BENJAMÍN PALENCIA

Benjamin Palencia-ybbg-- 1975 -tigilito es

«Yo voy buscando… – me decía Benjamín Palencia en 1967 -, precisamente en esta parte donde tengo el estudio, que es en el centro de Ávila, rayando ya con Gredos, en los primeros flancos de montañas hacia Gredos, el clima, voy buscando el clima… una limpieza de sonoridad en el espacio… como es una luz…, como es la limpieza atmosférica que estos paisajes altos de España tienen, porque yo soy un poco sonoro, diamantino; yo no pinto con los ojos, yo pinto también con los oídos… y yo  necesito un cierto paisaje que tenga una resonancia, como es el paisaje alto de Castilla, una resonancia incluso musical, auditiva…que entre dentro de una nueva concepción no solamente de la pintura, sino también de la poesía, porque ahí están nuestros místicos, como Teresa de Jesús o San Juan  de la Cruz…

Benjamín Palencia- nggr- paisajes

Un paisaje  que suena y además un paisaje austerísimo…, que no tiene anécdota, porque yo creo que hay que ir limpiando también la pintura y el arte en general de todo su quehacer anecdótico.

Benjamín Palencia-mmnnu paisaje

Mis tres predilecciones de  pintores  españoles han sido: el Greco, Velázquez y Zurbarán. pero del que más influencia seguramente tengo es del Greco. Porque reúne unas condiciones su pintura que están muy dentro de mí y, además, incluso las coloraciones, no solamente de antes sino de siempre  se la debo al Greco.

Benjamín Palencia- nggt-

Tanto, que se ha hablado que mis amarillos venían de Van Gogh. No. Mis amarillos no vienen de Van Gogh, mis amarillos vienen del Greco, como también muchos colores como los granates, los amatistas, este carmín que yo pinto tanto y que son colores  tan predilectos míos, también vienen del Greco.

Benjamín Palencia-bbrre-paisaje- mil novecientos cincuenta y uno- Centro de Cooperación Iberoamericana

Mi tema principal es la Naturaleza y los seres que conviven con ella. A mí me gusta la adolescencia de las cosas… esto lo voy buscando siempre, lo mismo de los animales como de las flores, como de los niños…

Benjamín Palencia- nggr- paisajes

Yo, cuando estoy en mi casa de Ávila, que cultivo rosas también en un jardín, y todas estas rosas que yo pinto son precisamente cultivadas por mí…, los niños, que no están acostumbrados a ver esos jardines llenos de rosas, se vienen a las verjas y se asoman por las barras de hierro…, e intentan coger las flores con las manos…, yo estoy dentro, recogiendo su fisonomía, sus risas, sus miradas a las flores y sus comentarios, y lo estoy pintando juntamente con las grandes rosas y los árboles, los verdes… De modo que es una cosa que se complementa: la juventud maravillosa de todo esto con la maravilla de los seres jóvenes, de la tierra y de la creación…”

Benjamín Palencia-mmnnu paisaje

(Imágenes— cuadros de Benjamin Palencia)

ALVARO DELGADO

 

Alvaro Delgado- bty- Antonio Machado- mil novecientos setenta y dos

 

«Los retratos de Alvaro Delgado decía José Hierro – son equilibradamente, buena pintura y buen documento humano, buenos retratos, en suma. Porque no hay posibilidad de lograr buenos retratos con la mala pintura. Un mal pintor, sólo nos da la superficie,

 

Alvaro Delgado- boi- Gerardo Diego

 

lo que ve la máquina fotográfica en un instante, en tanto que el verdadero artista, ofrece una suma de instantes, de gestos. No lo que vemos en un abrir y cerrar de ojos, sino lo que recordamos, tras haber observado largamente al retratado. Sólo el artista es capaz de plasmar eso que llamamos personalidad del modelo.

 

Alvaro Delgado-ybbt- Benjamín Palencia

 

A Alvaro Delgado le ayuda, en primer lugar, su capacidad de ver en el presunto modelo un ser complejo, con su psicología y sus enigmas. No ve en él formas, sino un carácter y una personalidad que naturalmente, sólo a través de formas puede manifestarse. Y para revelar lo oculto, para darle cuerpo visible, dispone de su fabulosa capacidad de dibujante. El lápiz o el pincel son como una prolongación de su mano (…) Y para realzar y fijar la personalidad del retratado utiliza el procedimiento distorsionador del expresionismo, pero con ciertos matices (…) El expresionismo de Alvaro Delgado es una forma de ironía. Más que el insulto y la discrepancia vomitados contra la realidad, una agudeza, una ingeniosidad, que define humorísticamente la personalidad del modelo. Es un proceso distorsionador, hijo de la inteligencia y no de la ira».

