
Cuando abro mis ventanas por la mañana lo primero que aparece ante mi vista es la colina sagrada — evocaba Gómez Carrillo —. Allá, muy lejos, por encima de la columnata dispersa del templo de Júpiter Olímpico, por encima de los muros enormes del Odeón de Herodes Atico, por encima de las casitas nuevas y de los cipreses jóvenes, la ruina milenaria surge en la gloria del sol que nace. El mármol se anima, acariciado por la luz matinal. En el ambiente claro flota como un aúreo polvillo que dora todo lo que toca.
Sólo veo el Partenon, solo veo la santa casa de Atenas. A la claridad agonizante aun distingo su columnata incompleta. Y luego, cuando la sombra invade todo el espacio, cuando las simas del Himeto se tornan tenebrosas, cuando en el cielo empiezan a parpadear las primeras estrellas, aun veo, cerrando los ojos, el edificio santo.Pero entonces ya no me aparece tal cual lo han dejado los siglos, sino tal cual lo vieron los contemporáneos de Fidias y de Aspasia, es decir, completo.

José Julio Perlado

imágenes—Atenas -wikipedia