JUAN MARSÉ

 

 

“Aunque he creado mi propio territorio de ficción en mi obra  y el referente es obviamente Faulkner—decía Juan Marsé—, hay otros como el de Santa María de Onetti, un escritor que me gusta mucho. Hay que escribir de lo que uno conoce. No he vivido nunca en el monte Carmelo, aunque sí cerquita. Desde niño íbamos a jugar al monte Carmelo porque nos atraía el peligro, el riesgo. Allí vivían aquellos chicos de cabeza rapada, y los hijos de inmigrantes sin escolarizar, vivían libres y nos daban mucha envidia porque nosotros teníamos que ir al colegio y ellos siempre estaban jugando a la pelota.  Aquellas incursiones al monte Carmelo implicaban un cierto riesgo porque estos niños eran tremendos. También el Guinardó, el parque Gûell. Pero yo vivía más abajo, cerca de la plaza Rovira en el barrio de la Salud. Entonces trabajé sobre esa escenografía, porque es la que viví y la que conozco.

(…) Decir que sospecho que escribir novelas es ante todo una manera de estar vivo, es decir bien poco, y suena, paradójicamente, a pretencioso. Es así, sin embargo, y no sabría aclarar mejor esta sospecha. Decir que escribir es también una forma de protesta y de crítica frente a cualquier tipo de sociedad, es algo que parece muy obvio y tampoco aclara mucho la cosa.  Diría, como ya se ha dicho, que la novela está ahí para establecer mediante una ficción los límites de la apariencia y la realidad constantemente embrollados, para recrear ( no simplemente copiar) una y otra y replantearse constantemente el mundo, y es evidente que si el novelista hace esto es porque el mundo no le gusta, porque piensa que el mundo no anda bien. Esta parece ser una razón de peso, aún dentro de su ambigüedad. Pero quizás lo que en mi caso más se acerca a la verdad en materia tan compleja, podría ser eso; escribo buscando siempre algo que, cada vez más, sospecho se trata de un simple placer estético, es decir, ando buscando la conciencia de que hay algo en alguna parte que es o podría ser más coherente, más hermoso y hasta más real que ese conglomerado de ficciones y convenciones humanas que llamamos “realidad” y que componen la sociedad en que vivimos.”

(En memoria de Juan Marsé, que acaba de morir)

Descanse en paz

 

 

(Imagen – 1- Juan Marsé- el Nacional/ 2- la Barcelona de Juan Marsé—time out)

VISITANDO A ONETTI

 

 

 

Ahora cruzaba yo la Castellana para ir subiendo hasta la Avenida de América 31, y llegar al octavo piso, apartamento 3, donde vivía Juan Carlos Onetti. Cuantas veces me habían hablado del escritor uruguayo me habían advertido que él solía conversar, escribir y vivir sin moverse de la cama ya que se había refugiado en ella desde hacía años y allí había construido un mundo propio colocándolo todo al alcance de su mano: cuadernos, novelas policiacas, cigarros, mecheros, una campanita para llamar, papelera, pastillas y mil cosas más, y así lo pude comprobar al doblar el pasillo siguiendo a Dolly, su mujer, y llegar hasta la habitación donde un Onetti en pijama y tumbado en la cama, apoyado y casi aplastando completamente su cuerpo y su hombro derecho sobre la almohada, la mano izquierda sosteniendo un cigarrillo, enfundado en una camisa blanca, me miraba en cuanto entré en el cuarto con unos ojos saltones, enormemente agrandados, casi dilatados tras sus gruesas gafas de concha. Tenía yo aquella mañana de 1979 cuarenta y tres años y Onetti setenta y era la mañana, recuerdo, de mi cumpleaños. Y así comenzamos casi directamente, sin apenas muchos preámbulos, una larga conversación entre los dos, una conversación real e imaginaria a la vez, mezclando lecturas y vida. “Mi preocupación – me decía Onetti mirándome fijamente desde la cama – es hacer el futuro, para mí escribir es como un vicio, una manía. Me hace feliz escribir, me siento desdichado cuando no escribo. Si escribir significara para mí un trabajo, no haría ninguna línea, ningún día. Pero de pronto uno necesita escribir. Y yo no me siento escritor. Sí, en todo caso un lector apasionado, capaz de conversar y discutir horas y horas sobre un libro. Pero ajeno. Y cuando uno escribe tampoco se siente un escritor, porque se está trabajando en la inconsciencia y lo único que me importa es escribir. A veces me levanto por la noche y escribo. Sí – agregó -, es verdad que existe la “sequedad” del escritor. En Valle – Inclán, por ejemplo, en “La lámpara maravillosa”, se habla de esa sequedad del escritor. Pero de pronto, todo viene a mí como un torrente. Yo escribo por ataques: a veces me paso meses y meses, y no se me ocurre nada. Pero siempre sé que va a volver. Y sobre todo me interesa el lector desconocido. Pero yo sólo soy un pobrecito hombre llamado Onetti, que escribe”, repetía sin dejar de mirarme fijamente desde la cama, sosteniendo en la mano el cigarrillo. Así estuvimos hablando largamente, de modo especial de sus novelas y de la ciudad de Santa Maria, su lugar inventado. “El médico – abrí el libro suyo que llevaba y le leí una de sus páginas, un ejemplar muy subrayado – vive en Santa María, junto al río. Sólo una vez estuve allí , un día apenas, en verano; pero recuerdo el aire, los árboles frente al hotel, la placidez con que llegaba la balsa por el río. Sé que hay junto a la ciudad una colonia suiza.” Me hizo acercar el libro a la cama. “¿A ver, a ver?, se acercó su propia novela hasta las gafas, observó las notas que yo había colocado en los márgenes, sacó su pluma y escribió en la primera página mi nombre y añadió: “para este lector implacable”. Trazó una línea horizontal y exclamó: “Ahora, querido, vamos a tutearnos”. Y gritó animado cuando entró su mujer: “!Déjanos! ¡¡ La cosa se está poniendo brava!!”.

