He considerado seriamente, he pensado muy seriamente — le decía Marlon Brando a Truman Capote. en una memorable entrevista de 1956 — el abandonarlo todo. ¿De qué sirve ser un actor de éxito, si uno no evoluciona hacia algo más? Está bien, he conseguido el éxito. Por fin soy ‘aceptado’, soy bienvenido en todas partes. Pero eso es todo, no hay nada más, ahí termina, no lleva a ninguna parte. Uno está sentado en un gran montón de pasteles, recibiendo capas y capas de la ‘crema’ con que los recubren. El éxito excesivo puede arruinar, igual que el fracaso excesivo. Uno no puede ser un fracaso ‘siempre’ Y sobrevivir.¡Van Gogh! Ése es un ejemplo de lo que puede suceder cuando una persona nunca recibe reconocimiento. Dejas de relacionarte con el mundo; la falta de reconocimiento te deja el margen. Pero supongo que el éxito hace lo mismo. Me costó mucho tiempo darme cuenta de que eso era yo: un gran éxito. Estaba tan absorto en mí mismo, en mis propios problemas, que nunca miraba a mi alrededor, ni me daba cuenta de nada. Solía caminar por Nueva York kilómetros y kilómetros, caminaba por la calle de noche y nunca veía nada. Nunca estaba seguro acerca de ser actor, no sabía si era lo que quería hacer; aún aún no lo sé. Luego, mientras trabajaba en “Un tranvía llamado deseo”, y ya hacía dos meses que estaba en cartel, una noche, muy oscuramente, empecé a escuchar un rugido. Era como si hubiera estado dormido y me despertara sentado sobre un montón de pasteles.
Uno ha de tener amor. No hay ninguna otra razón para vivir. ¿Qué otra razón hay para vivir, excepto el amor? Ése ha sido mi problema principal. No he podido amar a nadie.
En cierta ocasión, Chanel — escribía Truman Capote—, un enjuto y pulcro gorrión, locuaz y animado como un pájaro carpintero, dijo en mitad de sus inacabables monólogos, refiriéndose a esa costosísima apariencia suya de pobre huerfanita que lleva décadas: “Córtame la cabeza, y parecerá que tengo trece años”. Pero su cabeza ha estado siempre muy bien asentada, y es que no cabe duda de que la afianzó mucho tiempo atrás, cuando realmente tenía trece años, o unos pocos más, y un acaudalado “amable el caballero”, el primero de una serie de agradecidos y bienintencionados mecenas, le preguntó a la menuda Coco, hija de un herrero vasco que le había enseñado a ayudarle a herrar los caballos, si prefería las perlas negras o las blancas. Ni las unas ni las otras, le respondió; lo que prefería, querido, era el capital para montar una pequeña tienda. Y así surgió Chanel, la visionaria de la moda. Que las creaciones de un modisto puedan ser o no consideradas importantes aportaciones culturales( y tal vez lo sean: un Bainbocher o un Balenciaga son hombres cuya trascendencia como creadores es mucho más auténtica que la de varias capillas de poetas y compositores que me vienen a la mente) es irrelevante, pero una profesional impura y sincera como Chanel despierta un interés documental, parcialmente recogido en fotografías de su cambiante rostro: una la muestra con una amada cuyo retrato cuelga dentro de un medallón con forma de corazón, otra como una prosaica y ávida arribista; si uno se fija en la tensión de su tirante cuello recuerda a una planta, una vieja y resistente planta perenne que se alza todavía, aunque ya está un poco seca, hacia el sol del éxito que florece invariablemente en el gélido cielo de la ambición para los seres inconsolables llenos de talento, ebrios de deseo y alimentados por la vanidad, cuya implacable energía propulsa la maquinaria que arrastra el aletargado resto de los mortales . Chanel vive sola en un apartamento enfrente del Ritz”
Singular fenómeno. ¿Qué esperan las gentes? ¿ Engañarse- recordar- distraerse- enterarse- huir- soportar- intervenir- olvidar- rebelarse- proseguir- variar-acostumbrarse? Difícil conocerlo. Se cena lentamente, los ojos vacíos. Al otro lado de la mesa caen bombas, llamaradas, bombas que atraviesan sólo el televisor. Ni un gemido, puesto que nadie escucha gemir, nadie mira: sólo se ve gemir, se les oye. Se cena lentamente, los oídos tapados. Asombro alguno puede causar asombro. Subir a los cielos, bajar a los infiernos. La historia aburre; únicamente abre el apetito de la curiosidad. Con la curiosidad se hacen juegos de diálogo, collares de rumores, cintas de murmuración. Apoyada la nuca en el sofá, se entrecierran los ojos. Es el fondo del día, el fin, el poso. Verdades mezcladas con mentiras, ya que la verdad se soporta tanto que basta un encogerse de hombros. Es como otra mentira. La falsedad sola, aburre: tiene que parecerse en algo a la verdad.
