EL «BLOG» DE DOSTOIEVSKI

«Usted escribe directamente, sin ninguna forma literaria de aparato o ceremonia, como dirigiendo una carta a un amigo – le escribe un lector a Dostoievski siguiendo su «Diario de un escritor» -. Usted escribe lo que piensa y eso es raro, es bueno… Usted se hace visible en sus frases, lo conocemos, por decirlo así, nos relacionamos con usted leyendo el «Diario«. Y además, muy sencillamente y sin la apariencia de ser hombre culto, usted penetra en las cuestiones más profundas, las que son tan dolorosas para cada uno de nosotros, y trata esas cuestiones directa y francamente, sin una huella de afectación o de cultura libresca».

Es lo que podríamos llamar hoy el comentario de un lector a la especie de blog que Dostoievski mantuvo desde 1875 a 1877 titulado «Diario de un escritor«, «cuyas páginas – señala la edición hecha por la Academia de Cienciasdieron expresión a la impresiones de la vida personal del novelista ruso, sus reminiscencias de años anteriores, una relación de sus proyectos literarios y reflexiones sobre todos los temas importantes concernientes a la Rusia de la época que agitaban a DostoievskiConversando con sus lectores, el autor constantemente pasa de un tema a otro, y la transición a cada uno lleva consigo una corriente de reminiscencias y asociaciones… Pero entre toda esta variedad de temas y episodios, distintos entre sí y en constante cambio, el autor dirige su propia mirada y la del lector a las mismas «cuestiones malditas», las que forman el contenido filosófico y artístico, una especie de básico haz, nerviosamente sensitivo, de los pensamientos del autor«.

Del «Diario de un escritor» (Páginas de Espuma) y (Alba hablé ya en alguna ocasión  en Mi Siglo. Concretamente del relato titulado «La centenaria«. Como recuerda Joseph Frank en su monumental biografía de Dostoievski  (Fondo de Cultura) , entre los bocetos que el gran novelista ruso publica en su «Diario» aparecen por vez primera dos obras maestras: «La mansa» y «El sueño de un hombre ridículo«.  Pero lo más interesante quizá de este «Diario» sea descubrir – casi al final del siglo XlX –  esa relación entre autor y lectores, relación que hoy – tanto en  periódicos como en blogs y en redes sociales – se encuentra puesta al día de modo patente.

«Los lectores sentían que en verdad – cuenta Frank – estaban siendo admitidos a la intimidad de uno de sus grandes hombres. Esa constante interrelación entre lo personal y lo público (…) resultó una combinación irresistible, que le dio al «Diario» su incomparable sello literario (…) Aun si no es literariamente un cuaderno de notas, el «Diario» es auténticamente una herramienta de trabajo de un escritor en las tempranas etapas de su creación, de un escritor que busca (y encuentra) la inspiración para su obra mientras, pluma en mano, observa la escena que se desarrolla ante sus ojos e intenta sondear su significado más profundo».

(Imágenes:- 1.-Vasiliev.- iluminaciones en San Petersburgo.-1869.-wikipedia/ 2.-Mijaíl  Nésterov/ 3.-Chica campesina.- Fedor Slavyansky.-década de 1830.-Museo Ruso,.San Petersburgo/ 4.- miniatura en Fedoskino.-wikipedia)

DIARIO DE UN ESCRITOR

Se ha dicho del «Diario de un escritor» – editado recientemente por «Páginas de  espuma» – que estos artículos y apuntes podrían pertenecer hoy muy bien a un determinado blog, el blog de Dostoievsi. Descienden a los subsuelos o sótanos de los temas y a la vez se remontan a la superficie de la actualidad. El gran novelista ruso devoraba los periódicos, estaba al corriente de todo.»Tengo nostalgia de todo lo cotidiano –decía -, deseo la actualidad«- En la extraordinaria y minuciosa biografía que le dedicó Joseph Frank al autor de «Crimen y castigo«, en el tomo que aborda «Los años milagrosos 1865 -1871» (Fondo de Cultura), se cuenta cómo Dostoievski, en Florencia, tras la terminación de «El idiota«, se refugiaba en la biblioteca Vieusseux para leer a diario los periódicos rusos y seguir al detalle los acontecimientos y choques de opiniones que tenían lugar en su país. Rusia y el mundo le interesaron siempre. «Escribo sobre lo visto, oído y leído», dice el novelista en marzo de 1876, «menos mal que no me he atado con la promesa de escribir sobre todo lo visto, oído y leído«. Ante lo que ha sucedido después en Rusia – han señalado luego los especialistas -, y precisamente por la extrema atención que el escritor dedicó a su época, es normal admitir que él logró predecir los excesos y sufrimientos hacia los cuales se dirigía su país.

Precisamente en marzo de 1876 recoge en el «Diario de un escritor» un relato que, entre tantos otros, conmueve. Lleva por título «La centenaria» y es la historia de Maria Maksímovna, una mujer de ciento cuatro años que atraviesa muy cansada la ciudad llevando una monedita de cinco kopeks en la mano para entregársela a sus bisnietos y que se queda al fin muerta, con la mano en el hombro de  su bisnieto mayor Misha, un niño de seis años, en el momento de darle la moneda.

«Misha – escribe Dostievski -, por más años que viva, nunca olvidará a la viejecita, cómo ha muerto, con la mano en su hombro, y cuando muera él, no quedará persona alguna en todo el mundo que se acuerde, que sepa que había existido mucho tiempo atrás esa viejecita que vivió ciento cuatro años, no se sabe para qué ni cómo. Por otra parte, para qué recordarla: no tiene importancia, de todos modos. De esta misma manera se van al otro mundo millones de personas: viven pasando desapercibidos y mueren desapercibidamente. Tal vez, solamente el  momento mismo de la muerte de estos hombres y mujeres centenarios tiene algo de enternecedor y apaciguante, algo, incluso, importante y conciliador: los cien años hasta ahora afectan al hombre de una manera rara. ¡Que Dios bendiga la vida y la muerte de gente sencilla y buena!«.

