio, mirar hacia la Castellana y ver la vanidad arrastrada por elegantes cuadrúpedos, midiendo el reducido paso como si el premio de una regata se prometiera al que da más vueltas; sorprender las maquinaciones amorosas que en aquel laberinto de ruedas se fraguan durante el momentáneo encuentro de dos vehículos; ver al marido y a la mujer arrastrados en dirección contraria, rodando el uno hacia el naciente y el otro hacia el poniente, permitiéndose, si se encuentran, el cambio de un frío saludo; ver la gente pedestre en el paseo de la izquierda contemplando con envidia la suntuosidad del centro; seguir el paso incierto del tahur que se encamina al garito; ver descender la noche sobre la villa y proteger en su casta oscuridad la pesca nocturna que hacen en las calles más céntricas las estucadas ninfas de la calle de Gitanos; oir la serenata que suena junto al balcón y contemplar la rendija de luz que indica la afición musical de la beldad que vela en aquella alcoba; esperar el día y ver la escuálida figura del jugador que, tiritando y soñoliento, entra en el café a confortarse con un trasnochado chocolate; (…) ver de quién es el primer cuarto que recoge el ciego en su mano petrificada; ver salir de una puerta un ataud gallegamente conducido, y saber dónde ha muerto un hombre; ver salir al comadrón y saber dónde ha nacido un hombre; ver…, pero a dónde vamos a parar.

¡Cuántas cosas veríamos de una vez, si el natural aplomo y la gravedad de nuestra humanidad nos permitieran ensartarnos a manera de veleta en el campanario de Santa Cruz que tiene fama de ser el más elevado de esta campanuda villa del oso! ¡Cuántas cómicas o lamentables escenas se desarrollarían bajo nosotros! ¡Qué magnífico punto de vista es una veleta para el que tome la perspectiva de la capital de España!».

(Benito Pérez Galdós en «Revista de la Semana«, octubre 1865)

El ojo de Galdós, que aún no se ha inclinado sobre sus novelas, mira atentamente como periodista la ciudad de Madrid desde la altura de esta torre de 144 pies, atalaya de la Villa según el Diccionario de Madoz, que descuella sobre todas las demás de la población,» aunque por su forma cuadrada, sencilla y sin ornato alguno – y así lo recoge Mesonero -, sea por otro lado un objeto digno de la atención del viajero que se acerca a la capital».

Pero ha habido otro ojo sobre Madrid, metido en la pupila del demonio, el ojo de Vélez de Guevara dos siglos antes que Galdós, escondido en El Diablo Cojuelo, que mira desde la altura a Madrid. Lo mira desde la torre de la iglesia de San Salvador donde se contempla la ciudad a vista de pájaro, levantando con la vista los tejados:

«Vamos, don Cleofás -le dijo El Diablo cojuelo -. que quiero comenzar a pagarte en algo lo que te debo». Salieron los dos por la buharda como si los dispararan de un tiro de artillería, no parando de volar hasta hacer pie en el capitel de la torre de San Salvador, mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su reloj daba la una, hora que tocaba a recoger el mundo poco a poco al descanso del sueño; treguas que dan los cuidados a la vida, siendo común el silencio a las fieras y a los hombres; medida que a todos hace iguales; habiendo una prisa notable a quitarse zapatos y medias, calzones y jubones, basquiñas, verdugados, guardainfantes, polleras, enaguas y guardapiés, para acostarse hombres y mujeres, quedando las humanidades menos mesuradas, y volviéndose a los primeros originales, que comenzaron el mundo horros de todas estas baratijas; y engestándose al camarada, el Cojuelo le dijo:

Don Cleofás, desde esta picota de las nubes, que es el lugar más eminente de Madrid, mal año para Menipo en los diálogos de Luciano, te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española, que en la confusión fue esa otra con ella segunda de este nombre.

Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras. (…)

-Dejémoslos cenar -dijo don Cleofás-, que yo aseguro que no se levanten de la mesa sin haber concertado un juego de cañas para cuando Dios fuere servido, y pasemos adelante; que a estos magnates los más de los días les beso yo las manos y estas caravanas las ando yo las más de las noches, porque he sido dos meses culto vergonzante de la proa de uno de ellos y estoy encurtido de excelencias y señorías, solamente buenas para veneradas.