(en recuerdo del pintor Alvaro Delgado que acaba de morir)

 

Alvaro Delgado- nbg- Valle Inclán

 

(Imágenes.- Alvaro Delgado: 1.- Antonio Machado/2.- Gerardo Diego/ 3.- Benjamín Palencia/ 4.- Ramón María del Valle Inclán)

 

VIEJO MADRID (56) : VIVENCIAS Y RECUERDOS (1)

 

ciudades.-5fr4tt.-Madrid 1953.-Francesc Catalá Roca

 

Sentado en este despachito de cortinas azules en el piso de Raimundo Lulio 22, en pleno barrio madrileño de Chamberí, se encuentra este hombre de los lentes alados sobre la nariz, un hombre menudo, de apenas pelo cano, silencioso, hablando con su nieto, que soy yo. El nieto tiene en esta escena de 1956 tan solo 2o años, viene de estudiar esta mañana en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid el Primer Curso de especialidad en Filología Románica – Tercer Curso entonces de Filosofía y Letras – y ha escuchado las lecciones de Francisco Ynduráin Hernández – su gran maestro -, de Rafael Lapesa y de Alonso Zamora Vicente. José Ortiz de Pinedo tiene en el mediodía de esta conversación familiar 75 años, el despachito de cortinas azules es su refugio, y en el silencio de la letra menuda de sus manuscritos y en el recogimiento de los libros ordenados y alineados, se concentra su vida entera consagrada a la poesía, al teatro y a la novela, pequeñas novelas como ésta que ahora – cuando pasa el tiempo y la fantasía en la distancia se desborda – tengo yo aquí, en la mano, porque acabo de extraerla con la imaginación de la estantería de su sencilla biblioteca.

El libro lleva por título “¡… Y la vida se va!”, lo publica la Editorial Paez, calle Ecija 6, Madrid, (está dedicado a “Joaquín Aznar, espíritu generoso – escribe Ortiz de Pinedo en su dedicatoria -, pluma maestra, con el cariño de muchos años”) (Joaquín Aznar había sido Director del periódico “La Libertad” desde 1925 a 1931, y fue uno de los íntimos amigos de José Ortiz de Pinedo, junto con Eduardo Haro y Emilio Carrere)

 

ciudades.-5f5.-Madrid.-1950.-la Gran Vía.-Frances Catalá Roca

 

Pero lo importante de esta corta novela de Ortiz de Pinedo  “¡…Y la vida se va!”  es quizá el título, es decir, cómo se va la vida por este pasillo del piso de Raimundo Lulio, cómo se va la vida hacia delante y hacia atrás, hacia la vida que vivió antes mi abuelo y hacia la vida que viviré yo más adelante – si Dios me ayuda -, como nieto.

Sí, en verdad se va la vida. Si nos asomamos a este balcón del segundo piso de Raimundo Lulio 22 veremos en el café de la esquina con la calle de Santa Engracia –  café hoy desaparecido – cómo mi padre, muy joven, espiaba a mi madre – la hija única que tuvo Ortiz de Pinedo – cuando aún eran novios, allá por los años 30, y la espiaba enamorado para ver en qué momento salía ella a saludarle al balcón.

Porque esta pequeña calle madrileña que baja desde Santa Engracia hasta la plaza de Olavide y donde vive José Ortiz de Pinedo es muy literaria. Galdós en “Fortunata y Jacinta hace que doña Lupe se mude a este barrio del mercadillo de Olavide, entonces unos tenderetes al aire libre, como nos lo muestra un dibujo de la “Guía” de Fernández de los Ríos. La Rubín – personaje galdosiano – va a habitar a la calle de Raimundo Lulio y el autor de “Fortunata” nos hace creer que la casa debió estar muy cerca del Paseo de Santa Engracia. Pedro Ortiz Armengol, sin duda el mejor especialista en la gran novela de Galdós, señala el número 11 de esa calle de Raimundo Lulio como lugar habitado por doña Lupe, y repasando el magnífico Plano del Madrid de 1874,  se ve que asomaban en Raimundo Lulio solamente dos casas de una planta ya que el resto eran solares y paseo hasta el mercadillo. Pues bien, Galdós coloca a uno de los personajes de “Fortunata quizá en el número 11 de esa calle y apenas un siglo después, casi enfrente, en el número 22, seguimos teniendo a Ortiz de Pinedo, otro personaje – esta vez de la vida -, sentado en su despachito de cortinas azules hablando conmigo, que soy su nieto.

