JAPÓN SIN TELEDIARIOS

Cuando en Japón aún no había telediarios la ola gigantesca de Hokusai saltaba y envolvía la pintura de siglos haciendo famoso el bramido del océano.

Era la gran ola de Kanagawa cuya espuma salpicaba de infinitas espumas muchas pantallas invisibles.

Eran los tiempos del dios del viento buscando en el aire al dios del trueno para irritar ambos la piel del mar.

Bajaban las vidas por el azul y el blanco curvado de las pinturas, sobrecogidas todas por el ímpetu.

Asomaba sus fauces la naturaleza y abría su boca sobre las islas.

Huían las gentes despavoridas, desperdigadas ante los acontecimientos.

Eran los tiempos en que en Japón aún no había telediarios y las gentes miraban al cielo creyendo que era el mar.

(Imágenes:-1.- la gran ola.-Hokusai.- Museo metropolitano de Arte de Nueva York/ 2.-  Kaigo no. Fuji.-1834/3.-Ogata Korin.- el dios del viento.-Museo Nacional de Tokio/ 4,- Hokusai.- Sôshu Choshi.- 1832.1834/5.- Ogata Korin.-1658- 1716.-Museo de Arte Moderno de Nueva York/6.-Ban-dainagon-ekotoba.-la muchedumbre espantada por el incendio del palacio inmperial.-Tokiwa Mitsunaga -siglo Xll.-Tokio.-colección Sakai Tadahiro)

OBSESIÓN POR LAS AUDIENCIAS

 

Tomado de la televisión italiana – pero pudiendo pertenecer a cualquier otra televisión -, he aquí el interminable  ¿»telediario»? de las audiencias, la obsesión por haber captado espectadores, la retahila de índices y de números recitados por la presentadora  sustituyendo al verdadero periodismo, ese periodismo que, por calidad, no necesitaría nunca autopromocionarse…

ANTE EL TELEVISOR

television.-wwwTT.-por Arnold Mesches.-1971.-Robert Berman Galery.-artnet

«Entonces, prácticamente a la misma hora en que usted detenía un momento su tiempo, otro tiempo luminoso aparecía palpitante en el gran reloj exacto de la Redacción de Televisión, y las mesas y las pantallas, las teclas y las conexiones de ordenadores y televisores punteaban aquel tiempo en segundos de imágenes y una presentadora rubia recitaba ahora ensayando arriba y abajo pasillo adelante con las eses silbantes de los textos que le iban entregando ya acabados, modulando bien el acento para catástrofes y reuniones políticas, trayendo y llevando con sus dientes, su lengua y su saliva, en la caja de sus mandíbulas, las muertes y las vidas filmadas durante el día y a punto de servírselas a usted como cena mientras ella seguía con su jersey azul y sus negros pantalones vaqueros pasillo adelante, aún no había bajado a peluquería ni a maquillaje ni tampoco había elegido todavía su traje de chaqueta color malva, y leía y leía ahora y recitaba y memorizaba cuanto podía aquellas cumbres de noticias económicas, el énfasis que debía de poner al anunciar tragedias, la bajada de párpados y sobre todo de tonos y de timbres al condolerse en dramas personales, las pausas cuidadosas al descender por las escalinatas de las Bolsas, la sonrisa sugestiva y radiante al celebrar victorias deportivas, el tiempo, el tiempo siempre, el tic-tac, el tic-tac luminoso del segundero implacable en los informativos de Televisión que iba segando, afilando, afinando, dejando transparentes y delgadísimas láminas de vídeos, voces en off, conexiones, crónicas, reportajes, gestos simbólicos, muecas instantáneas captadas en primer plano del tiempo, tic-tac, el tic-tac luminoso, el paso arriba y abajo de la presentadora rubia, Aquí le cortaremos al ministro, Tienes siete segundos más para este gol, esa imagen desaparecerá instantáneamente, mientras usted va despegándose poco a poco del tiempo y la peluquera y la maquilladora sientan ahora ante el espejo a esta presentadora rubia de eses silbantes que extiende ya la mano para el último cuidado de uñas, que cierra los párpados con la cabeza relajada hacia atrás bajo los focos para que pase la sombra de ojos sobre el tiempo de su cara y de su cutis, tic-tac, el tic-tac escondido de su pulso mientras se deja maquillar, peinar, suavizar la imagen, y se viste luego su traje malva de chaqueta cruzada con grandes solapas y se sienta ya recta e imperturbable en la silla, ante la mesa, ante las cámaras, con su eterna sonrisa…Cinco, cuatro, tres, dos, uno,cero, ¡YA!».

