BIOY CASARES Y BORGES

¿Qué cosas me diferencian de Borges?  — decía Bioy Casares—.A veces lo he pensado.

Creo que la opinión de Borges sobre Bioy es diferente de la mía. Y su pecado es de exceso. En general, en el resto coincidimos. Aunque no totalmente. A mí me interesa todo lo que tiene que ver con la intimidad del hombre, él está casi centrado en la épica. Rechaza las historias de amor, tema que para mí es muy importante. Borges es menos ecléctico. ¿Eso implica un coraje mayor? Creo que en algún sentido sí. Sin embargo, cuando los años pasan se aprende que la verdad nunca está de un solo lado. Otra diferencia es que, aunque imaginamos a velocidades parecidas, él escribe muy rápidamente y tiene mucho menos  pereza que yo.  A veces siento que soy una especie de animal antediluviano, lleno de peleas que debo poner en movimiento antes de enfrentar el problema. Me siento esclavo de mi verdad y Borges acepta la verdad que le parezca mejor para el texto.

 José Julio Perlado

Imágenes- wikipedia

SÁBATO

«Yo no llegué a la literatura por motivos estrictamente literarios, todo me fue torcido, complicado, contradictorio, llegué a la literatura para no explotar, para no morir; mi experiencia literaria fue algo como la necesidad de expresar todo este caos en el que estaba inmerso y dar desfogue no sólo a mis ideas, sino a mis obsesiones más profundas y más inexplicables. La ventaja de la literatura sobre la filosofía es que mientras la filosofía obra con conceptos puros y razones puras, la literatura obra con la totalidad del espíritu humano, es decir, con conceptos, pero también con intuiciones, con razones, pero también con sinrazones, con los elementos diurnos de la existencia, pero también con los elementos nocturnos del existir, con lo delirios, con los sueños, con las obsesiones arcaicas…todo…todo, por ello yo creo que existe una actividad del espíritu en esta época de crisis total del hombre que puede dar expresión global de la propia crisis, no es la filosofía ni ninguna otra actividad, y menos que nunca la ciencia, sino más bien la literatura de invención.

(…)

Kafka no habla de huelgas, de ferroviarios, en su obra «El proceso«… sin embargo creo que permanecerá como uno de los testimonios más fuertes de la gran crisis occidental».

(Conversación de Sábato con Walter Mauro y Elena Clementelli: «Los escritores frente al poder«)

(El día en que fallece Ernesto Sábato)

(Imagen:  Sábato.-foto Daniel Mordzinski)

PASEANDO CON BORGES (1)

Cuentan José Edmundo Clemente y Oscar Sbarra Mitre en sus conversaciones-recuerdos sobre el autor de «El Aleph« (Coleccion Fin del Milenio.- Biblioteca Nacional) «que Borges solía dar vueltas por la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires –en donde estuvo de Director desde 1955 a 1973 -, aquella sala grande, paseándose y hablando solo. Estaba recitándose a sí mismo y corrigiendo su memoria. Y cuando tenía el texto bien armado llamaba a su secretaria y se lo dictaba. Después, la secretaria lo tenía que recitar y él hacía las correcciones que correspondían. Él dependía de su memoria. Estaba tardes enteras dictándole el poema o el cuento (…) Le pedía también a la secretaria que le leyera de tal página a tal página, la chica sabía inglés. O si no le leían en español. Él hablaba también bien el alemán. (…) Borges se acostumbró, por la imposición física –así lo sigue evocando Clemente – al trabajo corto, pequeño, que podía ser memorizado. Solía llegar a la Biblioteca a las cuatro. Se retiraba a las siete, o a veces más tarde. Al llegar abría las puertas de la calle México, entraba a su despacho, que era un despacho de un lujo inmenso, y que había sido pensado para el director de la Lotería Nacional. Entonces abría las ventanas, me llamaba, él tomaba un té, yo tomaba un cafécito, conversábamos un poco, antes de que empezara a trabajar.(…) Había un tipo enfrente, en la calle esa angosta, México, que estaba aprendiendo a tocar el bandoneón. Todos los días tocaba cuatro, cinco, diez compases del tango llamado «El garrón«. Y era muy bruto el tipo porque no pasaba de ahí. Entonces volvía todas las tardes. Y un día Borges me dice: «¡Qué lindo tango! ¡Ojalá nunca lo aprenda a tocar, así sigue siempre probando!». Ese era Borges, el Borges de lo sorpresivo, de lo inesperado, de lo inteligente».

