SÁBATO

«Yo no llegué a la literatura por motivos estrictamente literarios, todo me fue torcido, complicado, contradictorio, llegué a la literatura para no explotar, para no morir; mi experiencia literaria fue algo como la necesidad de expresar todo este caos en el que estaba inmerso y dar desfogue no sólo a mis ideas, sino a mis obsesiones más profundas y más inexplicables. La ventaja de la literatura sobre la filosofía es que mientras la filosofía obra con conceptos puros y razones puras, la literatura obra con la totalidad del espíritu humano, es decir, con conceptos, pero también con intuiciones, con razones, pero también con sinrazones, con los elementos diurnos de la existencia, pero también con los elementos nocturnos del existir, con lo delirios, con los sueños, con las obsesiones arcaicas…todo…todo, por ello yo creo que existe una actividad del espíritu en esta época de crisis total del hombre que puede dar expresión global de la propia crisis, no es la filosofía ni ninguna otra actividad, y menos que nunca la ciencia, sino más bien la literatura de invención.

(…)

Kafka no habla de huelgas, de ferroviarios, en su obra «El proceso«… sin embargo creo que permanecerá como uno de los testimonios más fuertes de la gran crisis occidental».

(Conversación de Sábato con Walter Mauro y Elena Clementelli: «Los escritores frente al poder«)

(El día en que fallece Ernesto Sábato)

(Imagen:  Sábato.-foto Daniel Mordzinski)

JIRONES DE ESCRITURA

Cuenta Claudio Magris en «Alfabetos» (Anagrama) que su formación de lecturas no sólo comenzó en Salgari y Kipling, pasó luego por Lucrecio, Leopardi, Dante y Kant, se extendió después a Tolstoi, Guimaraes Rosa, Faulkner, Sábato, Melville, Kafka, Canetti, Svevo, Dickens, Goldoni, Cervantes, Sterne, Gadda y  tantos otros, sino también bebió en «fragmentos, inscripciones fúnebres o pintadas de taberna, jirones de escritura que, como decía Kafka, me han golpeado de un puñetazo». Y Magris añade: «otro gran hallazgo ha sido la autobiografía de Alce Negro, el indio sioux. Es una autobiografía escrita por alguien que vive realmente arraigado en la totalidad de la vida, que mira la vida desde lo alto de una colina, que piensa – y dice – que vivir es amar todas las cosas verdaderas. Pero en este libro el narrador habla también de un personaje, Caballo Loco, el famoso indio asesinado por los soldados americanos después de haberse rendido, que se pasea durante la noche en el campamento indio y se comprende que es un hombre inquieto, un hombre fuera de su sitio, ajeno al sentido armonioso de la vida de Alce Negro. No sé si Alce Negro, aunque lo retrata admirablemente, era capaz de entender a Caballo Loco o si Caballo Loco podía comprender fácilmente a Alce Negro. Creo que quizá fuera más probable que Caballo Loco, el Hamlet caído por error entre los pieles rojas, como Saúl en el Antiguo Testamento, podía comprender a Alce Negro, su hermano de tribu y su auto-creador más que al revés. Pero no lo sé con certeza».

Lo que sí se sabe con certeza es el caudal tan enriquecedor y diverso de lecturas que recoge la formación de Magris. Jirones de páginas y jirones de escrituras múltiples -algunas trazadas sobre paredes y otras divisando colinas y campos -, ambición y obsesión de lecturas que recuerdan aquella célebre expresión del Quijote en su Primera Parte: «Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles a un sedero: y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desde mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía…»

Y así Magris se detuvo a leer a a Alce Negro y a seguir la historia de Caballo Loco.

(Imágenes:-1.-sobre Jane Austen.-foto Eamon McCabe/ 2.-Caballo Loco.-elabrevadero.com)