LA VOZ DEL ESCRITOR

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«Se reconoce a un escritor por su voz – recuerda Pierre Assouline en su «Diccionario de escritores» -. No hay más que leerlo para identificarlo. Un libro que transmita la voz, o lo que otros llamarán estilo, tono o pequeña música, más que entregarnos a un escritor nos entregará a un autor. Una página, un parágrafo, incluso a veces una sola frase es suficiente para colocar un nombre sobre un texto, y desde ese momento prestar oído al sonido que emite. Si es un desconocido que firma su primera novela, la voz es suficiente para definir a un nuevo autor. O no. La voz permite saber a qué se dedica y en qué trinos trabaja. Se trate de Modiano o de Proust, la voz que surge del libro no se equivoca. Con los extranjeros, es algo más delicado puesto que la voz puede variar según el traductor, que superpone la suya propia sobre la del novelista que interpreta. Pero de los escritores que uno tiene el privilegio de amar, se retiene en el fondo la voz de la persona más aún que aquella de sus escritos».

Voz de Faulkner, voz de Conrad, voz de Proust.

Tardó años en encontrar la voz para uno de sus libros Yourcenar, años para encontrar la voz para otro de sus libros García Márquez.

A veces hay que esperar – trabajar – pacientemente hasta encontrar la voz.

(Imagen.-Cy Twombly- 1983)

CARLOS FUENTES

«Soy un escritor matinal – le decía Carlos Fuentes a Alfred Mac Adam y Charle Ruas en Princeton, Nueva Jersey, en diciembre de 1981, para «The Paris Review» -: a las ocho y media ya estoy escribiendo en manuscrito y sigo hasta las doce y media, cuando me voy a nadar. Después vuelvo, almuerzo y leo a la tarde hasta que voy a hacer mi caminata para la escritura del otro día. Ahora debo escribir el libro mentalmente antes de sentarme a escribirlo en realidad. Durante mis caminatas en Princeton siempre sigo un recorrido triangular: voy a la casa de Einstein, en Mercer Street, después a la casa de Thomas Mann, en Stockton Street, y después a la casa de Hermann Broch, en Evelyn Place. Tras haber visitado esos tres lugares, vuelvo a casa, y para entonces ya he escrito mentalmente las seis o siete páginas del día siguiente. (…) Primero escribo a mano y después, cuando siento que ya lo «tengo«, lo dejo reposar. Después corrijo el manuscrito y lo mecanografío yo mismo, corrigiendo hasta el último minuto».

«Para mí, en todas las novelas en América Latinale decía a Emir Rodríguez Monegal en «El arte de narrar«-. evidentemente hay una búsqueda del lenguaje. Un remontarse a las fuentes del lenguaje. Si no hay una voluntad del lenguaje en una novela en América Latina, para mí esa novela no existe. Yo creo que la hay en Cortázar, en primer lugar, que para mí es casi un Bolivar de la novela latinoamericana. Es un hombre que nos ha liberado, que nos ha dicho que se puede hacer todo. En García Márquez, en Vargas Llosa, en Donoso, en Vicente Leñero, hay evidentemente una voluntad de encontrar un lenguaje que es al fin y al cabo la respuesta del escritor tanto a las exigencias de su arte como a las exigencias de su sociedad, y creo que ahí radica la posibilidad de la contemporaneidad».

«Escribo con los nervios del estómago – le decía a Luis Harss en «Los nuestros» (Sudamericana) – y lo pago con una úlcera duodenal y una colitis crónica. Vivo como escribo, por exceso y por insuficiencia, por voluntad y por abulia, por amor y por odio. Se escribe con algo que no le importa a nadie sino al escritor».

(Pequeña evocación en el día de su muerte. Descanse en paz)

(Imágenes-1-Carlos Fuentes.-foto Leo Lavalle.-EFE/ 2.-Carlos Fuentes.-impreso elnuevodiario.com.ni/ 3.-Carlos Fuentes.-Alfaguara. com)

MOMENTOS CLAVES EN LA CREACIÓN

«Al volver al trabajo -le escribe Dostoievski a su sobrina Sofia Ivánova -, de repente entendí cuál era el problema y dónde había cometido un error en «Los Demonios«. Asi que, de forma espontánea y como si fuera producto de la inspiración, apareció un nuevo plan en todas sus dimensiones. Había que cambiarlo todo de forma radical. Sin dudarlo un instante, taché todo lo que había escrito y empecé de nuevo por la primera página. El trabajo de un año entero a la basura».

