
Ayer en una playa griega, cerca de Uranúpolis, donde Theo Angelopoulos está rodando la escena final de «La eternidad y un día«. No la estuvo rodando ayer, sino que lo hizo hace ya diez años, pero he rebobinado la cinta de la memoria y he marchado despacio hacia el agua caminando al lado de este gran director, el autor de «La mirada de Ulises» y de «Eleni«.
Cubierto con su gorra, enfundadas las manos en los bolsillos de la cazadora, Angelopoulos se deja filmar por Lambridis, que va recogiendo nuestras miradas y nuestras conversaciones en este documental, «El final de una eternidad«, una confidencia sobre el oficio del cine.
– «Tengo formas de crear rígidas –
me dice -, soy muy instintivo. Quiero decir que las cosas tienen lugar en mi cabeza y a veces no hay conciencia de esto. En realidad, la escena no está del todo clara, se forma, se «
llena» durante el rodaje. De ahí los cambios que introduzco. Necesito ver cómo se hacen las cosas para cambiarlas, para intervenir».

Mientras hablamos y marchamos cerca del agua, al borde de la orilla, Angelopoulos va indicando a los actores que deben bailar un vals que no es precisamente un vals al final de la película, sino una danza lenta y onírica, un baile en el que todas las parejas, sin dejar de bailar, deberán mirar a los ojos a Bruno Ganz, el protagonista del film.
-«Muchas veces utilizo frases de poetas en mis películas – me sigue explicando Angelopoulos -. Son cosas que me hubiera gustado haber dicho yo. Y en un momento dado las descubro. Descubro que alguien las ha dicho justo como yo quería decirlas. Y entonces no tengo ningún problema en incorporarlas como parte del diálogo porque son diálogos. Los poemas son diálogos. Son calles, son caminos que alguien encuentra en su interior o da con ellos en algún otro lugar como si estuvieran escritas por él mismo».
Suena la música de Eleni Karaindrou, una música envolvente, circular, un tono emocional que a veces parece tener un origen romántico y barroco.
– «Mira – prosigue Angelopoulos -, el director es el que imagina, no el que ve. Ver cosas puede hacerlo cualquiera, y tendrá criterio y razón, posiblemente. El tema es cómo imaginas una cosa. A veces pienso que es cuestión de tiempo. Debo decir que mi primera película la hice muy seguro, pero que muy seguro, y a medida que avanzamos –sonríe – me vuelvo inseguro».
Bailan el vals que no es vals todos los actores al lado del agua, esa lenta danza onírica con la que envuelven vidas y las giran despacio antes de que Bruno Ganz pronuncie:
-«Una vez te pregunté: ¿cuánto dura el mañana? Y me respondiste: «La eternidad y un día».
Pero aún el actor insistirá:
-«¡No te he oído!».
Y escuchará una vez más, a lo lejos, que le dice la mujer despidiéndose:
-«¡La eternidad y un día!».
(Fotos: imagen de «La eternidad y un día«; el director de cine Theo Angelopoulos).