-Mira allí -prosiguió el Cojuelo– como se está quejando de la orina un letrado, tan ancho de barba y tan espeso, que parece que saca un delfín la cola por las almohadas (…)  Allí, más adelante, está una vieja, grandísima hechicera, haciendo en un almirez una medicina de drogas restringentes para remendar una doncella sobre su palabra, que se ha de desposar mañana. Y allí, en aquel aposentillo estrecho, están dos enfermos en dos camas, y se han purgado juntos, y sobre quién ha hecho más cursos, como si se hubieran de graduar en la facultad, se han levantado a matar a almohadazos. (…) Pero mucho más nos podemos entretener por acá, y más si pones los ojos en aquellos dos ladrones que han entrado por un balcón en casa de aquel extranjero rico, con una llave maestra, porque las ganzúas son a lo antiguo, y han llegado donde está aquel talego de vara y media estofado de patacones de a ocho, a la luz de una linterna que llevan, que, por ser tan grande y no poder arrancarle de una vez, por el riesgo del ruido, determinan abrirle, y henchir las faltriqueras y los calzones, y volver otra noche por lo demás; y comenzando a desatarle, saca el tal extranjero (que estaba dentro de él guardando su dinero, por no fiarle de nadie) la cabeza, diciendo: «Señores ladrones, acá estamos todos», cayendo espantados uno a un lado y otro a otro, como resurrección de aldea, y se vuelven gateando a salir por donde entraron».

(Luis Vélez de Guevara.-«El Diablo cojuelo» año 1651.–Tranco 1 y 2)

Lo miran todo los ojos de los escritores, siempre lo han mirado.

Los ojos de Galdós en 1865 y los de Vélez de Guevara en 1651.

Ojos sobre Madrid atentos, husmeando vidas. Levantan los tejados con la literatura.

(Imágenes:-1.-Madrid a vista de pájaro.-calles alrededor de la Plaza de la Villa.-bing maps/2.-Plano de Texeira.-1656.-señalado con B se encontraba la iglesia del Salvador, donde Vélez de Guevara sitúa parte de la acción de «El Diablo cojuelo», hoy es el número 70 de la  calle Mayor/3.-iglesia de Santa Cruz de Madrid)

VIEJO MADRID (19) : BODAS DEL PRADO Y DE LA CALLE MAYOR

“Entre las casas y este Monasterio –  dice del paseo del Prado Diego Pérez de Mesa, en suLibro de las grandezas”, en 1595 – hay, a la mano izquierda en saliendo del pueblo, una grande y hermosísima alameda, en tres órdenes que hacen dos calles, muy anchas y muy largas, con cuatro fuentes hermosísimas y de lindísima agua a trechos puestas, por la una calle y por la otra muchos rosales entretejidos a los pies de los árboles por toda la carrera. A la mano derecha del mismo monasterio saliendo de las casas, hay otra alameda también muy apacible, con dos órdenes de árboles que hacen una calle muy larga hasta salir al camino que llaman de Atocha. (…) Llaman a estas alamedas el Prado de San Jerónimo donde en invierno al sol, y en verano a gozar de la frescura, es cosa muy de ver y de mucha recreación, la multitud de gente que sale, de bizarrísimas damas, de bien dispuestos caballeros y muchas señoras y señores principales en coches y en carrozas”.

Lo había dicho también Pedro de Medina enGrandezas y cosas memorables de España”, en 1543.

Pero mientras camino por este Paseo del Prado nadie podría imaginar que – por artes del teatro – tuvo lugar una boda entre calles y paseos madrileños, la que evocó en su entremés cantado Luis Quiñones de Benavente en «El casamiento de la calle Mayor con el Prado Viejo«.

“Casó la calle Mayor

con el señor Prado Viejo

trocando la vecindad

en amable parentesco.

Convidadas a la boda

todas las calles vinieron,

que a la Mayor se le debe

la obediencia y el respeto.

De gala vienen vestidas

sin ponerse nada ajeno,

que cada calle sacó

de sí misma el lucimiento”.


Asistieron a esta boda muchas calles madrileñas y varios sitios castizos de la Villa: la calle de la Comadre, la calle de Postas, la Puerta del Sol, el Juego de la Pelota, las Tabernillas, el ManzanaresAparecía Salinasque representaba al paseo del Pradocon un justillo verde, un álamo en la muleta y una fuente en la cabeza, y Jerónima que era la calle Mayor – con tocados de cintas en el vestido.

