VIDAS CRUZADAS

La muerte de Pilar Donoso, la hija del novelista chileno José Donoso  (a ella me referí ya aquí al hablar de los talleres de escritura) , nos lleva otra vez hasta libros y autores y se expande sobre el gran mosaico de las vidas literarias. Ángulos y perspectivas, confesiones y balances, y también numerosos recuerdos. La historia de la literatura está salpicada de confidencias y el universo de nombres y de obras extiende sus ramas por hijas e hijos, hermanos, esposas o esposos, secretarios, mujeres y hombres que de una forma u otra acompañaron a los autores – unos con admiraciòn, otros con amor, otros guardando venganzas -, como ya hace tiempo comenté en Mi Siglo.

Cada uno nos ha ido entregando varios puntos de vista, como es el caso de Tess Gallagher y de Maryann Burk Carver sobre Raymond Carver.

Cada uno nos ha intentado desvelar una relación, como ocurre con Katia Mann y sus «Memorias» sobre Thomas Mann.

Algunos han aportado menudas y reveladoras incidencias del hogar, y así lo hizo Celeste Albaret con Marcel Proust.

Otros fueron muy lúcidos en sus visiones – y lo recordaba de este modo Eliot al referirse al libro «Mi hermano James Joyce» , de Stanislaus Joyce.

Porque de cualquier forma, para acercarse hasta las habitaciones y trabajos de muchos escritores, estos pasillos de vidas cruzadas siempre serán una interesante iluminación, a veces incluso una revelación completa.

(Imágenes:- 1.-Pilar Donoso junto a su padre José Donoso.-latercera.com/ 3.-Tess Gallagher y Raymond Carver en 1984.-f oto Marion Ettlinger.-Corbid Outlin.-guardian co.uk/4.- Katia Mann junto a su esposo Thomas Mann en Berlín.- 1929/ 5.-Celeste Albaret.-tempas  hauttefort. com/6.-Stanislaus Joyce.-themodernworld.com/7.-Raymond Carver.-writinguniversity org)

HELEN LEVITT, CALLES DE NUEVA YORK

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Las mujeres y las niñas miran desde la ventana la calle, el Manhattan de los años 4o. Juegos infantiles en Nueva York. Helen Levitt miraba también desde la ventana, metía su cámara entre los rostros y las peleas. En 1929 Hart Crane  había escrito «El puente»; el hundimiento de Wall Street llevó a los años negros de la Depresión, a los parados, a los comedores populares que describe Thomas Wolfe en su obra. En 1930 Paul Morand había publicado su «Nueva York». Mientras tanto, a lo largo de los años, los niños juegan. Helen Levitt los observa y los deja inmortales, con sus movimientos y sus gestos en el aire.

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«¡Calle de la mañana, calle de la esperanza! ¡Calle de la frescura y la luz oblicua, del precipicio frontal y la sombra azul y empinada – escribe Thomas Wolfe en  «Los cuatro desaparecidos» («La orgullosa hermana Muerte«) ( Ediciones Librerías Fausto) -, calle del oro matutino de las aguas que danzan sobre mareas azotadoras, calle de los embarcaderos herrumbrados por el tiempo, calle del ferry de nariz achatada que echa espumarajos con su sólida pared de pequeños rostros blancos y mirones, silenciosos y atentos, vueltos hacia tí, calle orgullosa! ¡Calle de los aromas apetitosos del café recién molido, del grato olor del dinero recién impreso, de los crudos olores semidescompuestos del puerto con toda la evocación de sus mástiles dispuestos y sus marejadas de barcos, gran calle!».levitt-l-del-libro-here-and-there-the-new-york-times

(Pequeña evocación a la memoria de la gran fotógrafa norteamericana Helen Levitt, fallecida el 29 de marzo de 2009 en Nueva York)

(Imágenes: fotos de Helen Levitt.- 1.-Nueva York, 1942.-masters-of-photography/ 2.-The New York Times/.-3.-Nueva York,1945.-masters-of-photography/3.-Nueva York, 1945.-masters-of-photography/ 4.-The New York Times/ 5.-The New York Times/ 6.-The New York Times)

DAVID FOSTER WALLACE

Escribí de él en MI Siglo el 30 de julio:

«La televisión es parte de la realidad en la misma medida que los Toyota y los atascos de tráfico», y más cosas que él decía para distinguirse de la generación de sus padres, porque – añadía -: «no tenemos recuerdos de un mundo carente de esa definición electrónica»

Me llega la noticia de su muerte a los 46 años.

Descanse en paz.

(David Foster Wallace (1962-2008) -foto: Nancy Crampton/Opale/Retna/.-Time)

SAROYAN CENTENARIO

Hoy  hace cien años que nació William Saroyan en Fresno, California, en aquel 31 de agosto de 1908, y hoy me ha venido a ver el autor de «Mi nombre es Aram» para repasar el oficio de escritor. Nos hemos sentado en las butacas del blog, como hicimos el pasado 11 de enero durante aquella charla que recogí en Mi Siglo encabezada como «Lo importante es no morir«, el título de uno de los mejores libros suyos.

