se encaramó
en un remate
de la alacena y
primero la pata
delantera derecha
cautelosamente
después el trasero
desapareció
en el abismo
de la vacía
maceta.”
William Carlos Williams —“Poema”
(Imagen —Marie Cécile Thijs)
“Largo tiempo el gato —así lo cuenta el historiador Michel Pastoureau — ha sido mirado en Europa cómo un animal negativo, un ser secreto, un atributo de fantasmas. Se le han reprochado sus costumbres nocturnas, su independencia, su hipocresía, su pelambrera negra o atigrada. Se creía de él que tenía el poder de los embrujos (especialmente en el dominio del amor), y de atraer la desdicha sobre una persona o sobre una casa. Por otro lado, hasta el siglo XlV, más o menos domesticado, entraba en las viviendas para cazar ratones. En la época moderna, torturar o hacer morir a un gato era una diversión popular muy frecuente, sobre todo en la época de carnaval y en el momento de las fiestas de San Juan, cuando por toda Europa se quemaban ritualmente a los gatos o se les encerraba dentro de un saco y los ahogaban.
En la ciudad de Metz, por ejemplo, esta costumbre bárbara no acabó hasta 1773. Todos esos rituales tenían por efecto una especie de exorcismo: intentaban cazar los malos espíritus, poner fin a las epidemias, proteger a los hombres y a los animales. Al pasar el tiempo, estas prácticas festivas y colectivas quedaron más contrastadas con las actitudes privadas ante los gatos. La desconfianza y barbarie de un principio pasaron luego a la acogida y a la afección. Desde la Edad Media los gatos adquieren el derecho de entrar en las casas y llegar a hacer parte de la familia. Este cambio tiene lugar en la mitad del siglo XlV, cuando la peste negra hace estragos y mata a cerca de un tercio de la población europea. Se creía que la gran rata negra era uno de los agentes propagadores de la epidemia y el gato fue el encargado de combatir. Diversos hombres de letras han sido célebres también por sus gatos y han contribuido a revalorizar a este animal : así Montaigne, La Fontaine o Montesquieu.
En su “Diccionario de los símbolos”, Jean Chevalier anota que el gato oscila entre las tendencias benéficas y maléficas. En Camboya, un gato es transportado de casa en casa a lo largo de una procesión con la intención de obtener la lluvia; cada vecino intenta persuadir al gato con sus gritos. En la tradición musulmana el gato es siempre favorable, excepto si es negro. Se dice que un gato negro posee poderes mágicos. Entre algunos indios de América del Norte, el gato salvaje es símbolo de la astucia, la reflexión, la ingeniosidad, gran observador, maligno, que al final logra siempre su propósito. Y de la astucia y la ingeniosidad, se pasa a la clarividencia, valorada mucho sobre todo en el África central.”
(Imágenes—1– Matisse y su gato/2-Leonard Freed/3-Satoshi Okazaki/ 4- Matisse y sus gatos)
“El gato se escurrió en el andén y entró en el túnel atraído por la trompeta negra, la luz dorada de la trompeta con oído de hollín que torcía en la noche aquella música blanca de la estación próxima, aquella estación que se veía en sueños, aquel sueño del metro rojo y brillante donde un gato venía corriendo, huyendo del tiempo, aquel tiempo blando donde nadaba el pez ondulando los sueños de un gato multiplicado, los gatos entrando en los andenes, fascinados por las trompetas negras, los trenes rojos del tiempo echando chispas, los peces moviéndose en el tiempo de los metros llenos de música, sin llegar nunca al despertar del sueño, cuando el argentino bajó las escaleras en la noche, encendió un pitillo en el andén solitario y miró a aquel gato de los ojos de pez, ojos fluorescentes en el túnel del sueño, sueños multiplicándose, peces bailando en los andenes en el momento en que se oyó la trompeta desde la otra estación y el argentino bajó atraído por la negrura, anduvo por el túnel de la música lleno de gatos y de peces, la música multiplicándose, las chispas del metro iluminando el sueño cargado de tiempo igual que de ceniza, los faros de las cenizas abriéndose paso entre los peces que llenaban el tiempo, tiempos multiplicándose, mientras el argentino andaba por el interior de la trompeta aconpañado por