El Prado Viejo era el paseo que se extendía desde la actual plaza de Cibeles hasta la actual glorieta de Atocha. Se le llamaba también Prado de San Jerónimo, por el monasterio de frailes jerónimos que se levantaba en un vecino altozano y se le decía igualmente Prado Viejo para distinguirlo de los otros dos Prados: el de Recoletos y el Prado Alto.

» El Pradoasí lo han recordado varios comentaristas – simbolizaba lo verde, con sus fuentes, su arroyo marginal y sus frondosos álamos. Por su parte, la calle Mayor representaba lo seco, con todo su montaje industrial y comercial. En el fondo de esta pieza teatral – considerada como obra maestra dentro de los entremeses madrileños – latía el transcendental problema español de la lucha entre la sequía y el agua. Desgraciadamente la boda de las dos calles fracasa, y el Prado querrá conservarse en su jaula verde, aunque coartado por las zonas secas”.

Vuelvo paseando por este Prado, hoy silencioso, pero en cuyas avenidas reinaron hace siglos intrigas amorosas y amables cortesías, se cruzaron  variedad de trajes, hubo rumor de coches de caballos, polvo, figuras escondidas, voces vendiendo agua. Vuelven también conmigo en la memoria los versos de Lope:

“Campos de Madrid dichosos,

si sois de sus pies pisados;

fuentes, que por ver la huerta

del Duque subís tan alto

el cristal de vuestros ojos,

que asomáis los blancos rayos

por las verdes celosías,

muros de sus verdes cuadros;

hermosa alfombra de flores,

donde tejiendo y pintando

está la naturaleza

mas ha de cinco mil años;

arroyuelos cristalinos,

ruido sonoro y manso,

que parece que corréis

tonos de Juan Blas cantando,

porque ya corriendo aprisa,

y ya en las guijas despacio,

parece que entráis, con fugas,

y que sois tiples y bajos;

recordad a mi niña,

no duerma tanto”.

(Imágenes:- 1.-paseo del Prado.-julio 2010.-foto JJP/ 2.-calle Mayor.-wikipedia/ 3.-calle Mayor.-wikipedia/ 4.-Palacio Real de Madrid.-syscrapercit com)

VIEJO MADRID (18 ) : LAVADEROS DEL MANZANARES

En mis paseos por el tiempo sobre este Madrid de la Historia contemplo en la distancia el perfil borroso del Palacio Real y me parece ver en el cielo el célebre Plano de Texeira, de 1656, sobre cuya superficie me va conduciendo María Isabel Gea con sus palabras: «Los lavaderos – informa la periodista, especialista en Madrid -constituían una sucesión de casitas o chozas de caña situadas junto al puente de Segovia que protegían a las lavanderas de los rayos del sol en verano. Éstas cavaban en la arena unos hoyos – los lavaderos – donde retenían el agua del río. La ropa se tendía en largas filas paralelas de pértigas».

Ya en el siglo XX, Juan Martínez Gómez (Juanito), que fue primero limpiabotas en el Ateneo y luego pasó a bedel, publicando  sus» Estampas de aquel Madrid querido» en 1977, recordaba que, en los primeros años del siglo XX,  en las casas de Madrid, se carecía de agua corriente. «El vecindario – evoca el autor – se suministraba del líquido elemento en las fuentes públicas. De esta labor se encargaba en gran parte los aguadores, hombres fornidos y casi todos gallegos. En las casas había una gran tinaja de barro adonde el aguador iba vaciando una cuba de madera que llevaba al hombro, encima de un cuero que le preservaba de la humedad. Al precio de cinco céntimos la cuba,  llenaba aquel depósito. Nació alrededor de todo esto la lavandera, que recogía la ropa sucia a domicilio y se la llevaba a lavar al río Manzanares, devolviéndola limpia y seca al sol».