José Julio Perlado: del libro «Vida contemporánea» (relato inédito)

(Imagen:- Arnold Mesches.-1971.-Robert Berman Gallery.-artnet)

BABEL A LAS NUEVE DE LA NOCHE


Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche, cuando la sintonía del telediario me trae las primeras imágenes y escucho estas declaraciones de Rosa María Calaf, veterana corresponsal de Televisión Española en Asia: «En estas tres décadas se ha producido un deterioro del periodismo, sobre todo en televisión, ya que prima el impacto sobre lo que importa. Lo que más interesa ahora es la espectacularidad, que sirve para vender tragedias. Además, ha tenido lugar una auténtica revolución tecnológica, que ha propiciado cosas muy buenas, pero también que predomine la velocidad sobre los contenidos, aunque no se cuente nada. El principal riesgo de todo este proceso es que se construyen valores erróneos y, en el telediario, no se distingue entre los niños desnutridos de África y el contrato millonario de un futbolista. Como consecuencia, la gente se acostumbra a consumir sin pensar, lo que es muy grave porque se crea una sociedad descerebrada. Estamos creando una sociedad de consumidores, no de ciudadanos».

Sentado en Mi Siglo pienso en esa verdad sobre el periodismo actual: la primacía de la velocidad sobre los contenidos, algo que está transmitiendo no sólo la televisión sino cuantos instrumentos tecnológicos avanzan a velocidades múltiples, por ejemplo Internet, este milagro de la comunicación instantánea ante el que hay que preguntarse qué se comunica tan instantaneamente y qué contenidos y valores se transmiten cabalgando siempre sobre los lomos de la celeridad.

Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche y recuerdo que escribí no hace mucho que nuestra pupila ve los telediarios y no los mira, los mira y no los comprende. A la pupila le falta muchas veces la comprensión, ese ponerse en lugar del otro, no recibir tan sólo sino aprehender imágenes y sonidos que nos desvelan lo que ese otro lleva dentro. A ese otro, en directo y mientras cenamos, le están acribillando con los ojos vendados ante un pelotón de fusilamiento. Hace años escribí en un libro: Ese hombre, como todos los hombres, va a morir; va a morir por primera y última vez. No me acostumbro a ello. Me lo repito continuamente. Aunque fuera en diferido, los disparos siempre son definitivos porque esa vida es única e irrepetible y el cuerpo de la venda cae doblado sin poderse sustituir. El asombro, sin embargo, nos tienta en la pantalla con el siguiente anuncio de líneas aerodinámicas de un automóvil. Nos tienen necesariamente que tentar con la sorpresa porque la publicidad sabe que nos estábamos quedando adormecidos con tanta muerte. Se nos sacude entonces con los objetos deslumbrantes ya que al parecer los sujetos repetitivos y sangrantes – quizá sólo por ser repetitivos – nos provocan sopor. Entonces pasa y vuelve a pasar el objeto iluminado y musical desde todos los ángulos insólitos y se deja ver, mirar, admirar cuantas veces sea necesario hasta que lo consumamos en vida antes de que la muerte llegue. Cuando la muerte llega de nuevo – ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente – no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue. («Necesidad del asombro» en «El artículo literario y periodístico» (Eiunsa).

Después me levanto de Mi Siglo porque ha acabado ya Babel a las nueve de la noche, la apago y me voy a dormir.