LA DESPEDIDA DE MAIGRET

 

“Me siento lleno de remordimientos — decía Simenon en 1973– por haber dejado caer completamente a Maigret tras mi última novela “Maigret et Monsieur Charles”. Es un poco como si uno se despidiera de un amigo sin estrecharle la mano. Si se ha creado, entre un autor y sus personajes, relaciones afectivas, con mayor razón si esta colaboración dura cincuenta años. Leo en ciertos periódicos que yo me he valido de mí mismo para crear el personaje de Maigret y que éste no sería más que una copia.

Rechazo esto. Maigret no ha sido nunca yo. Yo le dejo en las orillas de la Loire donde debe ir para su jubilación, como haré yo mismo. Él trabajará en su jardín, jugará a las cartas, irá a pescar. Pero yo continuaré  ejerciendo el único deporte que aún me estará permitido: caminar. Le deseo una feliz jubilación, como la mía deseo que sea feliz. Los dos hemos trabajado juntos y  la verdad es que yo le debería  haber dedicado un adiós un poco más  emocionado.

 

¿Sabe usted – le decía Simenon a Bernard Pivot en 1981- por qué Maigret no ha tenido hijos? Por una razón muy simple: cuando he creado a Maigret, yo no tenía hijos y me sentía incapaz de crearle a él una vida familiar con un hijo porque en aquel momento yo no tenía ninguno. Después, fue ya demasiado tarde para que yo añadiera al matrimonio Maigret lo de los hijos. Y  los he retratado siempre sin hijos.”

 

(Imágenes—1- Simenon/ 2- Robert Brassai -Montmartre/ 3- Albert Monier 1950)

LA LOCA DE MAIGRET

 

 

“Entre las lecturas de este confinamiento he vuelto a asomarme a “La loca de Maigret”,  de Simenon, publicada en 1970, escrita del 1 al 7 de mayo en Epalinges (Suiza), y que me lleva hasta los paseos del inspector con su mujer por la Bastille y el bulevar Beumarchais en los atardeceres  de París. Madame Maigret  ha preparado de cena para esta noche del mes de mayo, fiambres, ensalada y mayonesa, y a los pocos días Maigret y el inspector Lapointe prueban en la cervecería  Dauphine unas morcillas de Auvernia guarnecidas con patatas fritas y un vaso de Beaujolais. Siempre el detalle gastronómico de Simenon. (Simenon, que comía deprisa y no dedicaba mucho tiempo a la mesa, evocaba su plato favorito, que era —decía — un plato de gente humilde: la bullabesa hecha sólo con los medios de a bordo, y recordaba de su infancia, la cabeza de vaca con salsa de tortuga).

Simenon preparaba todos esos detalles, pero sobre todo los datos biográficos y topográficos de los personajes, las direcciones, números de teléfono, secciones de edificios, planos de barrios, edades, estudios, antecedentes familiares, estado civil , etc, todo ello al dorso de un sobre amarillo de formato comercial. Lo hizo durante años. “Cuando escribo —decía— estoy obligado a tener a mi lado lo que yo llamo el plan de la novela, que consiste, no en un resumen de la acción,  sino en una lista: los nombres de los personajes, su edad, su dirección, sus relaciones familiares, etc. Porque muchas veces me ha sucedido, hace treinta años como hace diez años, tener que cambiar el nombre de uno de mis personajes a lo largo del relato. Incluso en la revisión , esta situación se me escapaba y podría encontrarse una muchacha que pudiera llamarse Amelie en el  primer capítulo y Josette a partir del quinto.”

Esos detalles tan cuidadosamente entrelazados configuran y dan pie a toda una existencia. Es la verosimilitud de una vida. Luego venía lo que los críticos llamaban la “atmósfera”,  que Simenon  —contaba —, no es más  que el impresionismo  del pintor adaptado a la literatura.  “Mi infancia —confesaba el novelista — tuvo por marco la época de los impresionistas y yo siempre estaba en los museos y las exposiciones. Conseguí  de esa forma cierta sensibilidad.”

 

 

Leemos en “La loca de Maigret”:  “¿ cómo era madame Antoine? “ Y  se nos cuenta: “Frágil, bonita. Permaneció sola cerca de diez años. Luego encontró, no sé dónde, a ese monsieur Antoine con el que acabó casándose. No tengo nada que decir contra él. Pero no tenia la distinción de su primer marido. Trabajaba en el Bazar del Hotel de Ville, donde era, según creo, Jefe de Sección. Era viudo. Había montado un pequeño taller ahí  arriba, donde hacía chapuzas que eran su gran pasión. No hablaba mucho. Tenían un auto y el domingo llevaba a su mujer al campo. En verano, iban a algún pueblo cerca de Etretat.”

Todos esos detalles, aparentemente minúsculos pero necesarios, incluso para poner en pie a un personaje secundario,  quedarán ya fijos en la  mente del lector. Le harán creíbles la escena.

Le proporcionarán verosimilitud.

 

 

 

(Imágenes—1–Simenon/ 2- Jean  Pougny/ 3- Albert Monier—1950)

SCIASCIA, LOS DETECTIVES, LO “POLICIACO”

 

 

“Para mis parodias de ambientes  judiciales y delictivos – decía Leonardo Sciascia –  recurro, a grandes trazos, al género policial. Dosifico así la intriga, como hizo “Crimen y castigo”, como la Historia en general debe hacer en lo posible . Mis “detectives” – quizá testigos – no son como los anglosajones, tan cerebrales, aunque me guste recordar a Poe, y aprecie a un Hammett cuya mirada resulta despiadada. En cambio a Simenon le interesa sobre todo describir una situación complicada, un “contexto”, entre el sueño y la vigilia; además, Maigret no es un detective privado sino un policía, lo que suena más al sur europeo. Cuando hay homicidios no trato de aclarar los hechos concretos. Voy presentando, paso a paso, la compleja verdad que implica lo que acaece. Ni interesa mucho saber quién es el asesino, ni sé quién puede serlo. Me interesa siempre otra cosa. Los indagadores de “El caballero y la muerte” o “Una historia sencilla” actúan en un mundo más abstracto. Además, en libros de indagación histórica – como “Muerte de un inquisidor’, o sobre todo “La bruja y el capitán”- el modelo directo es Manzoni”.

Uno de los grandes conocedores de la obra de Sciascia, Claude Ambroise, recordaba que “la certeza de que el criminal será desenmascarado y castigado es una impostura asumida como postulado de la novela policiaca clásica, pero no puede formar parte del concepto sciasciano de “escritura- verdad”. De hecho, en los libros de Sciascia no es el policía quien proclama artificialmente la solución de un enigma, sino el propio autor el que expresa y denuncia los mecanismos de la sociedad en la que vive”.

