EL PRIMER TÀPIES

“Una noche sufrí una de aquellas crisis — le confesaba Tàpies a Lluís Permanyer recordando las primeras etapas de su vida—: la sensación era la misma que si me mantuvieran la cabeza bajo el agua, y unas extrañas alucinaciones me provocaron la visión de mi cuerpo entero por dentro, pero como si se incluyera también todo el universo. De aquella época tengo los recuerdos más tristes, y fueron los de mayor confusión mental de toda mi vida. Me pasaba las noches en vela.

Tenía diez años cuando un nuevo profesor que nos pusieron en la escuela me gritó en clase que no sabía expresarme y que hablaba tan mal como un albañil. Seguramente era cierto; yo estaba acostumbrado a hacerlo en catalán y no en castellano, como él nos exigió. Siempre he creído que no tengo facilidad alguna de palabra, quizás a causa del bilingüismo o motivado por aquella reprimenda que ciertamente me acomplejó muchísimo. Hasta que comencé a pintar no logré liberarme un poco de ello, y comprobé además que podía así expresarme sin necesidad de hablar.

Convencí a mis padres para que pudiera transformar a mi manera mi dormitorio. A menudo me veía reflejado en aquel armario de luna del cuarto: un joven pálido, ojeroso, sentado en la cama. La mirada parecía honda, y el conjunto era interesante y extrañamente intenso. Además se estaba quieto y era el modelo más barato. No es de extrañar que yo cogiera un lápiz o una pluma y lo copiara. Exageraba a conciencia los rasgos de la cara, sobre todo los ojos, siendo una motivación parecida a la intencionalidad del romántico, en un deseo de incorporar la magia interna del personaje.

Muchos años después, evocando ya 1952, recordaba Tàpies aquel tiempo pasado:” llegué a la conclusión — decía— de que tanto los colores como las formas tenían muchas limitaciones. Llegué a la conclusión de que la mancha azul acabaría por representar el cielo, y una roja, la sangre: la asociación de ideas es inevitable. Trabajé con una intensidad realmente agotadora. Empecé por hacer un arañazo en la tela, luego otro, y otro…, hasta mil. Tales arañazos quedaron como heridas, como cicatrices que testimoniaban mi esfuerzo, la efervescencia de mi obsesión por concretar alguna forma en el cuadro. La obra daba un resultado inquietante a causa de la lucha material que allí se reflejaba. Tenía el aspecto de una pared desconchada o de un viejo pergamino. Descubrí entonces que, cuando en lugar de un solo arañazo se realizan mil, se produce un cambio cualitativo: la obra da sensación de serenidad.

(…) Me negué a trabajar con los colores. Me refugié en el blanco y el negro. Después acabé por descartar incluso esos y trabajé sólo con grises. La tela se había convertido en monocroma. Yo no he sido un pintor abstracto: cada una de mis obras representa siempre algo. Yo no podría realizar un cuadro sin que en él hubiera una imagen, una idea.”

( Imágenes— 1- fundación Tapies/ 2- colección particular/ 3- wikipedia/ 4- Galeria antoni Tapies)

BENJAMÍN PALENCIA

Benjamin Palencia-ybbg-- 1975 -tigilito es

«Yo voy buscando… – me decía Benjamín Palencia en 1967 -, precisamente en esta parte donde tengo el estudio, que es en el centro de Ávila, rayando ya con Gredos, en los primeros flancos de montañas hacia Gredos, el clima, voy buscando el clima… una limpieza de sonoridad en el espacio… como es una luz…, como es la limpieza atmosférica que estos paisajes altos de España tienen, porque yo soy un poco sonoro, diamantino; yo no pinto con los ojos, yo pinto también con los oídos… y yo  necesito un cierto paisaje que tenga una resonancia, como es el paisaje alto de Castilla, una resonancia incluso musical, auditiva…que entre dentro de una nueva concepción no solamente de la pintura, sino también de la poesía, porque ahí están nuestros místicos, como Teresa de Jesús o San Juan  de la Cruz…

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Un paisaje  que suena y además un paisaje austerísimo…, que no tiene anécdota, porque yo creo que hay que ir limpiando también la pintura y el arte en general de todo su quehacer anecdótico.

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Mis tres predilecciones de  pintores  españoles han sido: el Greco, Velázquez y Zurbarán. pero del que más influencia seguramente tengo es del Greco. Porque reúne unas condiciones su pintura que están muy dentro de mí y, además, incluso las coloraciones, no solamente de antes sino de siempre  se la debo al Greco.

Benjamín Palencia- nggt-

Tanto, que se ha hablado que mis amarillos venían de Van Gogh. No. Mis amarillos no vienen de Van Gogh, mis amarillos vienen del Greco, como también muchos colores como los granates, los amatistas, este carmín que yo pinto tanto y que son colores  tan predilectos míos, también vienen del Greco.

