LOS “TRABAJOS FORZADOS” DE LOS ESCRITORES

“Una amable señora, al enterarse de que su vecino, Richard Ford, era escritor, le preguntó interesada: “Sí, pero ¿de qué trabaja?”. Lo cuenta Alberto Manguel en un reciente artículo sobre cómo han de ganarse la vida novelistas y poetas y  la italiana Daria Galateria  ha dedicado todo un libro a este tema. Recuerda Galateria que Faulkner, encontró al principio de su carrera diversos empleos: de guardarropa, regidor para el teatro y cartero ( aunque se negaba a ordenar el correo); trabajaba por la noche en la sede de la universidad y debía cargar la caldera de carbón; mientras tanto, sobre aquella caldera oxidada escribía cuentos, con los que finalmente ganó algún dinero. Con el tiempo consiguió comprarse una casa de estilo colonial donde pudo dedicarse a la literatura y escribir durante doce o trece horas seguidas.

Sigue contando Galateria que George Orwell en determinado momento de su vida sintió “en lo más profundo de su ser” que, para convertirse en escritor, tenía que abandonar todos los privilegios y vivir la vida de los marginados. Viviendo en París, cuando se quedó sin alumnos en sus clases de inglés,  empezó a empeñar su ropa y finalmente se convirtió en un perfecto vagabundo. En el otoño de1929 se puso de lavaplatos en un hotel de lujo de la rue de Rivoli; trabajaba en un sótano en el que ni siquiera podía estar de pie, desde las siete de la mañana hasta las nueve y cuarto de la noche, lavaba platos, limpiaba mesas y fregaba suelos. Unos años después, en Londres, tras empeñar su abrigo en el Monte de Piedad, descubrió que tenía los pulmones gravemente afectados, lo que le sirvió para librarse, en 1931, de pasar la Navidad en prisión. Al fin, gracias a un dinero que pidió a su hermana mayor, alquiló una habitación y empezó a trabajar como director de una pequeña escuela privada donde se ocupaba de quince niños entre diez y dieciséis años. Tras muchas vicisitudes, viajes y trabajos—-en 1941 “perdió”, según él decía, dos años en la BBC, en programas culturales para India y el sudeste asiático —, la salud se le fue deteriorando. Al final, los médicos del último sanatorio donde estuvo internado, sólo le permitían usar la máquina unas cuantas horas al día: estaba escribiendo “1984.”

 


 

Máximo Gorki por su parte era todavía un niño cuando entró a trabajar como descargador en el Volga, acarreando él sólo “para envidia de los mayores”, cajas de cien libras. Más tarde fue pinche, fogonero, pescador, panadero… Hacía catorce horas de cola de noche o de día, en bodegas o salinas calientes. Pero bastó que uno de sus cuentos tuviera éxito y pasara a colaborar en varios periódicos y tuviera que escribir dos artículos al día, para que confesara que ese “trabajo esclavo” lo agotaba: “ era superior a sus fuerzas”.

 

 

 

(Imágenes—1- Jens Caessens/2- Stefan Zweig y Maximo Gorki/ 3-Orwell- manuscrito de “1984”)

EL ENTIERRO DE CHEJOV

 

«Acabamos de enterrar a Antón Chejov escribe Máximo Gorki a Y. P. Péshkova  en una carta de julio de 1904 -. Estoy tan afectado por este entierro que apenas puedo describírtelo inteligiblemente, ando, hablo, incluso me río, pero en mi interior siento repugnancia, creo que estoy manchado de pies a cabeza con una porquería pegajosa y apestosa y que ha cubierto con una capa gruesa mi cerebro y mi corazón. Este hombre prodigioso, este maravilloso artista que luchó toda la vida contra la vulgaridad que encontraba por todas partes y que iluminaba sus manchas putrefactas con una luz tenue y de reproche, parecida a la luz del día, Antón Pávlovich, un hombre que detestaba todo lo trivial y lo vulgar, fue trasladado en un vagón «para transportar ostras frescas» y fue enterrado junto a la tumba de Olga Kukarétkina, la viuda de un cosaco. Son pequeñeces, amigo mío, sí, pero, cuando recuerdo el vagón y a Kukarétkina, se me encoge el corazón, y  estoy dispuesto a aullar, a rugir y a pelearme de indignación, de rencor.

