VOCES INTERIORES Y EXTERIORES

 

 

 

“No soy muy curioso acerca de las vidas o personalidades de otros escritores — confesaba David Forster Wallace —. Cuanto más me gusta la obra de alguien, menos quiero que el conocimiento personal contamine mi experiencia de lectura. He conocido brevemente a algunos de los escritores estadounidenses que admiro  — McCarthy, Don DeLillo—y todos ellos me parecen personas excelentes y agradables. Aunque descubrí que no quería “charlar” con ellos. De hecho ni siquiera me gustaba oírles hablar. En sus libros, cada uno de estos escritores tiene para mí una “voz” bastante característica, una especie de sonido sobre el papel, que no tiene nada que ver con sus laringes o nasalidades o timbres verdaderos. No quiero estar oyendo sus voces “reales” en mi cabeza cuando leo. No estoy seguro de estar explicándome bien, pero esa es la verdad. Por otro lado, hay algunos escritores que mantienen correspondencia conmigo, y esto lo disfruto bastante. Porque la consciencia en las cartas se parece mucho a la consciencia que admiro en la obra.”

 

(Imagen — 1- anotaciones de Forster Wallace  a una obra de Don DeLillo/

LAS TACHADURAS DE MARIO BENEDETTI

 

 

“Mario Vargas Llosa ha evocado en un reciente artículo  sus reconocimientos literarios hacia la obra de Benedetti (con quien mantuvo  largas polémicas políticas),  y me vienen ahora  a la memoria las confesiones que el escritor uruguayo le hiciera hace años a la periodista María Esther Gilio en un interesante coloquio al comentar su creación.

“Nunca tomo nota de los diálogos o situaciones que me interesan — decía entonces Benedetti —. Prefiero que esos diálogos o situaciones queden ahí adentro de una manera más difusa. Si tomo nota corro el riesgo de escribirlo textual y creo que eso que recibí debe pasar por mi facultad de escribir. Es necesario que aquel personaje que existe en carne y hueso se convierta en personaje de ficción. Y para esto tiene que pasar por adentro mío.

Yo nunca “sufro” cuando escribo — añadía —. Eso sería terrible, ya que vivo escribiendo. No sólo cuentos, poesía y novelas, sino también periodismo. Eso no significa que a veces no sufra.  Eso me ocurre cuando tengo que desechar algo que hice y no me gusta. No hace mucho tiré a la papelera más de cien páginas de una novela . Las escribí y las guardé. Cuando tres meses después  volví a leer aquello me di cuenta de que no servía.

—Borges hablaba de “nueve días” — le  respondía  Gilio —, los necesarios para saber si lo que uno ha escrito vale.

—Nueve días me parece poco. Ahora, lo curioso es que cuando uno vuelve a leer, en general no agrega nada sino que tacha. Yo creo que el tiempo permite que uno lo vea como si fuera de otro. Cuando alguna vez por presiones del editor — que decía por ejemplo: “esto tiene que estar para la Feria” —entregué algún material que no había tenido el necesario reposo siempre me arrepentí. “Esto está de más”, “ a esto otro habría que haberle agregado tal o cual cosa”, “esto decididamente no sirve”. Pero eso es el pasado. No acepto más presiones de los editores’, concluía Benedetti.”

Y si dejamos al escritor uruguayo y volvemos a Borges, él recordaba que “el mejor consejo que me dio mi padre es escribir mucho, corregir mucho, romper casi todo, y sobre todo no apresurarse en publicar.”

 

 

(Imágenes- 1-anotaciones  de David Foster Dallas a una obra de Don De Lillo  – foto  Harr Ramson center/ 2- – manuscrito de “La tierra baldía’” de Eliot con correcciones de Ezra Pound )