Benjamín Palencia-bbrre-paisaje- mil novecientos cincuenta y uno- Centro de Cooperación Iberoamericana

Mi tema principal es la Naturaleza y los seres que conviven con ella. A mí me gusta la adolescencia de las cosas… esto lo voy buscando siempre, lo mismo de los animales como de las flores, como de los niños…

Benjamín Palencia- nggr- paisajes

Yo, cuando estoy en mi casa de Ávila, que cultivo rosas también en un jardín, y todas estas rosas que yo pinto son precisamente cultivadas por mí…, los niños, que no están acostumbrados a ver esos jardines llenos de rosas, se vienen a las verjas y se asoman por las barras de hierro…, e intentan coger las flores con las manos…, yo estoy dentro, recogiendo su fisonomía, sus risas, sus miradas a las flores y sus comentarios, y lo estoy pintando juntamente con las grandes rosas y los árboles, los verdes… De modo que es una cosa que se complementa: la juventud maravillosa de todo esto con la maravilla de los seres jóvenes, de la tierra y de la creación…”

Benjamín Palencia-mmnnu paisaje

(Imágenes— cuadros de Benjamin Palencia)

LA PRIMERA CLASE DE ORTEGA

 


“ Octubre de 1909. La Escuela de Estudios Superiores de Magisterio, que acaba de crearse en Madrid —recuerda María de Maeztu —se había instalado provisionalmente en un pequeño edificio de la calle Montalbán número 20, no lejos del Museo del Prado. Son las nueve de la mañana; el aula, con una ventana que mira a los jardines del Retiro, está ocupada  por cuarenta estudiantes, hombres y mujeres, que han ingresado, mediante concurso, por orden de mérito, y se disponen a escuchar la palabra del profesor.  Estos alumnos son maestros que han venido de todas las provincias de España para cursar los estudios correspondientes al doctorado de  Pedagogía. Ortega había sido nombrado profesor de Filosofía  y llegaba precedido de un gran prestigio, especialmente por sus artículos  en forma de ensayos publicados en “El Imparcial”.

Entra Ortega en la clase con una carpeta de cuero en la mano. De ella saca un libro pequeño: es un diálogo de Platón —el “Teeteto” —; antes de comenzar la lectura expone a los alumnos lo que va a ser su curso de filosofía. Filosofía, dice, es la ciencia general del amor. La palabra del maestro, clara, precisa, elegante, produce una extraña emoción. Los alumnos intentan tomar notas en sus cuadernos, mas, al punto, quedan absortos, detenida la pluma en el papel ante la maravilla de aquella exposición filosófica, vestida con una gran riqueza de imágenes y metáforas. Parece que asistiéramos — sigue diciendo María de Maeztu —, no a la explicación de una clase magistral, sino a la peripecia de una teoría dramática cuyo protagonista es la propia vida del filósofo.

Al año siguiente, 1910, Ortega hace oposiciones a la cátedra de Metafísica que ha quedado vacante en la Universidad Central de Madrid. Tiene que explicar una lección ante el tribunal. Sus alumnos vamos a presenciar el espectáculo. Ortega comienza aquel juego de acrobacia en un torneo de oratoria que alcanza la máxima perfección. La lección, el ejercicio, dura una hora. Ortega, al terminar, no muestra la menor fatiga: ha ganado su primera batalla como si no hubiera entrado en el ruedo. Elegido a los pocos días entre los concursantes, debuta como catedrático en la Universidad Central de Madrid: tiene veintisiete años.”

 

 

(Imagen —Ortega y Gasset- por Zuloaga/ 2- Ortega- tautología)

MADRID Y ANTONIO LÓPEZ

 

“ La ciudad de Madrid está hecha a la medida de la gente que ha hecho la ciudad, de acuerdo con el carácter de las gentes, que tenemos bastante llaneza de carácter y somos poco pretenciosos, en general, y tenemos un fondo no sé si de modestia, pero sí de naturalidad.  Madrid no tiene  la belleza de París, la belleza monumental — decía Antonio López —.  Tiene otro tipo de belleza, no es la belleza que puedas demostrar, la tienes que sentir. Está en la verdad. No sólo la belleza de Madrid, quizá la belleza de lo español, también del paisaje español. Esas gentes que dicen : qué feo es esto, y a ti, sin embargo, te conmueve. Castilla, desde un punto de vista de estética del paisaje, puede ser algo muy duro, muy agrio, muy antipático, pero tiene grandeza porque ves el planeta allí. Madrid es un poco esto;  quizá es feo desde otro punto de vista: caótico, inarmónico, patoso. Es decir, tiene nuestras características. Y entre ellas, para mí, su credibilidad. Me parece que no disfraza nada. Si las cosas han de ser feas, lo son. Pero lo feo pertenece al ser humano. Además son términos muy relativos. A mí no me gusta que la belleza surja para asombrar.