 

ciudades.-57bn.-Madrid 1953.-foto Frances Catalá Roca

 

¿Y de qué hablábamos? No recuerdo de qué hablábamos. Los nietos de 20 años no recuerdan muchas cosas de las que hablan con sus abuelos de 75, pero sí las esenciales. Hay  unas coincidencias de vivencias y de lecturas rodeando a este pequeño despacho. Galdós prosigue. Está en la memoria de Ortiz de Pinedo. Si tomamos de esta estantería del despachito otro libro suyo, “Viejos retratos amigos” publicado siete años antes, en 1949 (y del que hablaré más adelante), aparece Galdós paseando por la madrileña carrera de San Jerónimo y Ortiz de Pinedo detrás de él. Ortiz de Pinedo tenía entonces – era cuando había llegado desde Jaén a Madrid, pasando (según sus biógrafos) por Guadalajara – 21 años, casi los mismos que ahora tengo yo sentado ante él en este despacho. “Don Benito – evoca mi abuelo en ese libro de recuerdos – , que caminaba solo, habíase detenido un instante a curiosear el escaparate de Fernando Fe, que brindaba al apetito intelectual las últimas novedades nacionales y francesas, y paróse luego en un grupo de amigos a la puerta de Llardy, cuyo escaparate tentaba otra clase de apetitos. Breves momentos nada más conversó Galdós con aquellos señores, continuando su paseo entre la multitud al anochecer.

Mi curiosidad – sigue Ortiz de Pinedo – no se daba por satisfecha y fuíme detrás del genial creador sin perder un solo movimiento suyo, con la ilusión del enamorado que sigue a una mujer. Cuando lo dejé, al fin, en la calle de Hortaleza, donde tenía la administración de sus obras, sentí algo así como la satisfacción del deber cumplido mediante aquel acto de humilde y anónimo homenaje”.

 

Madrid-rrcg- capa-  Federico Chueca- archivo general de la Administración

Son los seguimientos devotos de lectores y admiradores que han existido siempre en la historia de la Literatura, gentes como José Ortiz de Pinedo que seguían a Galdós por la calle, gentes como el yerno de Ortiz de Pinedo – mi padre, José Perlado – que seguía a Ramón y Cajal en el “Café del Prado”, en la madrileña calle del Prado, a dos pasos del Ateneo, o a Valle Inclán o a Benavente cruzando la Plaza de Santa Ana o paseando por la calle del Príncipe. Esos seguimientos anónimos detrás de las figuras de las letras han sido a lo largo del tiempo innumerables y de ellos han quedado muchos testimonios. Por citar uno de ellos, Vicente Aleixandre, en su libroLos encuentros”, cuenta cómo todos los personajes con los que quiso tropezarse en las calles de Madrid eran conocidos, menos uno: Antonio Machado.Pero daba la casualidad – comenta Aleixandre – que los dos teníamos el mismo barbero. Y un día me dijo: “Yo también sirvo a un señor que hace versos. Pero apenas conocido. Se llama Machado” ¡Machado” Fíjese usted. Para mí sólo su nombre ya era un fulgor… A Galdósprosigue Aleixandre – le vi una vez, en el “Teatro Infanta Isabel”, el día que estrenó “Sor Simona”. Yo tenía 17 años. Entré en el camerino – dice Aleixandre .-Galdós, ciego, estaba sentado, ausente. Se sacó un gran pañuelo, se secó el sudor. Yo le miraba… Salí sin decir nada”.

