LAS COSAS NUEVAS

 

“Leer las cosas nuevas —decía Berenson — con el solo objeto de “estar al día” es uno de los pecados contra el espíritu. A las cosas nuevas no hay que dedicarlas más que la décima parte del propio tiempo y una parte mínima de la propia energía ( que es siempre inferior a lo que esperamos)  Los periódicos, sí, los lee uno por las “cosas nuevas” que anuncian, pero es una lectura que cuesta poco trabajo. ¿Leer las novedades sirve para ejercitar el gusto crítico? Esta es una pregunta equivocada. El gusto se ejerce volviendo a experimentar con inocencia  por propia cuenta lo bello en las obras ya admiradas. En las cosas nuevas no se puede ejercerlo con libertad. En lo que está en formación entra demasiado nuestro porvenir personal: deseos y  dudas, esperanzas y temores. Confluyen en él intereses que no son estáticos, de los que no nos podemos apartar. Por lo tanto, no se puede estar seguro de la “duración” de la obra de arte si no es a una cierta y bastante notable distancia (…)  Los que se creen en la corriente, los “innovadores”,  estiman las obras nuevas y preferidas como revelaciones de nuevos mundos y de nuevos órdenes , en contraste con todo el pasado y en cambio, al “humus” ya rico de nuestra cultura no se puede añadir más que una sutil  y superficial capa de moho; capa que después, al contacto con la vieja tierra se volverá fértil y ya no distinguible ‘humus”.

 


 

(Imágenes—1-invasión del arte americano -Versalles – The new yorker/ 2 -twombly)

MANCHAS EN LOS OJOS

 

 

“Desde mi casa, entre Maiano y Settignano dice  el historiador del arte Bernard Berenson enVer y saber” —, la vista se entiende por los campos situados a ambas  orillas del Arno y más allá, hasta donde las tierras se elevan y funden sutilmente con el cielo en el horizonte. Este panorama está constelado de manchas rectangulares de color blanco. Eso es todo lo que ven mis ojos. Pero yo sé algo que mis ojos no  me dicen : que se trata de cosas que no consigo reconocer debido a la lejanía. Mucho más cerca, a unos cientos de metros, veo masas de color verde, opacas, translúcidas o relucientes, puntiagudas o redondeadas, y, a modo de puntales de las mismas, formas aproximadamente cilíndricas , de color indefinido, entre marrón, verde o grisáceo. Desde mi más temprana infancia aprendí que eso eran árboles, y les adjudico troncos, ramas gruesas y delgadas y un follaje compuesto de hojas características de cada especie: encina, castaño, pino, olivo, aunque mis ojos no vean más que distintas tonalidades de verde.

 

 

Puede que me inquiete esta contradicción entre ver y saber, que me preocupe tener que interpretar todo lo que vemos a nuestro alrededor como objetos tangibles en un espacio conocido. Por eso me encantan los cuadros de un Van Eyck o de un Rogier van der Weyden o de su entusiasta seguidor , el Maestro de la Vida de la Virgen cuyas tablas se conservan en la Alte Pinakothek de Múnich, porque me permiten atravesar el espacio sin cansancio. Lo consiguen mediante el procedimiento, deliciosamente ingenuo, de ir reduciendo el tamaño de casas, árboles y figuras a medida que se alejan de nuestros ojos.”

 

 

( Imágenes— 1- Eduard Boss – 1904/ 2-Jozsef Rippl Ronai/ 3- arthur hacker)