 

Una persona y una calle son hechos evidentes, un estado de ánimo es menos evidente. En este sentido son menos frágiles que un estado de ánimo. Una calle son formas reales. La fragilidad está en lo cambiante que eres tú al contemplarlas, es decir, que lo que te puede gustar a una hora te deja indiferente a otra. Yo puedo comenzar un cuadro a partir de un flechazo, de un enamoramiento muy fuerte y a los pocos días aquello se va, ha desaparecido. Esa seducción se marcha y te ves abocado a trabajar en lo poco que permanece en ti. Todo depende de la luz.

Goya pintó algo de la ciudad. Velázquez tiene tanto talento que si quieres verlo lo ves. Si uno quiere en los personajes de Velázquez ver el futuro de Madrid, puede verlo. Yo lo ampliaría a España. Velázquez pinta seres humanos que viven en esta tierra;  a través de ellos, de manera indirecta, te habla de este lugar y de este momento. En el presente está todo. En esa persona está su infancia, sus padres, sus abuelos; no se puede hablar de un pintor de Madrid, te habla del ser humano a partir de una efigie, una persona concreta, pero él penetró tanto que llega hacia atrás, hasta donde tú quieras. El arte tiene que hablar de esas cosas (…) Yo creo mucho en esa zona oscura en la que se salva  o condena el trabajo de un artista. Esa zona de sombra, incontrolada. Por eso el tiempo es tan importante, el tiempo es el que desenmascara todo. El gran arte es el que tiene algo que decir a las generaciones siguientes. El Velázquez que nosotros vemos no es el que veían sus contemporáneos, ni el que será visto, siendo el mismo pintor.”

 

 

(Imágenes—1- Antonio Lopez/ 2- Gran Vía – Antonio López – Wikipedia/ 3- calle del Clavel – Antonio López- 1977)

VIEJO MADRID (89) : EL MUSEO Y EL AIRE

 


 

“A Madrid se llegaba, sobre todo, por la estación de Atocha ( y por la estación del Norte, por supuesto, lo que sucedía es que esa porción del mundo —el norte —no existía para mí )—recordaba Ramón Gaya —. También se llegaba por carretera, a pie, o montado en un carro, o en burro. No en automóvil. Todos aquellos que habíamos nacido en provincias acudíamos a Madrid  como moscas sin saber muy claramente por qué ni para qué.

 

 

 

 

En enero de 1928, casi un niño todavía, entraba yo temblando, sin respiración, sin aliento, en el museo de más…”sustancia pictórica” que existe. Nada más entrar en las salas de Velázquez me pareció sentir en las mejillas, en las sienes, en los párpados, el roce de un aire frío, como el que sintiera el día anterior en la calle. Era un frío limpio, de roca viva, no subterráneo, como  el de  Paris, por ejemplo; el frío de Paris es de sótano, de rata mojada, de alcantarilla . Madrid, a pesar de sus barrios pobres, de sus mendigos, de sus traperos, de sus basureros, no nos parecerá jamás un algo sin redención, pues todo se diría poder salvarse, elevarse, gracias a ese frío tan puro, tan desnudo, del aire de la sierra.

 

 

Pero eso tan  incorpóreo, tan delgado, es muy difícil de ver, de comprender;  sin la vigorosa ayuda de Velázquez era muy difícil caer, sin más , en el gracioso laberinto de lo castizo. Recuerdo  que venía de contemplar  en Goya algo mucho más visible: el madrileñismo, un madrileñismo que es cierto y verdadero, pero no esencial. El madrileñismo no es Madrid, sino, a lo sumo, su marco, el marco que lo estiliza, que lo caracteriza, que lo facilita, pero el carácter no es nunca la esencia de nada. La esencia de Madrid es el aire.

 

 

Y sólo el gran sevillano — la sensibilidad  más firme, más invulnerable que ha existido — podía darnos esos retratos de caza suyos.  Porque Velázquez nunca se dejó deslumbrar —equivocar — por esa primera corteza que tienen las cosas todas del mundo, sino que su mirada llegó hasta el centro mismo de la vida. Por eso en su retrato de Madrid no hay nada sino aire, un aire azulado, aristocrático, de altura. Velázquez comprendió  y nos hizo comprender que Madrid es el Guadarrama.  Existe, además, lo madrileño, o sea, un estilo; Madrid tiene, claro está, una figura, una figura garbosa, popular, muy elaborada: Goya y Galdós —acaso también Ramón —son, quizá , sus más grandes pintores. La verdad es que me gustan mucho esos retratos, pero siempre volveré al del  “Niño de Vallecas”; allí, en un rincón , asoman unas cuantas  manchas que no llegan a decidirse en árboles, montañas o nubes, es decir, que no son paisaje, sino aire solo, un aire vívido, un aire que no es de ciudad, sino de campo, un aire que le llega a Madrid por la plaza de Oriente y se abre paso Arenal arriba.”