José Julio Perlado

(Imagen —Félix de Boeck)

 

CORRECCIONES Y ESCRITURA

 

 

“Recuerdo una exposición de manuscritos de Balzac y de Proust en Montevideole decía Onetti a Ramón Chao – Los manuscritos de Proust son laberínticos; cambiaba, añadía doscientas palabras cada vez y de un golpe. Balzac, en cambio, cambiaba una sola palabra, pero en cada frase. Borges decía que había que cambiar ocho veces. Bueno, seguramente era una “boutade”. Para mí fue admirable el que Borges superara la ceguera y siguiera escribiendo, mal o bien. Digo mal o bien porque sus últimas cosas no me gustaron. Pero por lo menos el hombre siguió vivo, cosa que yo no sé  si haría si me quedara ciego. Yo no podría dictar, como hacía él. Para mí, escribir es ver el bolígrafo, o esta pluma estilográfica, dibujando, ver cómo pongo la barra a la efe. Para mí es un placer sensual ver cómo he dibujado la página (…) Anatole France corregía siete veces. Tenía la manía del “queísmo” : quitar todos los qués superfluos. Después se dedicaba a los adjetivos. Yo lo admiro mucho, me parece que ha escrito páginas muy bellas. Al principio yo releía a veces lo que acababa de escribir, pero sin prestar mucha atención, porque tenía miedo a romperlo todo. Después aprendí : lo dejo como queda y jamás releo lo que he publicado, para mí se murió, se acabó. Porque a veces, si por casualidad agarro un libro cualquiera de Onetti y leo al albur, me pueden ocurrir dos tipos de desgracias. Decirme a mí mismo: “Pero qué animal, Onetti; qué lástima, si lo hubieses trabajado mejor, con más paciencia ; aquí hay tanta cosa que mejorar o para embellecer”. Otras veces lo abro igualmente y me digo: “Pero qué  bien escribió esto Onetti; nunca más va a poder escribir así.” Y lo tiro, derrotado por la propia obra.”

(Imagen – Harriet Backer – la biblioteca de Thorvad Boeck)

VIEJO MADRID (56) : VIVENCIAS Y RECUERDOS (1)

 

ciudades.-5fr4tt.-Madrid 1953.-Francesc Catalá Roca

 

Sentado en este despachito de cortinas azules en el piso de Raimundo Lulio 22, en pleno barrio madrileño de Chamberí, se encuentra este hombre de los lentes alados sobre la nariz, un hombre menudo, de apenas pelo cano, silencioso, hablando con su nieto, que soy yo. El nieto tiene en esta escena de 1956 tan solo 2o años, viene de estudiar esta mañana en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid el Primer Curso de especialidad en Filología Románica – Tercer Curso entonces de Filosofía y Letras – y ha escuchado las lecciones de Francisco Ynduráin Hernández – su gran maestro -, de Rafael Lapesa y de Alonso Zamora Vicente. José Ortiz de Pinedo tiene en el mediodía de esta conversación familiar 75 años, el despachito de cortinas azules es su refugio, y en el silencio de la letra menuda de sus manuscritos y en el recogimiento de los libros ordenados y alineados, se concentra su vida entera consagrada a la poesía, al teatro y a la novela, pequeñas novelas como ésta que ahora – cuando pasa el tiempo y la fantasía en la distancia se desborda – tengo yo aquí, en la mano, porque acabo de extraerla con la imaginación de la estantería de su sencilla biblioteca.