«No era una historia – dirá el novelista – sino una impresión del encuentro con una mujer centenaria  (efectivamente, ¿se encuentra uno a menudo con una mujer centenaria, y además tan llena de vida espiritual?)».

Siempre, siempre Dostoievski en el subsuelo de la memoria del alma y también en la superficie de la actualidad.

(Imágenes:-1.-«La procesión», de Illarion Mikhaïlovitch Prianichnikov, 1893, museo ruso de San Petersburgo/ 2.-«La hora del té», de Alexei Voloskov, 1851, museo ruso de San Petersburgo/3.-Semyon Faibisovich.-2oo8.-Regina Gallery.-Moscú.-artnet)

ESTAMPAS DE TOLSTOI (2) : EL BOLSO DE ANA KARENINA

¿Qué contiene el bolso de Ana Karenina?, se pregunta con Nabokov la profesora Anna Caballé. A su vez el argentino Ricardo Piglia se interroga e intriga sobre la pequeña linterna que lleva en el tren la heroina de Tolstoi. Son  los reveladores detalles de los que ya hablamos en Mi Siglo tanto en la literatura, la pintura o el periodismo. El detalle preciso cuya importancia siempre la consideró decisiva Flannery O`Connor. «Abrió con sus manos pequeñas y ágiles el saquito rojo – se lee en el capítulo 29 de la primera parte de la novela rusa -, sacó un almohadón que se puso en las rodillas y, envolviéndose las piernas con la manta, se arrellanó cómodamente. Le pidió a Aniuska la linternita que sujetó en el brazo de la butaca y sacó de su bolso un cortapapeles y una novela inglesa».

Ana Karenina se dispone a leer. Y Ricardo Piglia en «El último lector» (Anagrama) se acerca hasta esa linterna que ilumina la realidad y la ensoñación de la lectura, la entrada en lo irreal y en la ilusión de un libro cuyas páginas alumbra esta mujer con su propia luz. Los detalles han hecho siempre viva la literatura y gracias a ellos casi se la puede tocar. Alexandra Tolstoi en Una vida de mi padre (Sudamericana) habla de que el gran novelista ruso necesitaba saber – para su Guerra y Paz – que Napoleón tenía manos cortas y gruesas, que durante la batalla de Borodino estuvo resfriado y que era mal jinete. Tenía también que saber que el general Kutuzov era hombre muy impresionable y que de vez en cuando le gustaba soltar palabrotas rusas, así como que le costaba mucho subir al caballo. De todo ello quiso documentarse Tolstoi al detalle, como igualmente se  fijó en la importancia de los apellidos de sus personajes: «Rostov» empezó llamándose «Prostov» en sus primeras versiones pero Tolstoi le quitó una letra ya que ese apellido le iba muy bien a la familia que había imaginado.

Entonces, ¿qué llevaba dentro de su bolso la heroina de Tolstoi? Anna Caballé en «El bolso de Ana Karenina» (Península) alude a lo que Nabokov comentaba en su Curso de Literatura Rusa (Bruguera) : «al fino pañuelo de batista que había servido para enjugar sus lágrimas antes de salir de casa de su hermano, hay que añdir – dice Caballéuna pequeña almohada para apoyar la cabeza, la redecilla que protegerá su peinado durante la noche, una novela inglesa con las páginas todavía por abrir y un abrecartas. ¿Es un inventario completo? La respuesta es imposible (ah, el misterio del bolso de las mujeres…), pero no parece que lo sea: cabe suponer también un pequeño recado de escribir (dada la frecuencia de las notas que se envían los personajes a lo largo de la novela), una linterna para poder leer sin molestar al resto de los viajeros, un  espejo de bolsillo y los indispensables artículos para la toilette de una dama«.

Estos son los detalles que se desperdigan, siempre precisos y muy desmenuzados, en toda la obra de Tolstoi. Detallles que él perfilaba, luego recomponía, después tachaba a lo largo de sus páginas de creación. Ilia Tolstoi, en «Tolstoi en la intimidad«(Futuro) cuenta cómo trabaja su padre cuando revisaba « Ana Karenina«: «en los márgenes aparecían primero los signos de corrección, la puntuación, las letras omitidas; después mi padre cambiaba palabras, luego frases enteras. Tachaba una línea, agregaba otra; las hojas de pruebas terminaban por estar abigarradas y, en ciertos lugares, quedaban tan negras, que no era posible volver a entregarlas en ese estado, puesto que nadie, salvo mamá podía descifrarlas. Mamá pasaba noches enteras recopiando esas correcciones. Por la mañana, las hojas cubiertas por su escritura fina y legible, estaban cuidadosamente plegadas sobre su escritorio esperando el momento en que «Liovochka» se levantara para enviar las pruebas al correo».

Ahí estaban, retocados y corregidos durante el día, vueltos a corregir y a retocar por la noche, esos detalles tan necesarios para describir la existencia: objetos ocultos en el fondo del bolso de Ana Karenina,  manos gruesas de Napoleón o palabrotas que soltaba el general Kutuzov al subir torpemente al caballo.

(pequeña evocación a los cien años de la muerte de Tolstoi: 1910-1010)

(Imágenes:-1.-Greta Garbo en el papel de Ana Karenina, película digida por Clarence Brown en 1953.-elpais.com/2.-Tolstoi arando.-por Repin.-wikipedia/3.-Troubetzkoy esculpe a Tolstoi el 23 de agosto de 1899.-Museo estatal de Tolstoi)

ESTAMPAS DE TOLSTOI (1)

«Por la mañana – recordaba Ilia Tolstoi, uno de los hijos del escritor -, mi padre salía de su habitación, que estaba en el primer piso, en el extremo de la casa, y en bata, con la barba despeinada, bajaba a vestirse. Volvía a salir de su despacho fresco, dispuesto, vestido con una blusa gris, e iba a tomar café a la sala, donde estábamos ya todos para desayunar. Cuando no había visitas no se quedaba mucho con nosotros. Llevaba un vaso de té y se volvía a su despacho; pero si se reunían algunos amigos, empezaba a conversar, se entusiasmaba y no podía decidirse a marcharse. Con una mano en el cinturón y en la otra su portavasos de plata con el vaso lleno de té, se quedaba cerca de la puerta, durante una media hora sin advertir que el té se enfriaba, y hablaba sin cesar. Sin saber por qué, en ese momento la conversación se ponía siempre particularmente interesante y animada».