«En la calle de la Solanacontinúa «Juanito« – vivía un matrimonio: ella era lavandera y su marido aguador. Antón, que era el nombre del aguador iba y venía cargado con una cuba y subiendo y bajando con ella a cuestas las escaleras. Pía, su mujer, era de la procincia de Burgos. Lavaba la ropa en el río. Desde muy temprano salía de su casa con su enorme saca de ropa que llevaba a la cabeza. Las lavanderas en el río tenían unas bancas de madera en las que se metían de rodillas, bancas colocadas a la orilla del Manzanares. Muchas veces la crecida del río inundaba las márgenes y a las bancas se las llevaba la corriente. Las lavanderas se colocaban en la cabeza un pañuelito que sujetaban con una horquilla para defenderse del sol. Se cantaban canciones unas  a otras mientras lavaban:

«A la orilla del río

sonaba el agua:

eran las lavanderas

repuñeteras

cuando lavaban».

Lope de Vega canta a su vez en «La moza del cántaro«:

«Tomé el jabón con tanto desvarío

para lavar de un bárbaro despojos,

que hasta los paños me llevaba el río,

mayor con la creciente de mis ojos.

Cantaban otras con alegre brío,

y yo, Leonor, lloraba mis enojos:

lavaba con lo mesmo que lloraba,

y el aire de suspiros lo enjuagaba».

Y Alonso Castillo Solórzano en «Jornadas alegres«, en 1626, dice también:

«Marginado Manzanares,

parece plana de niño,

con manchas de lavanderas

y borrones de coritos».

Vuelvo así, entre versos y recuerdos, caminando despacio y bordeando las lindes históricas del Palacio Real, hoy Palacio cercado por carreteras y edificios. Suenan mientras tanto las aguas en las modernas lavadoras. El tiempo va dando vueltas y vueltas, va envuelto en múltiples jabones, gira y gira tras el cristal.

(Imágenes:-1.-lavaderos del Manzanares/2.-Las ninfas del Manzanares.-30 de diciembre de 1897.-dibujo de Cecilio Pla en «La Ilustración Española y Americana».-cervantesvirtual/ 3.-Madrid desde el Manzanares.-Eduardo Vicente.-ciudad de la pintura)

VIEJO MADRID (15) : EL TIEMPO RECOBRADO

«La burguesía, escasa de medios para costear lujos – cuenta Natalio Rivas en su Anecdotario histórico sobre el siglo XlX español – trasnochaba en los cafés hasta las tres de la mañana, hora en que se clausuraban, excepto el de Fornos, que no cerró nunca, no sólo por ser ésa su tradición sino porque el dueño, al fundarlo, no lo dotó de puertas.

Los rojos divanes del Casino de Madrid sirvieron de lecho más de una vez a periodistas bohemios, de aquella bohemia romántica que creía desempeñar mejor su papel despreciando los intereses materiales y se sentía feliz con poder gastar una o dos pesetas diarias. Yo sé de alguien que se vio necesitado de refugiarse más de una noche en aquel acogedor asilo, y que terminó su vida ocupando, con sobrados méritos, un lugar en los Consejos de la Corona.

Se vivía de noche. En invierno, a las diez de la mañana no discurrían por las calles de la corte mas que los obreros marchando al trabajo, los barrenderos que cuidaban de la limpieza urbana y los burreros que repartían la leche de burra, base obligada de la terapéutica de los catarros. Las oficinas, lo mismo las oficiales que las privadas, funcionaban por la tarde, y los ministros recibían en audiencia después de la medianoche. Yo he concurrido, en mis primeras andanzas políticas, citado por el ministro de la Gobernación, a las dos de la madrugada. Solamente los hombres entregados al estudio y algunos primates de la política eran constantes madrugadores. De Moret, cuya vida observé tan de cerca, puedo asegurar que a las seis de la mañana estaba en su despacho trabajando».

Es el tiempo. El tiempo cambiante de ciudades y costumbres, a la vez el proustiano tiempo recobrado. Las iluminaciones nocturnas de las esferas del tiempo, las grandes sonerías de horas y cuartos resonando al paso de los viandantes, los relojes que vigilan desde lo alto de las torres cómo van marchando las horas con sus ruedas de bronce, con sus piñones de acero, cómo avanzan en su repetición los andares de quienes cruzan, cómo palpita la ciudad. Son los guardianes del tiempo, mecanismos que marcan la duración del día y de la noche, capaces de crear y entretener movimientos y, simultáneamente, de irnos recordando las oscilaciones de la vida, esta vida que va y viene en el plano horizontal de las avenidas, cruza las aceras con sus mecanismos habituales, la historia hablada de nuestras conversaciones en las esquinas, la historia gestual de nuestros ademanes explicando la vida, esta vida evocada del viejo Madrid.