 

 

Sciascia planteaba así un enfoque singular para la novela policiaca, desplegaba al escribir sus obras una personalidad especial. Italo Calvino, en una carta de 1971, le comentaba: “ He acabado en este momento de leer “El contexto” y me ha divertido y apasionado muchísimo. La falsa novela policiaca como una partida de ajedrez de sabor stevensoniano – chestertoniano- borgiano es un género que aprecio mucho y que tú has conseguido con pulso perfecto”.

 

 

(Imágenes 1-Dan Adkins/ 2-Arthur Tanner- fox / 3- Siascia – milanocultura it)

EL NACIMIENTO DE MAIGRET

 

 

«Simenon narra que un día, mientras estaba sentado en un café, vio en la acera de enfrente a un señor ataviado con bombín, gabardina y pipa en la boca que iba de un lado para otro. Simenon lo observó atentamente y quedó prendado de la manera en la que se movía y cómo miraba a su alrededor, y se le pasó por la mente: » Este sería un gran comisario de policía». Y es así como cuenta que nació Jules Maigret. Se trata – añade recordando todo esto Andrea Camilleri en «Georges Simenon y la potencia creadora» (Confluencias) – de una declaración contra todas las normas establecidas. Por lo general, un escritor siempre piensa primero en la historia; es la historia la que nace en su interior. Pero en este caso no sucedió así, aquí es un hombre de carne y hueso a quien Simenon transforma en personaje y a este personaje, o mejor dicho, alrededor de este personaje, confecciona un traje, una historia que le queda como un guante. Es una manera de ir contracorriente.

El éxito del comisario Maigret es inmediato – recuerda Camilleri -. Después de dos o tres novelas, el jefe de la policía de aquel momento, un hombre muy inteligente, quiso conocer a Simenon y lo mandó llamar. Evidentemente, Simenon aceptó la invitación. Pasó un día  en la oficina del jefe de policía y es así como éste se dio cuenta de que Simenon no sabía absolutamente nada del funcionamiento de la policía y que se lo había inventado todo. Dado que le parecía una buena idea tener a un comisario que hiciese  propaganda de la policía, tomó la decisión de dejarlo pasear por todas las oficinas y, de hecho, Simenon, durante meses, frecuentó los despachos de la policía judicial trabando amistad con varios comisarios e inspectores».

 

 

(Imágenes-1- Simenon– The New York reviews of books/ 2.-Jean Gabin en el papel de Maigret-despuesdelhipotamo)

LAS MUJERES DE LOS COMISARIOS

 

maigret.-3ses.-Georges Simenon.-photo.ina.fr

 

«Madame Maigret es la frescura, no es gruesa, es una pequeña bola, un tipo francés de mujer de lo más corriente – le explicaba Simenon a Roger Stéphane -. No bebe alcohol. Bebe vino. No creo que ella tome el aperitivo. Puede ser que se tome un vaso de burdeos en alguna ocasión, pero no se puede decir que ella beba». «Estoy contento – añadía también Simenon en una carta a  Robert Courtine en 1971 – de que usted tenga el mismo gusto que yo en lo que concierne a la bullabesa y al pollo al vino que cocina madame Maigret«.

 

interiores.-5wsc.-Edward Hopper.-48 rue de Lille.-París

 

Las mujeres de los comisarios esperan pacientes a que sus maridos suban muy cansados la escalera. El comisario Brunetti – escribe Donna Leon – «abrió la puerta del palazzo veneciano en el que vivía, dándose ánimo, como hacía siempre que llegaba fatigado, para subir los noventa y cuatro escalones que lo separaban de su apartamento del cuarto piso» (…) Venía de contemplar un asesinato en La Fenice, «abrió la puerta, percibiendo con agrado el calor y la grata mezcla de olores que él asociaba con el apartamento; a lavanda, a cera, a aromas de la cocina; era un ambiente que, de un modo que no acertaba a explicar, sugería una cordura que neutralizaba la diaria dosis de locura que conllevaba su trabajo.

-¿Eres tú, Guido? – gritó Paola desde la sala. Le hubiera gustado saber a quién más podía esperar su mujer a las dos de la mañana, pero se reservó la pregunta.

-Sí – contestó quitándose lo zapatos y el abrigo, y empezando a reconocer en ese momento lo cansado que estaba.

-¿Quieres una tisana? – Ella salió al recibidor y le dio un beso en la mejilla.

Él asintió, sin tratar de ocultarle el cansancio. La siguió hasta la cocina y se sentó mientras su mujer ponía el agua a hervir. Paola sacó de un armario una bolsa de hierbas, la olió y preguntó:

-¿Verbena?

-Bueno – respondió él. Estaba tan cansado que le era indiferente.

Ella echó un puñado de hojas secas en la tetera de terracota que había sido de la abuela de su marido, se acercó a éste por detrás y le dio un beso en la coronilla, donde empezaba a clarearle el pelo.

-¿Qué sucede?

-En La Fenice han envenenado al director de orquesta».

 

Donna Leon- hoyesarte com

 

Madame Maigret o Paola escuchan y reconfortan a sus maridos, a cada comisario. Los aromas de la casa siempre las envuelven.

En diciembre de 1974 Simenon evocaba: «Cuando se me ha preguntado hoy desde la radio suiza si mi ideal amoroso es madame Maigret, yo claramente he respondido que sí«.

 

calles-wmvc-Venecia- Marco Paoluzzo

 

(Imágenes.- 1.-Simenon- foto ina fr/ 2.- Edward Hopper- 48 rue de Lille/ 3.- Donna Leon- hoyesarte com/ 4.- Venecia-  Marco Paoluzzo)

HABITACIONES DE HOTEL

interiores.-rvgy.-hoteles.-Paul G. Oxborough.-en el Hotel Warwick

 

Los hoteles y la literatura han tenido siempre excelentes relaciones. Escogiendo algunas de ellas, ahí están los hoteles de Agatha Christie o los hoteles provincianos de Maigret, las divagaciones de Paul Auster, las «estancias tenebrosas» de Julien Gracq o los best-sellers antiguos como el del «Grand Hotel» de Vicky Baum. Olivier Rolin (el llamado Georges Perec de las habitaciones de hotel), al escribir sobre el hotel Crystal, anota dimensiones, muros, techos, pinturas, muebles, objetos, cortinas, radiadores, grabados, y luego avanza lentamente sobre piezas anexas, cuartos de baño, ventanas, vistas, y  todo ello con un propósito exhaustivo y preciso, para que sus recuerdos no salgan nunca de estos recintos.

