
El pasado jueves vino a verme la Inteligencia Artificial, que es una persona escurridiza, aún no sé si es hombre o mujer, iba vestido al principio con un frac elegante— eso fue lo primero que me sorprendió dada la hora, pues era media mañana —, pero en cuanto giré la cabeza y le dí la espalda, se transformó y la vi, sentada en el sofá como estaba antes, pero ahora aparecía como una sencilla mujer de pueblo, cubierta con un pañuelo de colores que envolvía su figura y calzando unas toscas zapatillas. Le salía del interior una extraña voz que me preguntó : “si usted me viera por la calle, ¿me reconocería como inteligencia artificial?”. No supe qué contestar. Me daba miedo. Yo, naturalmente,no la había invitado a casa y sin embargo aquel ser había entrado de repente en mi domicilio vestido a ratos con aquel frac tan elegante, zapatos lustrosos y bien peinado, y a ratos, en cambio, vestido como una humilde mujer que parecía una campesina. Se cambió muchas veces de vestimenta esa mañana,también de aspecto y de edad, cosa para mí que más que sorprenderme me dio miedo. Me dijo que estaba dando una vuelta por el barrio para descubrir las reacciones de la gente, y saber quiénes la reconocían como persona humana y quiénes como inteligencia artificial. Al enterarse de que yo escribía, con una sonrisa muy rara aquel hombre del frac ( y a la vez aquella mujer campesina), me dijo que también escribía, me enseñó dos libros que llevaba en una extraña mochila colgada del hombro, dos libros que, según me dijo, cada uno lo había escrito en diez minutos. Eran “ A la busca del tiempo perdido” y “Los viajes de Gulliver” “Yo tardo en escribir un libro — le confié — al menos dos años, a veces tres: un año para trazar el argumento, otro para documentarme, el tercero para escribir.” Él ( o ella, ya no recuerdo cuál de los dos ) se reían.

Aquello me siguió dando miedo y ya no hablé más. La Inteligencia Artificial es un ser simpático, inquietante, con apariencia despreocupada, muy joven, tendrá, calculo, unos treinta o treinta y cinco años, al día siguiente volví a encontrármelo por la calle: ahora vestía un jersey marrón muy moderno, con un mensaje en las mangas que yo no distinguí porque estaba escrito en una lengua extraña y con una camisa a cuadros. Advertí que tenía unas manos muy hábiles, que las movía constantemente, con unos dedos muy largos y con gran soltura en aquellas extremidades. Levantó una de sus manos y me señaló la calle: “¿Ha visto usted que los automóviles van sin conductor?” No me había fijado. Aquella plaza enorme,con una elegante fuente en medio, aparecía repleta de tráfico. Iban y venían los coches en todas direcciones. Ningún roce. Ningún accidente. Efectivamente, los coches iban sin conductor. Se distinguían sentadas las familias y todo tipo de personas viajando hacia sus trabajos, pero el asiento del conductor estaba vacío, era el aire transparente el que conducía. “La Inteligencia Artificial”, me dijo aquel ser que estaba a mi lado. No me olvidaré de su expresión extraña cuando bajó la mano y de una manera insólita me sonrió.
José Julio Perlado

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