Es el gran escritor ruso retratado en su gran casa, observado en familia, y cuya filial evocación aparece en «Tolstoi en la intimidad» (Futuro). Éste es el personaje tratado por Steiner en su «Tolstoi o Dostoievski» , lo épico frente a lo dramático, teórica división del fluir de la existencia que algunos estudiosos y críticos desean hacer. ¿Cuánta parte de nuestra vida es épica y cuánta dramática? A veces las meras cuestiones diarias levantan su épica desde el suelo si adquieren pulso de eternidad y a veces esas mismas cuestiones se desgarran en dramatismos irremediables. Retablo de la vida continua y fragmentada en Tolstoi, fluir de esa vida y del tiempo, finales abiertos, omnisciencia como narrador. «Cuando escribo – le había dicho Tolstoi a Gorki – frecuentemente tengo piedad de mis personajes y entonces yo les presto cualquier buena cualidad, o le aumento una buena cualidad a otros, para que en comparación el otro no aparezca demasiado negro».

«El despacho de papá – cuenta Ilia en sus recuerdos– está dividido en dos por grandes armarios llenos de libros. Para que no se caigan, estos armarios están sostenidos por medio de grandes travesaños de madera, entre los cuales se colocó una puertecita de abedul. Detrás de la puerta estaba la mesa escritorio de papá y su gran sillón antiguo, semirredondo. En las paredes se ven cuernos de ciervos traídos del Cáucaso y una cabeza de reno disecada. En esos cuerpos mi padre acostumbraba a colgar su toalla y su sombrero. En la pared, al lado, están los retratos de Dickens y Schopenhauer«.

Aquí trabajaba el hombre que consideraba el teatro como algo artificial mientras la vida y el campo eran para él algo natural y real, una vida que animaba todas sus obras, la alegría de la «visión homérica» y la armonía entre el hombre y el mundo. Aquí trabajaba el hombre que intentaba dominar sus estados de ánimo. «No tienes idea – le decía a su hijo Ilia – de lo que puede un estado de ánimo. Por ejemplo, uno se levanta fresco y dispuesto, con la mente clara; se comienza a escribir: todo va bien, todo marcha. Al día siguiente se relee, y hay que tacharlo todo porque falta lo principal. No hay imaginación ni talento, ni ese «algo» sin lo cual toda nuestra inteligencia no sirve para nada. Sucede también que uno se levanta mal dispuesto, con los nervios tensos; parece que, a pesar de todo, se puede trabajar. En efecto, se escribe bien, afluyen las imágenes, y toda la inventiva que uno quiere. Se relee una vez más: tampoco aquello vale nada. Está torpemente escrito; la inteligencia no ha hecho nada. Las cosas no marchan más que cuando la imaginación y la inteligencia andan a la par. Apenas una de las dos se impone, todo está perdido. No hay más que abandonar lo hecho y comenzar de nuevo».

(Pequeña evocación a los cien años de su muerte: 1910-2010)

(Imágenes:-1.-Tolstoi descansando en el bosque.- 1891-Repin.-Galería estatal.-wikipedia/ 2.Tolstoi trabajando en Yasnaia Poliana.-1910.- B. Meshkov.-wikipedia/ 3.-Yasnaia Poliana.-wikipedia)

LA DAMA DEL PERRITO

«Dmitrii Dimitrich Gurov, residente en Yalta hacía dos semanas y habituado ya a aquella vida, empezaba también a interesarse por las caras nuevas. Desde el Pabellón Verne, en que solía sentarse, veía pasar a una dama joven, de mediana estatura, rubia y tocada con una boina. Tras ella corría un blanco lulú». Así empieza «La dama del perrito» de Chejov. Gurov y Anna comienzan su romance en Yalta en pleno verano y Chejov y Olga salen a dar paseos por el jardín municipal de Yalta en ese otoño de 1899 donde Gurov y Anna conversan por primera vez en la pastelería Vernet. La vida y la literatura se entrecruzan. En medio va el blanco lulú corriendo de un lado para otro, alocado, juguetón, tanto que se cuela de pronto, muchos años después, en 1948, en el aula de la Universidad de Cornell, en donde está explicando Nabokov «La dama del perrito«. Se apoya un momento sobre sus patas traseras y escucha atentamente al escritor y profesor cuando éste dibuja ante sus alumnos cómo Chejov retrata a Anna: con»su talle robusto, sus cejas oscuras y pobladas, y su manera de llamarse «mujer que piensa» notamos sigue diciendo Nabokov en su Curso de Literatura Rusa la magia de las minucias que va recogiendo el autor: cómo la esposa acostumbra a omitir cierta letra muda, y llamar a su marido por la forma más larga y completa de su nombre, dos pinceladas que, unidas a la impresionante dignidad de su cejudo rostro y su porte rígido, componen exactamente la impresión buscada«.

Chejov se fija en los detalles de la vida y Nabokov se fija en los detalles de Chejov. El blanco lulú, mientras tanto, está inquieto, escapa. Aparece de repente años después, en 1987, junto a Marcello Mastroianni asomado a la pantalla de «Ojos negros», la película de Nikita Mikhalkov basada en varios relatos de Chejov, entre ellos en «La dama del perrito«. Sigue observando siempre Chejov a ese perrito desde su despacho. Se ha rodeado el escritor de sus objetos más queridos: cuadros de escenas rurales rusas pintados por Levitán y lienzos de su hermano Nikolái, un enorme cuenco de madera pintada que ha comprado un verano en Luka, el tintero de estilo egipcio y los candelabros que ha adquirido en Venecia, los elefantes en miniatura tallada que se ha traído desde Ceilán, colocados sobre su mesa de escribir, y muchas fotografías de amigos y contemporáneos: los actores del Teatro de Arte de Moscú, Tolstoi, y también los editores de las revistas y periódicos en los que publica.