 

 

(Imágenes —1-el bobo de Coria/ 2- perro en “Las Meninas” /3- Pablo de Valladolid/ 4/el niño de Vallecas / 5- don Diego de Acedo, el Primo)

RETRATAR EL ALMA

 

 

“Una persona es su cuerpo y su alma. El cuerpo es un compuesto de sustancia orgánica, algo material, dotado de cualidades sensibles: color, volumen; la forma exterior, en una palabra. Luego tenemos el alma. ¿Qué es el alma? —se preguntaba el artista español  Enrique Segura al tratar del retrato en la pintura — Algo indefinible, inmaterial; pero tan evidente que es lo único.  Porque la materia es común a todos, pero el alma, no, pues, ¿qué es, por el contrario, lo que nos distingue a unos de otros?  Por tanto, la captación de ese fluido misterioso que irradia de los rostros y que es más que la simple ordenación de formas y rasgos; esa vibración arcana de la carne constituye el objeto esencial del retrato. Esta es la realidad psíquica que se esconde en la faz humana. Porque no es la forma peculiar de un rostro, la fisonomía, la que determina su personalidad, sino, lo contrario, la personalidad del sujeto determina la peculiaridad de su forma. Investigar esta personalidad, descubrirla, constituye el fin primordial del pintor de retratos. Todo lo demás  — el parecido, la sensación de la vida, la gracia — se nos dará por añadidura.”

 

 

(Imágenes: 1-Amedeo Modigliani – 1907/ 2- Amedeo Modigliani – 1917)

ESPACIO MIRÓ

 

“Cuenta Juan Eduardo Cirlot en su “Diccionario de los ismos”  al hablar de lo que él llama la teoría infantilista en el arte que “consultados los niños de las escuelas de los Estados Unidos  sobre qué cuadros de los museos les agradaban más, contestaron unánimemente  que los de Miró, en especial su “Interior holandés”.

Ahora llega la noticia de que se reconstruye exacta y minuciosamente el taller de Miró, allí donde creó su atmósfera y su vida, “ y así reconstruir – señala la crónica – cómo Miró se movía por el espacio y cómo lo utilizó, además de identificar las manchas de pintura y asociarlas a obras concretas. El Departamento de Colecciones ubicó, gracias a filmaciones y fotografías de la época, todos los objetos, que, según el inventario, suman casi 4.000 piezas. De esta forma, se ha podido reconstruir fielmente, sin concesiones al artificio, el espacio original de los setenta, la época de máxima ebullición de Miró (…) La realización del inventario ha permitido descubrir que hay varios objetos duplicados en los talleres de Mont-roig y de Palma de Mallorca, y que dan cuenta de sus fijaciones: un retrato de Pablo Picasso, otro de Joan Prats, un sol de palma, una calabaza, un pez globo, un balancín, varias postales (…) Miró se dedicó a crear su propia pinacoteca, recogiendo objetos encontrados en la playa, en el campo o en las calles: esqueletos de caracolas, ranas, ratas o murciélagos; piedras; alambres; instrumentos de laboreo…”

 

 

También Cirlot habla de lo que él denomina  “folklorismo plástico” y comentando la obra de Joan Junyer anota que “ en su pintura se propone seguir, en ocasiones, los modelos ofrecidos  por la cerámica mallorquina: los belenes y las palomas de barro cocido, someramente recubierto de tintas fulgurantes y que le llaman al cultivo de ese estudio que, tangelcialmente, parece haber afectado asimismo a Miró y a Paul Klee, el de los objetos naturales: piedras de color recogidas a la orilla del mar, escamas, minerales diversos.”

Es en ese mundo cuidadosamente colocado por donde el pintor caminaba cada mañana, entre objetos, telas y pinceles, trabajando intensamente en su “espacio Miró”.

 


 

(Imágenes -1 – Miró – interior holandés- 1928  / 2- Miró- 1976- Andrew Weiss Gallery -artnet/ 3- Miró en su taller)

TODOS CONTAMOS HISTORIAS

 

 

“El relato es una unidad natural de sentido que empleamos en el día a día – recordaba Iris Murdoch en 1978 -. Todos contamos historias y, ateniéndonos a esto, todos somos creadores literarios. Llegamos por la noche a casa y contamos lo que nos pasó en el transcurso del día; y al hacerlo, le damos forma y condición de entretenimiento a algo que, posiblemente, y tal y como lo vivimos, fue bastante aburrido y no tuvo forma alguna. Relatar es una manera de pensar, un modo fundamental de darse la conciencia, el ser que somos. En su forma más primitiva, la historia se ocupa de la comunicación de emociones; y me parece que el arte es comunicación, eso está claro; hará falta mucha inventiva para persuadirnos de que pueda ser otra cosa (…)  Lo más difícil para el narrador es la creación de personajes, y a ello dedica su máximo esfuerzo. Aquí está en juego todo el misterio de la individualidad humana : las diferencias entre unos y otros; por qué amamos a alguien, por qué una segunda persona  no nos cae bien, y una tercera nos resulta indiferente. En cierto sentido, nada es más importante que eso acerca de nosotros. Todo creador literario, también el marido que le cuenta a su mujer lo que pasó en la oficina, se enfrenta, consciente o inconscientemente, a cuestiones que tienen que ver con la objetividad, la imparcialidad, la verdad, la justicia.”

