CRIMEN Y CASTIGO (1)

El 10 de octubre de 1865 vuelve Dostoyevski —a sus 44 años —de un viaje de diez días a Copenhague y retorna a San Petersburgo. Asediado  por ataques epilépticos, sin dinero, asaltado de deudas, “ sin embargo, estoy sentado y trabajo”, escribirá 

 a su amigo Vrangel. ¿En qué trabaja? Lo hace intensamente: en febrero de 1866 contará en una carta: “Una nueva forma, un nuevo plan me ha seducido y he recomenzado. Hace dos semanas, se ha publicado en el “Mensajero Ruso” la primera parte de mi novela. Se  titula “Crimen y castigo”. He oído ya muchas alabanzas con motivo de este libro. Contiene muchas cosas animosas y nuevas.

 Así, entre paseos que da por la plaza del Mercado, trabajando noche y día, escribiendo seis cuadernillos cada cuatro meses, adelantando su obra a medida que se imprime, redactando los capítulos que aparecerán al siguiente mes en el periódico, va levantándose sobre el suelo de San Petersburgo la sombra del hacha con la que Raskolnikov mata a Alíona Ivánovna, esa vieja que para el criminal” no es más que la vida de un piojo, de una cucaracha, y puede que aún menos, puesto que se trata de una vieja dañina” — se dirá en el capítulo primero del libro — y, cuando al final Raskólnikov se lo confiese a Sonia le repetirá: “sólo maté un piojo, Sonia;  inútil, repugnante, dañino” Y  Sonia le contestará: ¡Ese piojo es un ser humano!”.

En medio de estas dos frases está la ciudad de San Petersburgo, el crimen y el castigo interior, las dramáticas vueltas de Raskólnikov por las calles retorcidas de su conciencia, las esquinas del remordimiento que se intentan esquivar, los pasos de una huida hacia el olvido que no acaba nunca, los interrogatorios policiacos como trampas tendidas por la astucia bajo los pies del protagonista, las noches insomnes en el cuartito solitario intentando zafarse de los recuerdos, las voces del otro yo, el eco íntimo que le empuja a confesar su culpa, el reconocimiento de que esa aparente cucaracha inútil que es la vieja asesinada es, como todo ser humano del mundo, una utilidad única e irrepetible, alma y cuerpo, alguien a quien no se puede tocar, y menos suprimir, porque como toda criatura es un don sagrado.

Dostoyevski es hombre de ciudad, no de campo.  San Petersburgo será la urbe fantasmagórica y artificial recorrida por el río Neva, inquietante San Petersburgo de tejados bajos y encrucijadas de miseria invadidas de olores y de lacras, despidiendo el tufo de antros estrechos, de vidas ahogadas, de despachos policiacos atenazados por el sofoco.  El drama — lo dramático, lo teatral, lo agónico y no lo épico — lo extenderá Dostoievski en su red novelística sobre una ciudad rusa, uno de cuyos cánceres será la bebida tambaleante sobre los puentes, el torpe zigzag del alcoholismo, mostrando una de las pústulas de ese inmenso y misterioso país que a lo largo de la historia a veces se ha arrastrado por la niebla

José Julio Perlado 


imágenes – 1 y 2- San Petersburgo/ 3- escena de “Crimen y castigo”/ 4- Dostoievski- wikipedia