 

 

A él le da igual que su cuerpo haya sido transportado en una cesta para la ropa sucia, pero no a nosotros, a la sociedad rusa, no puedo perdonar este vagón » para ostras». En este vagón se encuentra precisamente aquella vulgaridad de la vida rusa, aquella falta de cultura que tanto había indignado siempre al difunto. San Petersburgo no recibió sus restos como era debido, cosa que me ofende. En el entierro de un escritor como Antón Chejov habría preferido ver a no más que una docena de personas que le querían de verdad; en cambio, vi una multitud, «el público», eran entre tres y cinco mil, y para mí se convirtieron todos en una nube espesa y grasienta de vulgaridad triunfante».

 

 

(Imágenes-1-  Chejov -melikhovo – Wikipedia/2- San Petersburgo-Fyodor  Vasilyev -1870/ 3-iluminaciones en San Petersburgo- 1869- Wkipedia)

STEFAN ZWEIG (2) : SUS NOVELAS

 

 

«El éxito me acompaña con una obstinación sorprendente», confesaba Stefan Zweig. ¿ Y cómo explicar ese éxito? – se preguntaba la académica francesa Dominique Bona, la gran estudiosa de Zweig – . Respondía con algunas de las cualidades del creador austriaco:  el autor de «Veinticuatro horas en en la vida de una mujer» es un escritor conciso y eficaz; todas sus obras son breves; sus descripciones, retratos y situaciones aparecen como fruto de algo esencial sin dejar nunca seco el relato ni reducirlo a un escenario excesivamente delgado. Moderno para su época, la concisión de Zweig es sin duda la que le ha granjeado muchos lectores hasta el día de hoy. Sus novelas breves – él mismo lo declaraba – son un trabajo de intensidad: «Si yo soy consciente de alguna forma de arte ello se basa en el arte del renunciamiento, pues nunca me planteo escribir mil páginas; ochocientas de ellas toman el camino de la papelera».

 

 

Otro de los factores del éxito de Zweig es que presenta en sus novelas individuos corrientes en situaciones corrientes, y que únicamente un suspense interior los transforma en situaciones extraordinarias. Erika Tunner, otra estudiosa de Zweig, reconoce que este escritor está fascinado por el alma humana y posee un sentido clínico del análisis para explorar todos los aspectos del comportamiento pasional, escrutando los mecanismos de los deseos contrarios, de las pulsiones reprimidas, de los fuegos y  los altibajos del amor. En sus dos novelas más célebres – «Carta a una desconocida» y «Veinticuatro horas en la vida de una mujer» -, se trata de dos mujeres que viven historias de equivocaciones y de esfuerzos, en las que pueden reconocerse muchas lectoras de Zweig. La palabra,  y la confesión a través de la palabra, es para Zweig algo liberador. Escritor del amor y de los sentimientos alterados, de las pasiones ambiguas, en muchas ocasiones las mujeres de quince a cuarenta años son las heroïnas de sus novelas y constituyen un estudio del corazón femenino. Fueron la psicología y la síntesis de los destinos individuales los que le elevaron como novelista.

El escritor austriaco recibió innumerables mensajes de lectoras que «creían reconocer su experiencia propia en aquellos personajes y se dirigían al autor como si fuera un confesor o un psiquiatra». Zweig se esforzaba en mantener la intensidad en sus relatos. «La intensidad es todo», decía. Y en otra obra suya ensayística resumía: «sólo un libro que mantiene en cada página el nivel más elevado y os lleva hasta la última sin dejaros respirar os puede producir un placer único».