El libro lleva por título “¡… Y la vida se va!”, lo publica la Editorial Paez, calle Ecija 6, Madrid, (está dedicado a “Joaquín Aznar, espíritu generoso – escribe Ortiz de Pinedo en su dedicatoria -, pluma maestra, con el cariño de muchos años”) (Joaquín Aznar había sido Director del periódico “La Libertad” desde 1925 a 1931, y fue uno de los íntimos amigos de José Ortiz de Pinedo, junto con Eduardo Haro y Emilio Carrere)

 

ciudades.-5f5.-Madrid.-1950.-la Gran Vía.-Frances Catalá Roca

 

Pero lo importante de esta corta novela de Ortiz de Pinedo  “¡…Y la vida se va!”  es quizá el título, es decir, cómo se va la vida por este pasillo del piso de Raimundo Lulio, cómo se va la vida hacia delante y hacia atrás, hacia la vida que vivió antes mi abuelo y hacia la vida que viviré yo más adelante – si Dios me ayuda -, como nieto.

Sí, en verdad se va la vida. Si nos asomamos a este balcón del segundo piso de Raimundo Lulio 22 veremos en el café de la esquina con la calle de Santa Engracia –  café hoy desaparecido – cómo mi padre, muy joven, espiaba a mi madre – la hija única que tuvo Ortiz de Pinedo – cuando aún eran novios, allá por los años 30, y la espiaba enamorado para ver en qué momento salía ella a saludarle al balcón.

Porque esta pequeña calle madrileña que baja desde Santa Engracia hasta la plaza de Olavide y donde vive José Ortiz de Pinedo es muy literaria. Galdós en “Fortunata y Jacinta hace que doña Lupe se mude a este barrio del mercadillo de Olavide, entonces unos tenderetes al aire libre, como nos lo muestra un dibujo de la “Guía” de Fernández de los Ríos. La Rubín – personaje galdosiano – va a habitar a la calle de Raimundo Lulio y el autor de “Fortunata” nos hace creer que la casa debió estar muy cerca del Paseo de Santa Engracia. Pedro Ortiz Armengol, sin duda el mejor especialista en la gran novela de Galdós, señala el número 11 de esa calle de Raimundo Lulio como lugar habitado por doña Lupe, y repasando el magnífico Plano del Madrid de 1874,  se ve que asomaban en Raimundo Lulio solamente dos casas de una planta ya que el resto eran solares y paseo hasta el mercadillo. Pues bien, Galdós coloca a uno de los personajes de “Fortunata quizá en el número 11 de esa calle y apenas un siglo después, casi enfrente, en el número 22, seguimos teniendo a Ortiz de Pinedo, otro personaje – esta vez de la vida -, sentado en su despachito de cortinas azules hablando conmigo, que soy su nieto.

 

ciudades.-57bn.-Madrid 1953.-foto Frances Catalá Roca

 

¿Y de qué hablábamos? No recuerdo de qué hablábamos. Los nietos de 20 años no recuerdan muchas cosas de las que hablan con sus abuelos de 75, pero sí las esenciales. Hay  unas coincidencias de vivencias y de lecturas rodeando a este pequeño despacho. Galdós prosigue. Está en la memoria de Ortiz de Pinedo. Si tomamos de esta estantería del despachito otro libro suyo, “Viejos retratos amigos” publicado siete años antes, en 1949 (y del que hablaré más adelante), aparece Galdós paseando por la madrileña carrera de San Jerónimo y Ortiz de Pinedo detrás de él. Ortiz de Pinedo tenía entonces – era cuando había llegado desde Jaén a Madrid, pasando (según sus biógrafos) por Guadalajara – 21 años, casi los mismos que ahora tengo yo sentado ante él en este despacho. “Don Benito – evoca mi abuelo en ese libro de recuerdos – , que caminaba solo, habíase detenido un instante a curiosear el escaparate de Fernando Fe, que brindaba al apetito intelectual las últimas novedades nacionales y francesas, y paróse luego en un grupo de amigos a la puerta de Llardy, cuyo escaparate tentaba otra clase de apetitos. Breves momentos nada más conversó Galdós con aquellos señores, continuando su paseo entre la multitud al anochecer.