 

interiores- vddtt-Edward Hopper- Hotel Lobby - mil novecientos cuarenta y tres

 

Ahora algún periódico ha querido resucitar los personajes y la historia de  ciertos hoteles célebres de Madrid. Y cuando atravesamos los vestíbulos, subimos a los ascensores, caminamos por las alfombras de los pasillos y metemos la llave en la hendidura de la puerta he aquí que encontramos, por ejemplo en el Palace madrileño,  a Borges y a Alejo Carpentier, a Sinclair Lewis, Emil Ludwig, Keyserling, Paul Morand, Spengler, Brodsky, Dürrenmatt o Hemingway entre tantos otros.

 

periódicos.-879.-Hopper.-1932.-habitación de hotel

 

En los interiores de hoteles pequeños o grandes han transcurrido vidas de paso, retazos de conversaciones y silencios que inmortalizara Hopper, pasillos con pensamientos furtivos

 

interiores.- 53ddv.- Auguste Chabaud.- pasilllo de hotel

 

y vistas desde ventanales irreales con ciudades al fondo que se dejaban contemplar.

 

ciudades.-55tt,--.Boston.-antigua casa de la Aduana de Boston desde la habitacón del hotel.-Abelardo Morell

 

(Imágenes.- 1.- Paul G Oxborugh en el Hotel Warwick/ 2-Edward Hopper- 1943/3.- Edward Hopper- 1932/ 4.-Auguste Chabaud/ 5.-Abelardo Morell)

SIMENON Y «EL ESTADO DE GRACIA»

maigret.-8junm.-Simenon en su domicilio de Lausanne.-photo. ina.fr

 

«Esto no ha cambiado – confesaba Simenon en una carta en 1939 – ¿Cómo describir sinceramente la gestación de una novela? (…) De entrada me interesa neutralizar todo lo que hay en mí, todas mis preocupaciones, para encontrar pronto, entre todos los recuerdos, el personaje que me va a interesar. Esto dura algunas veces una hora, algunas veces dos días, según las circunstancias del momento, el clima, etc. Más rápido en invierno que en verano, no sé porqué. La novela entonces puede comenzar, ya que suelo iniciarla con un mínimo de acción. Pero la dificultad viene en el número de días que durará la acción. Nada de vida interior ni exterior. Nada de vida psíquica. Y de la mañana a la noche la obsesión, con raros oasis que son partidas de cartas que neutralizan. Una especie de embrutecimiento voluntario, integral. Y una palabra más: «el estado de gracia«. Y permanecer allí cueste lo que cueste. Si yo lo he iniciado todo con un aire de Bach, hace falta que eso lo escuche cada día a la misma hora. Nada debe cambiar en el orden de las jornadas. El menor imprevisto corre el riesgo de echarlo todo por tierra. Nada de correo, nada de teléfono.»

 

maigret.-3ses.-Georges Simenon.-photo.ina.fr

 

Hasta llegar a ese «estado de gracia»  – dirá nuevamente seis años después en «El novelista» -,» ningún plan. Algunos nombres los voy introduciendo tras escribirlos en un trozo de papel, pues yo no tengo memoria para los nombres. Su edad, su número de teléfono, su lugar. Son personajes reales y hay que adaptarlos enteramente a la realidad. Después, en la pared, el plano de la pequeña ciudad. Un horario de trenes, pues se toma el tren en las novelas como en la vida real y hace falta tomar verdaderos trenes.» Trece años más tarde, en una entrevista en «Medicina e higiene», Simenon añadirá: » Conozco ya al personaje. Establezco su árbol genealógico. Conozco la personalidad de su abuela, de su abuelo, de sus padres. Tengo su estado civil completo. Conozco sus enfermedades, aquellas que ha tenido la familia, aquellas que se quieren ocultar. Estos son los días que menos me gustan en la preparación de mi novela. Cuando mis personajes están maduros pero aún no tienen número de teléfono ni dirección, tomo entonces los anuarios telefónicos para buscar los nombres. Dibujo también el apartamento o la casa, muy esquemáticamente, pues debo saber si las puertas se abren a la derecha o a la izquierda, si el sol entra por tal o por cual ventana. Todo eso es necesario: hace falta que yo pueda desenvolverme en esa casa como si fuera la mía. Este es el plan. No hay otro.»

 

escritores.-7huu.-Simenon

 

En septiembre de 1973 Simenon completaba estas confesiones: «Cuando yo me pongo a escribir, estos personajes, inconsistentes la víspera, reducidos a un nombre, a una dirección, a una profesión, toman rápidamente vida y entonces mi propia vida desaparece (…) Creo que para mí es suficiente una cierta luz, un cierto género de lluvia, un olor a lilas. Eso despierta en mí una imagen, que yo no he elegido y que a veces no tiene relación alguna con la sensación inicial (…)  En el fondo es una sensación fugitiva, un olor, incluso un ruido (…) No soy yo el que dirige la acción; son mis personajes. Esto parece fácil. Pero lo mas difícil es entrar en eso que se llama «el estado de gracia«, es decir, un vaciarme por competo de mí mismo, ya que es necesario hacer sitio a otro. En resumen,  durante toda la novela, ser otro, permanecer otro, sin dejarse distraer ni por mí mismo ni por nadie.»

 

Maigret.-u7uj.-Simenon durante la entrevista televisiva sobre su novela El gato.-photo. ina.fr

 

Pero para llegar a ese «estado de gracia« Simenon cuidará hasta el detalle una precisa carpintería gracias a la cual levantará una consistente  realidad. Pregunta, indaga.  En 1962 le presentó un cuestionario al profesor Pluvinage, médico  de los hospitales de París, porque necesitaba datos para hacer verídica una novela. Le preguntó: « ¿el despertar en las salas de los hospitales se hace con una campanilla, un timbre, etc, o simplemente por la aparición de las enfermeras? ¿ Existe una capilla cercana, y si existe, a qué hora escuchan los enfermos las campanas a primera hora de la mañana? ¿ El capellán hace su recorrido cada día o cada semana? ¿Ciertos enfermos van a misa los domingos? ¿a qué hora? ¿ Los enfermos llevan también uniforme? Si eso es así, ¿ es el mismo uniforme o  es uno diferente? ¿ Las comidas son presentadas en una especie de carretillas o simplemente en cacerolas? Tengo necesidad también de conocer el ritmo de los ruidos que escucha un enfermo cuando está acostado y que para él tienen tanta importancia.»