 

 

(Imágenes-1- Stefan Zweig y Gorki en Sorrento -1930/ 2- Zweig y Ricard Metzle -tarunga/ 3- Stefan Zweig y Joseph Roth en 1936 -casa Stefanzweig)

ASPECTOS DE LA BIOGRAFÍA

escritores.-5gyu.-Stefan Zweig y Maximo Gorki.-Sorrento.-1930

El primer rasgo que debe tener una biografía, según opinaba un gran conocedor del género como fue André Maurois, es la valiente búsqueda de la verdad. El segundo, la inquietud por la complejidad de la persona. También se ha dicho que el objetivo de la biografía es la transmisión verídica de una personalidad y que algo esencial en toda biografía es la elección de los detalles. Cuando Maurois escribe «De la biografía como obra de arte» desea recoger, aunque no lo comparte, el acercamiento que tiene Marcel Schwob al enfocar la vida de personajes muy distintos. «El arte del biógrafo consiste – había señalado Schwob -en valorizar tanto la vida de un pobre actor como la vida de Shakespeare. Es un bajo instinto el que nos lleva a ver con satisfacción el mechón en la frente de Napoleón. La sonrisa de Monna Lisa, de la que nada sabemos, es más misteriosa. Y una mueca dibujada por Hokusai, conduce a meditaciones más profundas». Pese al enorme encanto de este extracto – matiza Maurois sobre estas palabras-, no considero justas las ideas que expone. Lo propio de las vidas de desconocidos es que dejan escasas huellas, a menos que imaginemos a un hombre genial que haya escrito cartas admirables y no las haya publicado».

Monna Lisa.-2sdc.-Leonardo da Vinci.-museo del Louvre.-wikipediaLas biografías como género han continuado expandiéndose a lo largo del tiempo y tienen gran eco entre nuestro público. Sobre el trabajo de un biógrafo excelente y ameno como fue Stefan Zweig al escribir su «María Antonieta«, habló Friderike Zweig en sus Memorias «Destellos de vida» (papel de liar) y la polémica sobre si es lícito o no novelar de algún modo dentro de una biografía siempre ha estado viva. Mientras existen biografías muy fieles, minuciosas y enormemente documentadas como, entre otras, las de Painter y Ghislain de Diesbach sobre Proust o la de Knowlson sobre BeckettMaurois opinaba: «Críticos e historiadores han dicho sobre todo esto: «Quizá los  personajes tradicionales que se nos había descrito, el Wellington de la leyenda inglesa, el Washington de la leyenda americana, no eran verdaderos. Es posible, pero, ¿qué nos importa? No todas las verdades pueden decirse. A menudo conocemos historias crueles sobre nuestros amigos vivos, historias que nos guardaremos de contar. ¿Por qué íbamos a mostrarnos menos leales con nuestros amigos muertos y con los grandes hombres? No hay duda de que no fueron perfectos; no hay duda de que había una parte de leyenda en el retrato, demasiado bello, que se hizo de ellos. Pero, la leyenda, ¿no inspiraba acaso grandes cosas? Servía como ejemplo a hombres débiles elevándoles por encima de su propia talla. Por otra parte, ¿era acaso tan falsa? Las acciones de un hombre son, con frecuencia, más grandes que él. ¿No hay grande hombre para su ayuda de cámara? Esto no demuestra que hayan existido grandes hombres. Demuestra que ha habido pocos ayudas de cámara».

escritores.-ffoo.-André Maurois

En nuestras letras hispanas acaso unas biografías excelentes como las que escribió Gómez de la Serna sobre Quevedo, Lope de Vega, Valle- Inclán o en sus «Efigies» de Baudelaire, Ruskin o Gerardo de Nerval son ejemplo de la mezcla entre anécdotas verdaderas y anécdotas apócrifas, presentadas de un modo consciente, añadiendo que hubieran podido ser verdad. Al comentarlas, Carmen Bravo – Villasante, autora de una importante biografía de Pushkin, decía: «Estas anécdotas inventadas nos iluminan, a veces, tanto sobre la vida de los biografiados, que no podríamos prescindir de ellas en sus biografías. Con esto, el artista acentúa los rasgos característicos del hombre. Es la misma fantasía poética de Picasso en sus retratos, cuando pinta a Jacqueline con tres rostros o dos cabezas, para darnos la impresión sobrecogedora de la verdad de una personalidad«.

(Imágenes:-1.-Stefan Zweig y Maximo Gorki en 1930/2.-Monna Lisa.-Museo del Louvre.-wikipedia/3.-André Maurois.-tecnoculto.com)