MÁSCARAS DE FRANCISCO MATEOS

 

 

Le recuerdo muy bien a Francisco Mateos cuando nos visitaba en aquellas habitaciones casi escondidas de “La Estafeta Literaria”, en los bajos del Ateneo de Madrid. Era en torno a 1960. Subía los escalones del Ateneo, atravesaba el bar, se perdía en pasillos subterráneos y se entretenía hablando con Rafael Morales, con José Hierro o conmigo mostrándonos sus dibujos y sus máscaras. En el Ateneo había expuesto  veinte cuadros con una exaltación  de color, con temas de brujas y de mascaradas con aglomerados de gentes metidos en graciosas pantomimas, además de sus mendigos y sus locos.

 

 

“Cada uno de nosotros – decía Mateos – tiene un ángel vigilante, por él tenemos los premios y los castigos. Él fue el que me dio, por ejemplo, la medalla de oro de la crítica de arte y otras cosas, condicionado a que el vértigo del arte no me atrapase.”

Ahora la galería Orfila de Madrid, con motivo de su cuarenta y cinco aniversario como galería, dedica a Mateos un importante espacio y su figura vuelve a mi memoria evocando nuestras charlas en la calle del Prado. “Mis personajillos – confesaba el pintor – pueden estar vestidos con ropas vergonzantes, pero tienen fe, y ríen, y cantan, y bailan, como cualquiera de nosotros en sueños. Yo he creído siempre en ellos y he empleado mi vida en una síntesis popular; un arte cuya médula fuera el hombre de la calle, con sus ideas y acciones viitalmente espontáneas y llenas de sinceridad. Creo en el hombre llano, porque tiene fe en un mundo limpio y hasta milagroso: creo, en fin, en una pintura de la que ya informaron los Primitivos; en la que nunca entró el color leproso, ni el tema impuro”.

 

 

“El arte – decía también Francisco Mateos – no es un mero entretenimiento cuando algo vivo se tiene en el espíritu. Nos rodea abundante riqueza histórico- intelectiva en la pintura; empero, no es menos riqueza la que nos informa del bullir y la algarabía que lo coetáneo de la calle nos enseña. Se aprende, no a ver, sino a ser. Ser éste y aquel; ser todo, en fin, y después de meternos en sus nervios, inventarnos, con unos signos y colores, no lo que hemos visto, sino lo que hemos sentido.”

 

 

(Imágenes- 1- Francisco Mateos- la ventana del arte/ 2- Francisco Mateos – colección Gaya Nuño/ 3-  Francisco Mateos – Fundación Telefónica/ 4- Francisco Mateos – 1970-  la ventana del arte)

VISITA A SOROLLA

 

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Salitas de paso entre profusión de cuadros, cerámicas valencianas, andaluzas y aragonesas, una chimenea decorada por el propio Sorolla, dibujos realizados en 1911, en Chicago, al dorso de las minutas del restaurante del hotel en que residía el pintor valenciano, quien anotaba rápidamente multitudes de tipos y actitudes, a veces con concisos rótulos: » Un millonario»,  y que apostillaba, con sequedad casi goyesca, la cabeza de un individuo. Así paseaba, apuntándolo todo, Juan Antonio Gaya Nuño en su «Historia y guía de los museos de España«, y así pasamos y paseamos nosotros años después entre el gentío que contempla las modalidades  y variaciones de la luz en «La bata rosa» o los blancos casi transparentes de «El baño del caballo».

 

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Atractivo palacete en la madrileña calle de Martínez Campos, con amplio jardín, siempre muy grato y muy interesante como museo, que Sorolla hizo construir en 1912 al arquitecto don Enrique María Repullés. Presencia constante en lienzos asombrosos en los que se ve a la esposa de Sorolla, Clotilde García del Castillo, sentada en un sofá o paseando por jardines cercanos a Madrid. La blancura de unas sábanas inundará «Madre», su cuadro sobre la maternidad en la que dos cabezas – madre e hija menor del pintor – parecen hundirse y resucitar de vida en la profundidad de una cama.