Luego pasea por esta habitación orientada al sur, su estudio personal, tan excesivamente luminoso que ha tenido que poner cristales de color rosa en las ventanas, colocar persianas y empapelarla en tonos oscuros con un papel encargado especialmente en Odessa.

Ama Chejov los perros. Sobre todo los perros sin raza que un día instalará en el jardín y que se congregarán a su alrededor cada vez que ponga un pie fuera: el feroz Tuzik de cara arrugada que dormirá en el sótano; Kashtanka, un cachorro de ojos color miel, muy perezoso, que hace su hogar al pie de un olivo. Están también Schnap y Sharik, un animal pequeño de orejas negras y dientes muy blancos que ladra día y noche.

Pero cuando se acerca siempre a la ventana ve allí abajo, atento, mirándole, el blanco y diminuto lulú de «La dama del perrito» sentado sobre el tiempo.

(Imágenes:-1.- Marcello Mastroianni en la película «Ojos negros«/ 2.-Chejov en Melikhovo.-wikipedia/3.-Chejov con sus perros Schnap y Sharik, en 1904)

RUSIA, PASTERNAK, KUSTODIEV

«Sobre toda la tierra la tormenta

hasta el confín postrero.

Una vela quemábase en la mesa,

se quemaba una vela.

 

 

Como en verano, enjambres de mosquitos

sobre la llama vuelan,

tal los copos de nieve en el cuadrado

cristal de la ventana.

 

 

La tormenta imprimía sobre el vidrio

círculos y saetas.

Una vela quemábase en la mesa.

se quemaba una vela.

 

 

Sobre el techo, que estaba iluminado,

se acostaban las sombras.

Cruzados brazos y cruzadas piernas

y cruzados destinos.

Caía dando un golpe sobre el suelo

un par de zapatillas

y lágrimas de cera de la vela

caían sobre el traje.

 

 

Y todo se perdía en una niebla

de nieve cana y blanca.

Una vela quemábase en la mesa,

se quemaba una vela.

 

 

Desde un rincón, sobre la vela, un soplo,

y al momento una fiebre

de tentación alzaba en cruz las alas

como si fuera un ángel.

La tormenta duró todo febrero

y, continuadamente,

una vela quemábase en la mesa,

se quemaba una vela»

Boris Pasternak: «Noche de invierno» (Poesías de Yuri Jivago) «El Doctor Jivago»

(Imágenes:- 1-«Máslenitsa».-1919.-Boris Kustódiev.-01 varvara. wordpress/ 2.-«Epiphany» 1921.-Boris Kustódiev.-varvara. wordpress.com/ 3.-«Serenata de carnaval».-1916.-Boris Kustódiev)

ITINERARIO A LO MARAVILLOSO

RUSIA.-9.-foto de la emperatriz Alexandra Fyodovna con su hija Tatyana.-Taller de Fabergé.-San Petersburgo.-1890Cuando uno contempla a la emperatriz Alexandra Fyódorovna embebida ante su hija Tatyana en esta fotografía de 1890 uno comienza a recorrer, como tantas otras veces, el itinerario a lo maravilloso. Ahora que se conmemora la caída de Muros y el desmantelamiento de dictaduras opresivas, uno atraviesa el tiempo y, felizmente, ya no entra en la URSS sino que penetra en Rusia. En Rusia y en su literatura contada por Angelo Maria Ripellinolo que él llama su «Itinerario a lo maravilloso» (Barral Editores). La Rusia de Pushkin, de Lérmontov, de Chejov, de Blok, de PasternakLa Rusia de los grandes: de Dostoievski y de Tolstoi.

RUSIA.-8.-Coronacion de Nicolás Segundo y Alexandra Fyodovna.-por Laurtis Tuxen.-1895.-Museo Hermitage

Las palabras de Ripellino, profesor de Lengua y Literatura rusa en la Universidad de Roma, defendieron siempre a la Gran Literatura, aquella que el silencio de los muros intentaba apartar y olvidar. «Desconfiado para con las imposiciones ideológicas que acaban por sofocar la fragilidad de la poesía, siempre inerme y extraña ante las torturas del método – decía al inicio de sus grandes ensayos -, me afanaba por volver a hallar, entre la oscuridad de las falsificaciones, el fermento inventivo, las angustias, las dudas incurables, la fértil ambigüedad: en conclusión, los impulsos y sabores de las letras eslavas, con una obstinada – y desesperada – fe en la literatura».

RUSIA.-10.-San Nicolaás el milagroso y la zarina Alexandra.-por A.I.Tsepkov.-1898.-Museo Hermitage

«Haciendo perder el tiempo a la gente – seguía denunciando – con reuniones, debates y boletines, los expertos del sociorrealismo y los acólitos de las sociedades y agencias de intercambio cultural propugnaban entonces el axioma de que las letras eslavas eran, desde siglos, emporios de textos didácticos, empapados de saludable progresismo, calcos y reconstrucciones de la realidad. Se tributaba homenaje a cualquier «sacrílego panzudo», para usar una locución de Alexandr Blok; se aceptaba el silencio y cualquier distorsión sobre los grandes valores destrozados o apagados; y hasta Dostoievski (por no hablar de Pasternak) estaba en el índice; y se detestaban los trucos y la imaginativa; y se juzgaban los textos según su dosis de optimismo».

RUSIA.-11.-icono de nuestra Señora de Bogolyubsk con los santos de Alexander Nesky y maría magdalena.-fábrica Ivan Khlebikov.-Moscú.-1882.-Museo Hermitajge.-

«Pero es la misma literatura rusa, con sus cumbres tempestuosas – seguía Ripellino -, con su continuo apostar sobre las últimas cosas del hombre, con su propensión a mudar el amor en fuego y tormenta, sus despiadadas aritméticas, su repudio de las pequeñas arcadias y su afecto por toda criatura maltratada y temerosa, la que impide que se pierda, al estudiarla, en fríos análisis y ejercicios de bravura sin alma. ¿Cómo puede un crítico no compartir la aversión implacable de las letras rusas por las medias tintas, la trivialidad, el filisteismo?».