«Tenía buen oído – sigue diciendo Clemente -. Sabía apreciar la música, y con respecto a la música argentina, el que no quería era el tango con letra. Él decía que con la letra moría el tango. Le gustaba el tango viejo, el tango canción, «Las siete palabras» , todos esos tangos viejos . Justamente yo tenía unos discos y se los llevaba para escucharlos en un aparato que teníamos ahí, en la Biblioteca. Eso le gustaba. Y la milonga, porque era de gente valiente, peleadora, camorrera, entregada a la lucha y al valor del hombre. Él encontraba en el compadrito y sobre todo en el malevo peleador una especie de estampa que a él le hubiera gustado quizás tener. En el cuento «El sur» está eso narrado. En «El hombre de la esquina rosada«, el que más peleaba, peleaba solamente para ver si el otro era más guapo que él, no había ningún problema personal, ni de familia ni nada en el medio. Solamente quería saber cuál era el más guapo y nada más. Ese es el coraje que le gustaba a Borges. (…) Borges ha sido un hombre que por razones físicas heredadas, fue físicamente apocado. Ahora, él por dentro era valiente. Él en las declaraciones, con el medio que tenía, que era la palabra, no se callaba nada ante ningún gobierno, decía siempre lo que pensaba. Pero el tema de demostrar físicamente el valor era algo que lo obsesionaba. Ël salía a caminar de noche por las calles con sus amigos y le gustaba visitar los paisajes callejeros de las milongas…»

Borges paseando por el despacho inmenso de la Biblioteca, por las calles estrechas, abiertas a cruzadas peleas. Paseando también por encima de las palabras, bordeándolas, ajustándolas. Palabras afiladas, lanzadas a veces como cuchillos.

Como cuando desde la acera de su ironía dijo de alguien: «es un escritor que a medida que uno lo va leyendo, lo va olvidando».

Imágenes:-1- Borges.-wikipedia / 2–Borges y los gatos.-fílmica.com)

UN CUENTO ES COMO ANDAR EN BICICLETA

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-¿Qué es un cuento para usted?.-le pregunté en 1983 a Julio Cortázar. Fue en Madrid, nueve meses antes de su muerte.

— Yo creo que nadie ha definido hasta hoy un cuento de manera satisfactoria, cada escritor tiene su propia idea del cuento. En mi caso, el cuento es un relato en en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podemos calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia un final. Aunque parezca broma, un cuento es como andar en bicicleta, mientras se mantiene la velocidad el equilibrio es muy fácil, pero si se empieza a perder velocidad ahí te caes y un cuento que pierde velocidad al final, pues es un golpe para el autor y para el lector.

Estos ocho cuentos, ¿cómo podrían clasificarse de alguna manera?

– Me parece a mí que hay dos tipos de cuentos bastante diferenciados. Algunos en donde predomina el elemento fantástico, que usted dabe bien que es una constante en casi todos los cuentos que he escrito. En otros cuentos, aunque también esté presente un factor fantástico, lo que me ha interesado a mí directamente ha sido una referencia directa a problemas que me angustian personalmente, a mí y a tantos más, concretamente a conflictos que afectan al tema de América Latina en general.

– En este libro (acababa de aparecer «Deshoras«)  aparecen cuentos llenos de nostalgia.

– Tal vez para un escritor la única manera de combatir ciertas nostalgias es escribiendo y, naturalmente, la nostalgia se abre paso en el tema del cuento y en todo el cuento, pero en estos de Deshoras yo creo que hay algo más que nostalgias. Hay denuncia, hay protesta y hay combate por lo que sucede en la Argentina, es decir, un clima de opresión, un clima de miedo, de desapariciones y de asesinatos, todo eso se refleja con bastante claridad, por lo menos, en uno de los cuentos.

