MÚSICA DEL AJEDREZ

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Los dedos de la música evolucionan en el aire antes de posarse en la torre o en el alfil, antes de aterrizar en el suelo de las matemáticas. Las matemáticas ordenan y desordenan el cerebro del tablero y la mano, conducida por la mente que ha tardado en decidir pero que ya ha decidido, mueve al fin una pieza esencial que modificará el ritmo de la partida y nos llevará a la salvación o al jaque mate. «La música, las matemáticas y el ajedrez – nos dice SteinerSteiner en «The New Yorker») (Siruela) – son, en algunos aspectos vitales, actos dinámicos de localización. Unos elementos simbólicos son dispuestos en hileras que tienen un significado.(…) La música y las matemáticas figuran entre las maravillas más destacadas de la raza humana (…) El ajedrez, por otra parte, es un juego en el que treinta y dos figuritas de marfil, cuerno, madera o metal o (en los campos de prisioneros) serrín pegado con cera de zapatos se arrastran de un lado a otro sobre sesenta y cuatro casillas de colores alternados. (…) Para un verdadero jugador de ajedrez, llevar de un lado a otro treinta y dos figuras sobre 8 x 8 casillas es un fin en sí mismo, todo un mundo al lado del cual la mera vida biológica, política o social resultan desordenadas, rancias y contingentes».ajedrez.-16

De aquí esa fascinación de los ojos clavados sobre las combinaciones del tablero, el movimiento mental de las piezas que atacan o defienden, la estrategia de ritmos que jamás adivinará el contrario, la música silenciosa de la mano que siempre toma su tiempo antes de salir al escenario. Los ajenos al ajedrez no descubrirán nunca música o poesía en este juego, y en cambio sus devotos advertirán enseguida cuánta poesía ycuánta música esconden las artimañas de un caballo o la protección de un rey. Nabokov recordaba que «los problemas de ajedrez exigen del compositor las mismas cualidades que caracterizan cuaquier otra actividad artística: originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad, y una espléndida falta de sinceridad. Componer en esta trama de ébano y marfil es un don infrecuente y una ocupación dispendiosamente estéril; pero todas las artes son inútiles, divinamente inútiles, si se las compara con un buen número de populares ocupaciones humanas. Los problemas son la poesía del ajedrez, y esa poesía, como toda poesía, está obligada a intervenir con su florete en los diversos conflictos que enfrentan a las viejas y nuevas escuelas«.

Mientras tanto la mano sigue calculando pros y contras en el tablero de los movimientos, precisión en sus combinaciones matemáticas. Luego decidirá en el aire y el  aire llevará los dedos seguros bajando en picado hasta las piezas. Al fin un definitivo jaque mate suena a música.

GÓGOL Y SAN PETERSBURGO

 

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«¿Qué fascinó a Gógol en San Petersburgo? – se pregunta Nabokov en su gran monografía sobre el escritor ruso(Littera).- Los numerosos letreros de tiendas. ¿Qué más? El hecho de que los transeuntes hablasen solos y «gesticulasen en voz baja» mientras caminaban. A quienes gusten investigar este tipo de cosas puede resultarles interesante descubrir el tema de los letreros de tiendas profusamente expuesto en sus últimas obras y a los transeúntes que hablaban entre dientes en el personaje de Akaki Akákievich de «El abrigo«. Estas conexiones son un poco demasiado fáciles y, por ello, probablemente falsas».

Hoy, que se celebra el bicentenario del nacimiento de Nikolái Gógol , venido al mundo el 1 de abril de 1809 en la luminosa ciudad mercantil de Sorochintzy, provincia de Poltava, Pequeña Rusia, releo aquellos paseos de este escritor del que ya hablé hace meses en Mi Siglo  aludiendo a su asombroso relato «La nariz«. «Las impresiones – recuerda Nabokov– no hacen buenos escritores; los buenos escritores se las inventan en su juventud y después las utilizan como si hubiesen sido reales en un principio. Los letreros de las tiendas del San Petersburgo de finales de los años veinte fueron pintados y multiplicados por el propio Gógol en sus cartas con el fin de transmitir a su madre – y tal vez a su propia imaginación – el significado simbólico de la «capital» en contraposición a las «ciudades de provincias» que ella conocía. (…)gogol-3-por-tullio-pericoli