Hasta aquí las palabras del profesor italiano.

 Horadan el Muro del Silencio  de la Cultura e, inclinados por el hueco que en él nos abre, podemos ver al fondo cuán largo es el itinerario a lo maravilloso.

(Imágenes:-Alexandra Fyódorovna con su hija Taytana .-foto de 1890.-Taller de Fabergé.- San Petersburgo–Museo de Hermitage/ 2.- la Coronación de Nicolás ll y Alexandra Fyódorovna el 14 de mayo de 1896 en la catedral de la Asunción en el Kremlin de Moscú.-Laurits Tuxen.-1895.-Museo Hermitage/ 3.- Icono de San Nicolás el Milagroso y la zarina Alexandra.-A. I. Tspekov.-1898.-Museo Hermitage/ 4.-Icono de Nuestra Señora de Bogolyubsk con los Santos  Alexander Nevsky y María Magdalena.-Fábrica Iván.-1882.-Khlebnikov.-Moscú.-Museo Hermitage)

LAS HISTORIAS COMIENZAN

 Las historias comienzan. No se sabe cómo se desarrollan, no se sabe cómo acaban. De un pequeño grano de trigo puede nacer un mundo posterior, de la simiente se eleva un árbol y con  un diminuto grito apenas perceptible podría incendiarse un Palacio. Ya hablé en Mi Siglo el 28 de octubre del 2007 del interesante libro de Amos Oz «La historia comienza». En el cine es lo mismo. Cuando los labios de Marlon Brando pronuncian el nombre de Emiliano Zapata el círculo de la amenaza se cierne sobre el papel y el drama cinematográfico comienza. Elia Kazan va trazando su historia y los inicios y titubeos en la creación son los mismos en un film que en una escritura. Es el pánico escénico de la página en blanco, sea en un guión o en una novela. «Una página en blanco es en realidad una pared encalada sin ninguna puerta ni ventana. Empezar a contar una historia es como tontear con una persona totalmente desconocida en un restaurante. ¿Recuerdan al Gurov de Chéjov en «La dama del perrito«? – sigue explicando Amos Oz -. Gurov hace al perrito un gesto monitorio con el dedo una y otra vez, hasta que la dama le dice, ruborizándose: «No muerde», y entonces Gurov le pide permiso para dar un hueso al can. Tanto a Gurov como a Chéjov se les ha dado así un hilo que seguir; empieza el coqueteo y el relato despega. El comienzo de casi todos los relatos es realmente un hueso, algo con lo que cortejar al perrito, que puede acercarlo a uno a la dama (…) Así pues, uno se sienta y se pregunta qué debe ir primero y cómo llegar a ese comienzo en medio del camino. Sentándose. Garabateando en la hoja. Arrugándola. Tirándola. Garabateando en la hoja siguiente: formas, flores, triángulos, rombos, una casa con una pequeña chimenea, un gato sin pelo. Arrugándola de nuevo. Tirándola». Todas esas cuestiones de indecisión de escritura, de tanteos, aciertos y desaciertos se las plantea Oz. Pero luego llegan las preguntas de todo creador: «¿Qué es, en última instancia, un comienzo? ¿Puede existir, en teoría, un comienzo adecuado para cualquier relato? ¿No hay siempre, sin excepción, un latente «comienzo antes del comienzo»? ¿Algo previo a la introducción, al prólogo? ¿Un acontecimiento anterior al Génesis?».

Amos Oz se hace todas estas preguntas como se las hizo sin duda Elia Kazan ante la página en blanco antes de decidir que Marlon Brando iba a revelar su nombre – Emiliano Zapata – destacándose de entre todos los campesinos de la sala.

(Imagen: escena de «¡Viva Zapata!», de Elia Kazan, (1952)

TOLSTOI Y EL DINERO

En medio de las turbulencias y tormentas monetarias leo estas frases de Tolstoi:

«Con arreglo a la definición más sencilla y más exacta, el dinero sólo es un signo convencional que da derecho o, más bien, medios de aprovecharse del trabajo ajeno. En su significación ideal, el dinero no debiera dar ese derecho o esos medios sino en un solo caso: cuando representa efectivamente trabajo propio; pero no puede ser así más que en una sociedad donde no exista violencia. Porque una vez que una sociedad cualquiera permita y hasta consagre la explotación, es decir, la posibilidad de aprovecharse del trabajo ajeno, esta posibilidad se expresa también por el dinero. (…)

Se vende el producto del propio trabajo pasado, presente o futuro; se vende algunas veces el alimento propio; pero en la mayoría de los casos, de ningún modo para adquirir un dinero que facilite el cambio. Lo mismo podrían hacerse los cambios sin dinero; pero este último se exige por fuerza como un medio de explotación.

Cuando un Faraón exigía que sus esclavos trabajasen, estos últimos le suministraban tan sólo su trabajo pasado o presente, y no su trabajo futuro.

Pues bien; desde que en el mundo existe la moneda, y desde que, como consecuencia de ella, se ha establecido el crédito, se ha hecho posible enajenar el propio trabajo futuro.

Por eso, gracias a la violencia que reina en nuestra sociedad actual, el dinero no representa más que una nueva forma de esclavitud impersonal, en lugar de la antigua esclavitud personal.

No digo que ese estado de cosas no fuera necesario para el desarrollo de la humanidad y para su progreso. Sólo trato de darme cuenta del papel que desempeña el dinero, y de ese error general en virtud del cual admitía yo, como todos los demás, que el dinero representa el trabajo.

Hecha la experiencia, he adquirido el convencimiento de que no representa el trabajo, sino que, en la mayoría de los casos, representa la explotación, la violencia o la complicadísima astucia que se funda en ella».