– ¿Prima más la procupación por temas políticos que por los literarios?

– No. Depende de los momentos. La literatura es mi vocación, y lo que usted califica de política es una labor de interés militante. Mi vocación profunda es la literatura, pero yo no quisiera alejarme del todo del tema de Nicaragua sin decir que me parece que este es el momento que más que nunca Nicaragua necesita de la solidaridad de todos los pueblos que a su vez están luchando por una base social, como es concretamente el caso de este país. Tengo la impresión de que los intelectuales españoles y que todo el mundo en España puede hacer mucho más en el plano de la solidaridad con un país como Nicaragua. Estoy seguro de que lo van a hacer.

– Hay un cuento suyo en su libro Deshoras que da la impresión de acercarse más a un ejercicio de experimentación. ¿Cómo clasificaría usted este relato?

– Bueno, es un experimento para ver  si frente al problema de no encontrar un camino para escribir un cuento -al describir esas dificultades en forma de Diario (es decir, todos los problemas del escritor que no encuentra el camino)-, el cuento queda atrapado dentro del Diario. Digamos que puede haber un cierto elemento de trampa en eso, puesto que yo tenía conciencia de lo que estaba haciendo, pero soy muy sincero cuando digo que nunca hubiera podido escribir ese cuento directamente como un cuento, tuve que dar vueltas en torno a él, mirándolo por todos lados y hablando continuamente de los problemas que me impedían escribirlo, y sucedió que al ir haciendo eso, el cuento se fue armando por dentro, bueno, eso es, si usted quiere, la experiencia. Espero que el lector la sienta como tal y le agrade.

– En este momento, en 1983, tras haber escrito numerosos libros de cuentos, ¿cree usted que existe actualmente una evolución en la forma de contar o bien prosigue con los caminos ya iniciados anteriormente?

– No lo sé a ciencia cierta. Por un lado me doy cuenta de que con los años y por el hecho, quizás, de haber escrito ya tantos cuentos, estoy trabajando de una manera más seca, más sintética. Me doy cuenta al escribir que cada vez elimino más elementos, no diré de adorno, pero sí elementos de estilo que al comienzo de mi trabajo se hacían ver, se hacían sentir, y que tal vez le daban más follaje, más savia a los cuentos; algún crítico me ha señalado que estoy escribiendo de una manera muy seca, con lo que quiere decir, demasiado seca; no creo que sea demasiado. Tengo la impresión de que he llegado a un momento en que digo lo que quiero decir y no necesito agregar una sola palabra más. Tengo la impresión también de que los lectores actuales, los lectores que ahora se interesan por la literatura, sobre todo por la latinoamericana, están altamente capacitados para seguir ese estilo, ya no necesitan el floripondio romántico ni el desborde de tipo barroco. Yo creo que el mensaje puede llegar directamente y con toda intensidad, con lo cual no quiero decir que mi manera de escribir sea la única que me parece válida, muy al contrario. Pero desde luego hay una evolución, espero que los críticos no digan que es una involución, pero no me toca a mí saberlo.

– ¿El título de Deshoras lo ha escogido usted por algún motivo peculiar?

– Es el problema de encontrarle un título coherente a un volumen de cuentos, puesto que los cuentos son siempre tan diferentes entre sí; en este caso el cuento que se llama Deshoras hace una referencia, la palabra lo está indicando, al hecho de una no coincidencia en el tiempo, destinos que pasan uno al lado del otro sin encontrarse, sin juntarse, y los ocho cuentos de este libro, cada uno a su manera, están mostrando ese tipo de desajuste, de falta de armonía en una determinada situación; entonces me pareció que el título Deshoras se aplicaba bien al libro.

(…)Cortázar.-bibliotecasvirtuales

– Usted habla en su último relato de la «cosquilla del cuento». ¿Suele traerle ya esa «cosquilla», la manera de hacer cuentos?

– Puedo contestar afirmativamente a eso, sí, porque, claro, es más que una «cosquilla», es…

– ¿La «manera» o la «estructura»?