miles de gatos encantados, gatos de cola eléctrica, de ojos de pez fosforescentes en el túnel de la curva del jazz, cuando la trompeta seguía atrayendo al tiempo y el sueño iba estirando su lomo y su espinazo, maullando música quejumbrosa, un alarido potente, elevado, retorcido en el aire, un túnel tocado a pieno pulmón, los dedos del sueño pulsando los peces dorados, el metro dejando oír el pitido de la noche cargada de gatos avanzando delante del hombre, el tiempo con las orejas erizadas, el bigote enhiesto, el metro con la piel de gallina, parados todos los gatos, una pata delante, tensa, otra pata hacia atrás, escuchando al miedo, los miedos múltiples, la noche que da un paso por fin y el metro quieto, iluminado dentro del túnel, los ojos del metro en la oscuridad con la cola alargada de los vagones rojos e inmóviles, llenos de peces,
peces a punto de ser tragados por el sueño y la trompeta que sigue llamando desde la otra estación para que el argentino avance y se despierte, se ve ya en el recodo de la sombra el balbuceo del amanecer del andén, los ladrillos blancos del día, los anuncios difusos de las paredes en las que se apoya lejana una sombra que enciende un pitillo solitario esperando al gato del tiempo con las ventanas iluminadas que ocupa todo el túnel, ha engordado tanto que es un animal gigante, monstruoso animal de luces y de escamas cuyas aletas no pueden avanzar trompeta adelante, está atrancado en lo oscuro de la música y el sueño, y de repente salta escurridizo, el maullido se alarga por la piel hasta el andén, andenes múltiples, el cuerpo del tiempo se hace sinuoso y el sueño se frota al pasar con todos los peces que nadan en el túnel, las uñas del metro resbalan por las vías y queda detenido el tiempo en el momento del despertar, en el frenazo brusco en el que se abren las puertas de la noche y saltan los peces al andén escapando de millares de gatos atraídos por esa trompeta de jazz que eleva el tono del sueño, el sueño soñado por ese hombre en pie, solitario en la esquina del andén, desdoblado en sus ojos cansados, en su actitud lánguida de argentino en París, alto y desmadejado, que ahora está siendo atacado por todos los gatos del metro, por todos los metros que llegan al sueño, por todos los sueños que huyen del tiempo, absorto, colgando de la comisura de sus labios el pitillo, pitillos múltiples.”
José Julio Perlado – ( del libro “Relámpagos) (texto inédito)
(Imágenes- 1- Louis Wain – wikipedia/ 2- Satoshi Okazaki/ 3- Cortázar – foto Ulla Montan -El país)
“Ponerle nombre a un gato, no te asombres,
es cosa complicada y no banal.
Seguro que piensas que estoy muy mal,
pero es que un gato ha de tener tres nombres.
(…)
Son nombres que no podrás pronunciar
sin trabucarte: Munkustrap, Walstato,
Bombabulina, Explorer. Cada gato
ostenta así un nombre particular.
Queda otro nombre, pero no hay acccesos.
Sólo el gato conoce el tercer nombre
y nunca lo dirá a ningún hombre
por mucho que lo mimen con mil besos.
Así que, cuando a un gato ensimismado
contemples, es seguro que, coqueto,
en su mente repite el gran secreto,
como un mantra sagrado
impronunciable
pronunciable
pronuncimpronunciable
inescrutable, hondo, singular,
su Nombre de verdad”.
T. S. Eliot – “El nombre de los gatos” – “ El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya” – ( traducción : Juan Bonilla)
(Imágenes.-1-Cccil Thijs-/ 2-T S Eliot- 1958- foto Larry Burrows)
A principios de octubre se celebra el día mundial de los animales, y cuando se abren las páginas dedicadas por Ignacio Peyró a la vida y costumbres de Inglaterra – “Pompa y circunstancia” (Fórcola) – se encuentra uno con que “ la condesa de Eglinton, beldad célebre y mujer de intelectualidad y gusto, glosada como espejo de elegantes por Samuel Johnson, tenía domesticadas una docena de ratas que – según lamentaba su dueña – eran más agradecidas que cualquier persona con la que hubiese tratado. Alan Clark, por su parte, amaestraba grajillas. Y, junto al Club Taurino de Londres, no deja de haber otras agrupaciones – nos las cita Gardel-Jones – como el Fondo de Bienestar para Gatos Orientales o la Sociedad para la Educación sobre Hurones.