Son los 17 años de Vicente Aleixandre, son los veintitantos años de José Ortiz de Pinedo, son los 20 años míos. Sentado en aquel despachito de cortinas azules yo no sabía que a lo largo de la vida iba también a  seguir a muchos personajes. Por mi profesión, he tenido la suerte de vivir en Roma y en París varios años, y en la capital italiana, al principio de la década de los sesenta, más que seguir por la calle exactamente, conocí muy de cerca a relevantes personajes del mundo de la cultura. A Stravinsky y a Federico Fellini en Roma; a Ezra Pound, a Pier Paolo Pasolini y a Giancarlo Menotti en Spoleto; más tarde, en mis años de París, al filósofo Gabriel Marcel y al director de cine Robert Bresson. También Madrid fue escenario para mí de conocimientos. Sentado ante Ortiz de Pinedo, que ahora me sigue observando en este pequeño despacho rodeado de libros, no podía imaginar que unos años después yo charlaría ampliamente con Gerardo Diego en su casa de la calle Covarrubias, con Dámaso Alonso en su casa retirada (donde me dedicó su libro “Poetas españoles contemporáneos”), con el eminente historiador Pedro Sáinz Rodríguez, con el gran cuentista Ignacio Aldecoa, con la poetisa Ernestina de Champourcin, con el pintor Benjamín Palencia en su taller de la calle de Sagasta, con Luis Rosales en su habitación de la calle de Vallehermoso, con Camilo José Cela en su casa de Rios Rosas.

 

mADRID 24.-Gran Vía y Alcalá en 1945.-donado por María Santoyo.-Archivo

 

Este nieto de Ortiz de Pinedo que soy yo, no puede imaginar tampoco, aquí sentado en Raimundo Lulio y en 1956 – año en el que estamos -, que conocerá y dialogará largamente con dos grandes escritores argentinos, Julio Cortázar y Manuel Mujica Láinez, o con el uruguayo Juan Carlos Onetti. Son charlas que están en el aire del tiempo, que aún no nos llegan desde este pasillo, porque desde este pasillo y en este momento lo que nos llega, mientras abuelo y nieto seguimos hablando, es la voz de Julia Valdés, esposa de Ortiz de Pinedo, es decir, la voz de mi abuela materna que nos llama a comer. Viene a decirnos que ya tenemos preparados los huevos fritos con el pan cortado y tostado en el cuartito que hay al fondo del pasillo, muy cerca de la cocina, donde el sol suele dar sobre el tapete de la mesa camilla. Mi abuelo y yo solemos comer muchos días allí, y también desayunar los domingos un chocolate humeante en el que untamos puntas de pan crujiente. Es Julia Valdés, mi abuela, la que ahora nos llama y nos mira, y cuando la veo en este pasillo me acuerdo de otra Julia a la que conocí, Julia Guinda Urzanqui, la viuda de Azorín, que unos años después, en 1967, exactamente el 2 de marzo de 1967, me abriría la puerta de aquella casa de la calle de Zorrilla 21, segundo izquierda (muy cerca de las Cortes) muy pocas horas después de que muriera el maestro. “Vemos a Azorín en la lejanía, viviendo en un cuartito silencioso, junto a las campanas del Carmen – leemos otra vez que escribe Ortiz de Pinedo enViejos retratos amigos”-. Lo vemos asimismo perderse en la arboleda del Retiro o pararse ante un tenderete del Rastro. Un día lo vimos – un día de invierno – sentado tras el cristal de un café-cervecería, desaparecido ya, de la carrera de San Jerónimo. Años después lo hemos visto muchas veces en la trastienda de una librería selecta, hundido en un sillón, con los ojos medio cerrados”.

 

Madrid-vvnnd-calle de Sevilla- rayosycentellas.net

 

Eso es lo que evoca mi abuelo Ortiz de Pinedo de Azorín. Pero lo que él no puede imaginar en este despachito de cortinas azules – ni yo tampoco -, es que ese 2 de marzo de 1967 Julia Guinda Urzanqui, la viuda de Azorín, me abrirá la puerta y me hará pasar al saloncito donde está de cuerpo presente el autor de “Castilla” y de “Los Pueblos”.”Allí extendido, Azorín – escribiría yo al día siguiente en “El Alcázar”, un periódico madrileño– era ya el gran mudo de la pluma, como si tuviera amordazado los dedos. Me acerqué a él, acababa de entrar el Ayuntamiento de Monóvar, seguían acumulándose coronas, y creo que fue entonces cuando lo vi. Vi su ojo azul. El ojo derecho de Azorín quieto entre el párpado, como si nadie lo hubiera querido sellar, como si respetasen ese ojo sien tiempo”. Porque estábamos allí los dos solos, la recentísima viuda de Azorín y yo ( eran las cuatro de la tarde y el maestro había fallecido hacía muy pocas horas), ambos en silencio ante el cadáver de quien había escrito “Clásicos redivivos y clásicos futuros” o “Las confesiones de un pequeño filósofo”.

