“El amarillo — decía Kandinsky — es el color típicamente terrestre. No se debe pretender que el amarillo dé una impresión de profundidad. Enfriado por el azul, toma un tono enfermizo. Comparado con los estados del alma, podría ser la representación coloreada de la locura, no de la melancolía ni de la hipocondria, sino de un exceso de rabia, de delirio, de locura furiosa (… ) O podría ser comparado también con la pródiga expansión de las últimas fuerzas del verano, cuando comienzan a caer las hojas en otoño, y el azul sedante sólo puede encontrarse en el cielo. En la tierra queda únicamente una anárquica reverberación de colores sin profundidad.
Recordemos el primer movimiento del amarillo, su tendencia a ir “hacia” quien mira; esta tendencia, si se fuerza la intensidad del amarillo, puede hasta resultar inoportuna. Considerado directamente, el amarillo tiene un efecto perturbador, pica, excita e importuna con una especie de insolencia insoportable. Esta propiedad del amarillo que tiende siempre hacia los tonos más claros puede alcanzar una intensidad insostenible para el ojo y para el alma. En este grado de potencia, resuena como una trompeta aguda, tocada cada vez con mayor fuerza, o como una fanfarria estrepitosa.”
(Imágenes— 1- Kandinsky/ 2- Van Gogh/ 3- Max Ernst- 1964)