(…) La realeza amó los perros, y cada estirpe privilegió una raza, de los spaniels de Tudores y Estuardos a los pugs de la casa de Orange o los corgis de los Windsor. Es un amor antiguo: el duque de York, Eduardo ll, prisionero tras la batalla de Agincourt, escribe un pequeño tratado venatorio en el que juzga al perro como “ una criatura de razón” y “la mejor de entre todas las criaturas divinas”. En tiempos de la reina Victoria, precisamente cuando el bulldog comenzó a encarnar de modo icónico los valores de Inglaterra, los perros fungieron también como relaciones públicas de su dueño o símbolo de estatus: “ uno no puede llevar cualquier chucho tras de sí”. Augusto Assía, corresponsal español en Londres, los ve como único símbolo de posición social del “gentleman” tras el auge del sinsombrerismo”.
(Imágenes.1-Carol Gucy/ 2- Louis Wain- Wikipedia/ 3-Winslow Homer- 1893)
«Cuando observes moverse a los caballos – dice el gran escultor y dibujante Alexander Calder -, fíjate en dónde están las articulaciones, hacia dónde se mueven, qué tipo de articulaciones deben ser para permitir ese tipo de movimiento.
Fíjate en qué están haciendo las otras tres patas cuando una hace una cosa u otra, en qué hace la cola, en si la cabeza se mueve, en si el cuerpo está animado por algún movimiento. Estudia las diferentes formas de andar del animal, el paso, el trote, el galope. Por ejemplo, cómo el caballo cambia de uno a otro según su velocidad. Observa de cerca algunas estatuas ecuestres. ¿Todas las patas hacen lo mismo? ¿ O trotan las patas delanteras mientras las traseras están quietas?».
«Recuerda que la «actividad» en el dibujo no se corresponde necesariamente a una actividad física. Un gato dormido tiene una intensa actividad.
Por cierto, los gatos son unos modelos excelentes. La silueta ágil y la ductilidad de los miembros felinos son mucho más gráciles que los movimientos más bruscos de otros animales. Con los gatos casi es posible saber en qué están pensando.
Si un gato está dormido, dibújalo completamente, voluptuosamente dormido, el vientre sostenido por el suelo, las patas inertes, los músculos caídos. Si está despierto y alerta, capta esa actitud; todos los músculos en tensión, las orejas tiesas, los ojos vigilantes, la cola en suspensión para asegurar el mejor equilibrio en caso de que le sea necesario saltar».
Alexander Calder – » Dibujando animales» (Elba)
(Imágenes.-1.-Rosa Bonheur.- posterluenoco/ 2.-Kellas Campbell)
«Los mejores animales de la literatura – comenta Ricardo Piglia en «Los diarios de Emilio Renzi» – son los de Kafka: «Investigaciones de un perro», «Josefina, la rata que canta«, «El mono que presenta su informe a la academia». En verdad en Kafka los animales son intelectuales o artistas. Mientras que el oso de Faulkner o la ballena de Melville son formas de la naturaleza bravía. Ahora bien, ¿ qué decir de los caballos que abundan en la literatura argentina?». Animales célebres han poblado novelas y poesías. Biografías de perros han sido inmortalizados por Virginia Woolf o por Mujica Láinez, entre numerosos escritores.
Los perros, a su vez, en la Historia han tenido muchas veces espacios sorprendentes. Cuenta Paul Morand – y así lo evoca Ignacio Peyró en «Pompa y circunstancia» – que un tal lord Egerton tenía siempre la mesa puesta con doce cubiertos: para sus doce perros; por su parte, el excéntrico John-Jack-Mytton tenía dos mil perros, ante todo rehalas para la caza del zorro, y no pocos de ellos iban con librea y eran alimentados por su generoso dueño con filetes y champagne. Respecto a gatos, el más célebre de la historia de Inglaterra, según Peyró, fue el gato Hodge, tal como nos lo cuenta James Boswell: el gran doctor Johnson se aliviaba las melancolías jugando con él y se ocupaba personalmente de comprarle comida, no fuera que los sirvientes «tomaran en desagrado a la pobre criatura» y Johnson lo alimentaba con ostras, por entonces baratas.
