6 DE AGOSTO DE 1945 (2)

«Entonces cortó el cielo un resplandor tremendo. El señor Tanimoto recuerda con precisión que viajaba de este a oeste, de la ciudad a las colinas. Parecía una lámina de sol. Tanto él como el señor Matsuo reaccionaron con terror, y ambos tuvieron tiempo de reaccionar (pues estaban a 3.200 metros del centro de la explosión). El señor Matsuo subió corriendo las escaleras, entró en su casa y se lanzó de cabeza entre los bultos de sábanas. El señor Tanimoto dio cuatro o cinco pasos y se arrojó entre dos rocas grandes del jardín. Se dio un fuerte golpe en el estómago con una de ellas. Como tenía la cara contra la piedra, no vio lo que sucedió después. Sintió una presión repentina, y entonces le cayeron encima astillas y trozos de tablas y fragmentos de teja. No escuchó rugido alguno. (Casi nadie en Hiroshima recuerda haber oído nada cuando cayó la bomba. Pero un pescador que estaba en su sampán, muy cerca de Tsuzu en el mar Interior, el hombre con quien vivían la suegra y la cuñada del señor Tanimoto, vio el resplandor y oyó una explosión tremenda. Estaba a treinta y dos kilómetros de Hiroshima, pero el estruendo fue mayor que cuando los B-29 atacaron Iwakuni, a no más de ocho kilómetros de allí.)

(…)

Lo primero que vio en la calle el señor Tanimoto fue un escuadrón de soldados que habían estado escarbando en la ladera opuesta, haciendo uno de los mil refugios en los cuales los japoneses se proponían resistir la invasión, colina a colina, vida a vida, los soldados salían del hoyo, y la sangre brotaba de sus cabezas, de sus pechos, de sus espaldas. Estaban callados y aturdidos.

Bajo lo que parecía ser una nube de polvo del lugar, el día se hizo más y más oscuro.

(…)

La señora  Nakamura estaba de pie, mirando a su vecino, cuando todo brilló con el blanco más blanco que jamás hubiera visto. No se dio cuenta de lo ocurrido a su vecino; los reflejos de madre empezaron a empujarla hacia sus hijos. Había dado un paso (la casa estaba a 1.234 metros del centro de la explosión) cuando algo la levantó y la mandó como volando al cuarto vecino, sobre la plataforma de dormir, seguida de partes de su casa.

Trozos de madera le llovieron encima cuando cayó al piso, y una lluvia de tejas la aporreó; todo se volvió oscuro, porque había quedado sepultada. Los escombros no la enterraron profundamente. Se levantó y logró liberarse. Escuchó a un niño que gritaba: !Mamá, ayúdame!», y vio a Myeko, la menor – tenía cinco años – enterrada hasta el pecho e incapaz de moverse. Al avanzar hacia ella, abriéndose paso a manotazos frenéticos, la señora Nakamura se dio cuenta de que no veía ni escuchaba a sus otros niños».

John Hersey.-«Hiroshima» (Turner)

La bomba fue  lanzada a 9.750 m y tardó 57 segundos en caer hasta la altura donde detonó automáticamente. La nube resultante se elevó 18 kilómetros en el cielo. La explosión inicial mató a 70.000 personas. A finales de 1945 se calculó que un número igual de personas había muerto por efecto de la radiación.

El año pasado en Mi Siglo recordé el acontecimiento. En la placidez del verano es conveniente no olvidar aquella barbarie.

(Imágenes-1–Alberto Sughi.-2008.-artnet/2.-Hiroshima tras el bombardeo.-wikipedia)

6 DE AGOSTO DE 1945

llorar.-446k.-por Nuri Iyem.-Lebriz.com.-Estambul.-Vorderer Orient.-artnet

«La hora era temprana; la mañana tibia, apacible y hermosa. Por los ventanales abiertos que dan al sur contemplé distraido el agradable contraste que ofrecían las sombras de mi jardín con el brillo del follaje, tocado por el sol desde un cielo sin nubes.

Yo estaba en paños menores, tendido cuan largo era en el piso de la sala, exhausto después de pasar la noche en vela en el hospital, cumpliendo mis funciones de guardian antiaéreo.

De pronto un resplandor intenso me volvió a la realidad. Las sombras del jardín se desvanecieron. A través de los remolinos de polvo pude apenas distinguir el pilar de madera que sostenía una esquina de mi casa: se estaba inclinando y el techo oscilaba peligrosamente.

Me miré. Tenía todo el lado derecho del cuerpo cubierto de cortes pequeños y lastimaduras, de los que manaba sangre en abundancia. En el cuello se me había incrustado un trozo grande de vidrio que retiré y con la indiferencia de quien sigue bajo los efectos de una impresión desusadamente fuerte concentré toda mi atención en esa herida y en mi mano ensangrentada.

¿Dónde estaría mi mujer?

(…)

Nada quedaba en la ciudad, excepto un puñado de edificios de hormigón armado. En una extensión de muchas hectáreas la ciudad muy bien habría pasado por desierto de no ser por los montones dispersos de ladrillos y tejas..»

Doctor Michihiko Hachiya: «Diario de Hiroshima» (Emecé editores)

(Evocación desde otro 6 de agosto de aquella barbarie)

(Imagen: Nuri Iyem.-Lebriz.com.-Estambul.-artnet)