Es el girar de la ruleta mágica. ¿Quién se atreve?¿ Quién dice entera, desnuda, frente a frente, la verdad? ¿Quién acepta escucharla, ”su” verdad, no esas verdades que se repiten siempre, contundentes y ajenas, que cubren las vergüenzas de cada mentira?
Acaso muchos hombres consigan existir sin detenerse ante el espejo de su verdad, y estremecerse al ser reconocidos. Existir, trabajar, comer, cenar, dormir; no escucharse jamás, no asomarse a mirar fijamente dentro de sí mismos.
Mientras alguno quizá escuche y mire antes de morir, a todos aquellos que sólo vio y oyó sin saber si eran muertos o vivos. Si lo hace, en ese instante al menos, habrá vivido.
Juego de luces, juegos de fuego, realidad y ficción, ¿ la inventiva? , ¿ lo auténtico?, el camino espectacular de la media mentira veraz y la verdad falseada y recreada, va ensanchándose.
Es la hora en que se levanta la nuca de la butaca, perezosamente se apaga el televisor. Ya no caen bombas en el mundo. Un mundo silencioso, pacífico. Es la hora en que el hombre del lápiz toma su tercer martini, el hombre del pelo ensortijado mide esa pegada de poder de Manhattan como si buscara a su enemigo, es la hora de los estampidos de imagen, de los estallidos fantásticos. Hora de invención de sueños en los que no se sabrá nunca si se ha soñado la verdad y el despertar es la mentira. Dentro de unos segundos, por esa puerta de la habitación, entrará a por inmundicias ese animal carnívoro de delgado tronco, cabeza prolongada, hocico muy corto y puntiagudo, ojos de tono amarillento, con la pupila circular. Ese pelaje denso y áspero, de tono grisáceo, rozará lenta, feroz, salvajemente, el rostro del dormido. A la mañana siguiente, cuando se encuentre el cadáver de este hombre, cuando al fondo de las plazas invisibles, se huela el rastro que ha dejado la manada, nadie podrá saber si el chacal zorra y lobo es mentira o verdad, historia o novela, realidad o sueño. Si ese chacal que ha dejado este dormitorio lleno de inmundicias comiendo carne de los muertos, ha venido por aquí o no ha venido.”
José Julio Perlado
(Imágenes— 1- Park se vo- 1992/ 2- Truman Capote ante la tumba de los Clutter- 1967- Foto Bob Adelman / Corbis/ 3- Norman Mailer- wikipedia)
“ Rubio, pequeño, burlón, casi una niña, un niño. Veinticuatro años. Tumbado en la cama, lápiz en mano, cigarrillo en el labio. Por la mañana, a sorbos, café en la mesilla; la tarde, té con menta; noche, uno, tres, cinco martinis. Siempre a lápiz ( primera versión, comas; segunda versión, puntos y comas; versión tercera, puntos de ies, cruces de tes), escribe rápidamente las voces de Idabel y Florabel, Zoo, Amy, Jesús Fiebre y Pequeña Luz de Sol, todo en el ámbito de la Ciudad Mediodía con su Capilla Paraíso.
