TALLERES DE ESCRITURA

«Se entregaban los manuscritos y éstos eran estudiados minuciosamente por el profesor y por el resto de los alumnos. Cada clase era una sorpresa, pues estaba dedicada al escritor cuyo trabajo se estaba discutiendo, se entablaba un diálogo de dos o más horas sobre ese texto (…) Otro ángulo particular era que el manuscrito sometido a discusión en el taller no tenía firma, ninguna referencia. Durante el debate los lectores siempre tenían la última palabra. Pepe, de alguna manera, reproducía para nosotros la situación como de hecho son leídos los manuscritos en el mundo, pues cuando uno escribe un libro no puede viajar para explicar cómo debe leerse. Así que en este taller de escritura, los manuscritos debían hablar por sí mismos, todas las respuestas a las preguntas debían estar en sus páginas».

Cuenta todo esto John Wideman, que fue alumno del chileno José Donoso cuando éste impartía talleres de escritura en la Universidad de Iowa y así lo recoge Pilar, la hija de Donoso, en «Correr el tupido velo» (Alfaguara). Los talleres de escritura en diversos países del mundo han recibido numerosas veces críticas y elogios, han logrado formar a futuros escritores y a otros los han fatigado o desorientado. Entre muchos otros autores, Flannery O´Connor dejó puntualizadas cosas muy acertadas sobre tales talleres. Pero el ambiente que rodea a la escritura es, muchas veces,  singular. En ocasiones no se necesitan talleres específicos y las tareas de creación, muy diversas, llegan a concentrarse en un espacio mínimo.

María Pilar Donoso, la mujer de Donoso, evoca en «Los de entonces» (Seix Barral) el ambiente de creación que había dentro de una misma casa en México: «Carlos Fuentes – dice- en su escritorio situado en el living, escribía una de sus novelas. Con el tocadicos a todo dar con música barroca, ponía una cortina de sonido entre él y el mundo que lo rodeaba. En la casita chica de atrás, Pepe,  mi marido, al fondo del jardin, escribía «El lugar sin límites» . Yo, en una mesa colocada a  la sombra del jardín, traducía. Y Rita, en su pieza de costura que daba al jardin, trabajaba con su máquina de coser. Los ruidos sumados a la música de Carlos y al tecleo de las tres máquinas de escribir, componìan un concierto extraño, muy moderno, que incluía, como sonidos de timbales puntualizantes, los cazerolazos de Cata en la cocina».

Era el ejemplo de un taller único, múltiple, concentrado en un recinto cerrado, abierto sin embargo a varias creaciones a la vez.

Mi experiencia personal en cuestión de talleres ha sido también muy variada, múltiple y a veces fascinante. Hace unos años, impartiendo en el Sur de México, en la Universidad de Villahermosa, uno de esos talleres de creación, la sala  en la que debatíamos se abria a un espectacular parque salvaje pleno de vegetación y de increíbles sonidos, alimentados también por animales de toda especie. Una de esas mañanas, de repente, en medio de mi charla en la que exponía las diferencias entre realidad y  ficción, asomó por encima de la larga madera que cubría mi cabeza, un mapache lento y perezoso que se detuvo desde su altura, y se puso a mirar con gran curiosidad a los alumnos. Caminaba con indolente lentitud sobre sus patas, y sin duda estaba sorprendido de descubrirnos allí abajo.

No hubo sorpresa alguna. Los quince alumnos mexicanos que recibian mis clases de creación, levantaron enseguida las manos en silencio y exclamaron señalando al mapache: «¡Mire, mire un cuento!». Y efectivamente el cuento siguió pasando lentamente sobre la madera, los fue mirando a todos, fue despojándose de su presencia de mapache para hacerse cuento vivo, cuento andante, cuento que aún caminaba a paso lento, disfrazado todavía de mapache pero  hecho ya literatura,  amimal que avanzaba convirtiéndose en historia, una historia – muchas veces bellísima- que redactaron aquella misma noche los quince escritores  y que me entregaron puntualmente a la mañana siguiente.

(Imágenes:-1. crepuscule.-ll.-2003.–Beatriz Helg .-2003.-Joal Soroka Gallery.-artnet/2.-mapache.-wikipedia)

ESCRIBIR SIN LECTORES

«La lectura de un libro pide perseverancia. La lectura en la pantalla internética mezcla impaciencia e indolencia, dos cosas poco amigas de la perseverancia»- Así lo afirma el escritor Justo Navarro evocando a su vez a Erle Stanley Gardner cuando dice: «cada página empuja al lector a la siguiente: a eso le llamo yo talento».  Y el escritor granadino añade: «El talento en una página web consiste en lo contrario: en retenerte en la página, en quitarte el apremio de saltar a otra».

Viejo tema el de la pantalla y el papel, el de las distintas lecturas, el de las diversas escrituras. En un texto muy interesante de Umberto Eco, «¿Cómo escribo, incluido en «Sobre literatura» (Debolsillo), el autor italiano afirma que «lo bueno del ordenador es que estimula la espontaneidad: escribes de un tirón, deprisa, lo que se te ocurre. Luego, mientras tanto, sabes que puedes corregir y variar», pero hablando de la creación literaria anota enseguida: «no entiendo a los que escriben una novela al año (pueden ser grandísimos, los admiro, pero no los envidio) Lo bueno de escribir una novela no es lo bueno de la transmisión en directo, sino lo bueno de la transmisión en diferido».

