UN CUARTO DE BAÑO

Pla-rrtb-Josep Pla en el Mas Llofriú

«Con la manía que han tenido los campesinos de poner en sus masías cuartos de baño – cuenta Josep Pla, en su delicioso libro «Viaje a pie« (Ediciones 98) -, me han ocurrido algunas escenas chuscas, muy típicas para explicar su manera de ser – manera de ser que no hay que olvidar si se quiere comprender un poco el fondo de Cataluña. En Cataluña no hay que olvidar nunca el campo. (…)

Un payés me dice con una convicción rayana en lo dogmático:

– En mi cuarto de baño no entra nadie…

– ¿Cómo que no entra nadie?

-Sí, señor. No entra nadie. Las órdenes las di en ese sentido, y en mi casa, lo que yo digo se hace…

-Bueno, entrarán los chicos y las chicas a lavarse…

-No, señor. Mis hijos no entrarán en el cuarto de baño hasta que sepan lavarse.

Ampurdán-rft-tv3.vat

Me quedé silencioso, mirándole.

– Comprenderá… Lo ensucian todo: el suelo, los azulejos, las espitas, las paredes… Si entraba el servicio era peor, porque llegaban con las alpargatas y los zuecos de la cuadra. Por eso dije: ¡Basta! En cuatro días hubiera quedado todo estropeado, y hubiera sido una lástima. Y así, desde que di la orden, no entró ya nadie.

– Pero ustedes entrarán. Usted, su señora…

– Muy de tarde en tarde. Se trata de cosas delicadas. Mi mujer entra para limpiar, para tenerlo todo brillante, las espitas relucientes y todo enjabonado.

– Ya comprendo. Ustedes se dedican a limpiar su cuarto de baño, y en cambio no lo utilizan para lavarse.

– Nosotros somos tan limpios como el que más…

– Hombre, claro…

– … y no necesitamos el cuarto para lavarnos.

– ¡ De acuerdo! Sin embargo, francamente, creo que tienen ustedes un respeto excesivo por el cuarto de baño.

– Le repito que son cosas muy delicadas.

– Sí, desde luego. Sin embargo, sospecho que no duerme usted en el suelo con el pretexto de que su cama es muy delicada y que no por ser delicada una silla deja usted de sentarse.

– Son cosas distintas. Un cuarto de baño es un cuarto de baño. Todo ha de venir por sus pasos contados. Cuando todos sepamos lavarnos sin chapotear, entonces será el momento de utilizar el cuarto. Por el momento, permanecerá cerrado.

Ampurdán-vvfy-carmiseria.es

El payés abre un poco la puerta y me enseña, sin trasponer el marco, su impoluto cuarto de baño. Está tan limpio, tan bruñido, tan reluciente, que tiene alguna cosa de funerario. Su fría vaciedad sobrecoge. Parece un cuarto de baño de escaparate.

– ¿Qué le parece? – me pregunta el payés con un aire triunfante.

– Magífico, y, además, con el tiempo, irá ganando. Yo en su caso lo cerraría para siempre jamás.»

Así concluye este episodio el gran Josep Pla, que confiesa «yo sé algo de esto porque mi vida transcurre, casi todo el año, entre los payeses catalanes.»

 

escritores-bbhhu- PLa- eldigitalcastillalamancha.es

(Imágenes.-1. Pl en el Mas Llofriú/2.-Ampurdán.-tvr.vat/3.-Ampurdán.-carniseria.es/4.-Josep Pla.-eldigitalcastillalamancha.es)

