EN TORNO A ZULOAGA

 

Los retratos de Zuloaga, excelentemente analizados y comentados por Lafuente Ferrari (Dialnet) pueden servir de eficaz acompañamiento a la hora de visitar la actual exposición que sobre el pintor vasco se celebra en Madrid.

 

 

“Para Zuloaga, el carácter lo es todo – recuerda Lafuente Ferrari – , a ese carácter sacrifica detalles, rasgos y delicadezas, y, en cambio, subraya con atroz energía, gesto, acción y mirada. La mirada sobre todo; Andrenio dijo ya, en un pasaje recordado por mí en otra ocasión, que Zuloaga era el pintor de los ojos; pero esos ojos no nos invitan a penetrar en un alma, sino que nos imponen su personal y peculiar carga de fuerza. Carácter y vigor expresivos son, pues, para Zuloaga las notas que interesan en un retrato. (…)  Para Zuloaga, carácter es personalidad; en su representación interesa la energía total con que se manifiesta y no la psicología, es decir, el abanico de un complicado sistema de posibilidades latentes. Lo que atrae en el individuo es aquello que afirma su vida como presencia; como acción, más que la calificación matizada de sus diferencias anímicas. (…)

 

 

En muchos casos sabemos que Zuloaga trabajó sus retratos con el mínimo tiempo de pose del modelo. En 1941 pintó, por ejemplo, el retrato de Azorín. Durante una mañana, la mañana del día 30 de abril de 1941 exactamente, el escritor, sentado frente al mirador de las Vistillas, posó ante el maestro, que dibujó del natural la espléndida cabeza, en una hoja de su álbum. Por la tarde, lejos ya del modelo y sólo con su dibujo, Zuloaga pasó, interpretando y abreviando hasta la síntesis, el dibujo al lienzo en blanco, dispuesto para ejecutar la pintura. No estoy muy seguro de ello; pero es probable que Azorín no pasara muchas más horas ante el artista y hasta es posible que aquella breve sesión de la mañana bastase al maestro para terminar definitivamente el cuadro; si esto no ocurrió así en este caso, algunas veces sucedió, en efecto, y Zuloaga, que no era hombre vanidoso, pero que podía con justicia enorgullecerse de su memoria visual, realizó hazañas semejantes, que alguna vez se complacía en relatar.

 

 

De sus propios labios oí la que sigue: un día, en su estudio de París se presentó, a hora conveniente, un personaje norteamericano, ya conocido de Zuloaga o amigo de amigos, que acudía a saludarle y a expresar su deseo de tener un retrato suyo pintado por el artista vasco. Zuolaga le escuchaba mostrando la aquiescencia vaga que espera oportunidad concreta y compromiso definitivo para la ejecución. Por ello, al decirle que con mucho gusto Zuloaga pintaría la obra, hubo de sorprenderse cuando nuestro expeditivo americano afirmó que no solamente estaba decidido a que Zuloaga le retratase, sino que venía a ello porque embarcaba al día siguiente para su país. Zuloaga, que no gustaba de coacciones ni de prisas, hubo de aceptar la cosa como se le presentaba ; hizo sentar a su modelo y, tras una sesión no muy larga, porque el viaje inmediato no permitía muchos ocios al modelo, quedó fijada por el lápiz del artista la cabeza del hombre de negocios y la silueta de su actitud en el retrato; ante aquel dibujo y sin más contacto con el natural, el artista pintó después su cuadro, con éxito pleno y gran satisfacción del retratado. Probablemente no fue éste uno de los casos más ingratos para el artista, que prefería siempre que se le dejase en libertad para esa final tarea de encajar y componer un retrato sin la tiránica y a veces molesta presencia del modelo; no en balde recordaba siempre Zuloaga aquel dicho de su maestro Degas cuando decía que si el modelo estaba en el tercer piso, había de tener el estudio en el quinto. Entre uno y otro, la tiranía del natural se esfumaba y el pintor quedaba en mayor libertad para la creación.

 

 

Esta anécdota – sigue diciendo Lafuente – nos lleva a recordar otra muy curiosa que he conocido recientemente y que muestra la penetración y la doble vista de Zuloaga, a la vez que su intensa concentración en su modelo cuando pintaba un retrato. Posaba ante él un famoso ingeniero inglés, Mr. Parshall, que después de haber realizado famosas obras hidráulicas en todo el mundo, tales como el famoso barrage del Nilo, junto a la primera catarata en Assuan, había venido a residir en España por estar asociado a importantes compañías extranjeras que proyectaban embalses en los Pirineos. El ingeniero posó sin prisa ante Zuloaga y el retrato avanzaba; un día, el pintor, con pretextos lo interrumpió y, al parecer, no volvió a trabajar en el cuadro, al menos con el modelo delante. El maestro hubo de ser obligado, en la intimidad, a dar una explicación de su aparente arbitrario capricho. «Me era imposible seguir pintando a ese hombredijo D. Ignacio—. He visto la muerte en su rostro». El modelo, en aparente buena salud cuando posaba para el cuadro, moría poco después de rápida e inesperada enfermedad».

