
Con un bolígrafo azul escribió Lampedusa “El Gatopardo”. Y también su “Autobiografía”. Y allí evocaba: “En aquellos tiempos no había automóviles. Hasta 1905, el único que circulaba en Palermo era el “électrique” de la anciana señora Giovanna Florio . Un tren salía de la estación de Lolli a las cinco y diez de la mañana. Había, pues, que levantarse a las tres y media. Me despertaban aquella hora, siempre molesta, pero para mí más infausta aún porque era la misma en que me daban el aceite de ricino cuando andaba mal de vientre. Criados y cocineros habían salido ya la víspera. Nos cargaban en dos landós entonces cerrados. En el primero, mi padre, mi madre, el ama de llaves y yo. En el segundo, Teresa o Concettina, la doncella de mi madre, que iba a pasar las vacaciones con los suyos, y Paolo, el criado de mi padre. Y creo que aún seguía otro vehículo con los equipajes y las cestas para la comida”.

Y así salen en la madrugada, a la primera luz del verano, camino de las vacaciones, como todos más o menos — en pobreza o en riqueza — hemos salido de niños entre duermevelas familiares, al alba de una edad incierta que se nos ha quedado en la memoria. Lampedusa recrearía aquellos viajes estivales a Santa Margherita, en la comarca de Belice, a unos sesenta y cinco kilómetros al suroeste de Palermo, y lo haría en las páginas de su única novela, “ El Gatopardo”, que comenzó escribir a los cincuenta y siete años, redactada casi diariamente durante treinta meses con un bolígrafo azul en una mesa del café Mazzara de la capital siciliana o en la biblioteca de su casa. Santa Margherita se había vendido, el palacio familiar en Palermo había sido destruido, y aquellas casas desaparecidas dan el impulso definitivo para que Lampedusa escriba. “Me he sentado en mi escritorio y he escrito una novela”, le dirá a su viejo amigo Guido Lajolo. Quería dejar constancia lírica e histórica, repujada en vaivenes de un estilo enriquecido, a veces suntuoso, de aquel ‘mundo siciliano’ que estaba ya desapareciendo y que el Don Fabrizio de “El gatopardo” procuraba rescatar del olvido.
José Julio Perlado

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