
Fácilmente se reconoce al madrileño por la desenvoltura con que emplea el habla coloquial— señala el profesor Alonso Zamora Vicente—, con expresiones de cierto tipo. Como ejemplos: decir “ser un panoli” ( ser tonto o bobalicón);” ir de ganchete” (ir cogidos del brazo); “hablar de boquilla”, es decir (palabrería no acompañada de actos); “dejar cortinas” ( dejar algo en el vaso donde se bebe). A niveles altos de conversación, el madrileño dice “ser un frescales”, “un vivales”, un “rubiales”. Decir “sujeto” (en vez de individuo o de hombre). Muy de sainete es decir “parné” (dinero).Por todas partes llega el aire entre bromista y desgarrado, típico de las clases populares en la encrucijada de los siglos XlX y XX. Conviene también destacar cómo en todo lo que podemos llamar madrileñismo no figura nada que aluda a estadios superiores de vida o de cultura. Es siempre algo lateral, extramuros, donde las formas nobles de la existencia son a veces tan sólo entrevistas y a veces ridículamente imitadas.

Sobre este vocabulario, sometido cómo el de toda gran ciudad, a los pesos de diversos estadios culturales, flotan algunas voces aprendidas literariamente, es decir, a través de determinados impresos u oídas en ciertos círculos a los que se imita por su gracia personal o por su ascendiente social. Por ejemplo, “hacer el paripé” es decir (dar coba y bailar el agua). De aire gitano son palabras como “gachó” o “andova”. Muy madrileñas son “chanchi”,”fetén”, “chipen”. Un madrileño “castizo” designará a su esposa familiarmente y en ausencia de ella como “la parienta” y cuando se vea obligado a hablar mal de una mujer por cualquier causa, dirá “la prójima” El madrileño típico hablará diciendo “mi menda” ; no dirá pagar sino que procurará sustituirlo, con gesto de ojos y dedos, por “retratarse”o “apoquinar”. Disimula su terror a la muerte con eufemismos como” palmar” o “diñarla”. Y cuando se refiera a sí mismo dirá “ponerse mosca” o “mosquearse”, expresiones todas ellas de un lenguaje permanente.
José Julio Perlado

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