ELOGIO DE LOS CAMINOS

caminos.-78hh.-Nils Kreuger (1859-1930).-Peter Nahum.-Leicestergalleries

«Uno de los motivos que me hacen muy difícil imaginar el pasado más allá, aproximadamente, del siglo XVll – recuerda el gran escritor francés Julien Gracq -, es la casi imposibilidad de figurarme lo que eran entonces las carreteras, los caminos; no tanto su disposición técnica sumaria, sobre la que tenemos algunas informaciones, sino su relación viva con las ciudades, con los pueblos que unían, con los paisajes que atravesaban, con los setos y las cercas, los bosques, los cursos fluviales, el movimiento también de sus usuarios: ¿se trataba, como en el Great Trunk de la India, de un hormiguear de caminantes, vendedores, frailes, peregrinos, clientes de ferias bien abastecidas? ¿Predominaban los caballeros, solos o en grupos o, por el contrario, los carretones? ¿Hay que imaginarse más bien una soledad apenas alterada dos o tres veces al día por un chirrido de ejes, audible a varios kilómetros, como el de una telega rusa? ¿Eran abundantes las posadas?, ¿dónde estaban?, ¿había medios de reparación: carreteros, guarnicioneros,

caminos.-9njj.-Valle del Po.-Ernst Haas.-photograoher gallery.-artnet

herreros?, ¿existía, al igual que había entonces unas corporaciones de barqueros en todos los ríos, una pequeña población de tratantes, descuideros, lazarillos, salteadores, ladrones y ocultadores de caballos? ¿Cómo se veía la Tierra a lo largo de esos caminos cuando uno la recorría? ¿La incomodidad, la fatiga eran tales que el viaje era como una variante, más agotadora aún, del duro trabajo diario? En resumen, ¿qué podía constituir, en ese vasto cuerpo, la antigua circulación de la sangre?.»

Viajamos en el tren de la Historia, recorremos los siglos, y cuando nos asomamos a las ventanillas los caminos van y vienen en el fulgor del traqueteo, se alejan y acercan sus venas de extensiones, se cruzan con las vías, las soledades apartan a las muchedumbres y el campo y el cielo vienen y van entre tonos que la palma de la mano del día cubre con paisajes, y los paisajes a su vez bullen en conversaciones, y las conversaciones nos traen los elogios del camino, ese descubrimiento de la confidencia, ese compartir andando la vida de los otros.

paisajes.-rrvg.-invierno.-Ivan Aivazovsky

Un caminante muy valorado en sus escritos, como fue el catalán Josep Pla, recomendaba siempre un viaje a pie para conocer el país, para ver cómo la gente vivía, para empaparse de la manera de ser básica, inalienable, insoluble, del material humano.

Los caminos serpean continuamente entre las soledades y sus andares silenciosos van llenos de elogios.

(Imágenes:- 1.-Nils Kreuger.-leicestergalleries/ 2.-Ernst Haas/ 3.-Ivan Aivazovsky)

ARTE DE COMER, ARTE DE LA PALABRA

   »  Al mediar de la primavera – escribe Pla en su «Viaje a pie«-  llegan las primeras, pequeñas fresas de bosque y de jardín, y su perfume parece entremezclarse con el olor de las violetas. Luego aparecen los fresones que coinciden con las carnosas rosas rojas de San Poncio, con sus pétalos grandes y frescos. Las ciruelas aparecen en seguida, con su color de agua dormida, coincidentes con el apasionado y seco perfume del espliego. Y las cerezas, que son de tan diversas clases y de una gama de colorido que va del rojo negruzco a los carmines más evaporados, delicadísimos. Las mejores son esas últimas, que llamamos de cor de colom, que tienen la carne dura y prieta. Los pájaros adoran las cerezas, y me he entretenido a veces en los huertos contemplando los gorriones metidos en el follaje de los árboles acariciándose su pequeña cabeza en la mejilla de la fruta colgante, antes de hincarles en la carne el pequeño embudo de su pico. Las cerezas llegan con el menudo, morado tomillo y la retama amarillenta».


