
Una fotografía al tiempo que registra lo que ha sido visto, siempre en virtud de su naturaleza remite a lo que no se ve — decía John Berger— ¿Qué es lo que ve esta mujer en la cercana lejanía? ¿Qué refleja?¿ las preocupaciones, los desvelos, las soluciones, los cálculos? ¿Cómo se ha llegado hasta este punto?, parece que se preguntara. A lo mejor ni eso se lo pregunta porque lo que le interesa a esta mujer es vivir. ¿Qué hacer mañana? ¿Cómo programar el futuro? Todas esas preguntas silenciosas se lanzan desde este rostro ya clásico de la madre inmigrante, fotografía famosa de Dorotea Lange de 1936.
La fotografía — señala Alberto Manguel cuando comenta su historia— pronto se convirtió en la principal fuente de imágenes de nuestra sociedad y conquistó el espacio y el tiempo. Nos hicimos testigos de lo ya ocurrido: la guerra, los sucesos más trascendentales o los privados, los paisajes de lugares lejanos, los rostros de nuestros abuelos en su infancia, todo esto lo ofrecía la cámara a nuestro examen. A través del ojo de la lente, el pasado se hizo contemporáneo y el presente se redujo a una iconografía compartida. Por primera vez en nuestra larga historia, una misma imagen — el rostro de esta trabajadora inmigrante de California — con toda la precisión de sus detalles, pudo ser vista por millones de personas en el mundo entero. Una noticia ya no era una noticia sin una fotografía que la respaldara. La fotografía democratizó la realidad.
José Julio Perlado
imagen – foto de Dorothea Lange – “Madre inmigrante” 1936