ESCUCHA LA MÚSICA, CONTEMPLA EL COLOR

 

mujer- iunn- música- John Neil Rodger

 

 

«El hombre que no lleva la música dentro de sí mismo, – (escribe Shakespeare en «El mercader de Venecia»)

aquel a quien no conmueve la armonía suave de los sonidos,

se halla maduro para la traición, el robo, la perfidia;

su inteligencia es triste como la noche,

sus aspiraciones sombrías como el Erebo:

desconfía de semejante hombre. Escucha la música».

 

música.- 5ggnn.- Gustave Klimt.- 1895

 

«El sonido musical – recordaba Kandinsky – tiene un acceso directo hasta el alma. Ello ocurre porque el hombre lleva la música en su interior, como un eco inmediato. Decía también Delacroix: «cada uno sabe que el amarillo, el naranja y el rojo dan y representan ideas de alegría y de riqueza». Las frases de Shakespeare y la observación de Delacroix – proseguía Kandinsky – atestiguan la afinidad profunda de las artes en general y de la música y la pintura en particular. Goethe, por su parte, también proclamaba la existencia de esa afinidad cuando escribía que la pintura debía tener su «bajo continuo». Frase profética que parece anunciar la situación actual de la pintura, punto de partida de su evolución futura».

 

música-fff-fuego- René Magritte

 

(…) «Sólo en nuestra imaginación – continuaba Kandinsky – podemos ver, por ejemplo, un rojo ilimitado. Así, cuando se escucha la palabra rojo, el color es evocado sin ningún límite. Ese límite aparece en el pensamiento, y sólo en el pensamiento, por una imposición de nuestro raciocinio. Ahora bien, el rojo, que no se ve, pero que se concibe de la manera más abstracta, despierta, sin embargo, una cierta representación, enteramente interior, a la vez precisa e imprecisa, de una sonoridad interior. Ese rojo que resuena en nosotros cuando escuchamos la palabra «rojo» permanece vago y como indeciso entre el cálido y el frío. El pensamiento lo concibe como insensibles gradaciones de tono rojo. Por eso, esta visión interior puede ser calificada de imprecisa. Pero ella es, al mismo tiempo, precisa, pues el sonido interior permanece puro, despejado, sin tendencias accidentales ni al frío ni al calor, tendencias que rematarían en la percepción de detalles. Este sonido interior recuerda el sonido de una trompeta o de otro instrumento que uno cree escuchar cuando la palabra trompeta, por ejemplo, se pronuncia delante de nosotros».

 

figuras-iwsw-Bernard Aubertin

 

Y vuelve al final a evocarse la frase de Shakespeare:  «Escucha la música».

Y contempla el color.

 

figuras-ibn-Kazuya Sakai- mil novecientos setenta y cinco

 

(Imágenes.- 1.-John Neil Rodger/ 2.-Gustav Klimt- 1895/ 3.-René Magritte/ 4.- Bernard Aubertin/ 5.- Kazuya Sakai- 1975)

EL PODER DE LA MÚSICA

musica-cx-por-trinh-tuan-2004-raquelle-azran-vietnamsese-fine-art-new-york-tel-aviv-artnet«Si alguna vez llegáis a ver un rebaño de terneros

salvajes, desenfrenados por el capricho, o una horda loca

de potrancos bravíos en endiablados saltos

relinchando impelidos por natural calor de la sangre,

haced que llegue a sus orejas un toque de trompa

o de otro intrumento y los veréis pararse, cambiado

 el fuego de sus ojos salvajes en mirada

mansa y absorta, por el arcano poder de la música.

Por eso el poeta contó que Orfeo arrastraba árboles

y piedras y flujos; y nada hay tan refractario y duro

cuya natura no cambie la música. Si hay alguien 

que en sí no tenga sombra de música, ni le conmueva

un acorde de sonidos suaves, ese está dispuesto

a la traición, al fraude, al robo: son tenebrosos

los reflejos de su alma cual la noche y negros

como el Erebo: a tal hombre no se le da fe.

Escuchad la música».

(Shakespeare: «El Mercader de Venecia». Acto V, escena 1ª) (Alguna vez he aludido a este texto en Mi Siglo hace ya muchos meses)musica-zzvv-por-nguyen-xuan-tien-2005-gallery-aibo-fine-asian-art-purchase-ny-usa-artnet

Los poetas han cantado a la música y la música ha acompañado a los poetas. En páginas admirables de Ósip Mandelstam en su «Coloquio sobre Dante» (El Acantilado)  se recuerda que «la densidad del timbre del violonchelo es la que mejor se presta para transmitir la espera y la dolorosa impaciencia. No existe en el mundo una fuerza capaz de acelerar el movimiento de la miel que mana de un tarro inclinado. (…) El violonchelo retiene el sonido, por más prisa que tenga. Pregúntenselo a Brahms, él lo sabe. Pregúntenselo a Dante, él lo oyó».

Poco hay que decir más. La correspondencia de las artes comunica las aguas subterráneas de estos amores de la poesía por la música y de la música por la literatura.