Los escritores llegan así con su prosa – igual que los pájaros – y pasan sus palabras por la piel de la fruta, la acarician, y recorren luego las láminas del pescado y también las venas de la carne y aspiran en el aire todos los aromas. El gran poeta y crítico inglés W. H Auden reconocía los valores de la excelente crítica gastronómica norteamericana M. F. K. Fisher como «la más grande estilista de lengua inglesa«. Autora de la «Biografía sentimental de la trucha«, su relación con los alimentos le hacía mover entre sus páginas las patas de los crustáceos y bullir el pálpito de sus sopas junto al horno caliente. Era el deslizarse de la mantequilla sobre las pistas del paladar, los sabores presentidos, los olores expandidos. Era la procesión del olfato adelantándose a la del gusto a la  que Julio Camba alude en «La casa de Lúculo o El arte de comer» cuando opina que una mesa de comedor puede adornarse con frutas, pero no con flores. «Las flores –dice – tienen una fragancia muy poco gastronómica  y su empleo como gala de comedor sólo puede recomendarse en aquellos casos donde no se pretenda estimular el apetito de los comensales«.

Son opiniones. «Nada se come sin olerlo con más o menos reflexión; – decía Brillat- Savarin en su «Fisiología del gusto» – y, cuando se trata de alimentos desconocidos, la nariz hace siempre de centinela avanzado que grita: «¿Quién vive?«. Pero los escritores entran curiosos en los comedores, incluso penetran en las cocinas, abren con las pinzas de sus adjetivos las orondas soperas, husmean con sus observaciones la profundidad de los hornos, comprueban con sus minúsculos calificativos los tarros de las especias, y cuando vuelven otra vez al comedor «llegan siempre un poco tarde -recuerda Brillat-Savarin -, con lo que se les recibe mejor, porque se les ha esperado con afán; se les agasaja para que vuelvan y se les regala para que brillen; y, como lo encuentran muy natural, se habitúan a ello, y se hacen y siguen siendo gourmands«.

Pequeño apunte en torno a «El arte de comer«, la actual exposición en la Pedrera, Barcelona.

(Imágenes:-1.-National Geographic/ 2.- Ben Schonzeit.-artnet/ 3.- La cena.-Pamela J Crook.- Hay Gallerie Hill.- Londres.-pjcrook.com/4.-Paul de Vos.-elpais. com)

PLA, MATVEJEVIC, MAGRIS

Tiempo de verano, tiempo de viajes. Nubes, horizontes, espacios nuevos. Tiempo también para acompañar a tantos escritores viajeros, como entre muchos otros destacan Pla, Matvejevic o Magris. En torno a montañas y a mares quise evocar a los tres en Alenarte a través de este artículo:

«Como si quisiera seguir  a Pla de algún modo aunque con otro estilo muy distinto y muy original, el gran escritor yugoslavo Predrag Matvejevic, profesor de literaturas comparadas en la Sorbona y del que acaba de reeditarse su célebre “Breviario mediterráneo” (Destino),  cuenta los viajes de las olas, los de las nubes, los vientos, el mar, y  también esas conversaciones que el océano arroja en las costas siempre que sepamos dialogar con ellas

Siempre me ha interesado también la forma con la que Josep Pla invita al viaje. Y de su delicioso libro “Viaje a pie” he hablado ya en Mi Siglo.

¿Cuándo se viaja a pie? Pocas veces. No es estrictamente un viaje el que hacemos caminando desde el autobús hasta la boca del Metro cada mañana o cada tarde ni ese  callejear al costado de los barrios cuando vamos o venimos del trabajo, ni  tampoco lo son las pequeñas excursiones semanales, si es que las hacemos, con fines deportivos o higiénicos. El viaje a pie lento, mesurado, contemplativo, despreocupado y gozoso lo cumplimos en contadas ocasiones amparados en  la excusa de que estamos cercados por el tiempo. “Ante todo – recomienda Pla en ese libro a los jóvenes y en el fondo a todo el mundo – les propondría un corto viaje por alguna de nuestras comarcas, que pasaran de una a otra población, no por los caminos reales y las carreteras del orden que fueren, sino a través de los caminos vecinales, los atajos y las veredas. (…) . Hay dos cosas muy interesantes – continúa –  : pasear y hablar con la gente” Y aquí Pla da en el clavo de dos cuestiones que reflejan bien nuestro tiempo. Ni  paseamos suficientemente ni tampoco  hablamos.  Marchamos siempre veloces por la vida  y a la vez nos refugiamos en el mutismo, convivimos  con  nuestra  propia  soledad.