(Imagen- Juan Gris- museo Paul Valery)

EDUARDO ARROYO

 

Hace diez años escribí en Mi Siglo sobre él.

“El cuadro que se escapa«, lo titulé.

Hoy se ha escapado definitivamente de la vida aquel compañero mío de la Escuela Oficial de Periodismo de la calle de Zurbano de Madrid con el que compartí muchas horas. Su figura sigue en mi recuerdo.

Descanse en paz.

 

 

(Imágenes – 1- Eduardo Arroyo – tiempos modernos/ 2- Eduardo Arroyo – ctxt)

VERANO 2018 (8) : LEÓN FELIPE

 

 

“¿Dónde está la estrella de los nacimientos?

La tierra, encabritada, se ha parado en el viento.

Y no ven los ojos de los marineros.

Aquel pez —¡seguidle!—

se lleva, danzando,

la estrella polar.

El mundo es una  slot-machine,

con una ranura en la frente del cielo,

sobre la cabecera del mar.

(Se ha parado la máquina,

se ha acabado la cuerda).

El  mundo es algo que funciona

como el piano mecánico de un bar.

(Se ha acabado la cuerda,

se ha parado la máquina)…

Marinero,

tú tienes una estrella en el bolsillo

¡Drop a star!

Enciende con tu mano la nueva música del mundo,

la canción marinera de mañana,

el himno venidero de los hombres.

¡Drop a star!

Echa a andar otra vez este barco varado, marinero.

Tú tienes una estrella en el bolsillo…

una estrella nueva de paladio, de fósforo y de imán”.

León Felipe – “Drop a star” (1929)

(en los cincuenta años de su fallecimiento )

 

 

(Imágenes -1- León Spilliaert/ 2-Salvador Dalí – 1942- museo de San Petersburgo)

MÁSCARAS DE FRANCISCO MATEOS

 

 

Le recuerdo muy bien a Francisco Mateos cuando nos visitaba en aquellas habitaciones casi escondidas de “La Estafeta Literaria”, en los bajos del Ateneo de Madrid. Era en torno a 1960. Subía los escalones del Ateneo, atravesaba el bar, se perdía en pasillos subterráneos y se entretenía hablando con Rafael Morales, con José Hierro o conmigo mostrándonos sus dibujos y sus máscaras. En el Ateneo había expuesto  veinte cuadros con una exaltación  de color, con temas de brujas y de mascaradas con aglomerados de gentes metidos en graciosas pantomimas, además de sus mendigos y sus locos.

 

 

“Cada uno de nosotros – decía Mateos – tiene un ángel vigilante, por él tenemos los premios y los castigos. Él fue el que me dio, por ejemplo, la medalla de oro de la crítica de arte y otras cosas, condicionado a que el vértigo del arte no me atrapase.”

Ahora la galería Orfila de Madrid, con motivo de su cuarenta y cinco aniversario como galería, dedica a Mateos un importante espacio y su figura vuelve a mi memoria evocando nuestras charlas en la calle del Prado. “Mis personajillos – confesaba el pintor – pueden estar vestidos con ropas vergonzantes, pero tienen fe, y ríen, y cantan, y bailan, como cualquiera de nosotros en sueños. Yo he creído siempre en ellos y he empleado mi vida en una síntesis popular; un arte cuya médula fuera el hombre de la calle, con sus ideas y acciones viitalmente espontáneas y llenas de sinceridad. Creo en el hombre llano, porque tiene fe en un mundo limpio y hasta milagroso: creo, en fin, en una pintura de la que ya informaron los Primitivos; en la que nunca entró el color leproso, ni el tema impuro”.

 

 

“El arte – decía también Francisco Mateos – no es un mero entretenimiento cuando algo vivo se tiene en el espíritu. Nos rodea abundante riqueza histórico- intelectiva en la pintura; empero, no es menos riqueza la que nos informa del bullir y la algarabía que lo coetáneo de la calle nos enseña. Se aprende, no a ver, sino a ser. Ser éste y aquel; ser todo, en fin, y después de meternos en sus nervios, inventarnos, con unos signos y colores, no lo que hemos visto, sino lo que hemos sentido.”