Muchos comentaristas aclaran que Dostoievski sólo tuvo que revisar cuarenta páginas de las doscientas cuarenta que había escrito el año anterior, pero esa revisión era necesaria para trazar ese «nuevo plan«como señala el novelista  -, es decir, dar un giro total a su libro, que  sin duda supuso un momento clave en su creación.

Estas apariciones de relevantes momentos creadores en los artistas se han sucedido a lo largo de la historia. Es muy conocido el recorrido que hace Gabriel García Márquez en su pequeño Opel blanco por la carretera de Acapulco con la intención  de disfrutar de unas vacaciones con su familia. «No llevaba mucho tiempo conduciendo aquel día – relata su biógrafo Gerald Martincuando «de la nada«, la primera frase de una novela se le presentó en su cerebro. (…) La fórmula secreta de la frase se hallaba en el punto de vista y, por encima de todo, en el tono: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..«. García Márquez, como sumido en un trance, se hizo a un lado de la carretera, dio media vuelta con el Opel, y tomó rumbo de nuevo a Ciudad de México«. Hay una versión del propio novelista que señala que nunca llegó a Acapulco y otra, en cambio, en la que confirma que sí llegó, pero que ya» no tuvo un momento de sosiego en la playa» y que volvió a Ciudad de México «el martes«: en cualquier caso, el momento clave en la carretera sucedió.

Hace ya tiempo, en MI SIGLO, recordaba la experiencia de Wagner con su «Lohengrin«:

“Apenas había entrado en mi baño hacia el mediodía – escribe el músico en sus «Memorias» – cuando el deseo de anotar Lohengrin se apoderó violentamente de mí. Incapaz de pasar una hora entera en el agua, salté fuera de mi bañera al cabo de pocos minutos; y tomándome a duras penas el tiempo de vestirme, corrí como un loco a mi cuarto para arrojar sobre el papel lo que me oprimía”.

Son instantes insólitos, únicos, repetidos a lo largo del tiempo.

El escritor francés Georges Duhamel confesaba: «El relato que quiero escribir lo tengo atravesado en mi garganta desde hace un año y me pesa enormemente sobre el pecho. Es tiempo ya de que me libre de él«.

Son impulsos decisivos. Sea para enderezar una obra o para iluminarla definitivamente, son momentos claves en la creación.

(Imágenes:- clickfordetails/ 2.-Jason Taylor.-2007/ 3.-Arman Fernández.-1975)

VARGAS LLOSA, ESCRITOR

«El proceso de la creación narrativa – señaló Vargas Llosa en «La verdad de las mentiras» – es la transformación del «demonio» en «tema«, el proceso mediante el cual unos contenidos subjetivos se convierten, gracias al lenguaje, en elementos objetivos, la mudanza de la experiencia individual en experiencia universal». Hace años Maurice Nadeau tituló uno de sus  libros «Gustave Flaubert, escritor» (Lumen) y creo que es simplemente así – al menos para mí – como hay que clasificar a quien hoy ha recibido el Premio Nobel de Literatura. » Los hombres – dice en ese ensayo Vargas Llosa – no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros – quisieran una vida distinta a la que llevan·. Ese ansia de vivir una vida distinta mediante la ficción es una razón que justifican Sabato y Henry James«. Es la novela, situada siempre entre la verdad y la mentira. «Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente». Personalmente, como lector, me quedo con la verdad de la novela «Conversación en la catedral» y admiro dos estudios de Vargas Llosa, uno sobre García Márquez – «Historia de un deicidio» (Barral)- y otro sobre el análisis de «Madame Bovary«-: «La orgía perpetua» (Bruguera). Sobre «Historia de un deicidio» recuerda  el chileno José Donoso en su «Historia personal del «boom» (Seix Barral), que Vargas Llosa dedicó dos años de su vida a ese libro, en el que volcó su admiración por «Cien años de soledad», la obra maestra de su amigo. Frialdades y distanciamientos entre los dos están descritas ya en otras partes y aquí no se necesita ya comentarlos.

«Yo creo que uno no puede escribir – le decía Vargas Llosa a Luis Harss en «Los nuestros» (Sudamericana) -sino en función de una experiencia personal. Ahora, mi vida ha sido bastante especial, ha sido bastante marcada por una serie de hechos violentos. Yo fuí un niño muy mimado, muy engreído». Y le añadía: «La literatura, en última instancia, no ha sido sino una reconstitución de la realidad a través de otra realidad puramente verbal y cuya utilidad, digamos, última, no es sino dar a los hombres la posibilidad de conocer esa realidad que de otro modo no conocerían jamás».