Pasear – sigue diciendo Plasupondría tener una idea del aspecto material de las cosas. Y de muchas otras cosas que no son el aspecto material (…) Y a base de hablar con la gente se llegaría a tocar, a ver, a presentir nuestra manera de ser más auténtica y real. ¿Que eso no tiene interés? Pero, entonces, ¿qué es lo que tiene interés? ¿Qué es lo que vale la pena observar?”.

“Los mediterráneos – afirma por su parte  Matvejevic siguiendo el motivo del mar– se hacen preguntas ya desde niños, y a veces contestan a ellas, como niños cuando ya son viejos. Las he escuchado sobre todo en los autodidactas, mientras exponían sus teorías sobre el mar y sus orígenes, sobre el nacimiento y la muerte de las lenguas, sobre el origen de los pueblos, sobre antepasados únicos o comunes, por ejemplo, godos y ostrogodos, vénetos…Algunas de estas tesis o hipótesis – especialmente por el modo de exponerlas o defenderlas – provocan la sonrisa, otras nos hacen pensar: las mareas, las posiciones de la luna en el continente y en las islas, las diferencias entre los lunáticos continentales e insulares; el lucero del alba y la estrella polar, sus movimientos e influencias; los signos del zodíaco y los calendarios más variados; los alfabetos más antiguos, los manuscritos que versan sobre ellos, los lugares donde fueron hallados o aún pueden ser hallados; los mares antiguos y sus vestigios; las causas y los efectos de las lluvias amarillas o rojas, los vientos que las traen de la costa africana; las catacumbas y su papel en la política, las canículas y su influencia sobre el poder; la distribución de los terremotos en la cuenca del Mediterráneo…” Es decir – como Pla –  Matvejevic se ha detenido a conversar con los hombres y las mujeres de las costas y,  sobre todo, más que hablar él,  los ha escuchado. Así ha ido acumulando esa sabiduría que el viajar por el mundo otorga.

En el fondo, es tan importante el escuchar como el viajar como persuasión  (así lo recomienda Claudio Magris), no viajar de modo apremiante y apremiado, ya que hacerlo obligados por el trabajo o los quehaceres significa la negación de la persuasión,  de la parada o del vagabundear. El viajar espaciado – con la curiosidad a flor de piel, “pegando la hebra” (como diría Delibes), hilvanando conversaciones con las gentes – es algo tan valioso que podríamos compararlo a  cursar una asignatura al aire libre en la que se nos fuera explicando – a veces al caminar, a veces ante un vaso de vino – muchos secretos de la longevidad y de la vida, la vuelta de muchos amores y desdenes, cómo se superó un desarraigo y se perdonó una traición o qué herencia se recibió y qué herencia se deja.  ”¿Adónde os dirigís?”, se pregunta en “Enrique de Ofterdingen“, la novela de Novalis. “Siempre hacia casa”, es la repuesta. “¿Por qué cabalgáis por estas tierras?’”, pregunta el alférez en la famosa balada de Rilke. “Para regresar” contesta el marqués.

En resumen, casi cada vez se nos cuenta mientras cruzamos la existencia que estamos volviendo al origen,  unos a las raíces, otros a las creencias, otros a la patria de donde salimos. Caminamos y volvemos. Caminamos y avanzamos. El recorrido lo han hecho muchas gentes y uno entre muchos fue Ortega con sus “Notas de andar y ver“. Vemos y andamos. Andamos y escribimos cuanto escuchamos antes. Anotamos (como hizo Cela en la Alcarria y en el Pirineo de Lérida, entre otros libros) y lo que anotamos fue lo que nos fueron diciendo quienes nos saludaron o nos recibieron. Pla lo hace igualmente por el Ampurdán. Castroviejo por los montes y chimeneas de Galicia. Unamuno y Azorín por muchos lugares de España.