Mi curiosidad – sigue Ortiz de Pinedo – no se daba por satisfecha y fuíme detrás del genial creador sin perder un solo movimiento suyo, con la ilusión del enamorado que sigue a una mujer. Cuando lo dejé, al fin, en la calle de Hortaleza, donde tenía la administración de sus obras, sentí algo así como la satisfacción del deber cumplido mediante aquel acto de humilde y anónimo homenaje”.

 

Madrid-rrcg- capa-  Federico Chueca- archivo general de la Administración

Son los seguimientos devotos de lectores y admiradores que han existido siempre en la historia de la Literatura, gentes como José Ortiz de Pinedo que seguían a Galdós por la calle, gentes como el yerno de Ortiz de Pinedo – mi padre, José Perlado – que seguía a Ramón y Cajal en el “Café del Prado”, en la madrileña calle del Prado, a dos pasos del Ateneo, o a Valle Inclán o a Benavente cruzando la Plaza de Santa Ana o paseando por la calle del Príncipe. Esos seguimientos anónimos detrás de las figuras de las letras han sido a lo largo del tiempo innumerables y de ellos han quedado muchos testimonios. Por citar uno de ellos, Vicente Aleixandre, en su libroLos encuentros”, cuenta cómo todos los personajes con los que quiso tropezarse en las calles de Madrid eran conocidos, menos uno: Antonio Machado.Pero daba la casualidad – comenta Aleixandre – que los dos teníamos el mismo barbero. Y un día me dijo: “Yo también sirvo a un señor que hace versos. Pero apenas conocido. Se llama Machado” ¡Machado” Fíjese usted. Para mí sólo su nombre ya era un fulgor… A Galdósprosigue Aleixandre – le vi una vez, en el “Teatro Infanta Isabel”, el día que estrenó “Sor Simona”. Yo tenía 17 años. Entré en el camerino – dice Aleixandre .-Galdós, ciego, estaba sentado, ausente. Se sacó un gran pañuelo, se secó el sudor. Yo le miraba… Salí sin decir nada”.

Son los 17 años de Vicente Aleixandre, son los veintitantos años de José Ortiz de Pinedo, son los 20 años míos. Sentado en aquel despachito de cortinas azules yo no sabía que a lo largo de la vida iba también a  seguir a muchos personajes. Por mi profesión, he tenido la suerte de vivir en Roma y en París varios años, y en la capital italiana, al principio de la década de los sesenta, más que seguir por la calle exactamente, conocí muy de cerca a relevantes personajes del mundo de la cultura. A Stravinsky y a Federico Fellini en Roma; a Ezra Pound, a Pier Paolo Pasolini y a Giancarlo Menotti en Spoleto; más tarde, en mis años de París, al filósofo Gabriel Marcel y al director de cine Robert Bresson. También Madrid fue escenario para mí de conocimientos. Sentado ante Ortiz de Pinedo, que ahora me sigue observando en este pequeño despacho rodeado de libros, no podía imaginar que unos años después yo charlaría ampliamente con Gerardo Diego en su casa de la calle Covarrubias, con Dámaso Alonso en su casa retirada (donde me dedicó su libro “Poetas españoles contemporáneos”), con el eminente historiador Pedro Sáinz Rodríguez, con el gran cuentista Ignacio Aldecoa, con la poetisa Ernestina de Champourcin, con el pintor Benjamín Palencia en su taller de la calle de Sagasta, con Luis Rosales en su habitación de la calle de Vallehermoso, con Camilo José Cela en su casa de Rios Rosas.

 

mADRID 24.-Gran Vía y Alcalá en 1945.-donado por María Santoyo.-Archivo

 

Este nieto de Ortiz de Pinedo que soy yo, no puede imaginar tampoco, aquí sentado en Raimundo Lulio y en 1956 – año en el que estamos -, que conocerá y dialogará largamente con dos grandes escritores argentinos, Julio Cortázar y Manuel Mujica Láinez, o con el uruguayo Juan Carlos Onetti. Son charlas que están en el aire del tiempo, que aún no nos llegan desde este pasillo, porque desde este pasillo y en este momento lo que nos llega, mientras abuelo y nieto seguimos hablando, es la voz de Julia Valdés, esposa de Ortiz de Pinedo, es decir, la voz de mi abuela materna que nos llama a comer. Viene a decirnos que ya tenemos preparados los huevos fritos con el pan cortado y tostado en el cuartito que hay al fondo del pasillo, muy cerca de la cocina, donde el sol suele dar sobre el tapete de la mesa camilla. Mi abuelo y yo solemos comer muchos días allí, y también desayunar los domingos un chocolate humeante en el que untamos puntas de pan crujiente. Es Julia Valdés, mi abuela, la que ahora nos llama y nos mira, y cuando la veo en este pasillo me acuerdo de otra Julia a la que conocí, Julia Guinda Urzanqui, la viuda de Azorín, que unos años después, en 1967, exactamente el 2 de marzo de 1967, me abriría la puerta de aquella casa de la calle de Zorrilla 21, segundo izquierda (muy cerca de las Cortes) muy pocas horas después de que muriera el maestro. “Vemos a Azorín en la lejanía, viviendo en un cuartito silencioso, junto a las campanas del Carmen – leemos otra vez que escribe Ortiz de Pinedo enViejos retratos amigos”-. Lo vemos asimismo perderse en la arboleda del Retiro o pararse ante un tenderete del Rastro. Un día lo vimos – un día de invierno – sentado tras el cristal de un café-cervecería, desaparecido ya, de la carrera de San Jerónimo. Años después lo hemos visto muchas veces en la trastienda de una librería selecta, hundido en un sillón, con los ojos medio cerrados”.

