LEER CON VIRGINIA WOOLF

 

 

“Me gustaba leer aquí. Una acercaba  la mecedora maltrecha a la ventana, para que la luz cayera sobre la pågina – escribe Virginia Woolf  en uno de sus Ensayos – A veces, la ensombrecía la silueta del jardinero que cruzaba el prado (…) Había damas altas que entraban y salían de la casa (…) Pero nada me distraía del libro (…)  De una u otra manera el libro se sostenía como si se apoyara en los setos, y el azul lejano; me parecía, en lugar de un libro, algo que no estaba impreso, ni encuadernado, ni cosido sino que era producto de los árboles, de las colinas, del caliente día de verano, como el aire que flota, en las mañanas claras, alrededor de las cosas (…) Los grandes escritores son crueles, como la naturaleza lo es. En cuanto a que Cervantes supiese qué estaba haciendo, quizá los grandes escritores nunca lo saben. Quizá por eso los que vienen después encuentran allí lo que buscan.”

“¿Te dije que estoy volviendo a leer toda la literatura inglesa? – le  escribe a Ethel Smyth en febrero de 1941 – Para cuando llegue a Shakespeare estarán cayendo bombas. De modo que he arreglado una última escena perfecta: leyendo a Shakespeare y habiendo olvidado mi máscara de gas (..) Ayer abatieron a un bombardero del otro lado de Lewes. Yo iba en bicicleta a conseguir nuestra mantequilla, pero sólo escuché un zumbido en las nubes. Como tú dirías, ¡ gracias a Dios que nuestros padres nos legaron el gusto por la lectura! En lugar de pensar: para mayo estaremos…como sea, pienso: !sólo tres meses  para leer a Ben Jonson, Milton, Donne y el resto (…) Ya no puedo controlar mi cerebro. Leo y leo como un asno describiendo círculos en torno a un pozo.”

 

 

(Imágenes -1- Virginia Wool – foto Gisele Freund/2-James C Christensen)

OLORES

 

objetos.- 83dee.- Hisaji Hara

 

«El sudor de Alejandro Magno desprendía un olor suave, no sólo no olía mal, sino que de forma natural olía bien – cuenta Antoine Compagon en «Un verano con Montaigne« -. Según Plutarco, tenía un temperamento caliente, debido al fuego, que cocía y disipaba la humedad de su cuerpo. A Montaigne le encantan estos detalles que recoge en las obras de los historiadores. No le interesan los grandes acontecimientos, las batallas y las conquistas, sino las anécdotas, los tics y las mímicas: Alejando inclinaba la cabeza hacia un lado, César se rascaba la cabeza con un dedo, Cicerón se hurgaba la nariz.»

 

objetos-vvbbh- Takeshi Sano- mil novecientos noventa y siete- Corning Museum of Glass

 

Estos detalles, o estos gestos incontrolados e involuntarios, nos dicen más del hombre que las proezas que les atribuye la leyenda. Montaigne, que tenía como libro de cabecera las » Vidas paralelas de los hombres ilustres» de Plutarco, anotaba con precisión lo que decía el historiador griego: la causa del olor suave de Alejandro «la indagan Plutarco y otros escribe Montaigne -Pero la forma común de los cuerpos es la contraria; y la mejor condición que alcanzan es estar exentos de olor. Incluso la dulzura de los alientos más puros nada tiene más perfecto que carecer de olor alguno que nos ofenda.»

 

objetos-fgh-Catalina Kehoe

 

Son los detalles de los héroes los que desvelan su intimidad.

En «Diálogos con la cultura» quise recordar las «Vidas imaginarias» de Marcel Schowb a las que ya me referí aquíMarcel Schwob con susVidas imaginarias” – dije entonces – (en las que, como recuerda Borges al prologarlas en su Biblioteca personal,  “los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos) – el sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén”, sigue comentando BorgesY aSchwob, en esasVidas imaginariasnos dice que “el día de Waterloo Napoleón estaba enfermo (…), que Alejandro andaba ebrio cuando mató a Klitos, que la fístula de Luis XlV pudo influir en alguna de sus decisiones (…), que Diógenes Laercio nos enseña que Aristóteles llevaba sobre el estómago un odre de aceite caliente (…), que Aubrey, en las “Vidas de las personas eminentes“, nos confiesa que Milton“pronunciaba la r muy dura”, que a Erasmo “no le gustaba el pescado, aunque había nacido en una ciudad de pescadores”, y que en cuanto a Bacon, “ninguno de sus servidores habría osado presentarse ante él con botas que no fueran de cuero de España, pues sentía al instante el olor del cuero de becerro y le resultaba muy desagradable”.