Dieciocho años después en otra habitación: el mismo individuo. Calvo, pequeño, brillante, ya en la madurez; sin embargo, hombre-niño. Cuarenta y dos cumplidos. Tendido en la cama, impecablemente vestido ( martinis, tés con menta, café), lápiz en mano, relata de modo minucioso cómo el domingo 15 de noviembre de 1959 asesinan en Holcomb, Kansas occidental, a cuatro miembros de la familia Clutter: Nancy, de dieciséis años, atados pies y manos, con un tiro mortal en la nuca; Bonnie, la madre, anudados los dedos tal y como si estuviera rezando, los ojos abiertos, la boca amordazada con cinta adhesiva: disparo a quemarropa en pleno rostro; Kenyon, de quince años, en el sótano, echado sobre un diván, con un tiro en la frente; por fin, Herbert William Clutter, el padre, el dueño de la finca, cuarenta y ocho años, setenta y cinco kilos, un metro setenta y cinco de estatura; usaba gafas sin montura ( pacientemente, el lápiz de este hombre, va añadiendo datos a la versión primera, a la versión segunda, a la tercera, quinta, octava versión), tiene la garganta abierta de un tajo, un disparo en la cara y asoma junto a la caldera. Todo realizado en la oscuridad, apuntando en la sombra con una escopeta de repetición calibre doce, cuyo fogonazo incendia las habitaciones como si explotara en azul.
Han cambiado los ámbitos y las voces. En vez del Café Lucero del Alba, del Hotel Nube o del Desembarcadero, el paranoico Perry Smith y su compañero Richard Hickock, atraviesan ahora Kansas, llegan a Holcomb, matan ”por puro gusto” ( son cuatro asesinatos sin motivo aparente), y escapan a México. A sangre fría, este hombre del lápiz paciente, ha cruzado en dieciocho años de la poesía mágica al relato fidedigno de un crimen múltiple y auténtico. Igual que un pastor alemán, como un galgo, el olor de la pieza real y enigmática, oculta y verídica, ha despertado su olfato de reportero ( como hiciera años atrás aquel viejo y el mar), y salta uno de la cama, se yergue el otro del sofá, late en ambos la realidad y la ficción y se arrancan en una galopada, uno hasta Kansas Holcomb, Garden City, merodeando el rastro de los hechos, curioseando abogados, policías, amigos, enemigos, los ojos atentos al menor indicio y la nariz alerta. El otro, el americano del pelo ensortijado ( pana en las piernas, guisqui en mano, brazo de boxeador), ha dejado a desnudos y a muertos en la memoria de su casa, para arrojarse con sólo un articulo relampagueante bajo los remolinos de la política. Las aguas de la acción le han fascinado: él mismo se ha hecho acción. Irá con los ejércitos de la noche a desfilar a Washington, pluma al hombro, las cuatro jornadas de ”demostración” contra la guerra del Vietnam en 1967. Su batalla frente a la batalla: él, en cada combate, actor y autor.
El hombre del lápiz paciente, el hombre del pelo ensortijado, irán despertando a dormidos, malos o buenos ( el francés fugitivo de alas de mariposa; el inglés, zorra y lobo a la vez, hocico breve, tosca cabeza de pelaje pardo, ese chacal), que cada vez perfilarán la forma: mezclar acontecimientos personales con hechos históricos y ficticios; la historia como novela y la novela como historia: no se sabrá jamás si la Convención de Chicago narrada por ”Acuarius” es la voz de ”Acuarius” o el vocerío de la Convención. No se sabrá jamás si el lobo – zorra, feroz, salvaje, caliente y frío, ha descendido hasta París para apuntar al Gran Zobra en su automóvil. No se sabrá jamás si ”Mossad” entabla así el combate con ”Odessa”, o si el 1 de enero de 1972, Luis Banchero Rossi, cuarenta y dos años, millonario, es asesinado en su finca de Lima exactamente igual que nos lo cuenta un apasionado de la verdad, un apasionado de la mentira, amores de la fantasía con la realidad, descritos por un autor peruano.”
José Julio Perlado
( Imágenes— 1– Georgia O’ Keeffe / 2- Truman Capote- wikipedia/ 3- Yakoi Kusama- 1988/ 4 – Norman Mailer – foto Carl van vechten – 1948–wikipedia