 

Madrid-vvnnd-calle de Sevilla- rayosycentellas.net

 

Eso es lo que evoca mi abuelo Ortiz de Pinedo de Azorín. Pero lo que él no puede imaginar en este despachito de cortinas azules – ni yo tampoco -, es que ese 2 de marzo de 1967 Julia Guinda Urzanqui, la viuda de Azorín, me abrirá la puerta y me hará pasar al saloncito donde está de cuerpo presente el autor de “Castilla” y de “Los Pueblos”.”Allí extendido, Azorín – escribiría yo al día siguiente en “El Alcázar”, un periódico madrileño– era ya el gran mudo de la pluma, como si tuviera amordazado los dedos. Me acerqué a él, acababa de entrar el Ayuntamiento de Monóvar, seguían acumulándose coronas, y creo que fue entonces cuando lo vi. Vi su ojo azul. El ojo derecho de Azorín quieto entre el párpado, como si nadie lo hubiera querido sellar, como si respetasen ese ojo sien tiempo”. Porque estábamos allí los dos solos, la recentísima viuda de Azorín y yo ( eran las cuatro de la tarde y el maestro había fallecido hacía muy pocas horas), ambos en silencio ante el cadáver de quien había escrito “Clásicos redivivos y clásicos futuros” o “Las confesiones de un pequeño filósofo”.

Sin duda nada podía decirle a mi abuelo Ortiz de Pinedo de todo esto porque faltaban once años para que aquello sucediese. Pero de lo que sí hablamos sin duda en aquel despachito es del entierro de Ortega al cual yo había asistido. Un año antes, el 19 de octubre de 1955 – tenía yo entonces 19 años – había querido ir con varios compañeros míos de la Facultad hasta la madrileña calle de Montesquinza – la casa donde había fallecido Ortega – y desde allí quisimos acompañar al cortejo fúnebre hasta la Sacramental de San Isidro. Recuerdo que aquel día, entre las muchas personalidades asistentes al sepelio, estaba cerca de mí Gregorio Marañón y también recuerdo que entre mis compañeros de Facultad de entonces, asistieron conmigo – estudiábamos en el mismo Curso de licenciatura – el gran poeta español Claudio Rodríguez y el que luego sería Director del Museo de Prado y gran especialista en pintura barroca, Alfonso Pérez Sánchez.

 

Madrid.-33woo.-calle Sevilla.-1900.-Hauser y Menet.-Museo Municipal de Madrid

 

(Imágenes.- 1, 2 y 3.- Madrid 1950-1953- Francesc Catalá Roca / 4.-Federico Chueca– Archivo General  de la Administración/ 5.-Gran Vía y Alcalá.-1945- donado por M Santoyo- Archivo General de la Administración / 6.-Madrid – 1900- Hauser y Menet- Museo Municipal de Madrid)

RECUERDO

 

retratos-hhnnn-Gerardo Diego- por Pelayo Ortega- bne es

 

Recuerdo, sí , lo recuerdo. Como así lo expresaba Marcello Mastroianni en sus Memorias y como así también le gustaba decir a Georges Perec. Paso con estos papeles y estas carpetas de sala en sala en la Biblioteca Nacional de Madrid y recuerdo, sí, lo recuerdo, el pasar de los dedos de Gerardo Diego sobre las teclas del piano en enero de 1966, en su casa de la calle Covarrubias cuando amablemente charlamos. Paso ahora bajo su retrato y le veo venir, alejándose del piano, para enseñarme dos versiones de su «Invocación al soneto» y hablarme de la creación en poesía. Asistí a la última lección que dio en su Instituto y recuerdo, sí, lo recuerdo, aquellas manos moviéndose en el aula, explicando la gran literatura.

