«Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escritor. (…) La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió asi. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa. También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada en el estanque. He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir».
«Vida sin sorpresas. Estás a cubierto. Duermes, comes, caminas, sigues viviviendo, como una rata de laboratorio que un científico distraído hubiera olvidado en su laberinto (…) Ninguna jerarquía, ninguna preferencia. Tu indiferencia es inmutable, hombre gris para quien el gris no evoca gris alguno. No insensible, sino neutro. El agua te atrae tanto como la piedra, la oscuridad tanto como la luz, el calor tanto como el frío. Sólo existe tu marcha, y tu mirada, que se posa y resbala, ignorando lo bello, lo feo, lo familiar, lo sorprendente, sin recordar nunca nada sino combinaciones de formas y de luces, que se hacen y deshacen, sin cesar, en todas partes, en tu ojo, en los techos, a tus pies, en el
cielo, en tu espejo cuarteado, en el agua, en las piedras, en las multitudes. Plazas, avenidas, jardines y bulevares, árboles y rejas, hombres y mujeres, niños y perros, esperas, barullos, vehículos y escaparates, edificios, fachadas, columnas, capiteles, aceras, cunetas, adoquines de asperón que brillan bajo la fina lluvia …, silencios, clamores, multitudes de las estaciones, de las tiendas de los bulevares, calles repletas de gente, andenes repletos de gente, calles desiertas de los domingos de agosto, mañanas, tardes, noches, albas y crepúsculos.
Ahora eres el dueño anónimo del mundo – sigues escribiendo, GeorgesPerec,en tu novela «Un hombre que duerme» (Anagrama) -, aquel sobre el cual la historia ya no tiene poder, aquel que ya no siente caer la lluvia, que ya no ve venir la noche. No conoces sino tu propia evidencia: la de tu vida que continúa, la de tu respiración, la de tus pasos. Ves a las gentes ir y venir, las multitudes y las cosas hacerse y deshacerse. Ves, en el escaparate pequeñísimo de una mercería, una barra de cortina sobre la cual tus ojos se fijan de pronto: prosigues tu camino: eres inaccesible».
Así vas alejándote poco a poco de las palabras, de este texto que lees en lengua española, de esta voz francesa que te va hablando, de los subtítulos ingleses que te ilustran.
Teclas, pantalla, imágenes, ordenador, habitación, pasos, escaleras, calles. Caminas mientras sigues escuchando esta voz en segunda persona, una voz inusual en la novela, una voz que te acompaña mientras cruzas, mientras descubres, mientras miras, mientras sales poco a poco del espacio de Mi Siglo y te incorporas al mundo.
«Alrededor del campo de fútbol – escribe el sociólogoRoger Cailloisen su «Teoría de los juegos» (Seix Barral) -, el desarrollo de las grandes ciudades y los medios de transporte colectivos favorece la reunión frecuente, semanal, de muchedumbres apasionadas, si no frenéticas. Al mismo tiempo el cine, la radio, la televisión, permiten un sistema de concesiones y repeticiones sucesivas del menor espectáculo que tiene por consecuencia una infinita multiplicación de público en el espacio e incluso en el tiempo. En la prensa y en las carteleras la fotografía del campeón está en todas partes presente, inevitable, seductor. El público quiere conocer los detalles más insignificantes de sus vidas. Le informan de sus gustos, y los adopta. Imita a esos ídolos de temporada, vencedores de una competición oscura y difusa, cuya postura es el favor popular. La indentificación con el héroe presenta frecuentemente caracteres desmesurados y a veces dramáticos. Estas apasionadas devociones no excluyen, en efecto, el frenesí colectivo».
En la serie que dediqué en Mi Siglo a las Olimpiadas apareció el poema de Miguel Hernández «Elegía al guardameta». Guardameta fue también Albert Camus en 1930, en el equipo de fútbol R. U. A. en Argel. Desde 1925 el autor de «La peste» toma conciencia, comparándose con sus compañeros de liceo, de la pobreza de su familia y encontrará gracias al fútbol la ocasión de vivir con ellos una fraternidad de equipo. Primero se destacará como portero en el liceo y más tarde en el equipo de Argel de la asociación deportiva de Montpensier.