(Imágenes.-1.-foto Sara Krulwich.-The New York Times/2.-Vargas Llosa y García Márquez.-infobae.com)

¿ HALLAZGO DEL GALEÓN ?

No, no es un galeón el que está fotográficamente anclado en los muelles de las calles de Nueva York cuando la cámara lo recoge en 1934 y superpone barco y edificos. Pero esta imagen empuja a la memoria y la memoria nos lleva de algún modo hasta las páginas en las que cien años de soledad eran contadas por la fábula y aquella escritura de García Márzquez nos decía que » frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español. Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa coraza de rémora petrificada y musgo tierno, estaba firmemente enclavado en un suelo de piedras. Toda la estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido, vedado a los vicios del tiempo y a las costumbres de los pájaros. En el interior, que los expedicionarios exploraron con un fervor sigiloso, no había nada más que un apretado bosque de flores».

Es la primera vez que la palabra soledad aparece en los Cien años. Luego la soledad proseguirá y dará vueltas por el libro entre el tiempo estancado y el tiempo degradado y la soledad se nos hará inolvidable. En la convulsa realidad de estos días – no sólo en Nueva York  sino en todo el mundo –  la invención de la realidad anclada en este muelle es contemplada desde Mi Siglo.

(Imagen: barco en la ciudad de Nueva York.-foto: Byron Collection/ Museum of the City of New York, 1934- The New York Times)

«LA NARIZ» DE GÓGOL

El día 10 de julio escribí en Mi Siglo sobre Hoffman y la  mágica invención. Comentaba «El puchero de oro» y me refería a 1813. Veintidós años después, en 1835, el escritor ruso Nicolás Gógol  publica La nariz dentro de los Cuentos de San Petersburgo (en donde también aparece  su celebérrimo El abrigo) y  da un salto imaginativo enormemente audaz, adelantándose más de un siglo a las aperturas fantásticas de un García Márquez.  Hoffman lograba la mágica invención en la literatura alemana  y Gógol  la conseguía  en la literatura rusa. El relato de Gógol es sencilla y simplemente la desaparición súbita de una nariz.

    » Iván Yakovlevich, por razón de decencia – escribe Gógol -, se puso el frac sobre la camisa y, habiendo tomado asiento a la mesa, echó sal, preparó dos cabezas de cebolla, tomó el cuchillo y, después de hacer una mueca significativa, se dispuso a cortar el pan. Una vez que hubo partido el pan en dos pedazos miró al centro y, con asombro, vio algo que brillaba. Iván Yakovlevich lo limpió cuidadosamente y lo examinó con los dedos.

     ‑¡Está duro! ‑se dijo‑ ¿Qué podrá ser?

     Metió los dedos y se quedó helado: ¡una nariz!…; sus manos se apartaron, empezó a frotarse los ojos y a tocarla: una nariz, en efecto, una nariz, y hasta le parecía que fuese de un conocido. (..) sabía que la nariz era del asesor colegiado Kovalev, a quien afeitaba los jueves y domingos.»

Y Gógol, tras describir cómo el asustado barbero Iván Yakovlevich se desprende de la nariz arrojándola al río, pasa a contar con toda naturalidad lo que le sucede a su vez al mayor Kovalev, que se ha quedado sin nariz:

     «Así el lector podrá juzgar ya la situación de este mayor cuando se encontró en vez de su nariz, bastante aceptable y regular, por otra parte, con un estúpido sitio liso y plano.

     Como, por desgracia, no hubiera ni un cochero en la calle y se viese obligado a ir a pie, se envolvió la cara en su capote, y, con el rostro cubierto con el pañuelo, al verlo daba la impresión de que tenía sangre.

     “A lo mejor me lo ha parecido a mí así: no es posible que haya perdido la nariz tontamente”, pensó, y de modo intencionado penetró en una confitería con objeto de mirarse en un espejo..»

Y Gógol prosigue impertérrito describiendo las andanzas del mayor Kovalev por la ciudad:

    » (…) De pronto se halló como enterrado a la puerta de una casa; en sus ojos tuvo lugar un fenómeno inexplicable: ante un portal se detenía un coche, se abrió la puerta y saltó fuera y se inclinó un señor vestido con uniforme, subiendo con presteza las escaleras. ¡Cuál no sería el terror y, al mismo tiempo el asombro de Kovalev, cuando se dio cuenta de que era su propia nariz! A la vista de ese espectáculo extraordinario le pareció que todo daba vueltas ante sus ojos; sintió que apenas podía tenerse en pie; pero se dispuso a esperar su vuelta al coche, pasara lo que pasara, aunque temblaba como febril. Dos minutos después salió la nariz, en efecto. Iba con uniforme bordado de oro, con el cuello levantado, llevaba pantalones de gamuza y una espada al costado. Por el sombrero podía deducirse que tenía el rango de consejero de Estado. Podía suponerse que iba de visita. Miró a ambos lados y gritó al cochero: “¡En marcha! «. Se sentó y partió.«