Durante mucho tiempo los gatos han sido mirados en Europa como un animal negativo. Poco a poco se ha ido transformando en animal doméstico, después en compañero familiar de la vida cotidiana para llegar al fin a ser alguien en el que depositar cariño. Montaigne, La Fontaine, Montesquieu, entre muchos otros, han hablado de su gato y han procurado revalorizarlo. Aldous Huxley, cuando le pidió consejo un joven amigo para iniciar su carrera literaria, se limitó a decirle: «Si quiere usted escribir, tenga gatos».
(Imágenes.- 1.-Andrew Wyeth- 1965/ 2.- William Wegman/ 3.- Chefchaouen– marruecos)
«Todo el mundo ha constatado el gusto que tienen los gatos por pararse y deambular entre las dos hojas entreabiertas de una puerta. Quién no le ha dicho alguna vez a un gato, ¡ vamos, pasa al fin! Existen hombres que, frente a un incidente entreabierto ante ellos, tienen también la tendencia a mostrarse indecisos entre dos soluciones, con el riesgo de ser aplastados por el destino cerrando bruscamente su aventura. Los demasiado prudentes, como gatos que son, y precisamente porque son gatos, corren a veces más peligros que los audaces».
Victor Hugo. -«Los Miserables»
(Imágenes.-Tadashige Nishida)
«… en el principio nuestra raza fue salvaje, y aún hay en los bosques gatos parecidos a nuestros primeros ancestros, los que atrapan de tarde en tarde un ratón de campo o un lirón, aunque más comúnmente lo que consiguen son tiros de escopeta. Otros, enjutos, con el pelo rapado, trotan por los canalones y encuentran que los ratones son más bien escasos. En cambio nosotros, criados en el colmo de la felicidad terrestre, movemos aduladoramente la cola en la cocina, damos pequeños gemidos tiernos, lamemos los platos hasta dejarlos vacíos y, como mucho, nos embolsamos una docena de palmadas al día.»
Así va hilvanando y contando su existencia -bajo la pluma de Hippolyte Taine – este animal, protagonista de «Vida y opiniones filosóficas de un gato» (Libros de la resistencia) , como harían en su momento los perros de Virginia Woolf o de Mujica Láinez , o también los que glosó Wislawa Szymborska, y de los que aquí ya hablé.
«Los hombres, torpes copistas, – comenta el gato de Taine aludiendo a la música – se apiñan ridículamente en una sala baja, y dando saltitos, creen igualarnos. Es sobre la cima de los tejados, en el esplendor de las noches, cuando todo el pelo tirita, que se puede exhalar la melodía divina. Por celos nos maldicen y nos tiran piedras. Que revienten de rabia; nunca su voz insulsa alcanzará esos graves gruñidos, esas notas penetrantes, esos locos arabescos, esas fantasías inspiradas e imprevistas que ablandan el alma de la gata más rebelde y la dejan trémula, mientras que allí arriba las voluptuosas estrellas tiemblan y la luna palidece de amor.»
De los gatos se han ocupado muchos escritores. Eliot anota en un poema:
«Siempre está en el lado equivocado de la puerta
y aunque solo hace un momento que salió, ya vuelve a querer entrar.»
Szymborska, la gran poeta polaca, añade que «cualquiera que conozca a los gatos aplaudirá dicha observación de Eliot. La vida del que tiene un gato se convierte en un constante abrir y cerrar de puertas. Con los perros hacemos ejercicio en espacios abiertos. Con los gatos, dentro de casa. En uno u otro caso salimos ganando, porque no hay nada peor para el estómago y el alma que ser víctima de la inercia y el marasmo.»