 

 

(Imágenes- 1- Francisco Mateos- la ventana del arte/ 2- Francisco Mateos – colección Gaya Nuño/ 3-  Francisco Mateos – Fundación Telefónica/ 4- Francisco Mateos – 1970-  la ventana del arte)

BARJOLA Y LOS PERROS

 

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“Recuerdo cómo iba a mi lado caminando aquel día de 1980 el pintor extremeño Juan Barjola que una vez más insistía en llevarme hasta su taller, en la calle Amalarico, para que lo conociera. Yo le observaba a mi lado, observaba su largo cráneo, su bigote poblado, sus ojos apagados, casi sumisos. De vez en cuando, cruzaban por la acera, chocando casi contra nuestras piernas, olvidados y perdidos, unos perros. “De pequeño, me iba diciendo Barjola al mirarlos, yo dibujaba perros; el perro es un animal maravilloso que sufre mucho en soledad. La mirada de un perro cuando está enfermo, me decía el pintor, es una mirada triste, es una auténtica realidad. Generalmente, de pequeño, a mí lo que más me atraía era dibujar perros tal vez por ser los animales más humanizados”. Después hacía una breve pausa, caminábamos otro poco más, y Barjola proseguía : “Yo al principio viví en la Gran Vía, luego en Lavapiés . Después vine para acá. Pero todo esto está desconocido. Aún no hace mucho era casi una comunidad de chabolas”. Luego, recuerdo, que después de dar muchas vueltas por las calles entramos en aquel estudio suyo de tres metros por dos y medio y de pronto, nada más entrar, descubrí a diez criaturas colgadas en las paredes. Eran más o menos diez cuadros con ojos, bocas y cuerpos distorsionados.

 

 

Barjola me acercó una silla y me senté en ella, él se sentó a mi lado y enseguida me preguntó si yo estaba cómodo. Luego añadió : “este cuarto es estrecho pero tiene sabor. Aquí trabajo cuatro horas, muy pausadamente. Y el resto voy a recaudar datos para mi pintura, los encuentro por la calle, en el cine, en los libros”. Aquellas diez criaturas seguían mirándonos y yo observaba al padre de las criaturas cómo las contemplaba y también a sus hijos que rodeaban al pintor del paciente mirar y que mostraba tanta mansedumbre. “ A mí, continuaba Barjola sentado a mi lado, me gusta más el fondo que la forma, no creo que un pintor sea profundo por muy bellas que sean sus formas si su arte no tiene un mundo lleno de contenido. Por eso precisamente, por ser profundo el fondo y no la forma, Goya, proseguía diciéndome Barjola, adquiere cada día más vigencia. Si nos fijamos en sus aguafuertes y en sus dibujos, vemos que son concretísimos: en ellos está lo dramático y lo social”. En determinado momento me levanté y quise acercarme más a las pinturas para observarlas mejor. Barjola se levantó también de la silla y se puso a mi espalda. “ Lo difícil del arte, me seguía diciendo el pintor, es definir, y que esa definición atraiga siempre por su expresividad, su mundo dramático”. Me impresionó cómo destacaba allí entre todas las pinturas una “Tauromaquia”, la violencia de unos rojos sangrantes de picador con su cuerpo curvado pinchando a un toro negro. Y las manchas. Las posturas difíciles. Los amarillos, los rojos, los amplios horizontes extremeños, los marrones fríos y calientes de descampados de Madrid. Y sobre todo los perros. Especialmente unos perros descarnados ladrando a la luna. Sí, recuerdo aquella tarde, las dos sillas en el estrecho taller y los perros ladrando más allá de las paredes, ladrando a la luna con sus bocas abiertas, con los dientes blancos y separados, los cuellos estirados, unos perros lastimeros, solitarios, retorcidos, recuerdo aquella tarde en el taller del pintor  y el ladrido de los perros.”

José Julio Perlado – (del libro “Relámpagos”)- ( texto inédito)

 

 

(Imágenes – 1- Juan Barjola/ 2- Zdzislaw Bekinski/ 3- “Tauromaquia” – Barjola)

VIEJO MADRID (74) : EL VIADUCTO

 

 

“Cuando mi madre acabe de recoger la ropa, nos iremos a casa por la Cuesta de la Vega. Me gusta el camino, pues pasamos bajo el Viaducto, un puente de hierro muy grande que cruza por encima de la calle de Segovia (…) El Viaducto está hecho todo de hierro, igual que la torre Eiffel de París, pero claro que no es tan alto. La torre Eiffel es una torre de hierro muy grande, que hizo un ingeniero francés en París, para una exposición que hubo allí cuando yo nací. De esto estoy muy bien enterado, porque mi tío tiene “La Ilustración” y allí está  la torre y el retrato del ingeniero, un señor con una barba muy grande como todos los franceses. Luego, parece que cuando se acabó la exposición no pudieron destornillar la torre, y la han dejado allí hasta que se hunda. El día que se hunda, se caerá sobre el Sena, el río que pasa por París, y hundirá muchas casas. Parece que las gentes de París tienen mucho miedo y algunos se han mudado para que no les aplaste.