Y al final de esos comentarios – hablando del escritor y del lector – se pregunta: «¿escribiría todavía, hoy, si me dijeran que mañana una catástrofe cósmica destruirá el universo, de suerte que nadie podrá leer mañana lo que escribo hoy? En primera instancia la respuesta es no. ¿Por qué escribir si nadie me puede leer? En segunda instancia, la respuesta es si, pero sólo porque abrigo la desesperada esperanza de que, en la catastrofe de las galaxias, pueda sobrevivir alguna estrella, y mañana alguien pueda descifrar mis signos».

Julien Green en «L´homme et son ombre» (Seuil) – como ya he recordado en «El ojo y la palabra» – se interrogaba igualmente: «¿ Escribiría usted si estuviera solo, por ejemplo, en una isla desierta con mucho papel y toda la tinta del mundo de que tuviera necesidad? O bien: ¿escribiría usted si sus escritos fueran invariablenente puestos en ridículo? O la última y más insidiosa pregunta: ¿escribiría usted si supiera que jamás podría publicar?».

Internet parece que resolvería con instantaneidad esta opción útima. ¿ Habría algún lector al otro lado de las teclas? En todo caso, los consejos de Rilke siempre iluminan: «Reconozca – dice en «Trabajo y paciencia« – si usted tendría que morirse si se le privara de escribir. Esto, sobre todo : pregúntese en la hora más silenciosa de su noche, ¿debo escribir? Excave en sí mismo en busca de una respuesta profunda. Y si ésta ha de ser de asentimiento, si usted ha de enfrentarse a esta grave pregunta con un debo enérgico y sencillo, entonces construya su vida según esa necesidad».

(Imágenes:-1.-Cig Harvey.-Real.-2008.-Joel Soroka Gallery.-artnet/2.-la creación.-2000.-Brigitte Scenczi.- f feminine)

DE LA SOLEDAD Y LA MULTITUD

 grandes audiencias.-foto.-Andrew Henderson.-The New York Times

Ahora que venimos del paisaje de la soledad y entramos en el tráfago de la gran urbe quizá haya que evocar aquellas palabras que sobre la soledad y el retiro escribió Baudelaire:

«Quiero, para componer castamente mis églogas,

dormir junto al cielo, como los astrólogos,

y, vecino de los campanarios, escuchar soñando

sus himnos solemnes llevados por el viento.

Las dos manos en el mentón, desde lo alto de mi buhardilla,

veré el taller que canta y que charla;

las cañerías, los campanarios, esos mástiles de la ciudad,

y los grandes cielos que hacen soñar de eternidad».

 ciudades.- 227.- París 1927.-por André Kertész.-Wach Gallery.-photografie.-artnet

Pero de la gran urbe y de su multitud escribieron también muchos autores. Escribieron de cuantos hombres y mujeres, al entrar en la ciudad – al hacerse ciudad -, se hacen necesariamente multitud, son multitud.  Mucha literatura ha ido glosando esa irremediable transformación:

«Cuántas veces por las Calles desbordantes ‑escribió Wordsworth, el gran poeta inglés, en El preludio, bajo el títuloResidencia en Londres”‑

he seguido el curso de la Multitud, diciéndome

que el rostro de los que pasan

a mi lado es un misterio.

Así he mirado, no he cesado de mirar, oprimido

por pensamientos acerca de qué y adónde y cómo,

hasta que las siluetas ante mis ojos se tornaron

procesión de aparecidos, como deslizándose

sobre montañas inmóviles, o apariciones en los sueños;

y así el lastre de toda vida conocida,

el presente y el pasado, la esperanza, el miedo, me rodearon.

Todas las leyes que gobiernan nuestros actos, pensamientos y palabras,

huyeron de mí; no las conocía, ni me conocían».

ciudades.-3302.-por Franco Donaggio.-Joel Soroka Gallery.-Aspen.-USA.-phosgrapie artnet

 

Un célebre cuento de Edgar Allan Poe, precisamente titulado «El hombre de la multitud«, nos sumergió de pronto en ese tema de la fascinación que para muchos ejercen las muchedumbres. Ciudades de desértico silencio nocturno son recorridas durante el día por muchedumbres incesantes.

 ciudades.-8.-foto Margaret Bourke- White.-Imagery Our World

Éste es, sin embargo, nuestro paisaje moderno. Entre edificios como fondo inamovible pululan sombras y pensamientos, marchan zapatos, prisas y neumáticos, y también preocupaciones, que hacen y deshacen sus redes de superficie, ninguna igual a la anterior, ninguna calle con el mismo color que la víspera, cada estampa de ciudad distinta, cada esquina singular. “No a todos les es dado tomar un baño de multitud ‑añadía también Baudelaire‑; gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede darse a expensas del género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un hada insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio y la pasión del viaje.

Multitud, soledad: términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. El que no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en una muchedumbre atareada. (…)

El paseante solitario y pensativo saca una embriaguez singular de esta universal comunión. El que fácilmente se desposa con la muchedumbre, conoce placeres febriles, de que estarán eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, interno como un molusco. Adopta por suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las circunstancias le ofrecen», acababa Baudelaire.

A veces, cuando vemos cruzar a muchedumbres, son simples soledades que vienen y van de acera a acera.

(«El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«.-págs 118-121)

(Imágenes.- 1.-foto de Andrew Henderson.-The New York Times/2.-París, 1927.-foto por André Kertérsz.-Wach Gallery.- Aron Lake.-USA -artnet/3.- Urbis 42.- foto de Franco Donaggio.-Joel Soroka Gallery.- USA-artnet/ 4.-.-Margaret Bourke-White.-Images  Our World)