– Bueno, tal vez estamos hablando de la misma cosa, porque la estructura no puede ser una estructura si no contiene una opción previa sobre la forma en que se va a construir el cuento; y en general, la noción general del cuento, el tema en «grosso modo», en mí viene acompañado ya de la forma en que tengo que hacerlo. Es decir, yo sé automáticamente cuando me pongo a la máquina que tengo una idea general de un cuento que me obsesiona, esa es la «cosquilla», que me obliga a escribirlo; pero también sé, sin poder dar ninguna explicación racional, si ese cuento lo voy a escribir en primera persona o en tercera. Eso lo sé, lo sé sin razones, sé perfectamente que voy a empezar a hablar de mi «yo», o bien voy a empezar a hablar de algún punto o algún tema. Y eso no tiene explicación, eso se da así.

– ¿Le plantean muchos problemas los llamados «finales perfectamente cerrados» en los relatos breves? Y, ¿cuándo rompe la norma?

– Por lo que a mí se refiere, la idea que yo me hago del cuento y la forma en que lo realizo es siempre un orden muy cerrado. Por ahí he escrito que para mí un cuento evoca la idea de la esfera, es decir, la esfera, esa forma geométrica perfecta en la que un punto puede separarse de la superficie total, de la misma manera que una novela la veo con un orden muy abierto, donde las posibilidades de bifurcar y entrar en nuevos campos son ilimitadas. La novela es un campo abierto verdaderamente; para mí, un cuento, tal como yo lo concibo y tal como a mí me gusta, tiene límites y, claro, son límites muy exigentes, porque son implacables; bastaría que una frase o una palabra se saliera de ese límite, para que en mi opinión el cuento se viniera abajo. Y he visto muchos cuentos venirse abajo por eso, por destruirlo todo en el último momento, por ejemplo, con una tentativa de explicación de un misterio, cuando el misterio era más que suficiente en el cuento, cada uno podría encontrar allí su propia lectura, su propia interpretación. Hay gente que malogra cuentos, poniéndolos excesivamente explícitos, entonces la esfera se rompe, deja de ser el orden cerrado.palabras.-3

(Me dijo todo ello en mayo de 1983.

De paso por Madrid, el contraluz parisino de su máquina de escribir en la ventana, sus gatos, la cola enroscada de sus historias en Bestiario, en Todos los fuegos el fuego, en El perseguidor, los maullidos ronroneantes de sus cuentos soñados, de sus historias despiertas, las noches boca arriba dándole vueltas a un relato agazapado, la continuidad de los jardines de su memoria, su andar por los andenes del «Metro» de París como el argentino cabeceando un ritmo de jazz igual que una trompeta en el silencio, su trabajo de traductor, aquel arañazo mortal de la enfermedad última, todo había desaparecido y estaba a la vez presente en nuestro encuentro. Ahora sólo tenía ante mí, en aquel hotel madrileño cerca del Retiro, los ojos singulares de Cortázar, peces ahogados en cuentos) («Diálogos con la cultura«, págs 227-236) y Revista «Espéculo«)

(Pequeño recuerdo de Cortázar a los 25 años de su muerte)

(Imagen:-fotografía de Cortázar.-bibliotecasvirtuales)

IMITADORES DE BORGES

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«El mismo Borges, en muchas páginas repetitivas, se parece a sus flojos plagiarios –  escribe Claudio Magris en una extraordinaria semblanza recogida en Utopía y desencanto (Anagrama)-; no es ciertamente un intelectual y ni siquiera es verdaderamente culto, porque su enorme erudición es un centón de motivos más acumulados que verdaderamente asimilados, pero sabe ser, a ratos, un gran poeta de lo elemental, de esa sencillez suprapersonal que nos afecta a todos y  cada uno, y sabe expresar la luz de una tarde, la caída de la lluvia, la cercanía del sueño, la sombra de la casa natal o la frescura del agua que regocija en un espléndido relato, las especulaciones de Averroes. (…) Algunos de sus relatos parecen apenas el genial esbozo de un relato que está todavía por escribir (…) Para consolar y engañar a sus imitadores, el actor – (Magris recuerda que en junio de 1986 «los teletipos anunciaron la muerte del actor Borges», no del autor Borges)  -ha fingido complacerse con el jaque en que la literatura pone a la existencia».borges-a-bucarestcervanyeses