 

retratos-nng- Dámaso Alonso- por Hernán Cortés- bne es

 

Recuerdo, sí, lo recuerdo. Recuerdo igualmente a Dámaso Alonso bajando las escaleras de su biblioteca con un libro suyo en las manos, «Poetas españoles contemporáneos». Nos sentamos, me lo dedicó con mucho afecto, y hablamos de clásicos y modernos, especialmente de Ernestina de Champourcin.

 

retratos-yybb-Luis Rosales- por Juan Antonio Aguirre-bn es

 

No hay ninguna vanidad en todo esto, ningún mérito personal. Han sido momentos privilegiados – buscados o no – que se han ido cruzando en mi existencia dejándome huella. Y recuerdo, sí, lo recuerdo (ahora que paso bajo el retrato de Luis Rosales en esta galería expuesta estos días en la Biblioteca Nacional) , recuerdo a Rosales en su casa de la calle de Vallehermoso, en 1977, aludiendo a Granada y a Lorca, a las palabras de Rilke: «Era poeta y odiaba lo impreciso.»

 

retratos-ytr-Onetti- por Rómulo Macció- bne es

 

Sigo pasando por estas salas en las que he escrito tanto, he escrito en el campo, bajo los árboles, en las madrugadas madrileñas, en días parisinos y romanos. Recuerdo, recuerdo lo que he escrito  también aquí, los libros elaborados en la Sala General o en la llamada de «Raros y Manuscritos».  Recuerdo al pasar bajo el retrato de Onetti, aquel febrero de 1979, en su casa de Madrid, él acodado en la cama, sus ojos mirándome tras sus gruesas gafas, desentranándome despacio el laberinto de sus personajes.

 

retratos-uuybb- José Hierro- por Rafael Cidoncha- rafaelcidoncha es

 

 

Recuerdo a Pepe Hierro en «La Estafeta Literaria», después en el autobús que nos traía a los dos desde Radio Nacional y Televisión, después en largas y gratas conversaciones sobre su poesía. Recuerdo, sí, lo recuerdo, con sus ojos muy vivos, su rompiente carcajada, hablándome de aquel bar de Madrid donde a veces, entre el ruido de tazas y cucharillas, él iba enlazando sus poemas.

 

retratos-bbhhu-Torrente Ballester- por Damián Flores Lanos- bne- es

 

Recuerdo, sí, recuerdo a Torrente Ballester en su casa madrileña, cuando acababa de fallecer su primera mujer, Josefina Malvido, a final de los años cincuenta. Recuerdo a Torrente mucho tiempo después coincidiendo en jurados de premios literarios. Recuerdo su ironía, las fatigas, la tenacidad de su trabajo.

Recuerdo, sí, lo recuerdo.

Ninguna vanidad en todo esto. Ningún mérito personal.

Paso, envuelto en recuerdos, bajo esta galería de retratos.

 

(Imágenes.-1.-Gerardo Diego.-Pelayo Ortega– bne.es/ 2.-Dámaso Alonso-Hernán Cortés-bne.es/ 3.-Luis Rosales- Juan Antonio Aguirre– bne.es/4.-Juan Carlos Onetti- Rómulo Macció.-bne.es/ 5.-José Hierro- Rafael Cidoncha- bne.es/ 6.- Gonzalo Torrente Ballester- Damián Flores Llanos– bne.es)

ONETTI, AVENIDA DE AMÉRICA, OCTAVO PISO

«Y yo estaba sentado en el sofá del apartamento tercero de la octava planta, calle Chile al 600, aquel «San Telmo» que había colocado en el principio del Sur de Buenos Aires, e imaginaba con todos mis esfuerzos que aquel Onetti no vendría, y ahora me decía que para qué contar y recontar cosas que parecían muertas aun estando vivas sobre «La vida breve» y «Los adioses» y «El astillero» y «Juntacadáveres«, y acabando de morir a medias en mi interior para vivir en «Dejemos hablar al viento«, empujándome a ser literatura y salvación, ya desde mi mesa de oficina en la jamás y siempre existente «Brausen Publicidad» – cuando ya había algo de Arce en mí – y allí, en la calle Victoria, imaginaba a Stein, y a Díaz Grey, y a Mami, a Gertrudis, a la Queca, a Larsen y a Gunz, a Petrus y a Barrientos, a Medina y a Gurissa y a Frieda, mientras paseaba por la calle Corrientes, y Montevideo y Buenos Aires y ahora Madrid usurpaban con su fantasía la realidad en donde yo nací, entre Santa María y Lavanda, entre dos ríos, dos mujeres, dos sueños, aquel 1 de julio de 1909, en que yo, Juan Carlos Onetti, vine a un mundo sin papel de escribir y me inventó, en laberíntico ciclo novelesco soñado a veces, Juan Manuel Brausen.».

