
La miel y la leche dejan en la boca una agradable sensación para la lengua y, al revés, el repugnante ajenjo y la centáurea silvestre contorsionan los rostros con su abominable sabor — señalaba el poeta romano Lucrecio —. De allí, inferirás sin dificultad que las cosas que pueden impresionar gratamente nuestros sentidos son de principios livianos y redondos y, al contrario, los unidos entre sí, con más ganchos, nos parecen ásperos y amargos y suelen desgarrar la vía a nuestros sentidos y maltratar el cuerpo con su entrada.
Digamos que el sabor lo sentimos en la boca cuando exprimimos la comida por medio de la masticación, lo cual se asemeja a cuando alguien exprime y escurre con la mano una esponja empapada. Una vez exprimido, el alimento se filtra por los canales del paladar y por los sinuosos conductos de la porosa lengua, y, ya en ese lugar, los suaves elementos de este jugo delgado suavemente tocan y suavemente humedecen todos los ámbitos salivosos de la lengua, o punzan y lastiman el sentido, si los elementos predominantes en la sustancia se encuentran, por el contrario, repletos de aspereza
José Julio Perlado

imágenes- 1-Adriaen Brouwer/ 2- wikipedia