 

objetos.-55ty.-Ben Cauchi.-2007

 

Olores, gestos, detalles que desvelan siempre al hombre.

 (Imágenes.-1.-Hisaji Hara/ 2.-Takeshi Sano– 1997.- corning museum glass/ 3.-Catalina Kehoe/ 4.-Ben Cauchi- 2007)

VIEJO MADRID (24) : JARDINES ROMÁNTICOS

Me he sentado en este banco, invisible, abstraído de la polución y de los ruidos: pasan los automóviles detrás de estos jardines, fachadas, portales, ojos de semáforos, se oyen gritos cruzados a lo lejos de los repartidores de civilización, proveedores de básicos utensilios y de inservibles complementos, la infancia camina de la mano rumbo a su escuela, se escuchan pasos precipitados hacia el trabajo, pero aquí, en el silencio de los jardines, apenas hay rumor mientras paso las hojas del libro, «El arte de los jardines modernos«, de Horace Walpole. que, como siempre, me habla entre líneas, y me va explicando » que el roble  venerable, el haya romántica, el provechoso olmo, incluso el perímetro pretencioso del tilo, el contorno regular del castaño, y el casi moldeado naranjo, tuvieron su historia y se vieron rectificados por esos fantasiosos admiradores de la simetría».


Me está hablando así el autor de “El castillo de Otranto”, siempre en voz baja, sentado en este banco solitario, y cuando  él deja de hablar – cuando dejan de pasarse las hojas – el Madrid tumultuoso baja en estrépito de las nubes y ensordece los tejados. En cambio, cuando el libro habla de nuevo conmigo, son las palabras las que conversan entre Plinio y Milton y la ciudad enmudece al escucharnos, los silencios van y vienen por calles desiertas, automóviles quedan detenidos, diálogos diluidos. Es una ciudad enmudecida y límpida cuando el libro se cierra y es un jardín enmudecido y límpido  cuando la ciudad reabre sus ruidos.

Todo esto sucede a media mañana. Es el misterio de la palabra, el conversar de las urbes y los jardines. Y sobre todo, el silencio.

(Imágenes: jardín del Museo del Romanticismo de Madrid, calle de San Mateo.–enero 2011.- fotos JJP)

EL DETALLE EN EL PERIODISMO

«Cuando Gabriel García Márquez sale de de su casa de Bogotá, se desplaza en un Lancia Thema Turbo de 1992, un sedán personalizado, de tamaño medio, de color gris metalizado, con ventanillas a prueba de balas y chasis a prueba de bombas -contaba Jon Lee Anderson en The New Yorker en 1999 -. Lo conduce Don Chepe, un  fornido ex guerrillero que trabaja para García Márquez desde hace más de veinte años. Tras ellos, en otro vehículo, van algunos agentes del servicio secreto, a veces hasta seis. Un sedán de aspecto normal, a prueba de bombas y con un motor potente es un  coche seguro en un país en que todos los meses se secuestra a casi doscientas personas y se mata a más de dos mil». Esto que cuenta Anderson es el «toque humano» en el periodismo, la precisión en el dibujo de los detalles, aquello que el periodista confirma al comentar cómo va componiendo sus reportajes y perfiles: «Si algo se vuelve cotidiano, nos olvidamos de los detalles – dice -; mis anotaciones de los primeros días son las mejores; mi ojo es subjetivo; sin escenas no hay artículo; las escenas iluminan la pieza; si logras encontrar algo de humor para incluir en el perfil, eleva la pieza…».

