“Por la parte baja de la finca— cuenta la escritora Marià Manent en febrero de 1960, en su búsqueda de la tumba de Rilke, dentro de su “Diario disperso” —-pasa un camino, y desde allí hemos contemplado el manzanar de ramas desnudas, unos árboles castigados y podados, enérgicamente dirigidos. En medio del campo se ha parado un mirlo: he pensado que más de una vez Rilke debió quedarse mirándolos picotear entre las cepas. Tras un recodo del sendero se ve una cancela que cierra una escalera rústica, en lo alto de la cual había un arco formado por rosales ( aquel día, naturalmente, sin hojas). Hemos seguido el sendero hasta llegar a la puerta principal. A cada lado de la verja hay una pequeña lápida de mármol gris oscuro. En el jardíncillo, dos abedules, cinco o seis árboles que me han parecido olmos, y un manzano venerable.
Una escalera protegida por un tejado de pizarra negra, muy verdosa del musgo, da acceso a la casa. La pared de la escalera y la del muro que forma ángulo con ella están cubiertas por la hiedra. El edificio apenas tiene ventanas. Hay dos, bastante pequeñas, en la fachada posterior y otras dos, modernas como aquellas, en una fachada lateral. La luz entra también por varias aspilleras, que recuerdan el carácter defensivo del “castillo”. Es un edificio humilde, apagado, pero lleno de dignidad. En la fachada principal se ve una lápida, también de mármol gris oscuro, con una inscripción: RAINER MARIA RILKE: 1875- 1926. Un poco apartado del muro lateral cubierto de yedra se alza el viejo chopo que inspiró , tal vez, famosos versos.
(…) Raron ( en francés Rarogne), donde está enterrado Rilke, se encuentra a unos veinte kilómetros de Sierre. Es una aldehuela de montaña, que huele a vacas y a orujo.( …) Cruzamos el camposanto lleno de inscripciones en alemán, pasamos junto al ábside, y allí, adosada la tumba a un muro lateral, reposa, solitario en la muerte, el poeta. Está en un pequeño cercado de piedra como carcomida por la erosión, cubierto de una especie de yedra verde oscuro, con bayas negras. En el suelo hay una cruz muy sencilla, de madera, donde grabaron las iniciales: R. M. R.; una cruz tosca y humilde. Es de una pobreza muy de montaña: una cruz como de tumba de pastores. En el interior del cercado hay unas plantas que quemó la escarcha. Y en la pared, una lápida alta y estrecha de piedra clara, algo ocre, con el escudo familiar de Rilke y los versos que eligió para su epitafio:
”Rosa, oh pura contradicción : voluptuosidad de ser sueño de nadie bajo tantos párpados.”
Allí está todo Rilke: el amigo de las cosas humildes y oscuras, de los ruiseñores color de tierra y de los mendigos de París; y también el poeta de imaginaciones aristocráticas que se creyó descendiente de una estirpe germánica militar y antiquísima. Rilke tuvo “ su muerte”, una muerte muy suya. Y su tumba es muy suya también, solitaria junto al muro, enfrente de la nieve y de los bosques. “
(Imágenes— 1– Rilke/ 2- Álexei Antonov / 3- rosa/ 4- Ansel Adams)