 

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Sorolla en París, en 1900,  despierta la sincera admiración de distintos artistas, entre otros del sueco Zorn, amigo del valenciano y con cuya interpretación jubilosa de la luz, como recordaría Lafuente Ferrari, tiene tanta afinidad el arte de Sorolla. Barcas y bueyes junto al mar, vivaces movimientos de cuerpos alegres que nadan y juegan con el agua, viento agitando lienzos. Se visita a Sorolla en los grandes cuadros y también en las menores menudencias del museo. Es en esa intimidad familiar de Sorolla donde aparecen, entre escaleras y salas, esas colecciones de figurillas y de cacharros populares, tallas, recuerdos. Amplios ventanales y altura de la estancia que sirvió de estudio al artista en Madrid como serviría de estudio el gran mar y las ondulaciones de sus blancos.

 

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(Imágenes.-Sorolla:  1.-«Madre» 1895/ 2.- «La siesta»- 1911/ 3.- «Clotilde sentada en un sofá». 1910/ 4.- taller de Sorolla en su museo madrileño)

MARÍA BLANCHARD

«Apenas si yo había visto algún cuadro de María Blanchard antes de la ocasión de su personal conocimiento – decía Eugenio D´Ors en «Mis Salones», en 1945 -; nadie hasta entonces me había dado conocimiento de su existencia. (…) La que de pronto me apareció sentada – y demorando indefinidamente al levantarse – a la elegante mesa parisina de Jules Supervielle, era una criatura de inquietud tan vibrátilmente agitada, que producía la impresión de extraída de un medio no solo habitual, sino al mismo tiempo virtualmente necesario: la impresión de una mariposa en la mano, de un pez momentáneamente alejado del agua, de una rata que se acaba de apresar, de una extraña puesta al aire

en una operación quirúrgica. Ante una pintura suya presentada, María Blanchard lanzaba un gemido. Ante su propia imagen reflejada en un espejo, una carcajada, que hacía daño de oír. Pero nada de esto, que trabó en miserias su vivir, se reflejaba en su obra. Una vez aislada, una vez lejos de la pintura anterior y de la imagen en el espejo, se cambiaba el subjetivo temblor en una casi mineral ataraxia. Si viviendo era como un caballo que hostigan las moscas, pintando era como un caballo de cartón».

Esta artista «trágica y atormentada – como la sintetizaría Juan Eduardo Cirlot que creó una obra en la que, de modo ejemplar, auténtico y muy humano, se utilizan refundidos los recursos del cubismo y del expresionismo» expone ahora sus obras en el Museo Reina Sofía de Madrid y parecen llegar hasta nosotros las palabras de Lorca en el Ateneo de Madrid, en 1932:

» Querida María Blanchard: dos puntos… dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza…
La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de manera matemática en tu cuerpo.


Si los niños te vieran de espaldas – seguía diciendo Lorca – exclamarían: «¡la bruja, ahí va la bruja!«. Si un muchacho ve tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla exclamaría: «¡el hada, mirad el hada!». Bruja y hada, fuiste ejemplo respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tus amigos. Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo muy antiguo, algo, como la palabra serenata, aunque naturalmente sin ironía, ni esa frase que usan los falsos nuevos de «estar de vuelta». No. Con toda sinceridad. Te he llamado jorobada constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que se llenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero hablo de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan generosa y tan bella que quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú amabas en la huída a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías la mata de pelo más hermosa que ha habido en España.»

voces de Lorca sobre María Blanchard, voces de Gerardo Diego…, «pintura indudablemente femenina diría Gaya Nuño, pero realizada por una mujer tenaz que se iba dejando un jirón de vida en cada cuadro».

La mayor de las pintoras españolas del siglo XX.

(Imágenes:- María Blanchard: 1.-mujer con abanico.-1916/2.-la echadora de cartas.-1926/3.-composición cubista.-1916-1919/ 4.-la cocinera.-1923/5.-el carrito de helado.-1924)