Sin duda nada podía decirle a mi abuelo Ortiz de Pinedo de todo esto porque faltaban once años para que aquello sucediese. Pero de lo que sí hablamos sin duda en aquel despachito es del entierro de Ortega al cual yo había asistido. Un año antes, el 19 de octubre de 1955 – tenía yo entonces 19 años – había querido ir con varios compañeros míos de la Facultad hasta la madrileña calle de Montesquinza – la casa donde había fallecido Ortega – y desde allí quisimos acompañar al cortejo fúnebre hasta la Sacramental de San Isidro. Recuerdo que aquel día, entre las muchas personalidades asistentes al sepelio, estaba cerca de mí Gregorio Marañón y también recuerdo que entre mis compañeros de Facultad de entonces, asistieron conmigo – estudiábamos en el mismo Curso de licenciatura – el gran poeta español Claudio Rodríguez y el que luego sería Director del Museo de Prado y gran especialista en pintura barroca, Alfonso Pérez Sánchez.

 

Madrid.-33woo.-calle Sevilla.-1900.-Hauser y Menet.-Museo Municipal de Madrid

 

(Imágenes.- 1, 2 y 3.- Madrid 1950-1953- Francesc Catalá Roca / 4.-Federico Chueca– Archivo General  de la Administración/ 5.-Gran Vía y Alcalá.-1945- donado por M Santoyo- Archivo General de la Administración / 6.-Madrid – 1900- Hauser y Menet- Museo Municipal de Madrid)

TALLERES DE PINTURA

ALBERTO GIACOMETTI ET ANNETTE

Cuando Balzac describe el taller de Franz Porbus en «La obra de arte desconocida» intenta darnos una lección estética: decir creación pictórica es decir igualmente creación literaria. Los escritores en muchas ocasiones se han asomado a contemplar cómo trabajan los pintores y a su vez los pintores han querido dejar huellas en sus cuadros sobre el quehacer de los escritores. «El taller del pintor» de Gustave Courbet se une a «Un taller en Batignolles» de Fantin-Latour y a ellos hay que añadir, entre muchos otros, el taller de Elstir, observado atenta y sensiblemente como siempre por la prosa de Proust, o al que muestra Albert Camus  en su «Jonas o el artista en el trabajo» dentro del volumen «El exilio y el reino«.

Autoportrait, atelier de Skrubben à Kragerø

«Los discípulos ayudaban a Jonas de otra manera – escribe Albert Camus -, obligándole a dar su opinión sobre su propia producción. No pasaba día sin que le llevaran algún lienzo, apenas esbozado, que su autor colocaba entre Jonas y el cuadro que estaba pintando, a fin de que el esbozo recibiera mejor la luz. (…) Así transcurría el tiempo de Jonas, que pintaba en medio de sus amigos y alumnos, instalados en sillas dispuestas, ahora, en círculos concéntricos alrededor del caballete. Frecuentemente, los vecinos aparecían también en las ventanas de enfrente y se sumaban a su público. Discutía, cambiaba puntos de vista, examinaba los lienzos, sonreía a Louise al pasar, consolaba a los niños y contestaba calurosamente las llamadas telefónicas, sin soltar nunca los pinceles, con los que, de vez en cuando, daba un toque al cuadro empezado».

pintores.-667b.-Henri Matisse.-en su taller de trabajo.-1939.-Brassaï

Proust, por su parte, aborda muchas veces la pintura y en alguna ocasión describe los talleres. Se ha dicho de Proust que Elstir, pesonaje inventado, es un «faro» en la narración del Narrador, sobre todo ante el camino de su vocación, porque le transmite una nueva visión de las cosas y le revela las leyes generales del arte.«Gracias a Elstir – ha recordado Jean-Yves Tadié en su «Proust -, un universo personal, sometido a un punto de vista único, se desvela en la metamorfosis ( que, en literatura, es la metáfora): las cosas no son nada por ellas mismas, todo está en la mirada del pintor«.