Una vez completados todos los detalles el novelista podrá vaciarse de sí mismo y entrar a escribir en ese ‘estado de gracia.«

(Imágenes. – 1 .-Simenon en su domicilio de Lausanne-foto ina/ 2,3 y 4- fotos ina)

PARÍS & SIMENON & MAIGRET

maigret.-8junm.-Simenon en su domicilio de Lausanne.-photo. ina.fr

«Durante largo tiempo – confesaba Simenon -, la víspera de empezar una novela, afilaba minuciosamente cinco docenas de lápices, todos ellos de la misma marca, que, dentro de un cilindro de cuero, formaban un manojo. Incluso el hecho de afilarlos era para mí un placer. No hay que olvidar, como ya he dicho en alguna ocasión, que yo he soñado desde hace largo tiempo en ser un monje de la Edad Media en su celda blanqueada, copiando con un hábil pincel textos romanos o griegos que, si no fuera por tal copia, quedarían desconocidos. (…) Mis lápices, mi papel amarillo, mis páginas que se iban cubriendo poco a poco de letras bien formadas, eran un poco como mis incunables. (…) Cada tarde, yo volvía a afilar mis sesenta y tantos lápices con la ayuda de un pequeño aparato eléctrico, y ponía en ese trabajo el mismo amor que en el escribir. Porque tras cinco o seis líneas, debía cambiar de lapicero ya que la mina, al hacerse más gruesa, no me dejaba trazar bien los caracteres. Con frecuencia he contestado a los periodistas cuando me preguntaban:

– Yo no soy un intelectual sino un artesano.

Ellos sonreían incrédulos, y sin embargo cuando yo afilaba mis lápices, cuando yo escribía apenas una línea, era sobre todo un artesano, lo mismo que cuando a la mañana siguiente tecleaba todo eso en la máquina».

maigret.-rrcttg.- Jean Philippe Charbonier.-1951.-transphotographies. com

Al otro lado de las ventanas de estas palabras, los rincones, las vidas y los interiores de París pasan despacio, con su aparente monotonía, mientras Simenon (ahora en otra ocasión) sigue hablando : «Si tengo esta disciplina, si yo escribo tantas novelas por año, es porque existe una señal de alarma que siempre ha funcionado. Cuando no me he encontrado bien le he dicho a mi médico lo que me pasaba y él me ha respondido: «¿Cuándo empieza usted una nueva novela?». Yo le he contestado: «Dentro de ocho días». Y él me ha respondido: «Entonces esto va bien» Es un poco como cuando él me hacía una receta y escribía: «Hacer una novela lo más rápidamente posible». Es mi terapia, aquella que mejor me conviene».

Maigret.-rt6.-Simenon con Etienne Lalou en una café cerca del Quai des Orfévres.-photo.ina.fr

«Maigret no es un hombre inteligente – le confiaba también Simenon a Roger Stéphane -. Es un intuitivo. En absoluto el hombre de mirada aguda que se da cuenta inmediatamente del pequeño detalle. Incluso diría que en las primeras novelas, él tenía un aire casi bovino. Era un tipo enorme, un poco paquidermo, que se paseaba, que aspiraba, que palpaba y que ha continuado como entonces más o menos. Dicho de otro modo, es un intuitivo que, exteriormente, no tiene nada de maligno (…) O también dicho de otra forma, un hombre muy ordinario en apariencia, también de una inteligencia ordinaria, de una cultura media, pero que sabe aspirar el interior de las gentes. Bebe bastante. Le gusta mucho comer, sobre todo platos simples, eso que yo llamaría los platos del pueblo. Adora el guisado; la carne mechada es uno de sus platos preferidos. Es casi un plato de portería, ¿no es cierto? Lo que se cuece a fuego lento en muchos lugares. Maigret apenas tiene mis gustos (…) Su apartamento no es ni feo ni bonito. Es un apartamento de un funcionario parisino. No tiene gustos particularmente modernos. Es un apartamento confortable. Lo que a él más le importa es tener un sillón a la medida de su cuerpo, con una buena iluminación para leer bien los periódicos».

maigret.-yynhh.-Willy Ronis.-afterinagegallery, com

Al otro lado de las ventanas de estas palabras suben y bajan las escaleras de París, con su aparente monotonía, mujeres y hombres que un día posiblemente serán personajes atisbados por ese paciente y grueso Maigret del que alguna vez ya he hablado en Mi Siglo.

(Imágenes: 1.-Georges Simenon en su domicilio de Lausanne.- photo. ina. fr/2.-Jean-Philippe Charbonier.-transphotographies.com/3.Simenon con Etienne Lalou en un café cercano al Quai des Orfévres/ 4.-Willy Ronis.-afterinagegallery.com)

PARÍS, DOISNEAU

«La imagen de uno de esos cuartos de portería con su pared llena de calendarios desde la guerra del 14 – le decía Robert Doisneau a Sylvain Roumette en una entrevista – no está nada mal para una fotografía. La foto está bien en su cometido dejando inscritas esas cosas ahí».

” La portera con mitones – comentaba Doisneau en otra ocasión –  forma parte de una especie en vías de extinción. Ya nadie conoce ese aroma a estofado que flotaba en la escalera de las casas modestas y hacía que a lo largo de tres pisos, y a veces más, la barandilla estuviera pegajosa, y las paredes grasientas”.

Son los objetos, los objetos reflejados en los espejos – como en el caso de la portera musical, como en el caso de la portera rodeada de llaves, gafas y relojes -, interiores a los que sin duda se asomaría Maigret para iniciar una investigación. «Nunca miro mis fotos – confesaba Desnois -, eso me hace la misma impresión que si fuera mi álbum de familia. Tengo verdaderamente el sentimiento del tiempo que pasa, con esa vejez que llega inadvertida, ese golpe que os toma bruscamente, que os da vértigo. La foto para mí es ese momento de felicidad que se dilata antes de que entre por los ojos».

Objetos, objetos de París, objetos reflejados en los espejos. La cámara del fotógrafo reflejando esos objetos y espejos quisiera reflejar también los olores, pero no puede hacerlo, transmitir los pasos de la vecindad, las idas y venidas de las vidas. Se queda sin embargo ahí, en la inmóvil visión del instante. Basta ese instante. Ese instante de la portera en su angosto escenario cobra un minúsculo valor de eternidad.