Entre otros escritores de países distintos – Gerardo Diego, Alberti, Sábato, Cortázary muchos más – los italianos Eugenio Montale o Umberto Saba dedicaron al fútbol poemas o novelas. Pasolini describía en uno de sus primeros libros a los muchachos de la calle en las explanadas de Roma:» Los chicos, un sábado, ya se habían hartado de jugar en la explanada, al pie del Monte di Splendore -una joroba de pocos metros de tierra que obstruía la vista de Monteverde y del Ferrodebó y, al horizonte, la línea del mar -, cuando algunos muchachotes mayores llegaron y se colocaron ante el arco con la pelota entre los pies. Formaron círculo y empezaron a cambiarse pasos secos y bajos. Al poco rato todos ya estaban empapados de sudor, pero no querían quitarse la chaqueta dominguera o el jersey de lana azul con franjas negras y amarillas, dado el modo casual y burlón con que habían empezado a jugar. (…) Álvaro ensayó una jugada fina, recibiendo de tacón la pelota, pero erró, y la pelota rodó lejos, hacia donde el Riccetto y otros estaban echados en la hierba roñosa».
Fútbol y literatura han ido muchas veces hermanados. «El espíritu de competición – recordabaCaillois – ha acabado por triunfar».
Quedan los grandes voceríos en los enormes estadios, la incógnita del conflicto, las palpitaciones de la afición.
(Imágenes:- 1- Martin Verges.-2004-2005.-525 Contemporay Art Gallery.-Monntevideo- Uruguay.-artnet/2.-Albert Camus en el centro, en 1930, cuando era guardameta del equipo de fútbol R. U. A. en Argel)
Dos meses antes de morir, en noviembre de 1959, Albert Camusle confesaba a uno de sus mejores amigos, Jean Grenier, susdificultades en la redacción de la que sería su última novela (publicada póstumamente) «El primer hombre» (Tusquets):» Me he retirado aquí (a Lourmarin) para trabajar y, en efecto, he trabajado. Las condiciones de trabajo siempre han sido para mí las de la vida monástica: la soledad y la frugalidad. Salvo lo que atañe a la frugalidad, son contrarias a mi naturaleza, aunque el trabajo es una violencia que me hago. Pero es preciso. Regresaré a principios de enero a París pero luego volveré a irme, y creo que esa alternancia es la forma más eficaz de conciliar mis virtudes y mis vicios, cosa que en última instancia es la definición del saber vivir».
La última página de «El primer hombre» diría: «como el filo de una navaja solitaria y siempre vibrante, destinada a quebrarse de un golpe y para siempre, la pura pasión de vivir enfrentada con la muerte total, él sentía hoy que la vida, la juventud, los seres se le escapaban, sin poder salvar nada de ellos, abandonado a la única esperanza ciega de que esa fuerza oscura que durante tantos años lo había alzado por encima de los días, alimentado sin medida, igual que las circunstancias más duras, le diese también, y con la misma generosidad infatigable con que le diera sus razones para vivir, razones para envejecer y morir sin rebeldía».
Como cuentaOlivier Tooden su «Camus» (Tusquets), el novelista se levantaba enLourmarina las cinco de la mañana, daba unpaseo por el camino de Cavaillon, bordeaba el castillo y volvía de su caminata antes de las ocho. Aquella excursión de un kilómetro le permitía espabilarse. Luego trabajaba en pie en su despacho, o sentado en la terraza. Al mediodía, huyendo del restaurante Ollier, de Lourmarin, a causa de que reconocían continuamente al Premio Nobel, su asistenta le preparaba diversos platos: vaca salada, tomates rellenos, empanada de pimientos y fruta. En varias cartas de diciembre de 1959, semanas antes de su brusco fallecimiento, explicaba sus altibajos como creador: «Contemplo el hermoso paisaje o la página en blanco, me desanimo ante el camino a recorrer, luego lo reanudo y olvido, y más tarde me desespero escribiendo tonterías, y luego vuelvo a empezar, para dejarlo todo y dar vueltas en el mismo sitio, preguntándome qué quiero hacer, no saberlo, intentarlo de todos modos, y clamar por un poco de genio, sólo un poco, un genio modesto que no curaría nada pero que al menos detendría este sufrimiento interminable. A pesar de todo avanzo, pero sin ninguna satisfacción, avanzo por avanzar, para decirme que lo he hecho, que está muy bien, que estoy aquí para eso, y no para tener genio, en el que no creo demasiado, puesto que creo en el aprovechamiento del tiempo (…) Para trabajar hay que privarse, y reventar. Reventemos, pues, dado que no quiero vivir sin trabajar (…) Sigo trabajando, pero con menor rendimiento. Es cierto que no habría podido soportar ese ritmo. Esta larga tensión solitaria es agotadora y es preciso que la continúe el mayor tiempo posible. El tiempo se ha echado a perder pero durante cinco días era la creación del mundo (…) No sé qué voy a hacer. Me obstino. ¡Ay, qué dura, desventurada – e irremplazable – es la vida del artista! (…) Todavía me quedan unos días de soledad antes de la llegada de la tribu y quiero aprovecharlos (…) Se diría que la función escribiente se ha agotado en mí por haberla ejercido demasiado. Es un fracaso del estilo. Mi trabajo está atascado desde hace tres días. De todos modos espero recuperarme un poco antes de mi vuelta».
