VISIÓN DE LA SANDÍA

 

“Una sandía, partida por la mitad — escribe Marià Manent en su Diario de 1918 —, forma  como una luna roja y húmeda. Era hermoso  ver la pequeña luna asequible, repartida en segmentos, en pedazos, en luna menguante. Y menguaba deprisa entre los dientes de los amigos, de la pequeña amiga, que llevaba hoy un vestido de color de fresa, y tenía los labios mojados y la cara encendida. ¡Orgía de fruta! La efímera luna roja, el bello astro vivo bajo la crudeza de la luz eléctrica, se iba deshaciendo en un agua dulce, llena de escollos negros y brillantes. En el gran sol de la canícula había madurado aquel pequeño mundo, había conservado para nosotros un dulce frescor líquido.  En un momento en que Anna se acercaba el segmento de sandía a la boca, alguien la ha cogido por la verde cáscara y la ha movido, rápido, por el rostro risueño. Parecía una flor empapada de lluvia.”

(Imagen — Sigmar Polke)

VIAJE AL PUEBLO DEL ORO

 

“Enseguida vi la montaña deforme, partida por la mitad, y a sus pies, carretas y más carretas, hombres y más hombres con picos y escoplos, con martillos y palanquetas…  hombres encaramados aquí y allá a punto de matarse en equilibrios imposibles, atados por la cintura, por un brazo, por una pierna, por un simple pie, a alguna arista salvadora, pica que pica, arranca que arranca. El sol estallaba  contra la montaña entelarañada por caminos de brillantez que cegaban. Vetas y más vetas. Del oro, en aquel pueblo, no hacían gran cosa; se lo metían, por así decirlo, en la boca. Antes lo amontonaban un poco por todas partes y cuando les apetecía o cuando consideraban que ya habían arrancado bastante, lo pulían para que cegara. Era su manía; frota que frota, abrillanta que abrillanta: cómo brilla, cómo brilla. Como he dicho se lo ponían en la boca;  todos  llevaban dientes de oro, cuellos de oro en dientes y muelas. Y los sepultureros no paraban de arrancar puentes de oro, cuellos de oro a dientes y muelas antes de cubrir con láminas de oro la tierra madre de las tumbas donde enterraban a los muertos de aquel pueblo tan requeteamarillento y tan brillante.”

Mercè Rodoreda—“Viajes y flores’ (1980)

 

 

(Imágenes—1- Emil Nolde/ 2- Fan Kuan – Museo nacional de Taipé)