(Imágenes: foto: Andreas Gursky.-Imagery Our World/ Tolstoi, por Repin (1887))

LA NOVELA DE UNA NOVELA EN SOLZHENITSIN

A veces en Mi Siglo no hay más que reproducir un texto que vive por sí solo, sin necesidad de comentarios. La novela de una novela en la vida de Solzhenitsin y sus asombrosos vericuetos los ha contado minuciosa y excelentemente ayer en el «El Mundo» mi buen amigo desde hace años Daniel Utrilla, corresponsal de ese periódico en Moscú, y aquí está su apasionante relato:

AP)

» Pelotones de letras, millones de caracteres aprisionados sobre fondo blanco. Su monumental historia de los campos de reclusión en la Siberia estalinista permaneció durante casi una década comprimida en una estrecha cárcel de papel antes de ser publicada en Francia en 1973 por la editorial Ymca-Press, en dos volúmenes de más de 1.000 páginas.

En cada folio mecanografiado de forma clandestina por Alexander Solzhenitsin entre 1958 y 1968, las letras se fueron apelotonando sin espacios entre sí, uncidas en un renglón infinito como hilera de reos encadenados sobre el horizonte blanco de la cuartilla.

En 1968 había sido expulsado de la Unión de Escritores de la URSS, y en febrero de 1974 Solzhenitsin fue expulsado de la URSS tras la publicación en Francia de su ‘Archipiélago Gulag’. Sus 8 años de reclusión en Sharashka, su destierro de 3 años en Kazajistán y sus 6 años de escritor clandestino confluían en aquella obra terapéutica sobre las cloacas del estalinismo. Para completar su macabro retablo de mártires, Solzhenitsin recabó el testimonio de 227 represaliados que dieron voz a los millones de víctimas del comunismo que entre 1919 y 1956 fueron barridas bajo la alfombra de la taiga siberiana.

«Sólo en el tercer día de la trinidad supe del éxito. ¡Libertad!, ¡ligereza!, ¡todo el mundo fundido en abrazos! ¿Tengo las esposas puestas?, ¿soy un escritor amordazado? ¡En todas partes son libres mis caminos! ¡Yo soy el más libre de todos los escritores estimulados del realismo socialista!«. Así relata Solzhenitsin en su ensayo El roble y el ternero la sensación liberadora que sintió cuando supo que su obra magna -que había escrito con Rena, como llamaba cariñosamente a su máquina de escribir- había sido publicada en Francia.

Desde las mismas entrañas del monstruo, encorvado como un monje amanuense que multiplicara en secreto terribles herejías, Solzhenitsin se había consagrado a la redacción minuciosa de una obra que abrió una mirilla en el Telón de Acero para que Occidente entreviera la tramoya sangrienta del monoteísmo soviético.

Una elaboración de infarto

La escritura del libro fue una peripecia casi tan sobrecogedora como su lectura. Como un archipiélago de legajos, los capítulos del libro se diseminaron en casas de amigos que encubrieron su redacción y corrección. El carácter soterrado de la obra se materializó cuando Solzhenitsin tuvo que ocultar algunos capítulos bajo tierra, en el huerto de su dacha, una casucha de madera sin calefacción en Rodzhdetsvona-Istie. Allí, con ayuda de su segunda esposa, Natalia Svetlova, y de su ayudante Elena Chukovska (ambas prepararon la copia mecanografiada definitiva) el autor completó su tercera y última redacción, la obra definitiva tal y como llegó a Francia.

A continuación ordenó a todos sus amigos cómplices que quemasen las copias que tenían en su poder. Inesperadamente, el lanzamiento editorial de este sputnik literario hubo de ser adelantado después de que Elizabeta Denisovna, ayudante del autor, fuera interrogada por el KGB, que le sonsacó dónde escondía una de las redacciones del texto que, contraviniendo la orden del autor, no había destruido. Tras el interrogatorio, Denisovna se ahorcó. Pero para cuando el KGB halló el texto, una grabación magnetofónica del libro hecha por su esposa Natalia ya estaba en Francia.

Sobre la cubierta de aquel libro, que afloraba en Occidente como el mensaje de un náufrago, emergía una palabra extraña y críptica a la vez: gulag, un acrónimo que restalló en Occidente como una exclamación gutural susurrada por miles de bocas sin voz desde el vientre de Siberia. Oculta bajo este acrónimo (Glavnoe Upravlenie Laguerei), se escondía la dirección general de campos de reclusión y de trabajo forzado de la URSS, y la palabra se incorporó al vocabulario político de Occidente.

Torturas sobrecogedoras

Con un estilo apasionado (abundan las frases exclamativas de estupor), Solzhenitsin presenta un cuadro de El Bosco de lectura torturadora donde los reos son enterrados hasta el cuello en cubículos excavados en la tierra, son pasto de los piojos en nichos de piedra, o sometidos a torturas para lograr confesiones, como la aplicación de un rallador por la espalda o de agujas bajo las uñas.

El purgatorio de este camino hacia el infierno blanco lo representaba la Lubianka, la mítica sede de los servicios secretos en Moscú (un edifico de fachada amarilla que hoy acoge a los herederos del KGB, el FSB), dónde él mismo fue recluido tras ser arrestado en 1945 cerca de Konigsberg (hoy Kaliningrado).

Fue trasladado a Moscú. Mientras era conducido por dos agentes a la Lubianka, en la estación de metro Belaruskaya, el autor se contuvo de gritar para pedir ayuda porque «presentía vagamente que un día podría gritar a 200 milones» y no sólo a los que en ese momento subían por las escaleras mecánicas.

Condenado a trabajos forzados, en 1950 Solzhenitsin fue a parar a Sharashka -un campo especial de investigación científica para prisioneros políticos-, donde pasó ocho años, experiencia que le inspiró su obra ‘El Primer Círculo’ (1968). En 1953 fue desterrado a Ekibastuz, en Kazajistán, donde pasó tres años como minero, albañil y fundidor en un campo de trabajos forzados.

Superación milagrosa de un cáncer

No lejos de allí, en aquellas mismas estepas semidesérticas de Kazajistán donde la URSS levantaba en ese mismo momento el cosmódromo de Baikonur (la plataforma R-7 de donde despegó el sputnik en 1957 que encendió la carrera espacial), Solzhenitsin superó una experiencia traumática que contribuyó a su ignición religiosa: se sobrepuso milagrosamente de un tumor e inspiró ‘Pabellón de Cáncer’ (1969).