Estas últimas reflexiones pertenecen a una carta del 23 de diciembre de 1959. Camusmoriría en accidente de automóvil el 4 deenero de 1960. Muchos escritores se reconocerán en estas confesiones (vacilaciones y esperanzas) del oficio. Haber recibidoelPremio Nobeltres años antes no le aliviaba en su creación ni de las inseguridades ni de las angustias.
(Imágenes:-1.-casa de Albert Camus en la localidad de Lourmarin.-webcamus.free.fr/2.-foto Brassai: en el taller de Picasso el 16 de junio de 1940.-En la foto, entre otros, Lacan, Pierre Reverdy, Picasso, Simone de Beavoir, Sartre, Albert Camus, Michel Leiris y Jean Aubier)
«Todo esto que se inventa es verdadero –le escribióFlaubert a Louise Coletantes de cumplirse los dos años detrabajo deMadame Bovary -. La poesía es una cosa tan precisa como la geometría». «Se llega al estilo con un trabajo atroz», lehabía dicho también el 15 de agosto de 1846. Y en diciembre de 1858, en otra carta dirigida a la señoritaLeroyer deChantepiehabía señalado: «Un libro nunca ha sido para mí más que una manera de vivir en un medio cualquiera. Esto explica mis dudas, mis angustias y mi lentitud».
Estas dudas, estas angustias y esta lentitud las puede ahora consultar todo el mundo al verterse en la Red los manuscritos y borradores de Madame Bovary guardados hasta el momento en la Biblioteca de Rouen. Como recuerda el gran crítico Harry Levin, ( «El realismo francés«) (Laia), «entre el otoño de 1851 y laprimavera de 1856 la tarea concentrada de Flaubert fue escribir Madame Bovary. Para quienes sostienen que la gestación del arte es más interesante que el producto acabado, ningún documento puede ser más fascinante que la correspondencia de Flaubert durante estos cuatro años y medio. Las vidas paralelas del autor y de la heroína, día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, cargan a la novela con una notable tensión emocional. El esfuerzo imaginativo se vio reforzado por la documentación cuando Flaubert buscó el tono adecuado de las alucinaciones de Emma, sumergiendose en revistas femeninas. Importunando a su hermano con preguntas sobre cirugía y toxicología, consiguió los síntomas peculiares que su proyecto requería: «La agonía, precisos detalles médicos: por la mañana del veintitrés de nuevo una serie de vómitos…». Se familiarizó con las criaturas de su mente dibujando un plano de Yonville y disponiendo archivos de sus ciudadanos. Controló la trama – ¿o deberíamos decir calculó sus probabilidades? – elaborando y revisando cuidadosamente los guiones. El material embrionario para su novela comprendía unas 36oo páginas manuscritas».