 

 

(Imágenes-1-Zuloaga- retrato del artista con capa- todoesliteratura/ 2-Unamuno/ 3- Azorín- EFE/4- Valle Inclán – El Pasajero/ 5- Mauricio Barrés- wahoart/ 6 -Manuel de Falla- Pinterest)

VIEJO MADRID (22) : TERTULIAS, CAFÉS Y POZOS DE LA NIEVE

Cuando pasa uno ante el Café Comercial, en la madrileña Glorieta de Bilbao, llegan aún los ecos de tan variados cafés y tertulias hoy desaparecidos y que tantos rumores y verbales sentencias provocaron. Célebre tertulia, naturalmente, la de «Pombo», con RAMÓN al fondo  ( » el único café donde podían entrar mujeres de cera», decía Gómez de la Serna) – horchatería de Condela, Nuevo Café de Levante, Café de Madrid, Café de la Montaña y Cervecería Inglesa de la Carrera de San Jerónimo donde acudían, entre otros, Manuel Bueno o Ricardo Baroja.  El mismo Ricardo Baroja en «Gente del 98» cuenta las dos tendencias existentes en el Café de Madrid:  el grupo capitaneado por Jacinto Benavente y el otro más abigarrado, indisciplinado y revoltoso que iría luego a la Cervería Inglesa reuniendo allí a caricaturistas, pintores, algún cómico, literatos y estudiantes. Acudían a la Cervecería a las diez de la noche y la tertulia andante paseaba después, desde la esquina de Recoletos hasta la Plaza de Isabel ll, por la calle de Alcalá, Puerta del Sol y calle del Arenal. Eran palabras cruzadas, pasos de palabras a veces muy bohemias, desgarradas confesiones, por ejemplo, de Manuel Sawa, hermano de Alejandro Sawa.

Pero hubo tertulias aquí mismo, en esta Glorieta de Bilbao, en el Café Europeo, esquina al bulevar de Carranza : divanes de peluche a los que acudían Manuel y Antonio Machado y años después, entre 1923 y 1925, de once a una de la tarde y en torno a la figura de Jardiel Poncela, Manuel Gargallo, César González Ruano o Carlos Fernández Cuenca. De vez en cuando la tertulia cruzaba esta Glorieta y venía hasta el Café Comercial para, pasados unos meses, retornar a sus orígenes. Tras proclamarse la República, las tertulias en en el Café Europeo duraban hasta la madrugada y aquí intercambiaban sus encendidas opiniones Eugenio Montes, Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez Mazas o Víctor de la Serna.


Casi enfrente de este Café Comercial, tras lo que hoy son bloques de casas  y trazos de calles, se encontraban hace algunos siglos ciertos «pozos de la nieve» que en Madrid existían. «En la calle de Fuencarral con vuelta a Barceló, Mejía Lequerica, Sagasta y glorieta de Bilbaocuenta María Isabel Gea comentando el «Plano de Teixeira» de 1656 – se situaban los pozos de la nieve. En el siglo XVll el catalán Pablo Xarquíes consiguió el monopolio de la distribución de la nieve, cuya Casa estaba encargada de abastecer al rey y a los ciudadanos a través de varios puestos distribuidos por Madrid. El origen de los pozos de la nieve se debe a la utilización de la nieve para la conservación de alimentos y medicinas, así como para enfriar las bebidas, costumbre que se mantuvo en la Edad Media gracias a las comunidades árabe y judía. La nieve la traían los neveros desde la sierrra del Guadarrama. Los edificios solían ser alargados con tejados a dos aguas, una puerta y una ventana, y en su interior se hallaban los pozos separados y aislados por tabiques, sin ventilación ni comunicación para que se mantuviera el frío»

Nieve que venía de otros siglos, antepasada de los copos que descienden a veces sobre inviernos de tejados madrileños, palabras en Glorietas, palabras en torno a veladores, revueltas con brillantes cucharillas, tomadas a sorbos en tacitas blancas, palabras como naipes, arrojadas entre el desdén y la polémica, todas intentando arreglar el mundo.

(Imágenes:-Café Comercial y Glorieta de Bilbao.-foto JJP.-junio-noviembre 2010)