-¿Qué es lo que se le puede aconsejar al escritor? – me dice Saroyan-. Es probable que, en su afán de buscar más, el escritor caiga en el ridículo, pero creo que vale la pena intentarlo, y el ridículo nunca me dio miedo. De todos modos, escribas lo que escribas, no podrás evitar ponerte en ridículo, por lo menos hasta cierto punto. Si tienes miedo será mejor que recapacites sobre tu vocación de escritor. No deben importarte cosas tan triviales como parecer ridículo a otros, o serlo realmente si quieres ser un creador al que no interese únicamente adquirir la necesaria habilidad para que todo lo que salga de tus manos sea absolutamente seguro, sin riesgos ni molestias, todo muy bonito, muy pulido y no mucho mejor que una reluciente bandeja que colocar junto a otras cien bandejas iguales.

¿Qué es lo que puede decir el escritor? Chicos, yo estuve ahí, ¿verdad? ¿Así es? Chicos, no me conocéis ni me conoceréis, hace que me he muerto un minuto, cien años; pero estuve ahí, ¿no?  Yo tuve ese cuerpo y viví en él en ese lugar durante algún tiempo, ¿verdad? ¿No respiré con él durante años, y comí y bebí y hablé y me divertí y amé y odié? ¿No me apretaba los cordones de los zapatos y salía a pasear y no miraba y miraba? ¿No era yo como vosotros que ahora leéis esto y aún estáis ahí, no os habéis ido definitivamente? ¿Es esto lo que tiene que decir el escritor?

Siempre es agradable escuchar a Saroyan. Sobre todo los días en que cumple cien años.

BOXEO – OLIMPIADAS ( 5 )

«Jugaba con los puñetazos, los propinaba tiernamente, los ponía con tanta delicadeza como se pone un sello en un sobre, y después propinaba un puñetazo que restallaba como un latigazo en la cara, y lanzaba un jab cruel que golpeaba como un trancazo en la boca, y luego, como en un vals, obligaba al contrincante a entrar en cuerpo a cuerpo, y ponía tiernamente el brazo alrededor del cuello del otro, para apartarse como en un vuelo, aladas las piernas, y, al hacerlo, clavar un gancho, con balanceo del cuerpo, en las costillas, y machacar el rostro con jabs, y lanzar una suave y burlona lluvia de golpes, un reiterado golpeteo de almohadones y guantes, y un perverso antebrazo impedía al otro avanzar, y, en el momento en que permitía el clinch oprimía cruelmente el pescuezo, y volvía a alejarse, inaprehensible, mientras los guantes, como látigos, golpeteaban el rostro».

Norman Mailer: «Rey del ring» (1971)

(Imagen: Shawn Estrada, en los Juegos olímpicos de Pekín)

VISIÓN DE UN CABALLO

«El verdadero invitado es el caballo – escribe la poetisa y novelista norteamericana Elisabeth Bishop -. Sus arneses cuelgan sueltos como si fueran los tirantes de un hombre; los presentes le dicen cosas agradables; una de sus patas está doblada en dos de una manera inverosímil, con afectada cortesía, y se le ha desnudado la pezuña, pero a él no parece importarle. Los excrementos se amontonan detrás de él, repentina y limpiamente. También él se siente como en casa. Es enorme. Su grupa es como un globo terráqueo marrón y lustroso. Sus orejas son entradas secretas al infierno. Se dice que su testuz tiene el tacto del terciopelo y así es, con manchas de tinta esparcidas bajo el blanco lechoso del pelo y sobre el rosado de la piel. Alrededor de su boca hay restos de espuma reseca de un color verde intenso y translúcido como el cristal. También luce medallas en el pecho, y una en la frente, y ornatos más sencillos…, círculos de celuloide verde y azul superpuestos sobre las correas de cuero. Sobre las sienes lleva unas esferas de cristal transparente, como un globo ocular, que contienen las cabezas de otros caballos (¿sus sueños?), de colores vivos, reales y en relieve, aunque – lástima – intocables, sobre un fondo azul plateado. Sus trofeos cuelgan a su alrededor, y la nube de su olor es en sí misma una cuadriga.

Finalmente, se le frotan con alquitrán las cuatro patas, que brillan, y el animal expresa su satisfacción expeliendo ruidosamente vaho por sus orificios nasales, mientras retrocede entre las varas de su carro».

Esta página, que pertenece a su cuento «En el pueblo», publicado en 1955 en el New Yorker y recogido luego en el volumen «Una locura cotidiana» (Lumen), refleja la importancia que los sentidos tienen para la autora, de la que se dijo que «escribía poemas con la mirada de un pintor».

He hablado en Mi Siglo ,el 24 de enero de 2008,  sobre Elisabeth Bishop y sobre la «literatura de observación», algo tan importante para quienes desean escribir.

El caballo está ahí. Hay que observarlo. Hay que describirlo. Hay que aventurarse hasta llegar a  decir «sus orejas son entradas secretas al infierno«. Hay que observar todos los detalles y a la vez su conjunto. Como si este caballo fuera único y tuviéramos todo el tiempo del mundo para ser breves y precisos transmitiendo nuestra personal  visión.

Luego al caballo se le retiraría del taller de escritura y se le reemplazaría por una manzana, por ejemplo. (Como si fuera la única manzana del mundo). O por los ojos de una mujer. O  por una nube.

Después de la clase veríamos cómo nos vamos acercando poco a poco a ser muy personales en la escritura.

(Imagen: «Cabeza de caballo», de Siqueiros,  (estudio para el Mural «Maclovio Herrera», 1948). -redmexicana,com)