¿EL FIN DE LA CALIGRAFÍA?

«Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida – confesaba Paul Auster hace pocos años -: encerrado en una habitación con  la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe...» De los cuadernos de los escritores como auténticas casas literarias he hablado varias veces en Mi Siglo. Quizá me he referido menos al movimiento de la mano, al vaivén de los dedos, a los roces de la piel de la palma deslizándose sobre la rugosidad o la tersura del papel mientras las articulaciones se comprimen o danzan. Ahora, el popular tabloide alemán « Bild»  eleva la alarma sobre el fin de la caligrafía: la escritura manual, es decir, el conjunto de rasgos que caracterizan la escritura de una persona – dice – se extingue.

La mano ha ido modificando cada vez más sus posiciones, las yemas de los dedos han dominado al fin sobre la mano entera y el cerebro deja manar su fluido precipitado hasta la misma punta de los dedos: en las yemas se condensa todo el pensamiento y el sentimiento del autor, y por tanto una vez más cerebro y mano se hermanan aunque ahora de manera distinta, unión que tantas veces ha tenido lugar en el curso de la Historia: no hay más que recordar el excelente ensayo de Benjamín Farrington, «Mano y cerebro en la Grecia antigua» (Ayuso) dedicado al arte de curar, a la evolución de la medicina griega. 

Pero el arte de curar las palabras es otra cosa. Los autores han cuidado y curado las palabras durante siglos sobre el papel, más tarde sobre la máquina de escribir, hoy ante el ordenador. Descubrir el proceso de creación se ha complicado más. Hay autores que no han querido dejar rastro de tal proceso. Así García Márquez, célebre por destruir los borradores de sus manuscritos, y al que, como recuerda Gerald Martin en su biografía, el ordenador no sólo ha cambiado por completo el proceso de su creación literaria, sino que además ha hecho más difícil seguir las fases de su desarrollo.

Cuando Martin evoca el fin de» El amor en los tiempos del cólera» agrega que «a García Márquez no sólo le embargaba el entusiasmo de haber terminado la novela, que inauguraba para él una nueva etapa, sino que también atravesaba por la euforia y la angustia de los usuarios del ordenador de aquellos primeros tiempos. ¿Contaba con una copia de seguridad, serían los disquetes de confianza, dónde podía guardarlos sin miedo a que sufrieran daños o se los robaran? Era muy consciente de ser uno de los primeros escritores célebres – tal vez el más famoso del mundo – en escribir una obra importante con ordenador. Acompañado de Mercedes y Gonzalo, además de su sobrina Alexandra Barcha, voló a Nueva York con los disquetes de la novela atados al cuello».

(Imágenes:- 1.-página del «Diario» de Katherine Mansfield del 6 de septiembre de 1911/ 2.-anotaciones de David Foster Wallace a una obra de Don DeLillo.-foto Harr Ransom Center/ 3.- primera pagina del cuaderno de «Watt», de Samuel Beckett/ 4.-manuscrito de 1984, de George Orwell)

MOMENTOS CLAVES EN LA CREACIÓN

«Al volver al trabajo -le escribe Dostoievski a su sobrina Sofia Ivánova -, de repente entendí cuál era el problema y dónde había cometido un error en «Los Demonios«. Asi que, de forma espontánea y como si fuera producto de la inspiración, apareció un nuevo plan en todas sus dimensiones. Había que cambiarlo todo de forma radical. Sin dudarlo un instante, taché todo lo que había escrito y empecé de nuevo por la primera página. El trabajo de un año entero a la basura».

Muchos comentaristas aclaran que Dostoievski sólo tuvo que revisar cuarenta páginas de las doscientas cuarenta que había escrito el año anterior, pero esa revisión era necesaria para trazar ese «nuevo plan«como señala el novelista  -, es decir, dar un giro total a su libro, que  sin duda supuso un momento clave en su creación.

Estas apariciones de relevantes momentos creadores en los artistas se han sucedido a lo largo de la historia. Es muy conocido el recorrido que hace Gabriel García Márquez en su pequeño Opel blanco por la carretera de Acapulco con la intención  de disfrutar de unas vacaciones con su familia. «No llevaba mucho tiempo conduciendo aquel día – relata su biógrafo Gerald Martincuando «de la nada«, la primera frase de una novela se le presentó en su cerebro. (…) La fórmula secreta de la frase se hallaba en el punto de vista y, por encima de todo, en el tono: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..«. García Márquez, como sumido en un trance, se hizo a un lado de la carretera, dio media vuelta con el Opel, y tomó rumbo de nuevo a Ciudad de México«. Hay una versión del propio novelista que señala que nunca llegó a Acapulco y otra, en cambio, en la que confirma que sí llegó, pero que ya» no tuvo un momento de sosiego en la playa» y que volvió a Ciudad de México «el martes«: en cualquier caso, el momento clave en la carretera sucedió.

Hace ya tiempo, en MI SIGLO, recordaba la experiencia de Wagner con su «Lohengrin«:

“Apenas había entrado en mi baño hacia el mediodía – escribe el músico en sus «Memorias» – cuando el deseo de anotar Lohengrin se apoderó violentamente de mí. Incapaz de pasar una hora entera en el agua, salté fuera de mi bañera al cabo de pocos minutos; y tomándome a duras penas el tiempo de vestirme, corrí como un loco a mi cuarto para arrojar sobre el papel lo que me oprimía”.

Son instantes insólitos, únicos, repetidos a lo largo del tiempo.

El escritor francés Georges Duhamel confesaba: «El relato que quiero escribir lo tengo atravesado en mi garganta desde hace un año y me pesa enormemente sobre el pecho. Es tiempo ya de que me libre de él«.

Son impulsos decisivos. Sea para enderezar una obra o para iluminarla definitivamente, son momentos claves en la creación.

(Imágenes:- clickfordetails/ 2.-Jason Taylor.-2007/ 3.-Arman Fernández.-1975)