Juan Miro dans son atelier de Calamayor, Espagne, 1968

«El taller de Elstir – escribe Proust – se me aparecía como el laboratorio de una especie de nueva creación del mundo, donde, desde el caos que son todas las cosas que vemos, él había extraido, al pintarlos en diversos rectángulos de tela que estaban colocados en todos los sentidos, aquí una ola del mar  haciendo estallar con cólera contra la arena su espuma lila, allí un hombre joven de cuello blanco acodado sobre el puente de un barco».

Se crea entonces, entre pintor y espectador, una especie de alquimia llena de encantamiento rota únicamente por los trazos del arte que rompen el silencio.

(He tenido la fortuna de visitar algunos talleres a lo largo de mi vida – ver trabajar a Benjamín Palencia tirado en el suelo, terminando con las yemas de sus dedos «un Toledo» (como así me lo dijo), ver pintar a Juan Barjola sus rostros deformes, o asistir ante Pablo Serrano al remate final de sus esculturas.

Nada de eso olvidaré.)

(Imágenes:- 1.-Giacometti en su taller de trabajo/ 2.-Edward Munch en su taller.-1909-1910/ 3.-Henri Matisse trabajando.-1939.-Brasaï/4.-Joan Miró en su taller.-1968)

MIGUEL HERNÁNDEZ (y 6) : TESTIMONIOS Y RECUERDOS

En Mi Siglo he ido evocando en varias ocasiones al poeta cuyo centenario – su nacimiento-  se celebra hoy. «Su castellano comido de ces – decía de él José Domingo en 1961 – estaba más próximo a la eufonía murciana que al dulce alicantino bilingüe. Su rostro irradiaba una luminosidad que se efundía por aquellos ojos tan claros, por la nariz respingona, por una boca de cierre imperfecto que no podía contener el secreto a voces de su dentadura tan blanca».

«Lluviosos ojos que lluviosamente

me hacéis penar: lluviosas soledades,

balcones de las rudas tempestades

que hay en mi corazón adolescente.

Corazón cada día más frecuente

en para idolatrar criar ciudades

de amor que caen de todas mis edades

babilónicamente y fatalmente.

Mi corazón, mis ojos sin consuelo,

metrópolis de atmósfera sombría

gastadas por un río lacrimoso.

Ojos de ver y no gozar el cielo,

corazón de naranja cada día,

si más envejecido, más sabroso«.

«Calzaba entonces alpargatas – escribió a su vez Vicente Aleixandre en «Los encuentros» (Guadarrama) -, no sólo por su limpia pobreza, sino porque era el calzado natural a que su pie se acostumbró de chiquillo y que él recuperaba en cuanto la estación madrileña se lo consentía. Llegaba en mangas de camisa, sin corbata ni cuello. (…) Unos ojos azules, como dos piedras límpidas sobre las que el agua hubiese pasado durante años, brillaban en la faz térrea, arcillla pura, donde la dentadura blanca, blanquísima, contrastaba con violencia como, efectivamente, una irrupción de espuma sobre una tierra ocre. La cabeza, de la que él había echado abajo el cabello sobrante en otros, era redonda y tenía un viso acerado en su pelo corto, con un signo de energía en el remolino de la frente, corroborado en los pómulos saledizos, pero desmentido en su entrecejo limpio, como si quisiera abrir una mirada cándida sobre el mundo entero que con él se correspondiese».

«Conocí a Migueldecía también el poeta Manuel Molina en 1960 – diciendo gorgoritos gongorinos en la tribuna del horno, con toda una risa inmensa saliéndosele por la boca, de ruda carnosidad varonil, saltándole por los ojos de verde agua madurada por los ríos que trabajan las norias del sudor, danzándole desde su cabeza semicalva de tan pelada, hasta sus pies duros de trepar entre cheroles y peñas crudas y desnudas. Desnuda era la risa de Miguel aquella mañana de sol alto, reflejando en su tez sonrosada por la proximidad de la sangre sana que inundaba toda la luz de su presencia, el imán de su alegría juvenil…»

«¡Ay viento-viento de por la mañana,

viento de por la tarde! : ¡ay viento – viento!

Me da el viento, Señor, me da la gana

el viento de volar, de hacerme ave«.

(Imagen: Miguel Hernández.-dibujo de Benjamín Palencia. (atri) -hacia 1935.-elcultural.es)