VER LA BELLEZA

Paseábamos por Praga Gustav Janouch y yo como todas las tardes. De pronto Kafka nos dijo:
-La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad.
-¿Entonces, la vejez -preguntó Janouch deteniéndose- excluye toda posibilidad de felicidad?
-No. La felicidad excluye a la vejez.-Kafka inclinó sonriente la cabeza hacia delante, como si quisiera esconderla entre los hombros encogidos.-Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece.
Yo tomé este cuadernito que siempre llevo conmigo (casi el mismo que llevaba Eckermann con Goethe y Boswell con Samuel Johnson, este pequeño cuadernito de tapas rojas y páginas diminutas) y ahí anoté todo.
Así llegamos, muy despacio y charlando, hasta la esquina del Palacio Schönborn de Praga.

ARTE Y DINERO

Decía Paul  Auster  hablando de Antonioni y de Bergman al comentar sus muertes, «que habría sido trágico que hubieran empezado a dirigir ahora porque nadie habría financiado sus películas (…) Ahora nadie se atreve realizar cine como arte. Todo está inspirado por el deseo de hacer más y más dinero. El dinero lo ha contaminado todo, incluido el arte, que se ha convertido en una simple mercancía. La mayoría de las películas se realiza sólo por eso; no para explorar el mundo, sino para entretener a la gente dos horas y ganar tanto como sea posible».
Habría que añadir la pregunta sobre si algun editor se interesaría hoy por Kafka o por «La muerte de Virgilio» de Hermann Broch, ese cántico a la lentitud de la escena clásica, el ritmo de las palas en el agua, el ir y venir de los recuerdos. ¿Alguien editaría hoy a Proust?. Camus dice que todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer. ¿Muchos releen  hoy?  También  Auster señaló  que a Shakespeare se le lee y relee. «Se puede pensar que ya está todo dicho sobre Shakespeare, pero es todo lo contrario: Shakespeare es inagotable. (…) Un cuadro genial no sufre ningun desgaste. Un buen libro no sufre ningun desgaste. Nunca se logra alcanzar el meollo. Esa es la razón por la que el libro puede ser una fuente de energía y representar una especie de reto durante siglos».
Pero vivimos en la época del entretenimiento, las dos horas de superficialidad en la penumbra de un cine, el libro fácil y «encantador» (en el sentido de que «encante» a los  sentimientos), el libro o la película que no plantee la exploración del mundo sino tan sólo que invite a  un paseo agradable y sin preguntas, con un ritmo rápido que  -sobre todo, en el caso del cine – no deje tiempo para digerir e interiorizar.
«Lo más interesante sobre los libros -terminaba Auster– es que, probablemente, sean el escenario más íntimo donde la conciencia humana se puede expresar y encontrar».
Hay que recordar todo esto cuando se miran a lo lejos esas grandes superficies de las aguas que vienen ya anunciando el otoño,  las  cubiertas de  novedades del próximo año , las grandes superficies de los títulos. Unos nos van a interesar, otros nos van a divertir, otros nos van a entretener. ¿Alguno nos llevará a pensar?
(Imágenes: «Blow-Up» de Antonioni (1966) / Paul Auster en Central Park.-sine.edu)

BISTURÍ

Hoy ha venido a verme la policía. Están registrando muchos blogs. Estuvieron en el de «Bibliografhos» y en «Lo mejor de los libros». También en el de «Librosfera». Se trata de encontrar al ladrón de mapas de la Biblioteca Nacional. Escondido como estoy en este rincón no me explico cómo han dado conmigo. Me enseñaron el bisturí con carcasa plástica que han usado para cortar los mapamundis. Les dije que, efectivamente, yo tengo uno igual para uso privado, pero que lo empleo sólo para recortar los bordes de las ideas ajenas, como ya dije en mi blog del 25 de agosto. Creo que esa pista les ha traído hasta aquí. El inspector de conexiones informáticas, un tipo alto y huesudo, con bigote, me pidió que le hiciera una demostración. Me acordé del tranvía de Praga al que se refiere Kafka por la noche y del tranvía de Lisboa que evoca Pessoa. «¿Ve usted?-le dije-, los dos han tenido la misma visión. Las ideas están el aire. La ideas no tienen dueño. Lo único que yo hago es apropiarme de ideas que flotan gracias a este bisturí». Como me insistió y torció el gesto muy desconfiado no tuve más remedio que hacerle la demostración. Tomé del aire la idea del surrealismo, esa idea leve y nacarada que hay en todas las habitaciones, y empinándome un poco fuí cortando las esquinas con el bisturí. Lo que quedó fue una hermosa pieza repujada del tamaño de una manzana que bien podía ser de Breton o también de Dalí. «Ya esta idea es suya, inspector», le dije entregándosela, «¿ve usted?, ya no es de nadie». Pero el inspector, quizá por su profesión tan específica, nunca había tenido en la mano el surrealismo y lo dejó caer.
Al reventarse el surrealismo en el suelo dejó un aroma por toda la habitación, un aroma que aún hay por toda la casa.
«Volveré», dijo ofendido el inspector, «me volverá usted a ver cuando menos lo piense».
Con el bisturí, inclinado y muy despacio, estoy recogiendo ahora los gramos diminutos de esta manzana que brillan ahora en la oscuridad.