Estas páginas están ahora al alcance de todo el mundo. Vargas Llosa publicó un excelente estudio de esta novela en «La orgía perpetua» (Bruguera): («el único medio de soportar la existencia – había escrito Flaubert en otra carta – es aturdirse con la literatura como en una orgía perpetua«) Tiempos y espacios, así como vicisitudes de personajes, le llevaron mucho esfuerzo. Un ejemplo de su trabajo está sin duda en la modernidad de su construcción novelesca. Levin destaca, entre otros, el capítulo 8 de la segunda parte – el episodio de los comicios agrícolas – en donde el novelista, dice, » construyó esta escena escribiendo diálogos continuos para los dos grupos de personajes,que luego descompuso y organizó de acuerdo con la disposición general que la situación requería.». Era una experiencia de narración simultánea del diálogo amoroso entrelazada con el devenir de la farsa electoral. Modernidad que, sobre el papel de la novela escrita, permanece casi completamente cinematográfica.
(Imágenes: estampas sobre «Madame Bovary» y manuscrito perteneciente al capítulo 8 de la segunda parte -los comicios agrícolas- folio 151.-Biblioteca de Rouen)
Los escritores suelen tener la delicadeza de mostrarnos cómo debemos emprender tareas difíciles, como por ejemplo subir una escalera, y asíCortázarnos recuerda que «las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón.»
Pero si el argentino Cortázar nos ayuda con sus instrucciones a subir perfectamente una escalera por si hubieramos olvidado cómo hacerlo, el francésGeorges Perectiene igualmente la delicadeza de echarnos una mano a la hora de abordar anuestro jefe para pedirle un aumento de sueldo y así nos aconseja « que si usted está decidido a buscar a su jefe para pedirle un aumento de sueldo entonces va a ir al encuentro de su jefe digamos para simplificar pues es necesario siempre simplificar que él se llame señor xavier es decir señor o mejor señor x entonces usted va a ir a buscar al señor x ocurriendo dos cosas una o bien el señor x está en su despacho o bien el señor x no está en su despacho si el señor x está en su despacho aparentemente no existe ningún problema pero evidentemente si el señor x no está en su despacho usted no tiene que hacer más que una cosa que es esperar en el pasillo su vuelta o su llegada pero supongamos que él no llega en ese caso usted no tiene más que una solución que es la de retornar en su propio despacho y aguardar a esta tarde o a mañana para recomenzar la tentativa pero si usted ve que él todos los días tarda en llegar en este caso lo mejor que puede hacer más que continuar paseando por el pasillo es ir a ver a su colega la señorita que para dar más humanidad a nuestra seca demostración llamaremos a partir de ahora señorita yolanda aunque pueden ocurrir dos cosas una que la señorita yolanda esté en su despacho o bien que la señorita yolanda no esté en su despacho si la señorita yolanda está en su despacho no existe ningun problema pero supongamos que la señorita yolanda no esté en su despacho en ese caso no teniendo ya ganas de continuar paseando por el pasillo en espera de una hipotética vuelta o de una eventual llegada del señor x una solución que se le ofrece es…», y así sigue explicándonos con enorme delicadeza el escritorGeorges Perec –al que ya me he referidoalguna vez enMi Siglo -, cómo debemos actuar y qué pasos debemos dar para intentar conseguir ese aumento desueldo.
