SOBRE LA ALEGRÍA

«Si queremos contemplar algo más valioso que este mundo frío, inanimado, herencia de la pobre multitud sin amor y siempre inquieta. ¡Ah! Es preciso que de la propia alma irradie una luz, un  esplendor, una brillante nube luminosa que envuelva a toda la tierra. Y de la propia alma nacida de ella es preciso que nos llegue una voz dulce y soberana, ¡vida y elemento de todos los sones armoniosos! ¡Oh, tú! ¡De corazón puro! ¡No tienes que preguntarme lo que puede ser esta fuerte música en el alma, ni lo que son, dónde existen esta claridad, esta gloria, esta bruma luminosa, ese poder en sí mismo tan bello y generador! ¡La Alegría, virtuosa Señora! La Alegría que jamás fue dada sino a los puros y en la hora más pura. Vida y emanación de la vida, a la vez nube y lluvia. ¡Señora! ¡La Alegría! La Alegría es la dulce voz; la Alegría es la nube luminosa: ¡nos alegramos en nosotros mismos! De allí provienen todos los encantos del  oir y del ver; todas las melodías son los ecos de esa voz, todos los colores emanan de esa luz».

Coleridge

(Imágenes .- Thomasz Kaluzny.-belhance.net)

VIEJO MADRID (24) : JARDINES ROMÁNTICOS

Me he sentado en este banco, invisible, abstraído de la polución y de los ruidos: pasan los automóviles detrás de estos jardines, fachadas, portales, ojos de semáforos, se oyen gritos cruzados a lo lejos de los repartidores de civilización, proveedores de básicos utensilios y de inservibles complementos, la infancia camina de la mano rumbo a su escuela, se escuchan pasos precipitados hacia el trabajo, pero aquí, en el silencio de los jardines, apenas hay rumor mientras paso las hojas del libro, «El arte de los jardines modernos«, de Horace Walpole. que, como siempre, me habla entre líneas, y me va explicando » que el roble  venerable, el haya romántica, el provechoso olmo, incluso el perímetro pretencioso del tilo, el contorno regular del castaño, y el casi moldeado naranjo, tuvieron su historia y se vieron rectificados por esos fantasiosos admiradores de la simetría».


Me está hablando así el autor de “El castillo de Otranto”, siempre en voz baja, sentado en este banco solitario, y cuando  él deja de hablar – cuando dejan de pasarse las hojas – el Madrid tumultuoso baja en estrépito de las nubes y ensordece los tejados. En cambio, cuando el libro habla de nuevo conmigo, son las palabras las que conversan entre Plinio y Milton y la ciudad enmudece al escucharnos, los silencios van y vienen por calles desiertas, automóviles quedan detenidos, diálogos diluidos. Es una ciudad enmudecida y límpida cuando el libro se cierra y es un jardín enmudecido y límpido  cuando la ciudad reabre sus ruidos.

Todo esto sucede a media mañana. Es el misterio de la palabra, el conversar de las urbes y los jardines. Y sobre todo, el silencio.

(Imágenes: jardín del Museo del Romanticismo de Madrid, calle de San Mateo.–enero 2011.- fotos JJP)