(Imágenes:-1.-El Congreso de los Diputados en 1853.- Ch Clifford.-Biblioteca Nacional/2.-café de Fornos/3.-relojes.-Bruno Braquehais.-1873.-Bibloteca Nacional Francesa)

VIEJO MADRID (13) : EN UN 23 DE ABRIL

«Tienen los libros sus enfermedades, su vejez y su muerte; hállase libro que en un tiempo anda y corre como sano, y en otro ya, como enfermo, ni anda ni corre; y hay libros que, aunque siempre buenos, ya por viejos, no sólo no corren, pero ni anduvieran, si no se arrimaran a un báculo, a una caña o pluma de algún moderno escritor que, escudereándolos, traiga y haga andar su doctrina y sentencias. Y el que hace este servicio a la antigüedad, hace a nuestra edad beneficio, si no digno de encarecimiento, a lo menos digno de que no se atribuya a vanidad del que escribe».

(Esto va contando en torno al libro Fray Dionisio Jubero en 1610, editadas estas palabras en Viuda de Artús Taberniel, en Salamanca)

Las escribió seis años antes de la muerte de Cervantes. Y las voy leyendo mientras recorro en este 23 de abril -el día en que enterraron a Cervantes en el Convento de las Monjas Trinitarias – las calles de este silencioso barrio madrileño, llamado entonces de las Musas y hoy de las Letras.  Barrio vivo de voces, estampa de tantos comediantes, escritores y artistas, desdenes y amores, enemistades y amistades,  misticismo y mundanidad mezclados, abigarrada  fauna de estafadores y mendigos, lujo y pobreza, inmortales obras del Siglo de Oro.

(Imágenes:- 1.-Convento de monjas Trinitarias.-Madrid.-foto JJP/ 2.-mapa del barrio de las Letras sobre el plano de Texeira, 1656.-wikipedia)

VIEJO MADRID (12) : CALLE DEL ARENAL

Cuando me detengo ante los libros callejeros en esta madrileña calle del Arenal viene desde el desmonte del tiempo el erial arenoso que por aquí se hallaba, al llegar al barranco de la Zarza – como cuenta Répide -, donde se formó luego la calle de este nombre, ya junto a la Puerta del Sol.:»Terraplenada la calle –dice el cronista – con tierra de los desmontes de los lugares donde se hicieron la calle de Jacometrezo y otras cercanas, todavía por la parte de los Caños, donde ahora es la plazuela de Isabel ll, quedó un desnivel tan enorme que venía a estar a la altura de la parte honda de la calle de la Escalinata«.

Por este arenal de siglos, antiguo barrio donde vivían los cristianos en tiempo de dominación árabe, he venido despacio, desde Escalinata, hasta este rincón de páginas al aire libre, a pasar hojas de autores que duermen a resguardo de inclemencias bajo este curioso tejadillo.

Pero cuando paso las hojas de la Historia me llega también desde otra vecina calle paralela la algarabía y vítores entre estandartes mientras entra en Madrid con toda pompa Carlos lll. Es una distracción de Historia, hojas que pasan, calles que van hablando. Todas las ciudades tienen esto, recibimientos y desplantes, desgracias y aplausos, soledad y gentío. Ahora es el ornato de balcones engalanados que pintara Lorenzo Quirós cuando el 13 de julio de 1760 entra el monarca entre festejos y panegíricos desde la Plazuela de las Descalzas, Plazuela de la Villa y Plaza Mayor hasta la explanada frente al Palacio del Buen Retiro.

Fueron dos semanas de festejos, quince días evocados con el ceremonial de rigor, dos millones doscientos mil reales gastados para celebrar la entrada. La ciudad recibía a quien luego sería llamado el mejor alcalde de Madrid. Templetes, hornacinas, tapices, cada calle quiso tener su arco. En el arco de Carretas se pusieron columnas, medallones con relieves, banderas plegadas. El día 15 se lidiaron y picaron a vara larga doce toros en la Plaza Mayor; cuatro caballeros, vestidos de librea en colores verde, azul, pajizo y rojo, seguidos cada uno de cien lacayos, rejonearon dieciocho toros más. Pero esto son estampas del XVlll, apenas una distracción, páginas pasadas, luminosas hojas volanderas. Yo no estoy esta mañana en aquel siglo ni tampoco en la vecina calle Mayor sino en la del Arenal y en el XXl, y mientras sigo avanzando músicas y personajes me llaman ahora desde la esquina con otros ritmos.