 Las murmuraciones de los transeúntes eran de nuevo simbólicas; esta vez, un efecto auditivo cuyo propósito era el de reproducir la febril soledad de un pobre hombre en una muchedumbre opulenta. Era Gógol, y sólo Gógol, el que hablaba solo mientras caminaba, pero el monólogo era repetido como un eco y multiplicado por las sombras de su mente. Pasando, por así decirlo, a través del temperamento de Gógol, San Petersburgo adquirió una reputación de rareza que mantuvo durante casi un siglo, perdiéndola cuando dejó de ser la capital de un imperio (…) Su auténtica rareza, sin embargo, quedaba demostrada y expuesta cuando un hombre como Gógol caminaba por la Avenida Nevski.(…) Gógol, el ventrílocuo, tampoco era del todo real. Como un colegial caminaba con perversa perseverancia por el lado equivocado de la calle, llevaba el zapato derecho puesto en el pie izquierdo, emitía sonidos matutinos de patio en medio de la noche y distribuía los muebles de su habitación de acuerdo con una especie de lógica de «Alicia a través del espejo«. No es de extrañar que San Petersburgo revelase su excentricidad cuando el ruso más raro de Rusia recorría sus calles». La ciudad vertía también su expresionismo en la prosa de Gógol: «La acera pasaba a gran velocidad bajo él, los carruajes con sus veloces caballos parecían inmóviles, el puente se estiraba y se rompía en medio de su arco, había una casa puesta al revés, una garita de centinela se dirigía tambaleándose hacia él, y la alabarda del centinela junto con las letras doradas del letrero de una tienda y unas tijeras pintadas en él parecían brillar en la pestaña misma de su ojo».

Así describía Gógol San Petersburgo y así la ciudad parecía mirarle a él.

(Imágenes: 1.-caricatura de Gógol.-filmplus.org/ 2.-caricatura de Gógol.-por Tullio Pericoli)

CINE Y CRISIS

estrellas-cine-1962-por-peter-phillips-artnet Leo estos días en Le Figaro el fenómeno de la afluencia masiva de espectadores al cine, huyendo, sin duda alguna, de la cruda realidad económica para refugiarse en el mundo de las bellas apariencias. De la apariencia  y de la realidad ya hablé en Mi Siglo en otra ocasión.

Pero ahora, según el estudio anual del Observatorio europeo de lo audiovisual presentado en Berlín a principios de febrero, este fenómeno de la asistencia al cine es mundial. De Estambul a Oslo, pasando por Bombay, Dubaï y Tokio y, naturalmente Estados Unidos, largas colas se concentran ante las taquillas. No así en España donde por causas distintas las últimas noticias informan de la desaparición de 150 cines y del abandono de las salas por 9 millones de espectadores.

Según recoge Le Figaro, Jeanine Basinger, historiadora del cine y directora del departamento del Séptimo Arte de la Universidad de Wesleyan en el Connecticut, asegura que está sucediendo «exactamente lo mismo que durante la crisis de 1929 y que en la Segunda Guerra Mundial. Entonces las gentes se echaron a la calle para ver cine, puesto que el público buscaba cambiar sus ideas. Los espectadores estaban ávidos de films de puro divertimento, pero también deseaban ver películas serias que les permitieran comprender mejor el mundo en el cual vivían. Se sabe que el número de espectadores va a aumentar, ¿pero verán éstos el cine en las salas de proyección, en el VOD de sus casas o a través de su teléfono móvil?».

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El cine – como la literatura – es ficción. Todo gran escritor – recordaba Nabokov en sus cursos universitarios en Cornell – es un gran embaucador. No hay más que reemplazar literatura por cine y tendremos – como he dicho en alguna ocasión – que » por el sendero de los nidos de araña de la embaucación, las gentes entran en las librerías (en los cines) y pagan por llevarse mentiras encuadernadas que les hagan escapar unas horas de la chata realidad, del metro, de la oficina, de la cocina, del tráfico y del comedor para sumergirse en esa otra realidad del metro, de la oficina, de la cocina, del tráfico o del comedor que cuenta cada escritor a su manera, algunos imitando mucho la realidad, pero entregando la esencia impalpable de una atmósfera familiar de interiores (como Chejov, como Cheever, como Carver) o enriqueciendo también lo auténtico con la inserción de lo fabuloso en la vida real, modificando así esa realidad hasta hacerla pasar sencillamente por los anillos del asombro» («El ojo y la palabra«, pág 87)