Después vinieron los seis años de escritor clandestino, periodo en el que criticó la persecución censora del Estado soviético y halló refugio durante algún tiempo en la dacha de su amigo, el compositor Mstislav Rostropovich. En 1970 le fue concedido el Premio Nobel, pero no lo recogió hasta 1974, ‘año cero’ del exilio desencadenado por la publicación de Archipiélago Gulag y que se prolongó dos décadas.

Su anticomunismo nunca cedió. Solzhenitsin pensaba que el marxismo engendraba violencia en sí mismo allí donde fuera aplicado, y rechazaba que las características del alma rusa tuvieran que ver con la deriva sangrienta del comunismo soviético.

En junio de 2007 recibió de manos de Putin el Premio Estatal. ¿No suponía una contradicción que el sumo disidente aceptase un premio de un ex agente del KGB? «Nadie le reprochó a Bush padre que su pasado en la CIA fue negativo», esgrimió entonces Solzhenitsin, no sin antes puntualizar: «Si bien Putin fue el oficial de los servicios especiales, no fue el juez de investigación del KGB ni jefe de un campo de trabajos en el gulag».

Aquí termina el relato de Daniel Utrilla y pienso que no hay nada más que añadir.

(Imágenes: «Solzhenitsin.-solche.pravaya.ru/Solzhenitsin, en una imagen de archivo de 2007, cuando recibió de manos de Putin el Premio Estatal (Foto: Ap) .-elmundo.es)

SOLJENITSIN O DECIR LA VERDAD

«Lo que más me sorprende en este escritor – dijo de  Soljenitsin  Heinrich Böll en 197o   – es la calma que emana de él, de él, que ha sido discutido y amenazado más que ningún otro sobre la tierra. Se diría que nada puede arrebatarle esa sereniidad: ni los terribles insultos a los que está expuesto en su propio país, ni el «marcharse simplemente» que se le propone sin rebozo alguno, ese destierro que él rechaza. La calma de Soljenitsin no es la de un olímpico, sino la de un contemporáneo alcanzado por el curso de los acontecimientos, no la de un monumento viviente marcado ya por la pátina de la gloria». 

«Si pudiéramos acercarnos más a él  – escribí yo en un libro hace algunos años al comentar una fotografía suya de 1963 en Solotcha, cerca de Riazán, en lo profundo de Rusia – veríamos que este hombre que escribe bajo los árboles es el Premio Nobel ruso Alexandre Soljenitsin, autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, de El pabellón del cáncer y de Agosto 1914. Ha escrito hace años entre ratones y cucarachas en la provincia de Vladimir, en lo que él llamó ‑y así tituló otro de sus libros‑ La casa de Matriona; ha redactado sus obras en los más diversos lugares, ha sobrevivido a las guerras, al cáncer y a los campos de concentración, pero cuando muchos años después el periodista francés Bernard Pivot logre entrevistarle para su célebre espacio televisivo, Apostrophes, el autor de Archipiélago Gulag (en su exilio del Estado de Vermont ‑Estados Unidos‑) habrá levantado no sólo una habitación sino una casa propia al servicio de su literatura:

     Recuerdo ‑evocará Pivot el techo de su casa de trabajo construida según las directrices del escritor para que él pueda ir sin perder tiempo hasta el principio de la gigantesca Rueda Roja (el gran plan de sus novelas) ¿Existe en el mundo alguna otra casa construida alrededor de un proyecto de escritura? En el piso bajo, la inmensa sala ‑biblioteca que contiene los manuscritos y las obras de referencia, así como una minúscula y encantadora capilla soleada y con iconos. En el primer piso, sobre enormes mesas, numerosas fichas y notas que corresponden a hechos históricos y a personajes: es ahí donde el escritor pone en escena todo el fresco novelístico. Y es en el piso superior, bajo la luz que entra abundantemente, donde él escribe.

Recuerdo la letra muy fina del antiguo prisionero del gulag, apurando con sus palabras los centímetros cuadrados del papel.

Y cuando el periodista se despida y se aleje mantendrá viva una precisa imagen:

     Saliendo, Natalia [Svetlova] (la segunda mujer del escritor) ‑dirá Pivot‑ nos ha mostrado allá en lo alto, entre los árboles, una luz. Es allí donde trabaja Alexandre. (…) Si hoy tuviera que retener un momento de esta visita a aquel que ha sido expulsado de su país, creo que escogería este movimiento de la cabeza y de mis ojos para mirar esa ventana violentamente encendida que disimulaba a Alexandre Soljenitsin, al que, sin embargo, yo veo.

Lo esencial, sin embargo, no es esa luz alta entre los árboles ‑esa ventana en Vermont‑ ni tampoco trabajar con el ruido de los ratones en la casa de Matriona. Lo esencial es todo a la vez, es decir, aprender a escribir en cualquier parte, con incomodidades o comodidad, con mucho o con poco tiempo, a horas distintas, en lugares diversos, en lugares creados por uno mismo, aprovechando retazos del día o de la noche». («El ojo y la palabra», Eiunsa, 2003, págs 92-93)

Este es el escritor que acaba de morir. (De él recordé en Mi Siglo el 23 de diciembre pasado la célebre entrevista que le hiceron para el canal estatal «Rossia» ) Fue un escritor que siempre quiso decir la verdad. Él escribió sobre la muerte de Tvardovski:

«Hay muchas maneras de matar a un poeta. En el caso de Tvardovski escogieron la de quitarle a su criatura, su pasión: su revista. Eran poco para este robusto caballero dieciséis años de humillaciones, humildemente soportadas: con tal de que viviese la revista, con tal de que continuase la literatura, con tal de que los autores pudiesen publicar, y los lectores, leer. ¡Era demasiado poco! Había que someterlo, además, al fuego de la injusticia: dispersar, aplastar la revista. Y este fuego lo quemó en seis meses; al cabo de este tiempo estaba mortalmente enfermo, y sólo su habitual resistencia le permitió vivir tanto tiempo y conservar, hasta el último momento, su plena conciencia. Sufriendo».