Gracias a hacerse muy subjetivo el ojo del periodista y a observar siempre con gran atención, Anderson nos continúa relatando cómo en todas las casas donde García Márquez ha pasado largas temporadasCiudad de México, Cuernavaca, Barcelona, París, La Habana, Cartagena de Indias o Barranquilla -, el novelista colombiano posee el mismo modelo de ordenador Macintosh, que le permite trabajar donde quiera que esté: «por lo general – añade Anderson – se despierta a las cinco de la madrugada, lee un libro hasta las siete, se viste, lee la prensa, responde al correo electrónico y a eso de las diez, «pase lo que pase», está sentado a la mesa, escribiendo, donde permanece hasta las dos y media».

Narra todo ello Jon Lee Anderson en «El dictador, los demonios y otras crónicas» (Anagrama) y a través de ese libro  también conocemos – con motivo de la visita del periodista a la residencia del Rey de España en Madrid – que un poco más abajo del edificio, «discretamente empotrado en un monte de poca altura, hay un anexo para el personal, unido al Palacio por un  pasillo subterráneo, bordeado de vitrinas en las que se exponen maquetas de barcos, exquisitamente construidas, de la colección privada del rey». Como igualmente Anderson da noticia de que en el cesped de ese Palacio, delante de una de las salas de protocolo, hay una escultura en piedra marrón del artista Eduardo Chillida que parece un trono.

Es siempre el detalle, la observación del ojo subjetivo que todo periodista debe tener en el centro de su atención para intentar luego ser lo más objetivo posible en el conjunto. Siempre es el detalle el que capta el interés del lector. Sobre el detalle y su importancia he hablado alguna vez en Mi Siglo. En el campo de la literatura aparece también el detalle en el singular ejemplo de Marcel Schwob con sus «Vidas imaginarias» (Barral) en las que – como recuerda Borges al prologarlas «(Biblioteca personal«) (Alianza)  -«los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén», comenta BorgesY aSchwob, en esas «Vidas imaginarias» nos dice que «el día de Waterloo Napoleón estaba enfermo (…), que Alejandro andaba ebrio cuando mató a Klitos, que la fístula de Luis XlV pudo influir en alguna de sus decisiones (…), que Diógenes Laercio nos enseña que Aristóteles llevaba sobre el estómago un odre de aceite caliente (…), que Aubrey, en las «Vidas de las personas eminentes«, nos confiesa que Milton «pronunciaba la r muy dura», que a Erasmo «no le gustaba el pescado, aunque había nacido en una ciudad de pescadores», y que en cuanto a Bacon, «ninguno de sus servidores habría osado presentarse ante él con botas que no fueran de cuero de España, pues sentía al instante el olor del cuero de becerro y le resultaba muy desagradable».

El detalle. Siempre la atención al detalle en la fabulación o en la realidad. El detalle nos revela la atmósfera o nos retrata al individuo.

 Hoy.  O – como en el caso de Schwob – hace más de un siglo.

(Imágenes:- 1. Kikmet Karabulut.-Lebriz.com.-Estambul.- Turquía.-artnet/ 2.-Othman Moussa.- 2008.-Ayyman Gallery.-Damasco.-Dubai.-United Arab Emirates.-Beirut.-artnet)

TRABAJAR DE NOCHE


Hae unos días The New Yorker hablaba en sus páginas del «mal de la medianoche» o hipergrafía, algo que según el «Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales«, donde aparece la cotización oficial de las enfermedades mentales reconocidas por la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), se define como algo que puede obligar a alguien a mantener una voluminosa revista para anotar con gran frecuencia cartas al editor, o a escribir en papel higiénico si no hay otra cosa más disponible, y hasta a redactar un Diccionario. En resumen, el impulso desordenado y casi incontrolado de escribir, principalmente en las horas nocturnas, es decir, padeciendo de algún modo la llamada «enfermedad de la medianoche».