Otro gran poeta polaco, Zbigniew Herbert, describe al gato: » Es todo negro, pero la cola la tiene eléctrica. Cuando dormita al sol, es la cosita más negra que uno pueda imaginarse. Hasta soñando atrapa ratolines asustados. Y te das cuenta por las uñitas que le emergen de sus garras. Es terriblemente cariñoso y malandrín. Se lleva a los pajarillos del árbol antes de que estén maduros.»
En septiembre de 1970 el escritor francés Georges Perec sueña que en el suelo de su habitación aparecen gatos. «Por lo menos tres– escribe en su sueño -. Bolitas de pelo. Grito: «¡ya dije que ni gota de gato aquí! Cojo uno de los gatos, voy hacia la puerta y lo lanzo fuera. Me doy cuenta entonces de que entre el suelo y la puerta hay un espacio lo bastante grande como para permitir que entre un gatito.»
Gatos en sueños, gatos en reflexiones, gatos en poemas.
Borges dedica uno al gato:
«No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alma aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.»
Y el gato de Hippolyte Taine reivindica su superioridad ante el perro: « dado que la belleza – confiesa – consiste universalmente en el tacto, la gracia y la prudencia, ¿cómo admitir que un animal sea siempre brutal, aullador, loco, lanzándose a la nariz de la gente, corriendo tras los puntapiés y los desaires? Dado que el favorito, y obra maestra de la creación, es el gato, ¿cómo comprender que un animal lo odie, corra tras él sin haber recibido un solo arañazo, y le golpee los riñones sin tener ni siquiera deseos de comer su carne?»
(Imágenes.-1.-Marie Cécile Thijs-2013/ 2.-Charles Burns/ 3.-Léonard Tsuguharu Foujita– 1930/ 4.-Urszula Tekieli/ 5.- Théophile- Alexander Steinlen/ 6.-Nishida Tadashige/ 7.-Ralph Hedley/ 8.-Emil Ludin/ 9.- Satoshi Okazaki)
«Hoy, domingo,
deponen su ferocidad,
su mando
de orejas erguidas,
su arcaica brujería,
y optan por echarse
e inspeccionar nuestro descanso,
la labor de clasificación,
rotulado, encasillamiento,
de nuestras pequeñas construcciones,
y acaso el displicente ronroneo
es un perdón,
un acorde
de la música del instinto.
A media tarde
dejamos de interesarles,
enmudecen,
y con envidiable solidaridad
corren hacia sus iguales,
la abeja que revolotea en el jardín,
la hoja cayendo en espiral
sin sentido aparente,
vellos rojizos
y dorados lustres vegetales
colgando de sus zarpas.
Estirados en el sillón,
mirando esos enigmáticos juegos,
nuestra sensaciones se aclaran,
se hacen más claras
que los dictados del cerebro.
No, no los llamaremos,
la interrupción les disgustaría.
Alberto Girri.-«Gatos»
(Imágenes.-1.-Frédéric Clement-el niño que dibujó gatos.-rlbumt555/ 2.-Henriëtte Ronner- Knip/ 3.- Henri Cartier. Bresson.-1989)
«En la casa le habían hecho una cómoda tumbona –evoca el gran crítico italiano Pietro Citati al recordar a Kafka en el otoño de 1917, cuando el escritor se encontraba en Zürau – Allí estaba estirado «como un rey», sin camisa, mientras nadie podía verle. Una noche, hacia mediados de noviembre, le asaltó el horror. (…) De vez en cuando, en el otoño, había sentido un roer ahogado: una sola vez se levantó temblando y fue a ver. Pero, esa noche, asistió al alboroto mudo y rumoroso del pueblo espantado de las ratas. A las dos fue despertado por un roce cerca de la cama y desde ese momento no cesó hasta la mañana. » Arriba y abajo por la caja de carbón – confiesa Kafka -, una carrera a lo largo de la diagonal de la habitación, círculos trazados, leños roídos, silbidos ligeros durante el reposo, y mientras tanto siempre el sentido del silencio, de la secreta actividad de un pueblo proletario oprimido, al que pertenece la noche». «Nada a lo que agarrarme en mi persona – le escribe a Felix Weltsch -, no me levanté ni encendí la luz, la única posibilidad era gritar un poco para intentar asustarles… Por la mañana estaba demasiado asqueado y deprimido para levantarme hasta la una».
