
“Entre los somalíes, entre los masai – así se lee en la entrevista a Isak Dinesen que recogió “The Paris Review” -, la baronesa fue una gran doctora, una cazadora merecedora del título de “Reina Leona” pero a quien se sospechaba incapaz de escribir un libro. La duda era dirigida por su joven criado Kamante:
“- Msabu, ¿crees que tú misma puedes escribir un libro?
Le respondí que no lo sabía.
Para figurarse una conversación con Kamante hay que imaginarse una pausa larga y grávida antes de cada frase, como si tuviera una profunda
responsabilidad. Todos los nativos son maestros en el arte de las pausas y de este modo dan perspectiva a una discusión. Kamante hizo una pausa así, y luego dijo:
– Yo no lo creo.

Yo no tenía a nadie con quien hablar de mi libro: así que dejé a un lado mi papel y le pregunté por qué no. Descubrí que había estado pensando en aquella conversación previamente y que se había preparado para ella; tenía detrás suyo la mismísima Odisea y la depositó sobre la mesa.
– Mira, Msabu, éste es un buen libro. Está unido de un extremo a otro. Hasta si lo levantas y lo sacudes con fuerza no se hace pedazos. El hombre que lo ha escrito es muy listo. Pero lo que escribes – prosiguió con una mezcla de desprecio y de amable compasión – está un poco ahí y otro poco allá. Cuando la gente se olvida de cerrar la puerta, el viento lo mueve, se cae al suelo y entonces te enfadas. No será un buen libro.
Le expliqué que en Europa lo juntarían todo”.
“De lo que Kamante verdaderamente dudaba es de que un blanco pudiera crear una narrativa como la propia, oral, con la complicidad del viento”.

“Todo se convertía en un pretexto para inventar una historia – decía de Karen Blixen su sobrina Ingeborg, y así lo relata Sandra Petrignani en “La escritora vive aquí” (Siruela) – . Y siempre era muy clara y precisa. Nunca aburrida. Una mujer especial, yo la adoraba. Tenía unos ojos muy oscuros, muy bonitos. Le venían de su madre. Sus estados de ánimo me sorprendían, pero no los temía como les sucedía a casi todos. Era sarcástica, y si se aburría, se convertía en una hiena. “Diviérteme, dime todo lo que ha pasado. ¿Has estado en alguna fiesta? ¿Quién estaba? ¿De qué habéis hablado? ¿Quién estaba sentado a tu lado? No podías responder de manera vaga o distraída. Ella quería todos los detalles. Pero todo ese interés hacía que te sintieras importante.(…) Uno de los criados a quien más cariño cogió en África, Kamante, resultó ser cocinero original y de gran clase”.

“Los leones – decía -, cuyo rugido es como “el tronar de los rifles en la oscuridad“, se convertirían para ella en el símbolo del físico perfecto. En “Memorias de África” mira fascinada sus cuerpos desollados: “ni una sola partícula de grasa superflua“, sólo músculos tensos y potentes. “Elegantes hasta los huesos”. Y sobre los elefantes escribió en “Daguerrotipos“: “es fútil preguntarse para qué sirve un elefante: se cumple en sí mismo, con su cola delante y detrás”.
“En realidad – le había respondido ya a Clara Svendsen en una entrevista – tengo tres mil años, y he cenado con Sócrates“, como ya hace tiempo recordé en Mi Siglo.
(Imágenes.-1.- Karen Blixen.-1920.-caribarao.org/ 2.-Karen Blixen y Kamante.-artnet/ 3 y 4.- Peter Beard.-artnet) Peter Beard.-Fahey/ Klein Gallery.-artnet)