Pero la delicadeza de los escritores con todos nosotros llega mucho más lejos, y Cortázarno nos abandona a nuestra suerte en mitad de laescalera sino que, preocupado como escritor por nuestro destino, nos sigue explicando cómo debemos continuar subiendo esa escalera y de este modo nos aconseja, «puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se la hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidenciaa de nombres entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)
Llegado en esta forma al segundo peldaño –nos sigue recomendando Cortázar -, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso». ( » Instrucciones para subir una escalera» «Historias de cronopios y de famas«) ( Minotauro)
Por su parteGeorgesPerec -(«L´art et la manière d´aborder son chef de service pour lui demander une augmentation«) (Hachette) – tampoco se olvida de acompañarnos con sus consejos en esa complicada tarea degolpear la puerta del jefe para intentar pedirle un aumento de sueldo: «…entonces – nos dice – el señor x está en su despacho y como el señor x es su jefe llama usted antes de entrar y después espera su respuesta evidentemente teniendo en cuenta dos cosas una o bien el señor x levanta la cabeza o bien el señor x no levanta la cabeza si él levanta la cabeza significa al menos que él ha escuchado su llamada y que tiene la intención de responder de modo afirmativo o por la alternativa negativa que no tardaremos en aclarar y que entonces podremos analizar pero si él no levanta la cabeza sino que continúa hablando por teléfono o compulsando su dossier o cargando su estilográfica en resumen ejercitándose en la ocupación en la cual él se estaba ejercitando cuando usted ha llamado a la puerta esto significa o bien que él no ha oído y por tanto yo estoy seguro de que usted ha llamado de una manera neta y distinta o bien que él no ha querido oirle de todos modos para usted esto viene a ser lo mismo porque si él no le ha escuchado sería de cualquier modo desagradable por no decir inconveniente insistir entonces si él no levanta la cabeza usted retorna a su sitio y decide si debe intentar otra vez la suerte por la tarde o al día siguiente o el martes siguiente o cuarenta días más tarde evidentemente será entonces necesario que usted vuelva de nuevo a ver si el señor x está en su despacho porque si no está tendrá usted que esperar en el pasillo a que él llegue si él tarda deberá ir usted a ver a la señorita yolanda y si la señorita yolanda no está usted tendrá que dar una vuelta por los diferentes servicios cuyo conjunto constituyen toda o parte de la organización…»
Es muy de agradecer la delicadeza de estos y otros escritores que nos aconsejan y nos dan precisas instrucciones en momentos difíciles, bien sea para saber subir una escalera, bien para pedir al jefe un aumento de sueldo o bien para leer con una sonrisa el post de un blog.
(Imágenes: escalera.-flickr/ foto Michael Nagle for The New York Times/ escalera.-flickr)
«Para mí la escritura es más bien una aventura – decía Le Clézio a Pierre Maury hace más de veinte años -, una manera de salir de mí mismo y de encontrar otra cosa, una manera de descubrirme, sobre todo, de intentar comprenderme mejor. La escritura, de todas formas, procede muy frecuentemente por interrogaciones, por tanteos más que por afirmaciones. De todas las artes, la de escribir es la menos afirmativa. Pienso que un arte que se hace necesidad, hacer una mesa o un mueble, por ejemplo, no pregunta ese «puede ser». Tiene muchas certidumbres. El arte cinematográfico también, es un arte muy seguro…Uno no se puede permitir incertidumbres, tanteos. Lo que es fascinante en la escritura, en las novelas, en la literatura de una manera general, es que ella se va haciendo poco a poco. No se construye de un golpe. Cuando se lee, por ejemplo, a Conrad, Tourgueniev o a otros grandes novelistas, cuando uno termina de leer sus obras, se tiene el sentimiento de que alguna cosa se les ha escapado, de que ellos no están seguramente satisfechos del todo. Y sin embargo, el conjunto da la impresión de algo muy vivo.
Los verdaderos libros no tienen fin, justamente porque se trata de un movimiento perpetuo. Es un movimiento que no se detiene con la muerte del escritor. Con frecuencia se tiene el sentimiento de que el escritor es como un instante, como una bombilla que ilumina un instante, pero que luego cambia. La literatura es la corriente que está hecha de la lectura y de la escritura y que son infinitamente inseparables. Es este alimento, esta respiración, alguna cosa que va y que viene, y en la que el lector y el escritor son actores. Me parece que hoy se está llegando un poco con la novela a aquello que seguramente había fascinado a los griegos con el teatro y que se ha perdido un poco en el teatro de hoy, ya que el teatro está en competencia con el cine. Pero la novela permite esa especie de cambio de personalidad. Hay algo que se hace y que se deshace con la novela. Un poco como si todo hubiera estado escrito por algún escondido Minotauro y que los escritores simplemente sean los escribas, que se encuentran a su servicio».
(Imagen: Le Clézio.-foto: Xavier Martin.-página12.com.ar)
Se anuncia en la Red una gran lectura internacional de «A la búsqueda del tiempo perdido» del próximo 27 de septiembre al 12 de octubre a la que están invitados a participar 3.500 internautas. Cada uno escogerá aquellas páginas o párrafos de Proust que quiera leer, y yo he abierto en silencio aquellas páginas sobre la lectura que escribió el gran autor francés y me he ido por los jardines de Combray y de Illiers, por los caminos de los manuscritos que se guardan en la Biblioteca Nacional Francesa, por los caminos de la gran sensibilidad que leí tantas veces, y me he sentado a hojear de nuevo las «Jornadas de lectura«, aquellas que él redactó como prefacio a la obra de Ruskin, «Sésame et les Lys«, en 1905.