No sé si esto es así efectivamente e ignoro por qué se vincula precisamente la noche a este afán incontrolado de adentrarse en la escritura. Pero es indudable que – sin producir enfermos en absoluto-, la noche y sus silencios, su concentración en esas horas de soledad en las que el resto del mundo duerme, posee una atracción que ha dejado obras muy interesantes en la literatura. Por citar algunos nombres capitales, he ahí a Kafka que escribe de un tirón «La condena» en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, entre las diez y las seis de la mañana y que cuenta en su Diario :» casi no podía sacar de debajo del escritorio mis piernas, que se me habían quedado dormidas de estar tanto tiempo sentado. (…) Varias veces durante esta noche he soportado mi propio peso sobre mis espaldas. Cómo puede uno atreverse a todo, cómo está preparado para todas, para las más extrañas ocurrencias, un gran fuego en el que mueren y resucitan. Cómo empezó a azulear delante de la ventana. Pasó un carro. Dos hombres cruzaron el puente. La última vez que miré el reloj eran las dos. En el momento en que la criada atravesó por vez primera la entrada escribí la última frase». (Diario del 23 de septiembre de 1912.-Galaxia Gutenbeg.)

Max Brod, por su parte, anota también en su Diario del 29 de septiembre de ese mismo año: «Kafka está en éxtasis, escribe de noche sin parar. Es una novela que transcurre en América«. Igualmente Kafka le confía a Felice Bauer en sus Cartas (Alianza) la necesidad de la noche para intensificar mejor su escritura.

En el otro lado del mundo, Mishima le escribe a Kawabata que son las horas de la noche aquellas en las que su espíritu de narrador alcanza una interioridad mayor. («Correspondencia» Mishima-Kawabata.-Emecé.) Representa sin duda todo esto «la faceta nocturna de la soledad creadora» que ha comentado Steiner. Él recuerda cómo Milton declara que la lámpara del poeta «a medianoche/será vista en alguna alta y solitaria torre«, el creador enclaustrado permanecerá bajo un cielo estrellado «mirando una y otra vez la Osa Mayor«.( Steiner.-«Gramáticas de la creación».-Siruela.)
(Fotos: Franz Kafka, por Andy Warhol .-Yasunari Kawabata)

EL CONTADOR DE HISTORIAS

Recuerdo perfectamente al contador de historias en mi infancia, cuando iba con mis hermanos al colegio y le veía allí, en aquel banco junto a la carpa de circo, levantar en el aire las palabras y hacer malabarismos con los acentos y las comas, comerse el fuego de las admiraciones y esconder verbos y adjetivos, taparlos con cubiletes de colores y cortar la cinta de la poesía en varias partes para pegar los versos sin trucos. Yo creo que desde ese momento quise hacerme escritor. Recuerdo que el mejor de sus relatos era aquel que contaba la vida de un contador de historias de Londres, al que situaba en Gordon Square, y del que decía que era el mejor embaucador de verdades porque cogía una verdad por la cola y la transformaba de pronto en fantasía, la hacía girar y girar varias horas ante los ojos y oídos de los transeuntes.

Años después, cuando estuve en Londres, le descubrí. En aquella esquina de Gordon Square el mismo contador de historias lograba recitar con los ojos cerrados y las manos extendidas, como si fuera un loco camino del destino, a Milton y a Shakespeare, sobre todo pasajes del Rey Lear, y dentro de su garganta y con facilidad enorme mezclaba continuamente parlamentos de Edmundo y de Gloucester.

Pero su gran relato siempre era el mismo. Que había un contador de historias en Venecia, en el mercado de Rialto, que se superaba a sí mismo ocultando su cara con disfraces y retando a la muchedumbre de los canales a adivinar dónde estaba el mejor contador de historias de todos los tiempos.
Lo encontré naturalmente en el mercado de Venecia, narrando bajo su máscara y su antifaz, que aún existía un contador de historias más fabuloso, que seguía viviendo en París, en la rue St-Louis en l`Ile, un hombre del que nacía la luz de la ciudad y que explicaba a la multitud embobada cómo en Praga, en la plaza Wenceslao, a las puertas del Hotel Europa, un contador de historias revelaba los secretos para ser feliz, que consistían en volver a la infancia, al camino de aquel viejo colegio, acompañando por las calles a los hermanos, hasta llegar a un banco, junto a la carpa del circo, en donde un hombre se iba tragando los sables de las interrogaciones, escupía el fuego de los adverbios, hacía volar los sustantivos en el aire y, entre aplausos, hacía que entre el público un niño asombrado fuera pensando que quizá un día, poco a poco, pudiera ser escritor.