 Siempre me ha interesado la imaginativa relación entre Borges y sus imitadores, aquellos que seguían sus pasos literarios consciente o inconscientemente y posiblemente para evocarlos escribí hace años este texto:

IMITACIÓN

«Ha contado muchas veces María Kodama, la viuda de Borges, en varias entrevistas por el mundo, que el gran escritor argentino autor de El Aleph dejó un cuento inconcluso. Comenzó a dictarlo la tarde del día de Navidad de 1981, hacia las seis o seis y media, al volver de un almuerzo en casa de Viviana Aguilar, una muchacha de veinticuatro años que desde hacía tiempo ayudaba a Borges en sus trabajos. Sentado en el sofá de la calle Maipú, sin duda algo fatigado, descansando las manos en el mango del bastón y el mentón apoyado a su vez en sus manos, Borges empezó a silabear muy despacio las primeras palabras de un relato mientras sus pupilas vagaban blancas por el techo.

—Este será el último —le susurró a Viviana antes de empezar a dictarle.

No se estremeció. Borges tenía entonces ochenta y dos años.

Aquel cuento careció de título durante mucho tiempo. Para Borges los títulos eran difíciles y éste se le mostró esquivo hasta el mismo día anterior a su muerte, el 13 de junio de 1986, estando enfermo en Ginebra. “Tumbado allí —confesó María Kodama—, en la penumbra de aquel apartamento de la Grande Rue 28, decidió que el relato se titularía Imitación, y añadió sonriendo débilmente, “si es que el cuento se deja terminar”, o “lo dejan terminar”.

Y es que, efectivamente, aquel cuento no se dejaba terminar pero tampoco avanzar y ni siquiera iniciar, aunque a todo aquello Borges estaba muy acostumbrado. Su último relato, La memoria de Shakespeare, había tardado casi dos años en concluirlo con la excusa de los avatares de los viajes, pero éste se le estaba resistiendo desde el principio: las frases huían por las rendijas de su imaginación. Cuenta Viviana Aguilar en sus escuetos Recuerdos publicados en México, que aquella primera tarde del dictado, Borges hizo lo que siempre solía cumplir con ella: como si de un bastón se tratase, los ojos ciegos del escritor, es decir, sus pupilas en niebla, fueron palpando muy despacio el aire desde la orla del párpado hacia arriba, tanteando sus globos oculares aquí y allá aquel cuarto de la calle Maipú y mirando a uno y otro lado por si cruzaban las palabras. Se asombraba Borges de tanto silencio.

Aquella noche el autor de Emma Zunz no durmió. Conocía muy bien los insomnios y pacientemente se dedicó a recitarse a sí mismo una y otra vez la carta que Goethe envió a von Humboldt explicándole la concepción de Fausto, una tarea que llevó encima el alemán sesenta años. Agotado y ya de madrugada intentó enumerar los sueños que había tenido y quedó derrotado. A las siete se levantó y telefoneó a Bioy Casares:

—Adolfito —le dijo tenso, como solía estar Borges en ciertos momentos—, creo que se me está olvidando escribir.

Fue (o pareció) aquello una dolencia pasajera. Pero estuvo sin dictar —lo que él llamaba escribir en la niebla— muchas semanas. “Tengo el cuento entero en la cabeza, su principio y su final, su espantoso final”, le confesó una tarde a Viviana. Ella copió aquello creyendo que ese era el principio del cuento, como tantas otras veces sucedía, pero Borges negó con su mirada perdida y su sonrisa blanda y se lo hizo destruir.