(Imágenes: 1.-Robert Doisneau.- concierge rue Dragon.-1945/ 2.-Robert Doisneau.- concierge rue Jacob.- 1945/ 3.-Robert Doisneau.- la portera musical.- 1953/ 4.- Robert Doisneau.-la chimenea de madame Lucienne.-1953)

EL HÉROE QUE SURGIÓ DEL FRÍO

«No es nuestro héroe James Bond. Tampoco lo es el astronauta. Yo diría que esa precisamente debería ser nuestra gran dicha: mirar la pasión sin muerte de James Bond, mirar la ascensión al espacio del astronauta, y saber que ninguna de las dos nos representa. Convencernos de que en nuestro tiempo los héroes, en vez de urdir hazañas extraordinarias, batallan en la extraordinaria hazaña de lo ordinario. Los verdaderos héroes ‑esto no puede suscitarnos vanidad, sino meditación‑ somos nosotros mismos.

Observemos al héroe. Viene del horizonte de le épica, vive en tierras de grave inmensidad, nace en vastas extensiones de tiempo. Lo que arrastra mientras cabalga hacia nosotros es ese resto del decorado antiguo, su aire de fábula, el carácter sagrado que va perdiendo por el camino. Cuando llegue a nuestro siglo XII, el héroe conservará casi intacta su grandeza. Gesto, vestido, movimiento, energía, serenidad, solemnidad en el rito, dimensión exaltada, maravilla: todo esto nos llevará al Cid. Nuestro Rodrigo lleva a cabo proezas increíbles, se recorta entre la tierra y el mito, pone un pie en la realidad y da un paso hacia la fantasía. Sobre todo, ha adquirido humanismo: este héroe español, que puede fascinarnos por su impulso, nos subyuga principalmente por la sobriedad; sus victorias nos dejan más vencidos porque poseen ternura.

Pero pasemos a otro siglo. Estamos en un suburbio; sea en 1599 o en 1540, con Lazarillo de Tormes o con Guzmán de Alfarache, lo cierto es que el aire huele a campo y a arrabal. Al menos es lo primero que se advierte; y en seguida, la insignificancia de una sombra que va trepando como protagonista. ¿Qué es lo que aporta? Nadie lo sospecha, va a ser una sorpresa: para la sociedad, constituirá la rebelión; para las letras, la novela moderna. Se ha derrumbado la épica de la caballería, y el pícaro” va a suplantarla. A pesar de los triunfos del amor, en contra de los valores de la fama, de la hidalguía y del señorío, el “pícaro” desnuda sus vergüenzas, sabe que son sus glorias y las muestra, con cinismo mordaz se vale de sus hambres para escribir la propia biografía. Naturalmente no llegará a héroe: será su antípoda. Pero esta figura humilde, nacida como reacción del siervo más que del servidor, no carece de peculiar dignidad; su fuerza es el sarcasmo, y su móvil el reverso de la proeza.

Tracemos ahora un arco, ganemos tiempo. Este arco desciende hasta los lindes de nuestra época. Nuestra época no oculta a ningún Lazarillo ni esconde a ningún Cid; el héroe que ella descubre es un personaje normal y banal, enterrado en un vulgar paisaje. Dos ejemplos: el héroe puede llamarse Bloom y ser un pequeño agente de publicidad extraído de la vida de Dublín; el héroe puede llamarse Maigret y ser un sencillo policía destinado en París. Entre los dos se abren las diferencias de un tono y de una calidad literarias; pero a los dos les une un relevante detalle: son simples individuos, cuyas vidas alcanzan lo epopéyico precisamente a través de lo insignificante.

Lo insignificante, ese es el secreto. Este siglo ha tenido que transformar la rutina en hazaña, la nimiedad en leyenda. No hay más que contemplar al héroe de Joyce: un ciudadano despojado de su gloria. Ofendido y humillado, llevando en andas su destierro, Bloom atraviesa Dublín, mientras la gran ciudad, entreabriendo sus calles, lo absorbe y se lo traga. Lo banal le rodea; ese día en Dublín, nada ha pasado: buen tiempo en la mañana, tarde calurosa y lluvia nocturna; se han anunciado rebajas de verano, y en el teatro se presenta una ópera: tal puede ser una jornada anónima de una ciudad cualquiera. Ante Maigret, la impresión será idéntica. Si alguien pregunta dónde encontrar lo insólito, el policía habrá de contestarle: soy la simplicidad; un empleado en medio de empleados, una pipa, la manía de atizar la estufa, horario de oficina, zapatos pesados, un abrigo con el cuello de piel. Es la epopeya de la monotonía. Maigret sueña con el retiro, Bloom con una casa en las afueras; Maigret tiene como escudero a su esposa, Bloom es el escudero de su mujer.

Sobre todo, los dos personajes son reales. La épica moderna ha prescindido de lo grandioso para dar paso a lo verdadero: un realismo tremendo en París o Dublín. Nos hemos alejado de lo sobrehumano, de lo sagrado, de lo increíble; nos hemos alejado de lo invencible. Ese hombre que pasa puede ser oprimido o engañado, sentirse insatisfecho o caer en el ridículo. No importa. Todo eso no le impide ser héroe. Se encuentra solo; burlón o taciturno, aspira a conseguir el heroísmo en la trivialidad.

Se ha reducido lo excepcional, ha variado el sentido de la aventura. Hoy la aventura no es tanto modificar una circunstancia como procurar defenderse de ella. El río de las circunstancias nos empuja, nos envuelve, nos lleva; las circunstancias forman remolino, el río nos precipita y nos despeña. Sobre ese cauce, dos perfiles: el hombre que lucha o que resiste agarrado a las rocas, y el que se aleja inmerso en la corriente. Ambos han sido aceptados como protagonistas. La literatura de nuestro tiempo nos ofrece la efigie del primero en esas obras viriles y violentas que alguien ha bautizado de la condición humana: en ellas se yergue un heroísmo pleno, el heroísmo retratado en los gestos y en esos actos tan secos muchas veces, pero que justifican impecablemente el ardor del hombre frente a la vida. En este caso, el héroe es heroico por cumplir ese esfuerzo de voluntad y abnegación que le anima a realizar un hecho extraordinario; su hazaña está nutrida de resistencia y de exigencia, y su misión es sacudir a cuantos incapaces no logran ser conscientes de su destino.

Pero la literatura de nuestra época refleja también a la figura anónima, al hombre-masa, al solitario en sociedad, al hombre-número, al héroe, nuestro hermano de todos los días. Si este individuo pudiera gozar de auténtica comunicabilidad con sus semejantes, si no tuviera que vivir aislado al propio tiempo que arrojado en la aglomeración, o bien si disfrutara menos de la cortesía impersonal y más del amor verdadero, podría decirse simplemente que en nuestra tierra existe un hombre sin nombre, casi feliz, que por ser tan vulgar o tan corriente es difícil que alcance el heroísmo. Pero este héroe de tantos libros contemporáneos es heroico por más de un motivo. Su andar errante atravesando calles con una mezcla de rebeldía y tedio, su sombra sin relieve, incluso sus gestiones sin éxito, hacen que se levante sobre el mundo un nuevo héroe, antes desconocido, cuya aventura es continuar anónimo y vivir lo ordinario en silencio.

