«Hago un repaso de la nueva narrativa que he leído en los últimos doce meses, tratando de encontrar un sólo libro que realmente me haya emocionado – escribeJ.M. Coetzeeen su «Diario de un mal año» -, y no encuentro ninguno. Para experimentar esa profunda emoción he de volver a los clásicos, los episodios que en una era pasada habrían denominado piedras de toque, piedras que uno toca para renovar su fe en la humanidad, en la continuidad del relato humano: Príamo besando las manos de Aquiles, suplicándole que le dé el cuerpo de su hijo; Petya Rostov temblando de excitación mientras espera para montar su caballo la mañana en que morirá.
Incluso en una primera lectura, uno tiene la premonición de que en esa brumosa mañana de otoño nada irá bien para el joven Petya. Los toques de premonición que crean la atmósfera son bastante fáciles de esbozar, una vez que le han enseñado a uno cómo hacerlo, y sin embargo la escena emerge de la pluma de Tolstoi, una y otra vez, milagrosamente nueva.
Petya Rostov, dice mi lector o lectora cuya cara desconozco y jamás conoceré… No recuerdo a Petya Rostov, y va al estante, saca Guerra y Paz y busca entre sus páginas la muerte de Petya. Otro de los significados de «clásico»: permanecer en el estante, esperando a que lo saquen por milésima, por millonésima vez. El clásico: el perdurable. ¡No es de extrañar que los editores estén tan deseosos de afirmar que sus autores tienen la categoría de clásicos!».
(Imágenes.- 1- Petya Rostov-daily mail/ 2.- Guerra y Paz- alchtron. com)
«Dibujar es mirar, examinando la estructura de las experiencias. Un dibujo de un árbol no muestra un árbol – afirmaJohn Berger -, sino un árbol que está siendo contemplado. Si bien la visión de un árbol se registra casi instantáneamente, el examen de la visión de un árbol (un árbol que está siendo contemplado) no sólo lleva minutos u horas en vez de una fracción de segundos, sino que tiene que ver con la experiencia previa de mirar, deriva de ella y a ella se refiere».
Comenta estas palabras el redactor de The New Yorker y profesor de crítica literaria en Harvard, James Wood, en «Lo más parecido a la vida»(Taurus), y recuerda que al igual que al artista le cuesta un esfuerzo – y muchas horas – examinar el árbol, la persona que mira con atención el dibujo, o lee una descripción de un árbol sobre una página, también aprende a dejar de ver para empezar a mirar.
Mirar y ver son cosas bien distintas. Berger afirma – explicaWood – que todo buen dibujo de un árbol guarda relación con todos los buenos dibujos anteriores de un árbol, ya que los artistas aprenden tanto mirando el mundo como mirando lo que otros artistas han hecho con el mundo. Nuestra mirada siempre está matizada por otras representaciones de la mirada.
Árboles cèlebres ha habido en la literatura. Wood se detiene ante el famoso árbol de «Guerra y paz» junto al que pasa el píncipre Andréi dos veces: una a comienzos de la primavera, y otra un mes más tarde, a finales de la primavera. En esta segunda ocasión, Andréi no reconoce el árbol, que ahora está en plena floración. «Unas hojas verdes y jugosas, sin ramas – escribe Tolstoi– habían brotado de su dura corteza centenaria, y era imposible creer que aquel despojo las hubiera producido». En parte, el príncipe Andréi se fija en el árbol porque también él ha cambiado: el saludable florecimiento del árbol es equivalente al suyo.
El príncipe «mira» – no sólo ve – el árbol y el lector atento «mira» – y no sólo ve – lo que quiere decir Tolstoi.
«Habíamos vivido en el reino de la representación, del como siempre – nos recuerda Pietro Citatien «El mal absoluto» (Galaxia Gutenberg) comentando «La muerte de Iván Ilich» -; ahora la muerte nos hace percibir algo terrible y nuevo, aunque esta novedad se convertirá, a su vez, en una obsesionante repeticion. (…) El relato – prosigue el gran crítico italiano – es la historia simbólica de cada ser humano pero es, en primer lugar, la historia deTolstói, que, en esos años se sintió invadido y penetrado por la muerte, la dejó crecer dentro de él, vivió con ella una pura y obsesionante soledad – los ojos en los ojos, los pensamientos en los pensamientos – como no había vivido con ninguna persona».
Esta novela corta está escrita en marzo de 1886, cuando Tolstói rondaba ya los sesenta años y dos meses antes, el 18 de enero, había muerto Alioscha, uno de los hijos del escritor. «QueridaTania – escribía Sonia a su hermana – ¿tu corazón siente mi pena? Hoy enterré aAlioscha«. Por su parte León Tolstói reaccionó ante esta desgracia de modo distinto: «Todo lo que puedo decir – le escribió a Tchertkov – es que la muerte de un niño, que en otros tiempos me parecía insensible y cruel, me parece hoy razonable y buena. Por esta muerte nos encontramos de nuevo unidos en un afecto más estrecho y más vivo que antes«.
Alexandra Tolstói recoge en «Una vida de mi padre» que «La muerte de Iván Ilich» o «La muerte de un juez«, como al principio iba a llamarse, la empezó a escribir Tolstói en 1892 y se inspiró para ella en la muerte de un juez del distrito de Tula, redactándola con intervalos, dejándola y reanudándola, hasta acabarla en marzo de 1886. «Había muchas familas burocráticas como la del juezIván Ilich – dice Alexandra -. Vivían como las demás personas de su clase, ejercían carreras regulares, cobraban el sueldo hacia el día 20 de cada mes, pasaban las veladas en el teatro o en casa de amigos, y al fin enfermaban y morían«.
Esta novela corta, analizada y comentada por tantos críticos, fue también uno de los temas expuestos por Nabokov en sus clases de Cornell y las notas fragmentarias de su disertación quedaron incorporadas luego a su «Curso de literatura rusa«. «Ningún escritor de talla es sencillo – les recordaba a los estudiantes -. ElSaturday Evening Postes sencillo. La jerga periodística es sencilla. Mamá es sencilla. Las versiones abreviadas son sencillas. Pero los Tolstói y los Melville no son sencillos».
La aparente o no sencillez de la muerte instalándose en la existencia del hombre se cuenta en este relato de Tolstói de modo preciso. Entra lo terrible y nuevo, lo inesperado, y se establece dentro del organismo humano como siempre, tal y como si hubiera anidado allí toda la vida. Y en verdad allí anidaba y allí vivía. Es «la arañita en el espejo» de la que hablabaAzorín.
Muerte y vida en Tolstói. Muerte ante Iván Ilich , vida ante «Guerra y paz» sobre la que nos dejó bellísimas imágenes en su gran film Sergéi Bondarchuk desde 1965 a 1968 . «No tenemos nada que inventar- dijo entonces el director ruso -. El autor del film esTolstói«.