Nadie me ha molestado. En tiempos en que bullen y hierven televisiones, en que las imágenes pasan meteóricas, en tiempos de gritos, de levedad y de frivolidad, el paso de las páginas andando conmigo por los jardines no me llevan de ningún modo hacia el pasado sino hacia el futuro, futuro indudablemente minoritario, futuro de silencio y soledad voluntariamente elegidos, acto propio de libertad cada vez que uno decide tomar un libro y alejarse, abandonar por un momento el resplandor de las pantallas y sumergirse en una lectura en voz muy baja, tan baja que ni siquiera mi propia voz la oye, sosegada lectura que lee la mente, los ojos le van leyendo a mi mente y mi mente va respondiendo en silencio.
«Quién no recuerda como yo – escribe Proust – aquellas lecturas hechas en tiempo de vacaciones, aquellas lecturas que íbamos a esconder sucesivamente en todas las horas del día que eran lo bastante tranquilas y lo bastante inviolables para poder darles asilo. Por la mañana, al volver del parque, cuando todo el mundo había salido a dar un paseo, yo me escondía en el comedor, donde, hasta la hora del almuerzo, no entraría nadie más que la vieja Felicia, relativamente silenciosa, y donde no tendría otros compañeros, muy respetuosos de la lectura, que los platos pintados colgados en la pared, el calendario del que acababan de arrancar la hoja de la víspera, el reloj de pared y la lumbre, compañeros que hablan sin pedir que se les conteste y cuyas palabras, en voz baja y hueras de sentido, no vienen, como las de los hombres, a sustituir por otro diferente el de las que estamos leyendo.»
Y evocando horas después, Proust prosigue: «Yo dejaba a los otros acabar de merendar en la parte baja del parque, junto a los cisnes, y subía corriendo por el laberinto hasta cierta enramada, donde me sentaba, donde no podían encontrarme, apoyado en los avellanos tallados, mirando el plantío de espárragos, las cenefas de fresales, el estanque a donde, algunos días, los caballos elevaban el agua dando vueltas, la puerta blanca que era el «fin del parque» por la parte de ariba, y más allá los campos de acianos y de amapolas. (…) Y a veces – continúa Proust – en casa, en mi cama,
mucho tiempo antes de la comida, las últimas horas del atardecer albergaban también mi lectura, pero esto sólo ocurría los días en que había llegado a los últimos capítulos de un libro, cuando no quedaba mucho que leer para llegar al final (…) Leía la última página, terminado el libro, había que parar la loca carrera de los ojos y de la voz que seguía sin ruido, deteniéndose sólo para tomar aliento, con un suspiro profundo. Entonces, para dar a los tumultos que llevaban demasiado tiempo desencadenados en mí para poder calmarse de pronto, otros movimientos que dirigir, me levantaba, me ponía a andar a lo largo de la cama, con los ojos todavía fijos en algún punto que en vano se hubieran buscado en la habitación o fuera de ella (…). Entonces, ¿qué?; ¿ese libro no era más que esto? Esos seres en los que hemos puesto más atención y más cariño que en las personas de la vida, sin atrevernos siempre a confesar hasta qué punto las amábamos, y hasta cuando nuestros padres nos encontraban leyendo y parecían sonreir por nuestra emoción, cerrando el libro, con una indiferencia afectada o un aburrimiento fingido; esas personas por las que hemos jadeado y sollozado no las veremos nunca más, nunca sabremos más de ellas». (Marcel Proust, «Jornadasde lectura» en «Los placeres y los días. Parodias y miscelánea».-(Alianza).
Es indudable que hay páginas de Proust más memorables que éstas, pero leer sobre la lectura – dedicar tiempo al reposo de la lectura, sumergirse en el océano de la lectura cuando tantos huyen de ella – es nadar contracorriente de una época para salir luego – los ojos salpicados de gozo por haber leído cuidadosamente – y mirar de otra forma la vida.
(Fotos: el «Pré Catelan», jardín de Illiers/alrededores de Illiers)