Poco. Acaso valga poco. Tal vez sea mediocre, o áspero y salvaje, o triste o ingenuo. Pero ese mudo charlar que se le escapa, monólogo interior y extraño soplo, es su sonoro pensamiento. Quizá no llegue el héroe a poeta, ni a rector de asambleas, ni a líder político. Su fatiga, sin embargo, le delata: marcha sin brújula, como si hubiera olvidado el esqueleto.

Bien. Mirémosle de cerca ya que avanza dormido. Sonámbulo, sueña con superhombres, esos brillantes caballeros del mito. Ahora se sienta en la butaca, se transforma y se evade: James Bond le atrae en la pantalla; el astronauta, en los cielos vacíos.

Pero más tarde sale: entra en su mundo. Sigue posada el ala de la duda sobre su vida, quietas las garras de la costumbre: dos ojos de rutina le miran fijamente retando a su heroísmo. El hombre da unos pasos: se estremece. Ese temblor que siente es el frío del siglo».

(«El artículo literario y periodístico» .-«Paisajes y personajes».-pág 305-308)

(Imágenes.-1.-Amir Shingray,.2008.-Craig Scott Gallery/2. Balcomb Greene .-1962.-Champs de Mars.-Spanierman Modern/ 3.-pintura de Sir Henry Raeburn.- patinaje sobre Duddingston Loch.–Reverendo Robert Wallker.-1795.-National Gallery of Scotland/ 4.-Yarg Noremac.- sin límites.-2008.-Robert Berman Gallery/ 5.-Jack Spencer – vigía del mundo.-2000)

LO POLICIACO, LA SOCIEDAD, LAS COSTUMBRES

«El Mirafiori es un horno, pese a que está en la sombra. –va comentando el comisario griego Costas Jaritos al conducir su automóvil por Atenas-. Al llegar al cruce de la avenida Rey Constantinosigue diciendo el personaje creado por Petros Márkaris – me pregunto si me convendrá más girar a la izquierda, hacia la plaza Sintagma, o a la derecha, hacia la avenida Reina Sofía, para llegar a la avenida de Alexandra a través de la calle Sutsu«. Va avanzando el policía entre el calor y la polución para intentar horadar en la corrupción En esa misma novela, «Suicidio perfecto» (Byblos), nos relata de nuevo: «estoy subiendo las escaleras mecánicas de aquella estación de Metro que semeja un mausoleo de mármol, con sus árboles de mentira plantados en el granito, sus anuncios imponentes y la música clásica de fondo que, por unos minutos, me hacen sentir europeo. Una vez en la superficie (…),  una hilera de paradas y de gente que se apretuja, dispuesta a abrirse camino a patadas en cuanto aparezca un autobús, para subir primero y conseguir un asiento. De nuevo en Grecia y suspiro con alivio».

Son los hábitos cotidianos de Atenas, su sociedad actual; la Atenas menos imaginable, envuelta en densa humareda, axfisiada de sol, cercada, como tantas otras capitales del mundo, por la trama de los corruptos. «La Atenas que describo – confesó Márkaris en una entrevista – es la Atenas de hoy. Estaba muy cansado, incluso enervado con la idea de esa Atenas de los extranjeros…la Atenas clásica, el Acrópolis, el Partenón, y todo eso. Por otra parte la noción de Atenas de los atenienses, la Atenas de las tabernas, de los restaurantes, del buen clima, de una vida digamos… romántica: esa idea idealizada de Atenas, de una Atenas idealista. Estaba verdaderamente cansado de esas dos nociones, porque creo que Atenas ahora es una metrópoli, con la violencia, los refugiados, los atenienses que son cada vez más nacionalistas, con una actitud muy… muy… chovinista, muy contra el extranjero. He intentado dar una imagen del Atenas de hoy, que no es muy diferente de las metrópolis europeas, destruyendo la parte romántica y clásica de esa imagen de Atenas, que por otra parte es cada vez más inexistente».

Los escritores en general – e igualmente los creadores de novelas policiacas -nos muestran las sociedades y las ciudades, su evolución profunda en el arco de las formas; muchos investigadores y comisarios célebres de la literatura policiaca indagan no sólo los crímenes, los culpables y sus víctimas, sino esencialmente las costumbres, el secreto de las vidas íntimas y de los espacios públicos. Enseguida se va la mente hasta Maigret y sus escenarios, de los que alguna vez en Mi Siglo me he ocupado. Y dos grandes especialistas de lo policiaco como son Boileau-Narcejac, hablando de otro gran autor del género como es William Iris, recuerdan que «nadie supo pintar mejor que él la vida nocturna, las calles desiertas, las miserias de los seres abandonados.(…)- y así lo confirman en «La novela policial» (Paidós) -. La novela policíaca – dicen – es una investigación esencialmente novelesca. El escritor policíaco se convierte, quizás a pesar suyo, en novelista. (…) La primera guerra mundial estimuló los deseos de vivir, de distraerse; la segunda guerra mundial destruyó la paz (…) Y de repente, se descubría una nueva forma del mal, la alianza monstruosa del hombre y de las cosas, en la guerra total… La época de los verdugos devolvía a la novela negra sus oportunidades de éxito».

«Se trata de conocer. – así se sintetiza el oficio de comisario en «Las memorias de Maigret» -. De  conocer el medio en el que se ha cometido el crimen, conocer el tipo de vida que allí se lleva, las costumbres, las reacciones de la gente que está mezclada en el caso, víctimas, culpables o simples testigos. Penetrar en su mundo llanamente, sin extrañarse, y hablar naturalmente su lenguaje. (…) Creo que es en la mirada donde hay que buscar la razón de lo dicho, en cierta reacción (o más bien ausencia de reacción) ante ciertos seres, ciertas miserias y ciertas anomalías. Aunque a los autores de novelas no les guste, el policía es ante todo un profesional. Un funcionario. (…) Cuando el policía se pasa una noche bajo la lluvia vigilando una puerta que no se abre o una ventana iluminada, cuando en las terrazas de los cafés busca pacientemente un rostro familiar o se dispone a interrogar durante horas a un ser pálido de terror, no hace más que cunplir con su tarea cotidiana».