Al cabo de unos meses Borges reanudó sus viajes por el mundo. En 1982, en julio, sentado y solitario en el vestíbulo del Hotel Palace de Madrid, la mano siempre en su bastón, escuchó cómo su memoria le dictaba una vez más aquel cuento aún no escrito, y fue siguiendo y adivinando en el aire las palabras intentando hilvanarlas como cuando de niño le leía su madre. La memoria le iba dictando muy despacio cinco o seis palabras aisladas y él esperaba pacientemente a que la memoria se las repitiese. El índice de la mano derecha de Borges seguía en el aire la página invisible y aguardaba a que la memoria prosiguiera. Pero de repente la memoria cambió. Ahora no sólo le empezaba a dictar el próximo cuento que él debía escribir sino retazos de cuentos que iban a escribir en el futuro sus imitadores. Anillados, fueron saliendo muy despacio del laberinto de su mente trozos de diálogos, rasgos inacabados de personajes, escenas rotas, pero sobre todo un tono borgiano que Borges reconoció enseguida casi como suyo, pero que no era de él. Tan sólo una imitación. Eran pamemas de estilo, lisonjas de adjetivos, pálidos alientos de prosa, temas de cuchillos, espejos y tigres que él conocía muy bien. Convulsionado, se levantó y se fue.

Aquello volvió a ocurrirle aún dos veces más. En una avenida de árboles de Ginebra tuvo que volver la cabeza sorprendido al oír de lejos risas y pastiches de cierta obra suya que el viento le traía entre las ramas. No podía palpar la distancia pero reconocía muy bien a otros Borges futuros y falsos que venían burlándose por la avenida remedando al Borges auténtico. Le sucedió eso sentado en un banco en 1983, en un desapacible noviembre.

Tardó cuatro meses en olvidarlo. El sueño de que le perseguían otros Borges persiguió a sus sueños primeros de Nueva York y éstos a su vez persiguieron a sueños que tuvo después en Nueva Orleans. Unas y otras pesadillas le llevaron al insomnio al principio en Venecia y luego en Tokio. “A veces —le dijo inclinándose un día hacia su amiga María Esther Vázquez— estoy terriblemente fatigado. Casi todos los lugares son iguales y la gente es la misma con ligeras variantes”. Oyó Borges lo que acababa de decir y el eco le devolvió la frase trastocándola: “A veces estoy terriblemente fatigado. Casi todos los sueños son iguales y Borges es el mismo con ligeras variantes”.

La segunda vez que le ocurrió aquello no supo que era la definitiva. Fue en 1986. Tumbado en el apartamento ginebrino de la Grande Rue 28, arrumbados ya hacia un lado su bastón egipcio, su cayado irlandés y el preferido de todos, su bastón rústico, un Borges transparente y consumido por el cáncer intentó fatigosamente levantarse para ir al escritorio. Sentado al fin ante la blanca cuartilla silabeó muy despacio y con gran melancolía: I—mi—ta—ción. Y comenzó débilmente a dictar: Ha contado muchas veces María Kodama Pero de repente oyó detrás de él un pequeño ruido, acaso un estertor, y se detuvo. Apenas volvió la cabeza. Borges en la cama se moría y él no quiso llegar hasta el final». («Espéculo».-Revista de Estudios Literarios.-número 32)

(Imágenes: Borges.-upload.wikimedia/ Borges.-bucarest. cervantes.es)

INSTRUCCIONES PARA SONREIR EN UN BLOG

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Los escritores suelen tener la delicadeza de mostrarnos cómo debemos emprender tareas difíciles, como por ejemplo subir una escalera, y así Cortázar nos recuerda que «las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón.»