(Imágenes: 1.-«Stard card table», 1962.-por Peter Phillips.- artnet / 2.-Scarlett Johansson en «Lost in translation»)

«LA NARIZ» DE GÓGOL

El día 10 de julio escribí en Mi Siglo sobre Hoffman y la  mágica invención. Comentaba «El puchero de oro» y me refería a 1813. Veintidós años después, en 1835, el escritor ruso Nicolás Gógol  publica La nariz dentro de los Cuentos de San Petersburgo (en donde también aparece  su celebérrimo El abrigo) y  da un salto imaginativo enormemente audaz, adelantándose más de un siglo a las aperturas fantásticas de un García Márquez.  Hoffman lograba la mágica invención en la literatura alemana  y Gógol  la conseguía  en la literatura rusa. El relato de Gógol es sencilla y simplemente la desaparición súbita de una nariz.

    » Iván Yakovlevich, por razón de decencia – escribe Gógol -, se puso el frac sobre la camisa y, habiendo tomado asiento a la mesa, echó sal, preparó dos cabezas de cebolla, tomó el cuchillo y, después de hacer una mueca significativa, se dispuso a cortar el pan. Una vez que hubo partido el pan en dos pedazos miró al centro y, con asombro, vio algo que brillaba. Iván Yakovlevich lo limpió cuidadosamente y lo examinó con los dedos.

     ‑¡Está duro! ‑se dijo‑ ¿Qué podrá ser?

     Metió los dedos y se quedó helado: ¡una nariz!…; sus manos se apartaron, empezó a frotarse los ojos y a tocarla: una nariz, en efecto, una nariz, y hasta le parecía que fuese de un conocido. (..) sabía que la nariz era del asesor colegiado Kovalev, a quien afeitaba los jueves y domingos.»

Y Gógol, tras describir cómo el asustado barbero Iván Yakovlevich se desprende de la nariz arrojándola al río, pasa a contar con toda naturalidad lo que le sucede a su vez al mayor Kovalev, que se ha quedado sin nariz:

     «Así el lector podrá juzgar ya la situación de este mayor cuando se encontró en vez de su nariz, bastante aceptable y regular, por otra parte, con un estúpido sitio liso y plano.

     Como, por desgracia, no hubiera ni un cochero en la calle y se viese obligado a ir a pie, se envolvió la cara en su capote, y, con el rostro cubierto con el pañuelo, al verlo daba la impresión de que tenía sangre.

     “A lo mejor me lo ha parecido a mí así: no es posible que haya perdido la nariz tontamente”, pensó, y de modo intencionado penetró en una confitería con objeto de mirarse en un espejo..»

Y Gógol prosigue impertérrito describiendo las andanzas del mayor Kovalev por la ciudad:

    » (…) De pronto se halló como enterrado a la puerta de una casa; en sus ojos tuvo lugar un fenómeno inexplicable: ante un portal se detenía un coche, se abrió la puerta y saltó fuera y se inclinó un señor vestido con uniforme, subiendo con presteza las escaleras. ¡Cuál no sería el terror y, al mismo tiempo el asombro de Kovalev, cuando se dio cuenta de que era su propia nariz! A la vista de ese espectáculo extraordinario le pareció que todo daba vueltas ante sus ojos; sintió que apenas podía tenerse en pie; pero se dispuso a esperar su vuelta al coche, pasara lo que pasara, aunque temblaba como febril. Dos minutos después salió la nariz, en efecto. Iba con uniforme bordado de oro, con el cuello levantado, llevaba pantalones de gamuza y una espada al costado. Por el sombrero podía deducirse que tenía el rango de consejero de Estado. Podía suponerse que iba de visita. Miró a ambos lados y gritó al cochero: “¡En marcha! «. Se sentó y partió.«