El Viaducto, el mejor día le pasa lo mismo y se hunde, porque cuando pasan los soldados a caballo por él, les hacen ir al paso y aún así se mueve el piso del puente. Se pone uno en medio y sube y baja como si hubiera un terremoto. Mi tío dice que si no se cimbreara así, se hundiría; pero es claro que si se cimbrea demasiado se romperá, y esto es lo que va a pasar cualquier día. No me gustaría que me pillara debajo, porque al que pille le mata, pero sería bonito verlo hundirse. El año pasado el Día de Inocentes, el ABC, que trae unas fotos muy buenas, trajo una con el Viaducto hundido. Era una broma de Inocentes, pero mucha gente fue a verlo. Se enfadaron mucho con el periódico, pero creo que les pasó lo que a mí, que se enfadaron porque no era verdad”.

Arturo Barea. – “La forja

(ImagenEduardo Vicente – corrala madrileña)

EN TORNO A ZULOAGA

 

Los retratos de Zuloaga, excelentemente analizados y comentados por Lafuente Ferrari (Dialnet) pueden servir de eficaz acompañamiento a la hora de visitar la actual exposición que sobre el pintor vasco se celebra en Madrid.

 

 

“Para Zuloaga, el carácter lo es todo – recuerda Lafuente Ferrari – , a ese carácter sacrifica detalles, rasgos y delicadezas, y, en cambio, subraya con atroz energía, gesto, acción y mirada. La mirada sobre todo; Andrenio dijo ya, en un pasaje recordado por mí en otra ocasión, que Zuloaga era el pintor de los ojos; pero esos ojos no nos invitan a penetrar en un alma, sino que nos imponen su personal y peculiar carga de fuerza. Carácter y vigor expresivos son, pues, para Zuloaga las notas que interesan en un retrato. (…)  Para Zuloaga, carácter es personalidad; en su representación interesa la energía total con que se manifiesta y no la psicología, es decir, el abanico de un complicado sistema de posibilidades latentes. Lo que atrae en el individuo es aquello que afirma su vida como presencia; como acción, más que la calificación matizada de sus diferencias anímicas. (…)

 

 

En muchos casos sabemos que Zuloaga trabajó sus retratos con el mínimo tiempo de pose del modelo. En 1941 pintó, por ejemplo, el retrato de Azorín. Durante una mañana, la mañana del día 30 de abril de 1941 exactamente, el escritor, sentado frente al mirador de las Vistillas, posó ante el maestro, que dibujó del natural la espléndida cabeza, en una hoja de su álbum. Por la tarde, lejos ya del modelo y sólo con su dibujo, Zuloaga pasó, interpretando y abreviando hasta la síntesis, el dibujo al lienzo en blanco, dispuesto para ejecutar la pintura. No estoy muy seguro de ello; pero es probable que Azorín no pasara muchas más horas ante el artista y hasta es posible que aquella breve sesión de la mañana bastase al maestro para terminar definitivamente el cuadro; si esto no ocurrió así en este caso, algunas veces sucedió, en efecto, y Zuloaga, que no era hombre vanidoso, pero que podía con justicia enorgullecerse de su memoria visual, realizó hazañas semejantes, que alguna vez se complacía en relatar.

 

 

De sus propios labios oí la que sigue: un día, en su estudio de París se presentó, a hora conveniente, un personaje norteamericano, ya conocido de Zuloaga o amigo de amigos, que acudía a saludarle y a expresar su deseo de tener un retrato suyo pintado por el artista vasco. Zuolaga le escuchaba mostrando la aquiescencia vaga que espera oportunidad concreta y compromiso definitivo para la ejecución. Por ello, al decirle que con mucho gusto Zuloaga pintaría la obra, hubo de sorprenderse cuando nuestro expeditivo americano afirmó que no solamente estaba decidido a que Zuloaga le retratase, sino que venía a ello porque embarcaba al día siguiente para su país. Zuloaga, que no gustaba de coacciones ni de prisas, hubo de aceptar la cosa como se le presentaba ; hizo sentar a su modelo y, tras una sesión no muy larga, porque el viaje inmediato no permitía muchos ocios al modelo, quedó fijada por el lápiz del artista la cabeza del hombre de negocios y la silueta de su actitud en el retrato; ante aquel dibujo y sin más contacto con el natural, el artista pintó después su cuadro, con éxito pleno y gran satisfacción del retratado. Probablemente no fue éste uno de los casos más ingratos para el artista, que prefería siempre que se le dejase en libertad para esa final tarea de encajar y componer un retrato sin la tiránica y a veces molesta presencia del modelo; no en balde recordaba siempre Zuloaga aquel dicho de su maestro Degas cuando decía que si el modelo estaba en el tercer piso, había de tener el estudio en el quinto. Entre uno y otro, la tiranía del natural se esfumaba y el pintor quedaba en mayor libertad para la creación.