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Pero si el argentino Cortázar nos ayuda con sus instrucciones a subir perfectamente una escalera por si hubieramos olvidado cómo hacerlo,  el francés Georges Perec tiene igualmente la delicadeza de echarnos una mano a la hora de abordar a nuestro jefe para pedirle un aumento de sueldo y así nos aconseja « que si usted está decidido a buscar a su jefe para pedirle un aumento de sueldo entonces va a  ir al encuentro de su jefe digamos para simplificar pues es necesario siempre simplificar que él se llame señor xavier es decir señor o mejor señor x entonces usted va a ir a buscar al señor x ocurriendo dos cosas una o bien el señor x está en su despacho o bien el señor x no está en su despacho si el señor x está en su despacho aparentemente no existe ningún problema pero evidentemente si el señor x no está en su despacho usted no tiene que hacer más que una cosa que es esperar en el pasillo su vuelta o su llegada pero supongamos que él no llega en ese caso usted no tiene más que una solución que es la de retornar en su propio despacho y aguardar a esta tarde o a mañana para recomenzar la tentativa pero si usted ve que él todos los días tarda en llegar en este caso lo mejor que puede hacer más que continuar paseando por el pasillo es ir a ver a su colega la señorita que para dar más humanidad a nuestra seca demostración llamaremos a partir de ahora señorita yolanda aunque pueden ocurrir dos cosas una que la señorita yolanda esté en su despacho o bien que la señorita yolanda no esté en su despacho si la señorita yolanda está en su despacho no existe ningun problema pero supongamos que la señorita yolanda no esté en su despacho en ese caso no teniendo ya ganas de continuar paseando por el pasillo en espera de una hipotética vuelta o de una eventual llegada del señor x una solución que se le ofrece es…», y así sigue explicándonos con enorme delicadeza el escritor Georges Perec – al que ya me he referido alguna vez en Mi Siglo -, cómo debemos actuar y qué pasos debemos dar para intentar conseguir ese aumento de sueldo.

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Pero la delicadeza de los escritores con todos nosotros llega mucho más lejos, y Cortázar no nos abandona a nuestra suerte en mitad de la escalera sino que, preocupado como escritor por nuestro destino, nos sigue explicando cómo debemos continuar subiendo esa  escalera y de este modo nos aconseja, «puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se la hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidenciaa de nombres entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)

Llegado en esta forma al segundo peldaño –nos sigue recomendando Cortázar -, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso». ( » Instrucciones para subir una escalera» «Historias de cronopios y de famas«) ( Minotauro)

Por su parte Georges Perec -(«L´art et la manière d´aborder son chef de service pour lui demander une augmentation«) (Hachette) – tampoco se olvida de acompañarnos con sus consejos en esa complicada tarea de  golpear la puerta del jefe para intentar pedirle un aumento de sueldo: «…entonces – nos dice – el señor x está en su despacho y como el señor x es su jefe llama usted antes de entrar y después espera su respuesta evidentemente teniendo en cuenta dos cosas una o bien el señor x levanta la cabeza o bien el señor x no levanta la cabeza si él levanta la cabeza significa al menos que él ha escuchado su llamada y que tiene la intención de responder de modo afirmativo o por la alternativa negativa que no tardaremos en aclarar y que entonces podremos analizar pero si él no levanta la cabeza sino que continúa hablando por teléfono o compulsando su dossier o cargando su estilográfica en resumen ejercitándose en la ocupación en la cual él se estaba ejercitando cuando usted ha llamado a la puerta esto significa o bien que él no ha oído y por tanto yo estoy seguro de que usted ha llamado de una manera neta y distinta o bien que él no ha querido oirle de todos modos para usted esto viene a ser lo mismo porque si él no le ha escuchado sería de cualquier modo desagradable por no decir inconveniente insistir entonces si él no levanta la cabeza usted retorna a su sitio y decide si debe intentar otra vez la suerte por la tarde o al día siguiente o el martes siguiente o cuarenta días más tarde evidentemente será entonces necesario que usted vuelva de nuevo a ver si el señor x está en su despacho porque si no está tendrá usted que esperar en el pasillo a que él llegue si él tarda deberá ir usted a ver a la señorita yolanda y si la señorita yolanda no está usted tendrá que dar una vuelta por los diferentes servicios cuyo conjunto constituyen toda o parte de la organización…»

Es muy de agradecer la delicadeza de estos y otros escritores que nos aconsejan y nos dan precisas instrucciones en momentos difíciles, bien sea para saber subir una escalera, bien  para pedir al jefe un aumento de sueldo o bien para leer con una sonrisa el post de un blog.

(Imágenes: escalera.-flickr/ foto Michael Nagle for The New York Times/ escalera.-flickr)