Al otro lado de los crímenes siempre están las costumbres. Y es gracias a la investigación de las costumbres como se nos muestra el estado en que se encuentra una sociedad.

(Imágenes:-1.- plaza Sintagma de Atenas.-wikipedia/ 2.-Petros Márkaris en Atenas.-foto Ernst Alós/ 3.-Georges Simenon.-les ephemérides d `Alcide 13 frevrier)

LOS TALLERES DE HENRY JAMES

«Pequeño tema inspirado en una conversación mantenida anoche con Lady Shrewshury, durante una cena en casa de Lady Lindsayescribe Henry James en sus Notas el 18 de mayo de 1892 -: la mujer que de joven ha sido muy fea, por esa fealdad  ha sido desairada y humillada, y – como muy a menudo, o al menos a veces, suele ocurrir con las muchachas corrientes – en sus años maduros, y aun después, se vuelve mucho más agraciada, guapa incluso – y a consecuencia de ello encantadora, en todo caso, y atractiva -, de modo que los últimos años de vida le deparan el triunfo, la recompensa, la revanche. Idea de una mujer así que, en una situación semejante, encuentra a un hombre que cuando joven la despreció y humilló, que acaso rechazó el casamiento – un casamiento proyectado por ambas familias -, y que por torpeza, aun por fatuidad e insensatez, le dio a entender que era demasiado poco para él ….».

Y así sigue Henry Jamesminucioso y en perfecta elaboración mental, el proyecto de su cuento titulado «La rueda del tiempo» que publicaría meses después. Estos son los «talleres» del novelista – talleres, pruebas, esbozos, planes, y también dudas e indecisiones – que ahora acaba felizmente de reeditar Destino bajo el título «Cuadernos de Notas (1878-1911)». Los había leído hace años en la primera versión de Ediciones Península y siempre me sirvieron para entrar en esa cámara secreta de un creador, seguir su trayecto desde el momento en que coge al vuelo una idea (en una cena, por ejemplo) y va uniendo después los hilos de modo personal hasta que lo ajusta por completo en su mente y lo lleva al papel. James había señalado en el prólogo a su novela corta «Las ruinas de Poynton» que sus historias nacían a menudo de una semilla «lanzada distraídamente» por algún compañero de cena, pero hacía hincapié en el hecho de que, si una fugaz sugerencia basta a veces para atizar la imaginación, cualquier exceso puede «echar a perder» la operación entera.

«Puesto que la vida – había dicho en ese prólogo – es toda inclusión y confusión, y el arte todo discriminación y selección, éste último, en busca del recio valor oculto que es el único que le concierne, olfatea la masa tan instintiva y certeramente como un perro que barrunta un hueso enterrado». Además de «barruntar» ideas y situaciones que están ahí, flotando en el aire (como las «mariposas nocturnas» de Virginia Woolf), James buscaba igualmente, como tantos otros novelistas, las precisiones adecuadas a sus personajes. De ahí la lista de nombres y apellidos tomados de tantos sitios para bautizar a sus criaturas de ficcción. «Nombres – escribe James en sus «Cuadernos» -: Gisborne -Dessin- Carden- Gent -Peregrine King (visto en The Times)». Los toma de todas partes. Simenon se rodeaba de listas telefónicas de todos los países del mundo para ser certero en apellidos y en nombres. Hoy, tanto el creador de «Maigret» como el del «Retrato de una dama» lo resolverían en Internet.

«La única razón de existir de una novela – escribió Henry James en «El arte de la ficción» – es que ciertamente intenta representar la vida».  La diferencia entre una buena y mala novela es que «la mala es arrojada con todas las telas embadurnadas y todo el mármol inutilizado hacia algún limbo no frecuentado, o algún basurero infinito debajo de las ventanas traseras del mundo, y la buena subsiste y emite su luz y estimula nuestro deseo de perfección».

(Imágenes:- 1.- Henry James, por John Singer Sargent.-1913.-The Henry James Resource Center/ 2.- Henry James.-guardian.co.uk)

¿ QUIÉN ES MAIGRET ?

¿Quién ha podido contar mejor cómo es Maigret  sino su creador? En 1953 Simenon redactó una descripción del inspector y se la entregó a un productor cinematográfico. En síntesis, decía así:

«Maigret tiene entre 45 y 5o años. Nació en un  castillo, en el centro de Francia, en el que su padre ocupaba el cargo de administrador. Es, pues, de origen campesino, robusto y fornido, pero posee cierta educación (…). Su vida privada es muy tranquila. Tiene una esposa dulce, rolliza, tierna y sencilla, que lo llama respetuosamente Maigret ( de tal manera que todo el mundo terminó por olvidar su ridículo nombre, Jules). Ella mantiene su hogar minuciosamente limpio, le prepara suculentos guisos, le cuida las heridas, jamás se impacienta cuando él permanece muchos días fuera de casa, soporta con indulgencia sus altibajos. Le horrorizan los cambios y vive desde hace veinte años en el mismo piso, en un barrio ni rico ni pobre, de modestos trabajadores.

Maigret es bastante grueso, plácido, fuma en pipa con cortas y golosas bocanadas, le gusta comer bien, y también beber: a veces cerveza, a veces tragos cortos de buenos aguardientes. Le gusta deambular por las calles y sentarse en la terraza de algún café.

Un caso criminal nunca es para él un caso más o menos científico, un problema abstracto. Es tan sólo un caso humano. Le gusta husmear el rastro dejado por un hombre como un perro de caza olfatea una pista. Quiere comprender. Se mete en la piel de sus personajes, de quienes, poco antes de verlos por primera vez, lo desconoce todo, y cuando hay un crimen, necesita averiguar hasta los más pequeños detalles. Otorga mucha importancia al ambiente en el que viven. Cree firmemente que determinado gesto no habría sido el mismo en un ambiente distinto, que un carácter evolucionaría de otra manera en cualquier otro barrio.

Es lento, pesado, paciente. Espera el déclic. El déclic, al que se refieren con afectuosa y respetuosa ironía sus colegas, es el momento en que Maigret, empapado de un ambiente y de los personajes a los que acaba de seguir paso a paso durante horas, días y semanas, consigue por fin pensar y sentir como ellos. (…)

Se sirve de los inspectores de su brigada, pero siempre prefiere acudir él, en persona, al lugar indicado, seguir él mismo los rastros, hacer vigilancias y diligencias que muchos considerarían incompatibles con su cargo. Quiere husmear a las personas y los lugares por sí mismo, hurgar por todas partes; aunque en ocasiones se siente descorazonado, nunca pierde la paciencia, y muchas veces se le podría creer borracho o dormido precisamente en el momento en que está más despierto.