(Imágenes: Soljenitsin, Lefigaro.fr/AFP.-Lemonde.fr)

«LA NARIZ» DE GÓGOL

El día 10 de julio escribí en Mi Siglo sobre Hoffman y la  mágica invención. Comentaba «El puchero de oro» y me refería a 1813. Veintidós años después, en 1835, el escritor ruso Nicolás Gógol  publica La nariz dentro de los Cuentos de San Petersburgo (en donde también aparece  su celebérrimo El abrigo) y  da un salto imaginativo enormemente audaz, adelantándose más de un siglo a las aperturas fantásticas de un García Márquez.  Hoffman lograba la mágica invención en la literatura alemana  y Gógol  la conseguía  en la literatura rusa. El relato de Gógol es sencilla y simplemente la desaparición súbita de una nariz.

    » Iván Yakovlevich, por razón de decencia – escribe Gógol -, se puso el frac sobre la camisa y, habiendo tomado asiento a la mesa, echó sal, preparó dos cabezas de cebolla, tomó el cuchillo y, después de hacer una mueca significativa, se dispuso a cortar el pan. Una vez que hubo partido el pan en dos pedazos miró al centro y, con asombro, vio algo que brillaba. Iván Yakovlevich lo limpió cuidadosamente y lo examinó con los dedos.

     ‑¡Está duro! ‑se dijo‑ ¿Qué podrá ser?

     Metió los dedos y se quedó helado: ¡una nariz!…; sus manos se apartaron, empezó a frotarse los ojos y a tocarla: una nariz, en efecto, una nariz, y hasta le parecía que fuese de un conocido. (..) sabía que la nariz era del asesor colegiado Kovalev, a quien afeitaba los jueves y domingos.»

Y Gógol, tras describir cómo el asustado barbero Iván Yakovlevich se desprende de la nariz arrojándola al río, pasa a contar con toda naturalidad lo que le sucede a su vez al mayor Kovalev, que se ha quedado sin nariz:

     «Así el lector podrá juzgar ya la situación de este mayor cuando se encontró en vez de su nariz, bastante aceptable y regular, por otra parte, con un estúpido sitio liso y plano.

     Como, por desgracia, no hubiera ni un cochero en la calle y se viese obligado a ir a pie, se envolvió la cara en su capote, y, con el rostro cubierto con el pañuelo, al verlo daba la impresión de que tenía sangre.

     “A lo mejor me lo ha parecido a mí así: no es posible que haya perdido la nariz tontamente”, pensó, y de modo intencionado penetró en una confitería con objeto de mirarse en un espejo..»

Y Gógol prosigue impertérrito describiendo las andanzas del mayor Kovalev por la ciudad:

    » (…) De pronto se halló como enterrado a la puerta de una casa; en sus ojos tuvo lugar un fenómeno inexplicable: ante un portal se detenía un coche, se abrió la puerta y saltó fuera y se inclinó un señor vestido con uniforme, subiendo con presteza las escaleras. ¡Cuál no sería el terror y, al mismo tiempo el asombro de Kovalev, cuando se dio cuenta de que era su propia nariz! A la vista de ese espectáculo extraordinario le pareció que todo daba vueltas ante sus ojos; sintió que apenas podía tenerse en pie; pero se dispuso a esperar su vuelta al coche, pasara lo que pasara, aunque temblaba como febril. Dos minutos después salió la nariz, en efecto. Iba con uniforme bordado de oro, con el cuello levantado, llevaba pantalones de gamuza y una espada al costado. Por el sombrero podía deducirse que tenía el rango de consejero de Estado. Podía suponerse que iba de visita. Miró a ambos lados y gritó al cochero: “¡En marcha! «. Se sentó y partió.«

Esto está escrito en la primera mitad del siglo XIX, como también en esa primera mitad del siglo escribe Hoffman su mágica invención. Gógol se explaya aún más : cuenta cómo esta nariz se pasea en carroza por la ciudad de San Petersburgo con uniforme de gran funcionario. El consejero Kovalev trata en vano de convencer a la nariz para que vuelva a su sitio pero no lo consigue. La audacia del escritor ruso es asombrosa y  admirable. Nabokov, en su estudio sobre Gógol (Littera), recuerda en este escritor  «el leitmotif nasal a lo largo de toda su imaginativa obra y resulta difícil –dice –  encontrar a cualquier otro autor que haya descrito con tanto entusiasmo olores, estornudos y ronquidos (…) Las narices gotean, las narices se mueven de forma nerviosa, a las narices se las toca cariñosa o groseramente; un borracho intenta serrar la nariz de otro; los habitantes de la luna (así lo describe un loco) son Narices. El hecho de si «la fantasía engendró la nariz o la  nariz engendró la fantasía» no es esencial. Considero más razonable olvidar que la exagerada preocupación de Gógol por las narices se basaba en el hecho de que la suya fuese anormalmente larga y tratar el olfativismo de Gógol  – e incluso su propia nariz  – como una estratagema literaria relacionada con el amplio humor de las fiestas en general y con el humor nasal ruso en particular.Nosotros estamos alegres de narices o tristes de narices. El despliegue de alusiones nasales que tiene lugar en una famosa escena del Cyrano de Bergerac de Rostand no es nada comparado con los cientos de proverbios y dichos rusos que giran en torno a la nariz. Gógol había descubierto nuevos olores en la literatura (que llevaron a un nuevo «escalofrío«). Como reza un dicho ruso, «el hombre con la nariz más larga ve más allá»; y Gógol veía con sus narices».

De cualquier modo, un ejemplo más de que la mágica y prodigiosa invención en la literatura se remonta siglos atrás, camino arriba de las novelas y de los cuentos y que en absoluto es propiedad del siglo XX. 

(Imágenes: Marc Chagall, «Homenaje a Gógol«.-moma.org/retrato de Gógol.-centros5.pntic.mec.es/ representación teatral de «La nariz»/ escena de «El inspector«, otra de las obras de Gógol.-escenicas.univable.edu.com)