A partir de entonces Kafka tuvo un gato en la habitación, según lo cuenta Ronald Hayman en la biografía del escritor, aunque detestaba que el gato le saltara a las rodillas cuando estaba escribiendo o a la cama cuando estaba acostado. Kafka atribuyó su miedo a los ratones » a la impresión que dan de poseer -así se lo dijo en una carta a Max Brod a principios de diciembre de 1917- esa inesperada, indeseada, ineludible, considerablemente silenciosa, obstinada y secreta intención, junto con la sensación de que todas las paredes de alrededor están infestadas de sus galerías, y de que están acechando ahí, y de que a causa de las horas nocturnas que les pertenecen, y de su tamaño diminuto, son ajenos a nosotros y en consecuencia es tanto más difícil atacarles«.
Ahora puede leerse en la prensa que El Archivo Literario Alemán ha adquirido en una subasta por una suma que no ha dado a conocer la famosa carta de Franz Kafka a su amigo Max Brod, en la que confiesa su miedo a los ratones. Son cuatro páginas fechadas el 4 de diciembre de 1917 y la carta – según dice la nota de prensa– será subastada junto a otros manuscritos de Kafka acompañada con testimonios de su influencia sobre escritores como Elias Canetti, W.G. Sebald y Gilles Deleuze en una pequeña exposición titulada «Los ratones de Kafka«. Son patentes también, añade esa nota, las huellas que llevan a obras diversas, como por ejemplo «Josefina la cantora o el pueblo de los ratones» o «La madriguera».
El tema de los animales, de sus galerías subterráneas y de sus madrigueras fue recurrente en la obra narrativa de Kafka, y en sus Obras Completas – la edición dirigida por Jordi Llovet (Opera Mundi) – se recuerda la carta que el escritor dirigió a Milena Kesenská diciendo: «Yo era un animal salvaje que no vivía casi nunca en el bosque, sino que me enterraba en cualquier lugar cavando un agujero» o aquella otra que envió a Max Brod en 1923: «Camino para uno y otro lado o estoy sentado, petrificado, tal como haría en su madriguera un animal desesperado…». Si Luis Izquierdo en su «Kafka» (Barcanova) hace alusión a las transformaciones de animales en el escritor checo como estados de ánimo, es sin duda la gran traductora y especialista en Kafka, Marthe Robert, la que recuerda que «lo que distingue de manera fundamental a los animales de Kafka de todos los animales alegóricos y fabulosos es su animalidad verdadera, doliente, misteriosa por su misma limitación, digna de atención y de infinito respeto. (…) Lo que hace de «La madriguera» un relato conmovedor y no una fría alegoría es el trabajo del Animal, ese trabajo para el que tiene una sola herramienta: su cabeza, su pobre frente martirizada y sangrante«. «Kafka fue un individuo aislado – evoca igualmente Marthe Robert en «Reales e imaginarios» (Cuatro) -; en cierta medida, fue un apátrida en Europa«.
Y fue allí, en Zürau, donde leía a Kierkegaard, a San Agustín y a Tolstoi, donde a Kafka le aterrorizó el ruido de los ratones.
(Imágenes.-1.-Franz Kafka hacia 1917.-Undacredited and Undated Photography/2.-Mokona.-Linda Gavin- hide213.ebb.jp/ 3.- página del manuscrito de «El proceso»/4.-flying cat.-Neil Libbert.-michaelhoppengallery.com/ 5-Franz Marc.-1913.-Gallery Kumstsammlung.-Düsseldorf.-Alemania)
«No son más silenciosos los espejos
Ni más furtiva el alba aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges y el Oriente
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano. Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es olvido,
El amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
De un ámbito cerrado como un sueño»
Jorge Luis Borges : «A un gato«.- escrito para «La Nación«.-Buenos Aires, 1971.
(Imagen: Kaleidoscope Cats L.- Louis Wain.-(1860-1939).-Peter Nahum &-Leicestergalleries/ 2.-Louis Wain.-wikipedia)