(Imágenes: 1.-«Flute player», por Trinh Tuan, 2004.-Raquelle Azran.-Vietnamese Contemporary Fine Art.-Nueva York.-Tel Aviv-artnet/ 2.-«Traditional Music», 2005.- por Nguyen Xuan Tien.- Gallery Aibo Fine Asian Art.-Purchase.-Nueva York.-artnet)

MARCA DE AGUA


Este fin de semana he estado en Venecia. He ido a ver el puente de Calatrava. ¿Se tambalea? ¿No se tambalea? El agua no me ha respondido. Mi ojo miraba la ciudad del agua y la góndola llevaba a mi lado el ojo del poeta Joseph Brodsky que me acompañaba. Había pasado por el Hotel Gritti Palace con los recuerdos de tantos escritores: Ruskin, Dickens, Hemingway, Somerset Maugham, Malraux, Greene, Montale, Dos Passos, Simenon, Sinclair Lewis, Capote, Dino Buzzati, Saul Bellow…

– En Venecia – me iba diciendo Brodsky al compas de los remos -se puede verter una lágrima en varias ocasiones. Admitiendo que la belleza es la distribución de la luz en la forma que más congenie con nuestra retina, una lágrima es una confesión de la incapacidad de la retina, así como también de la lágrima, para retener la belleza. En general, el amor llega con la velocidad de la luz; la separación, con la del sonido. Porque el ojo no se identifica con el cuerpo al que pertenece, sino con el objeto de su atención. Y para el ojo, por razones puramente ópticas, la partida no es el abandono de la ciudad por el cuerpo, sino el abandono de la pupila por la ciudad. Igualmente, la desaparición del amado, especialmente cuando es gradual, causa dolor, sin que importe quién, ni por qué peripatéticas razones, sea el que realmente se mueve. Tal como va el mundo – concluía Brodsky -, esta ciudad es la amada del ojo. Después de ella, todo es decepción. Una lágrima es la anticipación del futuro del ojo.

Los remos iban y venían. La góndola, como un ataud flotante, cabeceaba su negrura entre recuerdos. Venecia subía y bajaba según yo iba leyendo aquel libro bellísimo de Brodsky, Marca de agua (Siruela), que me hacía creer que navegaba acompañado. Pero, no; viajaba solo. Venecia venía sola conmigo y en la noche unas luces iluminaban mi lectura.

-La ciudad es estática – me seguía diciendo Brodsky -, mientras nosotros nos movemos. La lágrima es prueba de ello. Porque nosotros partimos y la belleza queda. Porque nosotros vamos hacia el futuro, en tanto que la belleza es eterno presente. La lágrima es un intento de permanecer, de rezagarse, de fundirse con la ciudad. Por eso va contra las reglas. La lágrima es una reversión, un tributo del futuro al pasado. O es el resultado de sustraer lo mayor a lo menor: la belleza al hombre. Lo mismo vale para el amor, porque nuestro amor, también, es más grande que nosotros.

Y así, poco a poco, fuimos doblando- suave, rítmicamente-, el Gran Canal.

EL AGUA DE LA MÚSICA

Wagner cuenta en sus Memorias que, tras haber llevado años pensando en Lohengrin, el ímpetu de la creación le arrebató súbitamente y ya no pudo esperar más: «Apenas había entrado en mi baño hacia el mediodía cuando el deseo de anotar Lohengrin se apoderó violentamente de mí. Incapaz de pasar una hora entera en el agua, salté fuera de mi bañera al cabo de pocos minutos; y tomándome a duras penas el tiempo de vestirme, corrí como un loco a mi cuarto para arrojar sobre el papel lo que me oprimía». Se sabe que en ese momento el agua hirviendo de la música estalló en su cerebro y derramándose por el brazo derecho del compositor, bajó por los ríos de sus venas hasta llegar al puerto de sus manos donde los dedos comenzaron a trazar fragmentos de melodías y los pasos primeros de la ópera en tres actos.
Se sabe también que ese agua salió mansamente del cuarto, el líquido encontró pronto el cauce del pasillo y el agua de la música saltó a la calle, atravesó la ciudad en busca de un teatro y empujando violentamente sus puertas subió con fuerza hasta palcos y escenarios. El agua tocó primero la madera de los violines, entró y salió de las trompetas y golpeó jugetona los platillos. Luego se vio al agua de la música rondar con reverencia las túnicas de los coros y acompañar a las declamaciones dramáticas. Al fin, con brillantez, se despidió.
¿Hay algo en el mundo que se parezca a la música?, me pregunto a veces.
Shakespeare comenta en El mercader de Venecia: «El hombre que no tiene música en sí ni se emociona con la armonía de los dulces sonidos es apto para las traiciones, las estratagemas y las malignidades. No os fiéis jamás de un hombre así. Escuchad la música». También Cervantes dice en El Quijote: «Donde hay música no puede haber cosa mala».
Y sin embargo en batallas enconadas – en la Segunda Guerra Mundial hubo muchos ejemplos -la música ha sabido mezclarse con las mayores crueldades.