Me quedo escuchando a estos músicos ambulantes, a estas orquestas espontáneas, estas improvisadas melodías, acompañamiento vocacional, enamorado, -y  también pedigüeño – de nuestro tiempo.

(Imágenes:- 1.-librería de viejo en la calle del Arenal.-1o de abril de 2010.-foto JJP/ 2.-Lorenzo Quirós.-Ornatos de la calle Platerías (calle Mayor) con motivo de la entrada de Carlos lll en Madrid.-Museo de la Historia/3.-músicos en la calle del Arenal.-10 de abril de 2010.-foto JJP)

EDITORIALES EN EL SUELO

Como cada vez hay más gente que lee menos periódicos, aparecen en Madrid de vez en cuando editoriales escritos en el suelo. Páginas de piedra ante las que el ojo queda fijo y que los dedos no pueden hojear.

En la madrileña calle de Las Huertas, mientras los pasos lectores avanzan silenciosos por el Barrio de las Letras, Quevedo les recuerda en su primera página de hoy:

«Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes, ya desmoronados,

de la carrera de la edad cansados,

por quien caduca ya su valentía»

(…)

El asfalto, inconmovible, entrega su sabia lección de piedra.

(Imagen.-calle de las Huertas, 13 marzo 2010.-foto JJP)

VIEJO MADRID (11) : LA FONDA DE LA AMISTAD

casa donde vivió Gautier.-Caballero de Gracia detras´de la Gran Vía.-2

«Después de bastante búsqueda – escribe el francés Teófilo Gautier – por fin encontré una mesa redonda en la calle del Caballero de Gracia, donde uno podía tomar una comida muy agradable por el razonable precio de 20 reales por día. El dueño era un francés grueso, con un vivo y alegre semblante y cuya buena disposición mantuvo favorablemente el humor en la casa». Estamos en 1840, como dice la placa de este portal numero 21, a espaldas de la Gran Vía. El tiempo de Madrid ha saltado de pronto desde el XlX al XXl  y leo que «en torno a este lugar» se hospedó Gautier, en la llamada Fonda de la Amistad. Calle de muchas y buenas fondas, como cuenta Mesonero Romanos en su «Manual de Madrid«. Sobre todo, «la Gran Cruz de Malta«, a la que cita. Y Répide, en sus «Calles de Madrid«, alude a ésta de la Cruz de Malta, «de lujo» – dice- y a otra más modesta, la «Hostería del Caballo Blanco«.  Cerca de aquí estaba –recuerda Répide – el primer circo que hubo en Madrid, el Circo Olímpico, de M. Avrillon, que se trasladó desde el barracón que aquí ocupaba a un local junto a la Casa de las Siete Chimeneas. Pero quien describe algo del interior de esa «Fonda de la Amistad» es Philip Henry Stanhope–  tal como recoge Peter Besas en su «Historia de las Fondas madrileñas» (La Librería) : » tenemos la suerte – dice el forastero – de estar donde estamos, de contar con una planta grande y aireada donde además de disfrutar de un amplio cuarto de estar sin chimenea, hay también un cómodo salón con una buena chimenea francesa».

Al parecer, Teófilo Gautier se hospedó aquí desde el 22 de mayo al 26 de junio de 1840, y pocos meses despuésdel 3 de octubre al 11 de febrero de 1841 -estaría de huesped el citado Stanhope. Cinco años antes Gautier había conocido a Balzac Gautier contaría luego en un interesante estudio la gran amistad que a los dos les unió. «No puedo ni leer ni escribir» le envió Balzac  a Gautier una sola línea en 1850, pocos días antes de su muerte.

Hago la fotografía de este portal y me llevo conmigo los recuerdos.

(Imágenes: 1.-Lugar donde, al parecer, estaba situada «La Fonda de la Amistad».-foto JJP/.-Teófilo Gautier.-librarything.es)