Odia la maldad deliberada, odia a los hombres que impregnan el mal de sangre fría, y se muestra feroz con la hipocresía. Por el contrario, es indulgente para con las faltas que son fruto de las debilidades de la naturaleza humana. Un joven o una joven que van por mal camino le inspiran no sólo piedad, sino irritación contra su suerte o contra la organización social que está en el origen de esa mala orientación.

A veces incluso olvida que es un instrumento de la ley y ayuda a determinados culpables a escapar a un castigo que considera exagerado. Cuando puede, intenta, como en sus sueños juveniles, remendar los destinos. Lo cual le crea frecuentemente conflictos con sus superiores y sobre todo con los magistrados, que juzgan a los hombres tan sólo a la luz de los textos de las leyes (…)».

Así describió Simenon a Maigret y así queda recogido en el apéndice del volumen conjunto  «El mismo cuento distinto» y «El hombre de la calle» (Gabriel García Márquez y Georges Simenon) (Tusquets).

Un perfil singular que todo lo resume.

(Imágenes: Flickr/ Cartel de la película de Jean Delanoy, 1959, «Maigret et l´affaire Saint-Fiacre».-hem.passagen.se/calv/gabin/ Sello recordando un film de Gabin interpretando a Maigret.-hem. passagen.se/calv/gabin)

EL ÚLTIMO MAIGRET

«Pusieron la maleta en el portaequipajes y el comisario se sentó al lado de su prisionera. Ella miraba los muelles, los puentes, los transeúntes, los autobuses y los coches como si todo eso perteneciera ya a un lejano pasado.
Al llegar al Palacio, Lapointe llevó la maleta, pues era demasiado pesada para ella. Maigret llamó a la puerta del juez Coindet.
Ella es suya… – dijo con voz confusa.
Maigret la miró, pero él ya había dejado de existir para ella. Nathalie se sentó frente al magistrado antes de que la invitaran. Estaba muy serena«.
Era el viernes 11 de febrero de 1972 cuando Simenon escribió estas líneas.
Era la última línea del último «Maigret». El título del libro: «Maigret y monsieur Charles».
Siete meses después, el domingo 18 de septiembre, tras haber entrado como de costumbre en su despacho de Epalinges, y tras haber anotado en un sobre amarillo «identidad de personajes para una nueva novela» -(«Victor» como título) -, Simenon toma la decisión irrevocable de no «ponerse más instintivamente» en la piel de los otros. «Yo me pondré en la mía – dirá el novelista– por primera vez desde hace cincuenta años».

 

Autor de centenares de novelas, vestido durante muchos años a la hora de crear con una camisa sport de grandes cuadros escoceses negros sobre fondo rojo que había comprado en Nueva York, nadie le vio nunca escribir. Durante mucho tiempo colgó de de la puerta de su cuarto el cartel de «No molestar«.
He recordado todo esto cuando en cada verano  esos pequeños libros  del  inspector nos acompañan en las  playas  o en los  campos, nos llevan «al París de Simenon que es el París del mostrador de cinc  en los bares donde se pide un calvados,  el París de los sonidos en las calles, el repiquetear de la lluvia, París gris, París plomizo, ciudad de hábitos, rutinas y costumbre, París de encuestas policiacas, informes, averiguaciones de esa pupila con ojo clínico de comisario humano, paciente paquidermo de investigación pausada y tenaz, la pipa humeando el interrogatorio, la marca del redondel del vaso de cerveza en su despacho del Quais des Orfebres, las barcas surcando el Sena, París de esperas y silencios, ruindad de vidas aparentemente anónimas que esconden el rencor, la venganza, los celos, unas pasiones trepando desde la infancia, pasiones encaramadas en los años, ahogadas y sofocadas confesiones, pasiones pardas que han ido anidando su crimen en ese París que mira con ojos de manso buey el comisario Maigret desde la ventana, observando cómo navega la culpa por el río de la vida, las manos embutidas en la paciencia y la paciencia escondida en los bolsillos del abrigo» El artículo literario y periodístico. Paisajes y personajes» .-(Eiunsa )(págs  200-201)

MAIGRET

Nos sentamos en una cervecería de París Simenon y yo. Le pregunto por su parecido con Maigret.
– Poco a poco – me dice el novelista -, hemos acabado por parecernos un poco. Sería incapaz de decir si es él el que se ha acercado a mí o soy yo el que me he acercado a él. Es cierto que yo he tomado algunas de sus manías y que él a su vez ha tomado algunas mías. Fíjese: ¿se ha preguntado con frecuencia por qué Maigret no tiene hijos, cuando realmente le hubiera gustado tenerlos? Esa es su gran nostalgia. Y bien, esto es así porque cuando yo he comenzado los Maigret – y he debido de escribir al menos unas treinta novelas antes de tener yo mismo un niño – mi primera mujer no los deseaba. Ella me había hecho jurar antes de casarme, que no los tendríamos. He sufrido mucho por eso, porque yo los adoro…, como Maigret.
Paladeamos la cerveza y Simenon prosigue:
– Y entonces yo me he sentido incapaz de mostrar a Maigret volviendo a su casa y encontrando allí a uno de esos pequeñajos. ¿Qué diría, cómo reaccionaría ante sus gritos, cómo se arreglaría por las noches para darles el biberón si la señora Maigret hubiera estado enferma? Lo desconozco. En consecuencia, yo he tenido que crear una pareja que no pudiera tener hijos. Esa es la razón. Por otro lado, yo he avanzado en edad mucho más deprisa que Maigret. Teóricamente él debería haberse jubilado a los 53 años y medio, y cuando yo lo he creado él tenía ya 40 o 5o. En consecuencia, él ha vivido quince años mientras yo vivía cuarenta. Entonces, irremediablemente, yo le he prestado sin quererlo mis experiencias, y él en cambio me ha dado su actividad. Es uno de los raros, si no el único personaje que yo he creado que tiene puntos de vista en común conmigo. Todos los demás, o casi todos, son completamente independientes de mí.
Charlamos de la técnica de la novela policiaca, de la atmósfera de París, de la piedad que él tiene por los criminales.
– ¿Tiene piedad usted o es Maigret el que tiene piedad?- le pregunto.
-Yo no saco nunca conclusiones.-me dice levantándose.
Cuando salimos de la cervecería veo sentado en una esquina, embutido en su gabán y envuelto en el humo de su pipa, a Maigret que está leyendo una novela de Simenon.