Esto está escrito en la primera mitad del siglo XIX, como también en esa primera mitad del siglo escribe Hoffman su mágica invención. Gógol se explaya aún más : cuenta cómo esta nariz se pasea en carroza por la ciudad de San Petersburgo con uniforme de gran funcionario. El consejero Kovalev trata en vano de convencer a la nariz para que vuelva a su sitio pero no lo consigue. La audacia del escritor ruso es asombrosa y  admirable. Nabokov, en su estudio sobre Gógol (Littera), recuerda en este escritor  «el leitmotif nasal a lo largo de toda su imaginativa obra y resulta difícil –dice –  encontrar a cualquier otro autor que haya descrito con tanto entusiasmo olores, estornudos y ronquidos (…) Las narices gotean, las narices se mueven de forma nerviosa, a las narices se las toca cariñosa o groseramente; un borracho intenta serrar la nariz de otro; los habitantes de la luna (así lo describe un loco) son Narices. El hecho de si «la fantasía engendró la nariz o la  nariz engendró la fantasía» no es esencial. Considero más razonable olvidar que la exagerada preocupación de Gógol por las narices se basaba en el hecho de que la suya fuese anormalmente larga y tratar el olfativismo de Gógol  – e incluso su propia nariz  – como una estratagema literaria relacionada con el amplio humor de las fiestas en general y con el humor nasal ruso en particular.Nosotros estamos alegres de narices o tristes de narices. El despliegue de alusiones nasales que tiene lugar en una famosa escena del Cyrano de Bergerac de Rostand no es nada comparado con los cientos de proverbios y dichos rusos que giran en torno a la nariz. Gógol había descubierto nuevos olores en la literatura (que llevaron a un nuevo «escalofrío«). Como reza un dicho ruso, «el hombre con la nariz más larga ve más allá»; y Gógol veía con sus narices».

De cualquier modo, un ejemplo más de que la mágica y prodigiosa invención en la literatura se remonta siglos atrás, camino arriba de las novelas y de los cuentos y que en absoluto es propiedad del siglo XX. 

(Imágenes: Marc Chagall, «Homenaje a Gógol«.-moma.org/retrato de Gógol.-centros5.pntic.mec.es/ representación teatral de «La nariz»/ escena de «El inspector«, otra de las obras de Gógol.-escenicas.univable.edu.com)

LOS UNIVERSOS CREATIVOS

Tomo de la página especial del gran fotógrafo argentino Daniel Mordzinski  http://www.danielmordzinski.com/– que en estos día inaugura una exposición en Madrid, en la Casa de América -, estas imágenes de creadores sin apenas comentarlas, porque unas veces los ojos, otras las manos, otras las sombras nos introducen en el taller de los universos creativos, allí donde se compone el verso o la prosa.

Ahí arriba aparece Tabucchi, con sus pupilas cargadas, mirándonos.

Aquí a la izquierda, ilustrada con un paraguas, Amelie Nothomb.

La cámara ha recogido situaciones y posturas, ¿las ha provocado? ¿hay en ellas  ingenuidad o hay cálculo?

Si seguimos adelante por esta galería de rostros encontraremos a Borges fascinado por la luz, palpando con las manos la piel de la oscuridad, intentando ser atraído por los dedos de la luz, apoyado en un bastón invisible.

 

 

 

 

 

 

Pero debemos seguir más adelante y encontrarnos con un Cortázar escuchando una conversación mientras no escucha porque en estos momentos está ya viendo el final de un cuento.

Ese  cuento de Cortázar nada tiene que ver con lo que parece observar a lo lejos García Márquez de perfil, en la altura de unas rocas, viendo cómo los personajes se acercan. Los personajes parecen retar al escritor, el escritor reta a los personajes, no podemos saber cuántos son, no podemos saber cómo vienen vestidos, sólo el escritor conoce a los personajes, sólo el escritor los reconoce. Desde siempre sabe quiénes son y los espera.

Después ya -casi cuando vamos a salir de la galería de Mordzinski – nos mira Octavio Paz desde su libro. Levanta los ojos de la página y nos agradece la visita.

(Imágenes: Tabucchi, Amelie Nothomb, Borges, García Márquez, Octavio Paz, por Daniel Mordzinski)