ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES

 

“Los españoles son grandes, suelen ser morenos, son orgullosos, leales y humanos , perezosos y sobrios, pacientes y espirituales, muy galantes, menos celosos que en otros tiempos — podía leerse en un “Diccionario de geografía universal” de 1806—; las mujeres suelen ser de una talla pequeña y esbelta, con mucho espíritu y vivacidad; la lengua española es sonora, majestuosa y sublime, pero no pobre”.

“Hay nombres españoles — escribía Madame de Stael — que no pueden pronunciarse sin que nuestra imaginación no crea ver enseguida los naranjos de Granada y los palacios de los Reyes moros.” “ No se detecta en esta nación  — decía  por su parte Chateaubriand—ningún aire servil, ninguna frase que anuncie la degradación del pensamiento y del alma.”

”A lo lejos la tierra recuerda al campesino español — señalaba asimismo el  historiador francés Edgard Quinet en el siglo XlX —.Desnudo como él, se instala bajo el sol. La tierra es silenciosa  como él. Sobrio como él, la rosa la fertiliza. Independiente como él; ni fosos ni barreras; la igualdad está grabada en su cara.”

 

 

(Imágenes—1– Salvador Dalí – 1938- museum boymams van veunigen – Róterdam/ 2-Felipe lV/ 3– campos de Castilla- dibujo de Miguel de Unamuno- universidad de Salamanca )

VULGARIDAD Y MODERNIDAD

«Nos guste o no, para el periodismo moderno el aspecto importante de un hecho – recuerda Alessandro Baricco en su interesante libro «Los bárbaros«(Anagrama) – es la cantidad de movimiento que es capaz de generar en el tejido mental del público. A un nivel extremo, un conflicto importante y sanguinario en un país de África para un periódico occidental sigue siendo una no-noticia hasta el momento en el que entra en secuencia con porciones de mundo en posesión del público occidental.(…) Por muy absurdo que que pueda parecer, es exactamente lo que esperamos de los medios de comunicación, pagamos por tener esa clase de lectura del mundo«. En una entrevista en The New York Times en 1996 un periodista decía: «Esto es para lo que vivimos. Es decir, «catástrofe», «caos». Siempre puede haber algún terremoto que te dé un vuelco al corazón». Pero como he comentado en alguno de mis libros, «cuando la muerte llega de nuevo en la secuencia siguiente del noticiario – ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente – no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato de la comida y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue». («El artículo literario y periodístico»)


No nos asombramos, pues, de que nada nos asombre. No nos asombramos de nada. Tampoco de descubrir la vulgaridad tras el disfraz de la aparente modernidad. Seguimos masticando vulgaridad creyendo que es modernidad y tragamos los lenguajes decadentes como si fueran sublimes. «Vulgaridad» fue la palabra introducida por Madame de Staël en 1800. «Modernidad«, la que pronunció Teófilo Gautier cincuenta y dos años después, en 1852. Chautebriand, por su parte, fundió los dos términos, modernidad y vulgaridad, al hablar de sus viajes. Y a Baudelaire se le calificará como el definitivo inventor de esta palabra: «modernidad«.

Pero modernidad y vulgaridad muchas veces aparecen mezcladas en las pantallas, el rostro de una esconde el antifaz de la otra, nos hacen ambas tremendas muecas desde sus imágenes, guiñan sus ojos equívocos, desfilan brillantes entre las pasarelas de la publicidad animándonos a ser mucho más modernos aunque seamos menos educados.

(Imágenes:-1.-Kenny Scharf.-1981.1983.-artnet/2.- Nam June Paik.-AndrewShire Gallery.-Lo Angeles.-USA.-artnet)