Esto está escrito en la primera mitad del siglo XIX, como también en esa primera mitad del siglo escribe Hoffman su mágica invención. Gógol se explaya aún más : cuenta cómo esta nariz se pasea en carroza por la ciudad de San Petersburgo con uniforme de gran funcionario. El consejero Kovalev trata en vano de convencer a la nariz para que vuelva a su sitio pero no lo consigue. La audacia del escritor ruso es asombrosa y  admirable. Nabokov, en su estudio sobre Gógol (Littera), recuerda en este escritor  «el leitmotif nasal a lo largo de toda su imaginativa obra y resulta difícil –dice –  encontrar a cualquier otro autor que haya descrito con tanto entusiasmo olores, estornudos y ronquidos (…) Las narices gotean, las narices se mueven de forma nerviosa, a las narices se las toca cariñosa o groseramente; un borracho intenta serrar la nariz de otro; los habitantes de la luna (así lo describe un loco) son Narices. El hecho de si «la fantasía engendró la nariz o la  nariz engendró la fantasía» no es esencial. Considero más razonable olvidar que la exagerada preocupación de Gógol por las narices se basaba en el hecho de que la suya fuese anormalmente larga y tratar el olfativismo de Gógol  – e incluso su propia nariz  – como una estratagema literaria relacionada con el amplio humor de las fiestas en general y con el humor nasal ruso en particular.Nosotros estamos alegres de narices o tristes de narices. El despliegue de alusiones nasales que tiene lugar en una famosa escena del Cyrano de Bergerac de Rostand no es nada comparado con los cientos de proverbios y dichos rusos que giran en torno a la nariz. Gógol había descubierto nuevos olores en la literatura (que llevaron a un nuevo «escalofrío«). Como reza un dicho ruso, «el hombre con la nariz más larga ve más allá»; y Gógol veía con sus narices».

De cualquier modo, un ejemplo más de que la mágica y prodigiosa invención en la literatura se remonta siglos atrás, camino arriba de las novelas y de los cuentos y que en absoluto es propiedad del siglo XX. 

(Imágenes: Marc Chagall, «Homenaje a Gógol«.-moma.org/retrato de Gógol.-centros5.pntic.mec.es/ representación teatral de «La nariz»/ escena de «El inspector«, otra de las obras de Gógol.-escenicas.univable.edu.com)

AUTORES EN PANTALLA

¿Deben los escritores aparecer en televisión o deben sólo mostrarse sus obras? Hay autores que se han negado a presentar su rostro, no sólo en televisión sino incluso en las solapas de sus libros – entre ellos Salinger o Pynchon -y hay escritores que se han desvivido por las cámaras y las pantallas. Ahora, en Mi Siglo, recojo la noticia de que a partir de marzo un antiguo responsable de la ficción en The New Yorker moderará en «Titlepage» un debate sobre libros.
Viejo empeño el de comentar la actualidad literaria para todos los públicos. En Francia, uno de los hombres que más horas consagraron a la lectura y más esfuerzos dedicaron a bucear en las vidas de los escritores, Bernard Pivot, logró durante años en «Apostrophes«, su gran programa televisivo, penetrar en los escenarios y talleres de Nabokov, Yourcenar, Duras, Simenon, Solzhenitsin y tantos otros. Muchas de esas entrevistas recogidas en la colección los monográficos de Apostrophes (Editrama) ofrecen unas técnicas de conversación muy cercanas y cautivadoras. «Yo tengo una manera de ser, de escuchar, de hablar, de relanzar – decía Pivot -que me es natural. La fórmula de ser «intérprete de la curiosidad pública» me parece una excelente definición de la profesión periodística. En Figaro Littéraire donde me formé aprendí que las buenas preguntas son aquellas que dan a los lectores o a los oyentes la viva impresión de que en ese lugar ellos habrían planteado esas mismas cuestiones . Para cada emisión parto del mismo postulado: el público no sabe nada, yo tampoco, y los intelectuales y escritores saben muchas cosas. Pero, habiendo leído sus libros, yo ya conozco bastante para ser el mediador entre la ignorancia de unos – que no desean más que aprender – y el conocimiento de otros – que no aspiran más que a transmitir su saber. Es muy importante que el periodista encargado de los libros en televisión, no sea él mismo un autor, un colega de los entrevistados. Yo tengo una sincera admiración y una enorme curiosidad por cualquier persona que haya convencido a una editorial para imprimir su nombre en la cubierta de un libro. El resto en mí no es más que trabajo, lectura y juicio. Lo esencial es estar en buenas disposiciones.
Con esas buenas disposiciones Bernard Pivot hizo una labor admirable en esa tarea dificil que es aumentar el placer de leer.