(…)

«¿Y sabe usted – me dijo Onetti aquella tarde de 1979, en su habitación madrileña, Avenida de América, octavo piso -¡qué  coincidencia, pero qué macanas! – que yo nací un 23 de febrero?» – saltó Onetti con el vaso de vino en la mano – ¿Cierto querido? – dijo Onetti asombrado – Mi preocupación es hacer el futuro« (….) Entonces el Onetti cansino apoyó el libro en sus rodillas y sacó su pluma; en la primera página escribió. «¿A José?…¿José Julio o Juan Carlos?» – preguntó-. Y al comprobarlo, trazó con letra limpia y afilada: «Para Juan Carlos Onetti, lector implacable, con mi amistad«.Y debajo (apretados los signos) firmó : «Onetti«. Trazó una línea horizontal y dijo: «Ahora, querido, vamos a tutearnos«. Y gritó, animado, cuando entró su mujer: «¡Déjanos! ¡La cosa se está poniendo brava!!«. Luego agregó: «Ella corrige; yo corrijo poco. Ella lo pasa a máquina«. Buscó en el bolsillo su séptimo pitillo, sonó el teléfono, levantó su altura, y habló un momento».

«Alguien nos miraba: el médico Díaz-Grey desde «La vida breve«. En ella había nacido corporeizándose gracias a la invención de Brausen. Ninguno de los Onetti nos sentíamos observados. Él y yo estábamos sentados en el sofá de Lavanda-Santamaría, en el Medio Paraná, a pocas cuadras del diario y del cinematógrafo, del club Progreso, los hoteles y el arrabal, no lejos de la colonia europea de los alrededores. Onetti, con su ojo desviado, miró a Onetti, taciturno y abúlico, y a mí y al «otro» que nos estaba observando». (…)» Hay señores – me dice Onetti de repente– que se han indignado porque no aguantaban la angustia». «Querido – me añade -, la próxima novela serán personajes. Mi afición es contar historias. ¿Saldrá un libro de infinitas historias? ¿Será una novela o será un cuento?». («Diálogos con la cultura«, págs 215-222)

Y ahí lo dejé, ahí lo dejo. Más de una vez en Mi Siglo me he referido a ese 23 de febrero de 1979. Onetti tumbado, Onetti hablándome. Varios Onettis a la vez preguntando y contestando a la entrevista.

(Imágenes:-fotos Claudio F Pérez Miguez y Raúl Manrique Girón.-elmundo.es)

UN CORRESPONSAL ENTRE BASTIDORES

Roma.-Plaza de España.-1986.-por Richard Estes.-artnetAparecen ahora en MI SIGLO – encabezando el apartado Enlaces a mi obra – las cuatro entrevistas que Onda Cero ha tenido la amabilidad de proponerme hace pocas semanas preguntándome sobre mi trabajo periodístico y sobre mis tareas de corresponsal. La Radio ha querido titularlas respectivamente  «Azorín», «Fellini», «París»y «Roma» y condensan algunas de las experiencias que he tenido la suerte de vivir como profesional. Escribo expresamente la suerte porque no siempre se encuentra uno en países y en épocas tan vibrantes de noticias. Yo he tenido esa suerte en Italia y en Francia, y cuando la suerte no ha venido hacia mí he ido yo hacia ella buscando aquello que más me interesaba, sin dejar de realizar, naturalmente, mi quehacer cotidiano de corresponsal.

PARIS.-FElix Hilaire

Cuando se me pregunta qué entrevista o qué encuentro me dejó más impresionado siempre veo el rostro de Georges Pompidou a mi lado el 16 de junio de 1969. Un minuto antes era el candidato a la Presidencia de la República Francesa; un minuto después no era un hombre: era una nación. «Je suis la France«, pronunció en tono solemne, con el semblante cambiado. Cuando se me insiste sobre qué momento recuerdo con más intensidad viene hasta mí aquel despachito de Roma, en 1964, cuando el académico francés Jean Guitton me leyó emocionado parte del discurso que al día siguiente, a las 9 de la mañana, pronunciaría ante todo el Concilio y ante el Papa. Pero los recuerdos vuelan: me veo también sentado en un banco, a primeras horas de la noche de un día de junio de 1963, en la inmensa nave desierta de la Basílica de San Pedro, frente por frente a Juan XXlll muerto, escoltado sólo por la guardia suiza . Allí, en aquel banco, ante el cadáver del Papa, con la Basílica vacía de gentes, escribí la crónica periodística. Vuelan de nuevo los recuerdos y me veo igualmente, sentado en Roma, en 1964, ante el dramaturgo Diego Fabbri, en su despacho de Director de «La Fiera Letteraria«, hablando de Pirandello, de Ugo Betti y de cómo Fabbri escribió «Proceso de familia«.