 

 

Esta anécdota – sigue diciendo Lafuente – nos lleva a recordar otra muy curiosa que he conocido recientemente y que muestra la penetración y la doble vista de Zuloaga, a la vez que su intensa concentración en su modelo cuando pintaba un retrato. Posaba ante él un famoso ingeniero inglés, Mr. Parshall, que después de haber realizado famosas obras hidráulicas en todo el mundo, tales como el famoso barrage del Nilo, junto a la primera catarata en Assuan, había venido a residir en España por estar asociado a importantes compañías extranjeras que proyectaban embalses en los Pirineos. El ingeniero posó sin prisa ante Zuloaga y el retrato avanzaba; un día, el pintor, con pretextos lo interrumpió y, al parecer, no volvió a trabajar en el cuadro, al menos con el modelo delante. El maestro hubo de ser obligado, en la intimidad, a dar una explicación de su aparente arbitrario capricho. «Me era imposible seguir pintando a ese hombredijo D. Ignacio—. He visto la muerte en su rostro». El modelo, en aparente buena salud cuando posaba para el cuadro, moría poco después de rápida e inesperada enfermedad».

 

 

(Imágenes-1-Zuloaga- retrato del artista con capa- todoesliteratura/ 2-Unamuno/ 3- Azorín- EFE/4- Valle Inclán – El Pasajero/ 5- Mauricio Barrés- wahoart/ 6 -Manuel de Falla- Pinterest)

YO PINTO COMO SI FUERA ANDANDO

 

 

«Yo pinto como si fuera andando por la calle – decía Joan Miró en 1958 -. Recojo una perla o un mendrugo de pan; es eso lo que doy, lo que recojo; cuando me coloco delante de un lienzo, no sé nunca lo que voy a hacer; y yo soy el primer sorprendido de lo que sale.

Ir de mejoramiento en mejoramiento, en el sentido extremo de la palabra, es ir hacia una pura decadencia. Por donde hay que ir perfeccionándose es por dentro, a pesar de que ello comporte, como sucede con frecuencia, un fracaso exterior.

 

 

Considero que para hacer algo en el mundo se ha de sentir amor al riesgo y a la aventura y, sobre todo, saber prescindir de eso que el pueblo y las familias burguesas llaman «porvenir».

No creo que el arte haya llegado a ningún callejón sin salida. El hombre siempre irá abriendo nuevas puertas; lo importante es saber a dónde conducen esas puertas. Y luego  tener fuerza para emprender el camino que se vea desde ellas».


(Imágenes – Joan Miró : 1- un pájaro persigue a una abeja – 1927 – foto metropolitan museum art artist- rights soviety New York – the New York Times/ 2- 1976- andrew weiss gallery- artnet/ 3- el lagarto de las plumas de oro -1967- andrew weiss gallery- artnet)

VIEJO MADRID (71) : SU CARÁCTER Y SUS GENTES

 

 

«Los hijos de Madrid cuenta Mesonero en su «Manual» de 1833 – son en general vivos, penetrantes, satíricos, dotados de una fina amabilidad, y entusiastas por las modas. Afectan las costumbres extranjeras, hablan de todas materias con cierta superficialidad engañadora que aprendieron en la sociedad, y si bien el ingenio precoz que les distingue hace concebir de ellos las lisonjeras esperanzas en su edad primera, la educación demasiado regalada, las seducciones de la corte y otras causas, cortan el vuelo de aquellas facultades naturales, y les hacen quedar en tal estado. Así que, brillando por su elegancia, sus finos modales y su divertida locuacidad, se les ve permanecer alejados de los grandes puestos y relaciones, dejando el primer lugar en su mismo pueblo a los forasteros, que con más paciencia y menos arrogancia vienen a vencerlos sin encontrar gran resistencia de su parte.

 

 

Los forasteros vienen a Madrid, y lejos de sus familias, entregados a sí mismos, y sin las consideraciones orgullosas que inspira la presencia de sus compatriotas, adquieren más solidez en sus ideas, van derechos al fin, y no repugnan las privaciones y la paciencia necesarias para ello. Colocados en el puesto que anhelaron, se identifican con el pueblo que los ha visto elevarse, se confunden con sus naturales, adquieren los modales de la corte, y todos juntos forman la sociedad fina de Madrid, sociedad en que reina el buen tono, la amabilidad y una franqueza delicada.

 

 

Esta mezcla de costumbres, estas distintas situaciones, de magnates distinguidos, empleados en favor, capitalistas, pretendientes, caballeros de industria, y tantas otras clases, dan a este pueblo un carácter de originalidad no muy fácil de describir. El trato es superficial, como debe serlo en un pueblo grande donde no se conoce con quién se había, ni quién es el vecino. La confusión de las clases es general por esta causa; las conversaciones también generales por los diversos objetos públicos que cada día las fijan; las diversiones frías, y sin aquel aire de alegría y franqueza que da en nuestras provincias el conocerse todos los que las componen; pero de esas mismas circunstancias nace la conveniencia de poder vivir cada uno a su modo, sin el temor de la censura y de los obstáculos que presenta un pueblo pequeño».

 

 

(Imágenes – Eduardo Vicente – ciudad de la pintura :  / 1-cielo y perspectiva de Madrid/  2-barrios bajos/3- Madrid desde el Manzanares/4-  tomando un trago)