Lo esencial es viajar por mares y montañas, pueblos y ciudades,  y saberlo hacer. Los mares le van hablando al yugoslavo Matvejevic porque notan que el escritor ama el Mediterráneo y sabe escucharlo con atención. A su vez Claudio Magris escucha a Viena, a Prusia, a Zagreb, incluso a Vietnam,  y así va poco a poco  escribiendo “El infinito viajar” (Anagrama), la síntesis de  sus recorridos por el mundo. Andar y ver es todo. Tan sencillo como pasear y como  hablar  con las gentes.

(Imágenes:-1. Oleander Drive.–Slim Aarons.-1965.-photographers gallery.-arnet/ 2, 3, 4 y 5  fotos procedentes de Alenarterevista)

TOCAR CON LAS PALABRAS

fruta.-66FF.-por Byung Rock Yoon.-2008.-Art Seasons.-Zurich, Singapur, Seoul.-artnet

«A veces los escritores se acercan a la vida a través del oído, del tacto, de la vista o del olfato de los vocablos. Tocan la realidad de las cosas como, por ejemplo, logra hacerlo el catalán Josep Pla con algo tan material, cotidiano y comestible como es la fruta en un prodigio de observación.

 Cuando Pla, por ejemplo, está describiendo a las ciruelas con su color de agua dormida o nos habla del apasionado y seco perfume del espliego o del colorido de las cerezas que va del rojo negruzco a los carmines más evaporados, delicadísimos, lo que hace es emplear las palabras extrayendo de ellas la máxima precisión. Como él mismo confesó: de joven me pasé una cantidad de tiempo muy apreciable contemplando el paisaje e intentando describirlo luego (…) Me situaba en cualquier rincón de estos campos, a resguardo del viento, y quedaba absorto, fascinado, ante las formas, los colores (…) Bien, pues mi estilo es esto: buscar la palabra exacta, en el sustantivo, y después el adjetivo, para conferirle el matiz, el aire, con la misma exactitud (…) Por ello hay que matizar, prestar atención a los detalles, a su riqueza y a su poesía.

Hay en esto una paciencia escondida, una paciencia artesanal que acompaña hasta perfilar la obra de todo creador. Es la misma paciencia de la pincelada en el pintor, del moldeado en el escultor, la que vive también con el escritor limando el lenguaje, porque toda paciencia es una y única. Los escritores jóvenes que cabalgan en la prisa deberían quizá aprender esa paciencia del matiz y de la precisión, ya que la vida es eso, un sinfín de matices en el diálogo humano, en los enlaces y desenlaces de la existencia y de la convivencia, en la descripción y narración de los quehaceres y de las penas y alegrías. Nada se puede contar con prisa, aunque aparentemente la vida sea eso ‑prisa‑, pero las gentes quieren escuchar atenta y detalladamente hasta el tono y timbre de voz de lo que ocurrió, el gesto que puso uno, cómo enarcó las cejas o cómo titubeó el otro al contestar, y todo eso es matiz, todo eso es adjetivo.

     Los albaricoques ‑dice Pla al describir el paso de la fruta‑, son bellos en el árbol, sobre todo a la incierta luz del alba matutina, cuando cantan los mirlos y las codornices y más bellos quizás todavía sobre una fuente de cristal, sobre unos manteles pulidos, suavizada su rugosidad con una punta de agua y hielo. Sus colores son entonces tan fascinadores que uno no sabe si comerlos o dejarlos; tan encantadora es su presencia. Su gusto es un poco pastoso y filamentoso, de manera que su presentación no suele corresponder a su rendimiento. Pero eso, que sucede con los albaricoques, ocurre con muchas otras cosas en la vida. La contrapartida del albaricoque es el melocotón, fruto de menos presentación que el anterior ‑aunque a veces, si es de secano sobre todo, puede ser bellísimo‑ y en cambio de un gusto maravilloso, infinitamente superior al albaricoque. Hay también muchas clases de melocotones, una gama de carne de melocotón que va de la mollar y acuosa a la prieta y tensa, siendo la última, a mi entender, la preferible, aunque se deba reconocer que no hay mejor fruta para la glotonería que el melocotón mollar y semilíquido. (» Viaje a pie»)» («El ojo y la palabra», págs 118-120)