París.-Jules Aarons.-Paris 1953.-artnet

Esa puerta del despacho de Fabbri se abre a otras muy numerosas puertas, y cuatro años después, ya en París, escucho atentamente tanto a Gabriel Marcel  como a Robert Bresson. La puerta de los Estudios de Boulogne-Billancourt donde ví a Bresson y la puerta del despacho de Marcel en la rue Tournon abren paso también a otros pasillos y  a otros butacones desde donde, ya en Madrid y años más tarde, observo la sortija en las manos de Mujica Láinez, la imponente altura de Cortázar, los ojos tras las gafas de Onetti, el acento de Luis Rosales. Muchos de estos encuentros están ya en los libros, otros en MI SIGLO, otros algún día aparecerán. Haber encontrado a tales rostros no tiene más mérito que el de la curiosidad intelectual. Uno ha ido desde niño detrás de los autores, subrayando sus obras, interesado por las labores del espíritu. Uno se ha colocado entre los bastidores de la creación – en el taller de Pablo Serrano, cruzando descampados con Juan Barjola – y allí ha notado qué bien se está entre esos bastidores, entre dos luces, contemplando de reojo el patio de butacas. Avanza ante las candilejas el pintor, el escritor, el sabio, esperando los aplausos, esperando las críticas, sin apenas darse cuenta de que está haciendo Historia.

(Imágenes.-1.-Roma.-por Richard Estes.-artnet/ 2.-París.-por Félix Hilaire Buhot.-Zygman voss Gallery.-artnet/ 3.-París.-por Jules Aarons.- flickr)

CON ONETTI, EN MADRID

onetti.-F.-educasitios2008.educ.ar

«Para mí, escribir es como un vicio, una manía –  me dijo Onetti aquella tarde de 1979 en Madrid . En Mi Siglo ya hablé de aquella conversación -Me hace feliz escribir, me siento desdichado cuando no escribo. Ya he dicho muchas veces que si escribir significara para mí un trabajo, ninguna línea, ningún día. De pronto uno necesita escribir. Yo tenía un compromiso con esto, y lo he hecho. Ahora estoy a punto».

onetti.-H.-cervantes.es

Los escritores se dividen en dos grandes categorías – siguió hablándome Onetti -: los que quieren llegar a ser escritores y los que quieren escribir. A los primeros les aconsejaría apurarse – dijo Onetti encendiendo el tercer cigarrillo -, porque, según mi amigo Lord Keynes (uno de los estilistas que más admiro), un «boom» se caracteriza por su breve duración. Los segundos no necesitan ningún consejo. (…) . «A veces – añadió – me levanto por la noche y escribo. Tuve la suerte de encontrar muchos amigos en Madrid».

 Me habló de la sequedad del escritor: «En Valle-Inclán, en La lámpara maravillosa, se habla de la sequedad del escritor. Pero de pronto, todo viene a mí como un torrente. Yo escribo por ataques; a veces me paso meses y meses, y no se me ocurre nada. Pero siempre sé que va a volver. Respecto al «juego», en el Quijote existe un «pacto» entre el Caballero y Sancho, por el que acuerdan aceptar cada uno cuanto diga el otro, sea verdad o mentira. Me interesa el lector desconocido. Yo soy un pobrecito hombre llamado Onetti, que escribe». (…) Y añadió: «Cuando El astillero confesé – y Luis Harss lo recogió en «Los nuestros» – el mundo cerrado en que desgraciadamente estoy ahora cuando escribo. Y también lo estoy psíquicamente. Tengo muchos periodos de depresión absoluta, de sentido de muerte, del no sentido de la vida».

Y «él» miró al «otro», con un blando cansancio de insomnios en cadena, y su ojo cruzó definitivamente Santa María».

Diálogos con la cultura«, págs 215-222)

(Sucedió esto el 23 de febrero de 1979 en el domicilio particular del escritor uruguayo en Madrid, en el número 31 de la Avenida de América)

(Pequeña evocación cuando el 1 de julio se cumplirán cien años del nacimiento de Juan Carlos Onetti)

(Imágenes: fotografías de Onetti:-1.-educasitios2008.educ.ar/ 2.-cervantes.es)