(Dedicado este post a Juan Pedro Quiñonero, fervoroso lector de Pla,  y a «Una temporada en el infierno«, que acaba de describir la llegada de los primeros albaricoques españoles a su calle de París)

(Imágenes.-1.-Yoon Byungrock.-008.-Art Seasons.-Zurich, Singapur, Seul.-arnet)

VIAJE A PIE

«A esos muchachos tan simpáticos que encontrándose en el umbral de la puerta de la vida se sienten poseídos del noble impulso de la ambición personal y – yo supongo – del archinoble impulso de la ambición de servir, y preguntan : «¿Qué hemos de hacer? ¿Podría usted tener la amabilidad de darnos una orientación y decirnos lo que podríamos hacer?», yo les aconsejaría un viaje a pie».

Con estas palabras inicia Josep Pla su «Viaje a pie» y con ellas se puede echar andar por la gran prosa de este excelente escritor. Hace pocos días hablé aquí del Mas Pla, sentado yo con él bajo la campana de su casa de campo, contemplando – casi saboreando – las delicias de la fruta. Hoy sólo puedo recomendar un viaje a pie por otro libro suyo, «El cuaderno gris«, que incluso se puede visitar en la pantalla. Las anotaciones de entonces se hacen vida hoy y el pie va caminando por lugares que el tiempo no ha conseguido borrar.

EN EL MAS PLA

Me he ido una de estas tardes al Empordá, en Cataluña, a kilómetro y medio de Palafruguell, al lado de dos o tres carreteras, y poco a poco he llegado al Mas Pla, en Llofriu, he entrado en esta casa de campo escuchando el ladrido de los perros y me he sentado a esperar a que el escritor, bajo la gran campana, terminase de engomar y encender su cigarro ( en la mesa el café y la copa de coñac) antes de hablarle.

– Sabía que usted iba a venir – me dice Pla socarrón bajo su boina – porque, aunque estoy apartado de las nuevas tecnologías, sigo de vez en cuando su blog, por ese hábito de la curiosidad y de lo que se cuece por ahí. ¿Sabe usted ?- me dice mirando a la ventana y a la fuente de fruta que acaban de dejar sobre el mantel -, al mediar de la primavera llegan las primeras, pequeñas fresas de bosque y de jardín, y su perfume parece entremezclarse con el olor de las violetas. Luego aparecen los fresones que coinciden con las carnosas rosas rojas de San Poncio, con sus pétalos grandes y frescos. Las ciruelas aparecen en seguida, con su color de agua dormida, coincidentes con el apasionado y seco perfume del espliego. Y las cerezas, que son de tan diversas clases y de una gama de colorido que va del rojo negruzco a los carmines más evaporados, delicadísimos. Las mejores, ¿sabe usted?, son esas últimas, que llamamos de cor de colom, que tienen la carne dura y prieta. Los pájaros adoran las cerezas y me he entretenido a veces en los huertos contemplando los gorriones metidos en el follaje de los árboles acariciándose su pequeña cabeza en la mejilla de la fruta colgante, antes de hincarles en la carne el pequeño embudo de su pico. Las cerezas llegan con el menudo, morado tomillo y la retama amarillenta.
Después de hablar Jose Pla, de que nos tomáramos un café bajo la campana, de que el escritor diera el toque de gracia a su último cigarro, después de atusarse la boina y otear qué tiempo haría al siguiente amanecer, yo he salido despacio de este Mas Pla por las páginas de su «Viaje a pie«(Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libros), y los pies, sobre cada bellísima página de estas que llevo leyendo, me han llevado hasta aquí, hasta la puerta de Mi Siglo.
Aún continúa detrás de mí el aroma de la fruta.